Entre 1966 y 1976, Mao Zedong impulsó un movimiento social y educativo que removió los cimientos de la sociedad china. Con el fin de extender la influencia real del comunismo a todos los niveles, se llevó a cabo una “reeducación” de gran parte de la población que se tradujo en un aumento de poder del Partido Comunista y la persecución y eliminación de todo pensamiento que oliese a diferente a lo promovido por sus postulados ideológicos.
No sería demasiado osado afirmar que para entender las implicaciones de la Revolución Cultural china a través del séptimo arte, la figura de Zhang Yimou es un pilar importante, por no decir fundamental. Su mirada sobre el conflicto ha conseguido internacionalizar las consecuencias psicológicas que tuvo en los habitantes del país más poblado del mundo.
Ya fuera haciendo hincapié en cómo la revolución cambiaba el seno de una familia unida en Vivir, con la que ganó el Gran Premio del Jurado en Cannes de 1994, o la imposibilidad de amar libremente en Amor bajo el espino blanco, Yimou ha vuelto constantemente a replantearse lo que esta época significó para sus compatriotas. Junto a él, ejemplos como el del cine de Chen Kaige y títulos como Adiós a mi concubina o El rey de los niños, se erigen como complemento acertado para evaluar el calado histórico de la revolución.
Una mancha en la memoria colectiva que ha quedado, para ambos realizadores, como una cicatriz mal cauterizada y nunca del todo curada, marcando el carácter de toda una nación.
Es esta herida emocional sobre la que vuelve, conociendo bien el terreno que pisa, en Regreso a casa: un melodrama romántico sobre la amnesia, colectiva o individual, que han tenido que adoptar la generación de “reeducados” para poder hacer frente al día a día de la China posterior a la muerte de Mao.
Olvidar para enamorarse
La historia nos sitúa en plena Revolución Cultural. Un preso político escapa de un campo de trabajo para reunirse con su mujer e hija. La niña, que ve un peligro en el retorno de su fugitivo padre, le denuncia y la familia no consigue reunirse. Los años pasan, Mao Zedong fallece y los presos empiezan a ser liberados. Pero cuando el padre de familia pueda legalmente reunirse con su esposa, descubrirá que sufre de amnesia psicógena y es incapaz de reconocerle.
Parece que, en esta ocasión, Zhang Yimou está cómodo sin aspirar a un cine mayúsculo que nos recuerde a películas de grandilocuencia visual como La linterna roja o Hero. Filmes muy diferentes entre sí pero con una capacidad para manejar la épica de una manera emocional que desarma al espectador desprevenido.
En Regreso a casa encontramos otro tipo de épica cargada de tristeza. Yimou la deja patente en detalles. Pequeñas pistas que nos hablan de lo paradigmático de este amor imposible. Un preso lavándose la cara en un charco de una estación de trenes en la que nadie conoce a nadie. Una bailarina excelente a quien niegan un papel importante por tener un padre “derechista”. Una mujer sin recuerdos que nunca cierra la puerta por si su marido vuelve a casa algún día. Pinceladas que nos hacen pensar que los protagonistas son individuales pero sus historias son colectivas. Se lee entre líneas la voluntad de discurso político de toda una generación obligada a olvidar para sobrevivir y volver a amar.
Para transmitir, Yimou carga en las espaldas de la actriz Gong Li un papel que sólo podía hacer ella. La intérprete vuelve de nuevo al cine de su examante con un portento de delicadeza y tristeza encapsulada que hace de su interpretación lo más atractivo del filme.
Tal vez sería osado decir que la condición de antiguos amantes (director y actriz vivieron un romance dentro y fuera de la pantalla a pesar de que él estuviese casado) influye en la interpretación que Gong Li hace del amor en Regreso a casa. Pero es cierto que subyace una veracidad en la tristeza de no verse reconocido en los ojos de quien una vez amaste, que es difícil transmitir si no se ha vivido. Hay magia en su mirada y Yimou la sabe captar.
Geling Yan y las grandes mujeres chinas
En la película, Gong Li interpreta a una de esas grandes mujeres que sufrieron en silencio la Revolución Cultural. Ella es la verdadera protagonista de la novela de Geling Yan en la que se basa el film.
Con más de veinte títulos a sus espaldas, la autora es una de las escritoras chinas más leídas del mundo. Después de abandonar su país tras los hechos de Tiananmén, ha recorrido el mundo publicando obras traducidas en catorce idiomas, y escribiendo guiones para el cine asiático y el hollywoodiense.
Es la segunda vez que Zhang Yimou adapta una de sus novelas. En 2011 llevó al cine Las flores de la guerra, una poderosa adaptación de Las trece mujeres de Nankín que se consideró en su momento la película más cara de la historia del cine chino. El relato es también uno de sus pocos títulos de la autora que se pueden encontrar en castellano junto con La novena viuda, ambos publicados por Alfaguara.
Aquella historia narraba las desventuras de un grupo de prostitutas y otro de alumnas de un convento en mitad de la segunda guerra chino-japonesa. La mujer era entonces el sintetizador del trauma histórico, pero también el único antídoto para su superación.
Lo que persiste sobre el relato es que China parece haber superado su pasado pero no lo ha hecho con un final feliz. Está claro que las cosas cambian pero la historia sigue ahí, exactamente en el lugar de la memoria en el que decidimos dejarlo. Añorarla puede ser tan peligroso como ignorarla.