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Richard Linklater viaja a la Luna y a su infancia en una película divertida y entrañable

Stan, el joven protagonista de 'Apolo 10 1/2: Una infancia espacial', lo nuevo de Linklater

Javier Zurro

1 de abril de 2022 22:43 h

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En los últimos años, los directores (hombres) han utilizado el cine para revisar su pasado. Como ya hiciera Fellini en Amarcord, cineastas como Pedro Almodóvar, Paolo Sorrentino, Alfonso Cuarón o Kenneth Branagh han utilizado sus películas para repasar momentos de su vida que supusieron un punto de inflexión. Entre ellos hay diferencias en lo estético y en lo ético. Cuarón lo hace desde el sentimiento de culpa burgués, Sorrentino desde la idealización absoluta, Almodóvar como herramienta para hablar sobre la creación y el deseo (dos de sus obsesiones), y Kennet Branagh, desde la equidistancia.

A todos ellos se une ahora Richard Linklater (Boyhood, Antes de amanecer). Lo hace con sus propias normas. Mientras que en todos los ejemplos anteriores la característica principal era la gravedad, la consciencia de la importancia de lo que se cuenta, Linklater lo hace desde lo lúdico. No hay ninguna voluntad de psicoanalizarse y abrirse en canal a través de su nueva película, Apolo 10 1/2: Una infancia espacial. Aquí solo hay una voluntad radical de recuperar la ilusión y las ganas de divertirse de cuando uno es niño.

Es inevitable pensar en este filme como un título autobiográfico. Es cierto que Linklater no tuvo tantas hermanas y que hay muchas cosas que le diferencian de su joven protagonista, Stan, pero sí que nació y se crió en Houston en las mismas fechas, por lo que la reconstrucción de un tiempo concreto y de un momento vital concreto parten de sus propias experiencias. No hay pretensiones de marcar un momento fundacional en su carrera, ni de analizar cómo cambió el mundo en los años 60 —aunque nunca pierda de vista la importancia del momento histórico—, y eso se agradece. Por eso recurre a la fantasía. Apolo 10 1/2 tiene una fuga de escape que hace que se convierta en un cuento de ciencia ficción más que en un ejercicio ombliguista de revisionismo.

Su joven protagonista es un niño que, sin venir a cuento, recibe una misión surrealista, ir a la Luna antes de que lo hagan Armstrong, Aldrin y Collins. ¿El motivo? La NASA ha metido la pata y ha construido un módulo lunar más pequeño en el que solo cabe un chaval de su edad. Una idea original, divertida y magnífica para contar también cómo toda una ciudad dependía de los puestos de trabajo que creaba. La excusa de la misión lunar da pie al verdadero motor del filme, recrear un tiempo y una sensación concreta: la de estar vivo, la de ser niño y no tener que preocuparse por nada más que por jugar a balón prisionero, tomar helado e ir al cine. Para ello, Linklater recurre de nuevo a la rotoscopia, su peculiar estilo de animación que ya utilizó en A Scanner Darkly y que consiste en rodar la película y luego convertirla en animación 'dibujando' sus fotogramas.

Una vez Apolo 10 1/2 presenta su excusa narrativa, el director da al stop y, en un largo flashback, cuenta cómo era la vida de los niños en los 60 en Houston. Una reconstrucción del momento cultural a través de la música, los programas de televisión, las películas (desde 2001, una odisea en el espacio a El mago de Oz) y las estrellas del momento. También de las dinámicas familiares y sociales que regían una sociedad. Una década en la que la tecnología empezaba a entrar en las vidas, pero que todavía no las dominaba. Hay en Linklater cariño por sus personajes, amor en lo que cuenta y una falta de pretensiones. Su única pretensión parece divertirse y divertir. 

Uno de los riesgos de una película como esta era caer en una nostalgia excesiva. Por supuesto que hay nostalgia en el filme de Linklater, pero el punto de vista elegido (el de la ensoñación infantil) es tan cristalino que no hay en su película una idealización del pasado. De hecho, el director apunta constantemente al contexto histórico y su importancia. Hay constantes menciones a Vietnam, a la lucha por los derechos sociales, a la Guerra Fría, a la hipocresía de la sociedad americana. 

Hay también, y es uno de sus grandes hallazgos, una mirada a asuntos como el complejo de clase. Stan, el protagonista, se avergüenza de su padre porque es quien recibe el correo en la NASA y no un ingeniero. De hecho, la aventura lunar parece casi un acto de rebelión infantil contra el origen obrero de sus padres, que finalmente son quienes le arropan en la cama tras ver la auténtica misión lunar. La película describe con ternura a esa familia de clase trabajadora que no entiende un mundo en cambio y que intenta cumplir con lo que les han dicho que debe ser una familia perfecta. Todo ello sin diatribas, sin frases pomposas y sin ponerse serio, porque a Apolo 10 1/2 se va a jugar y a disfrutar, y Linklater lo consigue tanto que hace que durante una hora y medio uno se sienta niño de nuevo. Una pena que Netflix, su productora, haya enterrado su estreno y lo lance casi sin promoción bajo su otra docena de nuevos productos. La película, y Linklater, merecen más atención.

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