Mohammad Rasoulof esperaba a los periodistas sentado en una silla. Sonreía y respondía amable. Nadie diría que hace una semana estaba huyendo de Irán, su país, donde había sido condenado a ocho años de cárcel y latigazos, y a confiscarle sus propiedades por el tribunal revolucionario del régimen. Argumentaban que Rasoulof había intentado “cometer crímenes contra la seguridad del país”.
Esos crímenes no son más que las películas que ha rodado, críticas brutales al Gobierno y por las que siempre ha tenido problemas. Ya había sido condenado dos veces antes y había estado en la cárcel. La última vez, en 2022, por sus críticas a la represión tras las protestas en la calle. Estuvo ocho meses entre rejas. Ahora ha decidido que no podía más. Sabía que iban a volver a encerrarle y decidió escapar de una dictadura que acaba con los que se atreven a confrontarla.
Desde que se supo que su nueva película, The Seed Of The Sacred Fig (La semilla de la higuera sagrada) --que ya tiene asegurada su distribución en España gracias a BTeam--, iba a estar en la Sección Oficial de Cannes las presiones del régimen de Irán aumentaron. El cineasta había apelado la condena que pesaba sobre él, y cuando llegó el veredicto y dijeron que debía ir a la cárcel, actuó. “No quería volver a la cárcel. Allí dentro solo soy un preso político, pero si estoy fuera, puedo seguir trabando y contar historias sobre estas situaciones”, dice recién exiliado desde Cannes.
“En apenas dos horas me fui de mi casa. Miré por la ventana y me despedí de mis plantas. Llamé a un amigo y le pedí que me trajera algo de efectivo para no tener que usar una tarjeta bancaria. No llevé ningún equipaje conmigo. Mi amigo me trajo el dinero y salí de Teherán. Estuve unos días en un lugar seguro, junto a él, hasta que pude ponerme en contacto con personas que había conocido en la cárcel y cuyo trabajo consiste en sacar a la gente del país. Me trasladaron a la frontera y, tras una larga caminata, salí de la frontera y llegué a un refugio que estos chicos habían preparado. Allí estuve un tiempo, pero tenía que llegar a una ciudad en donde Alemania tuviera un consulado. Hicimos el trayecto, y como yo ya había vivido en Alemania, podían confirmar mi identidad mediante huellas dactilares, así que con ayuda del cónsul pude finalmente llegar a Alemania, donde anuncié que había salido de Irán. Ha sido un viaje de casi 28 días”, ha contado de su huida.
Las dos actrices jóvenes de su película pudieron huir en cuanto acabó el rodaje y antes de que les retiraran el pasaporte. Pero otros muchos actores y técnicos siguen allí, por eso pide que la prensa hable, que cuente lo que está pasando para que ellos puedan sobrevivir. A pesar de su apariencia calmada, confiesa que está siendo muy duro por todo lo que sigue pasando en Irán. “Hago todo lo que puedo para ser feliz. Debería estar feliz, pero mi cara no miente. Hay muchas personas que han muerto, jóvenes que perdieron sus ojos en las protestas. Tomaj Salehi, un joven rapero, está en la cárcel y está sentenciado a muerte. ¿Cómo puedes ser feliz? Sé que estar aquí es un éxito para el cine independiente iraní, pero no es suficiente y ha requerido mucho trabajo. Sinceramente, no pienso en los premio, solo en podar contar la siguiente historia sobre todas las cosas que han ocurrido”, dice con sinceridad.
La inspiración en la cárcel
The Seed Of The Sacred Fig es una película que, irónicamente, nació durante el periodo del cineasta en la cárcel. Vivió desde dentro el inicio de las revueltas de las mujeres en Irán junto a otros presos, que se emocionaban viendo lo que estaban logrando. Cuando salió de allí, un funcionario de prisiones le confesó que quería ahorcarse frente a la entrada de la cárcel por su cargo de conciencia por las cosas que había hecho y visto. Finalmente no lo hizo. “Historias como estas me convencen de que, en algún momento, el movimiento de mujeres en Irán tendrá éxito y alcanzará sus objetivos. Las represiones del Gobierno pueden mantener la situación temporalmente bajo control, pero en algún momento se rendirá a las demandas del movimiento”.
Dirán que me pagan extranjeros para hablar en contra del gobierno, que trabajamos para el enemigo. Eso es lo que siempre hacen los totalitarios y los dictadores
Quizás por ello su película acaba con esas imágenes reales de las protestantes, en vez de la represión. Una mirada al futuro tras el viaje al que Rasoulof somete a los espectadores. Una película tensa, incómoda, que muestra cómo la corrupción moral del régimen se cuela por todas las rendijas, también en las de una familia que acaba en una espiral de destrucción. Pero también una familia donde las adolescentes son capaces de plantar cara al orden establecido y representado por ese patriarca que antepone su país a todo y que sería capaz de realizar cualquier cosa que le dijeran por mantener su posición de poder.
Al ser preguntado cómo pudo rodar en Irán una película tan crítica contra el régimen, hasta recurrió al humor que no pierde. “He estado 20 años haciendo películas en la clandestinidad y esquivando la censura, así que creo que me he convertido como en un gángster de la producción cinematográfica clandestina de Irán. Cuando me ofrecen ir a enseñar en escuelas les digo que lo único que puedo enseñarles es cómo hacer películas sin ser vistos”, dijo entre risas antes de volver a ponerse serio: “Lo más importante es encontrar personas que piensen como yo o que tengan metas como las mías y trabajar con ellas”.
Cree en el cine como “un trabajo colectivo”, en el que él tiene el privilegio de sentarse con los periodistas, pero tiene claro que “la película es de todos los que trabajan en ella”. Por eso cree que las buenas películas no se miden por el dinero: “Una película como esta no se hace gracias al dinero, sino a las ideas y las creencias de las personas que trabajan en ella. El dinero que se ha gastado en hacer esta película es quizás una décima parte del salario de una superestrella del cine iraní”. Respecto a los elementos técnicos para rodar sin ser detenidos, Rasoulof explicó que ha sido tantas veces interrogado y detenido que ya hasta sabía desde dónde le controlaban.
El régimen ya ha comenzado su proceso de difamación, y el director subraya que en la película hay material documental que es imposible negar, pero sabe lo que argumentarán: “Dirán que me pagan extranjeros para hablar en contra del Gobierno. Que soy una persona ignorante. Hay una escena en la película, cuando el padre le dice a su hija que todo lo que pasa en la sociedad es obra del enemigo. Pues ellos dicen lo mismo de nosotros, que trabajamos para el enemigo, y eso es lo que siempre hacen los totalitarios y los dictadores”.
Pide no perder la esperanza, y que el mundo no caiga en la desesperación. Que todos actúen. Y a la prensa, que no calle. Que cuente lo que ha pasado con su película para que los actores y técnicos que siguen en Irán y son perseguidos puedan vivir en paz. Sabe que es difícil, que cada día una guerra nueva reclama la atención de los medios, pero también que no se pueden poner excusas: “Lo que importa es el trabajo constante. Asumamos que podemos influir en cómo funciona esta maquinaria. Nosotros como individuos tenemos que usar nuestro propio espacio para que las cosas cambien”.