Rodar en analógico en tiempos de Netflix, un acto de resistencia cultural y política
En tiempos de Netflix, de algoritmos y nubes, lo físico se ha convertido en un acto de rebelión. La película analógica parece un objeto del pasado. Ahora los directores hacen sus obras con escuadra y cartabón, mediante fórmulas matemáticas que dicen dónde hay que meter un giro para que el espectador no se vaya a otro título de la plataforma. Estas rarezas que atentan al statu quo se proyectan también de forma analógica, sin digitalizar la película. Rodar así no es un capricho, no es un canto a la nostalgia, sino una decisión moral y política que coloca al director en un lugar concreto. En unos márgenes cada vez más separados de todo. Hasta el cine más autoral que llega a las salas acaba pareciéndose entre sí, mientras unos cuantos francotiradores se alejan de todo.
Estos directores, que no llegan a los Goya ni copan portadas de revistas, no son ermitaños solos en la montaña. En los últimos 15 años en España ha surgido un movimiento que reivindica la película como acto de resistencia cultural y política. Comunidades heterogéneas, sobre todo en lo temático, que quieren mantener la cultura del cine analógico. Intercambian materiales, se aconsejan, se enseñan e influyen. Un grupo donde la amistad también ha cristalizado en directores de tres generaciones diferentes en localidades como Madrid, Barcelona, A Coruña y San Sebastián.
Su trabajo empieza a tener visibilidad, y en Nueva York se les dedica una retrospectiva desde dos instituciones tan importantes como el Museo de la Imagen en Movimiento (MoMi) (este sábado 13 de mayo) y el Antology Film Archives (13 y 14 de mayo). Bajo el título de Colección Privada: The Super-8 and 16mm Scene in Spain, se recogen 33 películas y dos performances de cine expandido de 24 cineastas que trabajan en España y cuyas obras se han mostrado individualmente en festivales y cinematecas de Europa, Latinoamérica y Canadá, pero solo de manera muy limitada en Estados Unidos. Unos directores que, como los definen los comisarios del ciclo, Francisco Algarín Navarro y Carlos Saldaña, “cultivan un cine en tensión con lo cotidiano en un afán por capturar o conjurar la experiencia”.
Son ellos los que mueven y logran que esta retrospectiva sea una realidad. Lo hacen porque llevan tiempo dándose cuenta de que “estaba sucediendo algo muy importante en relación con el cine analógico”. “Mientras que todo el mundo estaba hablando mucho del gran año del cine español el año pasado y ya se vaticinaba otro gran año para 2023, este cine estaba totalmente silenciado, y es algo que estaba pasando desde hace bastantes años. No son solo directores españoles, sino que vienen de otros lugares y confluyen aquí y se quedan viviendo aquí, y eso aporta mucho, no solo desde la propia realización de películas, sino compartiendo las enseñanzas de otros lugares, de otros laboratorios”, cuentan los comisarios.
Nombres como los de Valentina Alvarado Matos, Juan Bufill, Blanca García, Jorge Suárez-Quiñones Rivas o Carlos Vásquez Méndez, que estarán presentes en Nueva York para acompañar las sesiones y ejecutar las obras performativas. O el de Ana Pfaff, famosa por su excelente trabajo de montaje en Alcarràs y que también pertenece a este grupo que Francisco Algarín y Carlos Saldaña creen que forman parte de una época única. “Sinceramente, no se nos ocurre un momento histórico tan importante en el que haya habido un grupo como este. Ni en la escuela de Barcelona había este intercambio. Había varias personas haciendo cosas más o menos interesantes, pero no había ese intercambio que hay ahora. En el caso del cine experimental siempre habían sido casos muy aislados como Val del Omar o Zulueta. Ahora comparten, crean laboratorios. Eso, por ejemplo, jamás había existido, mientras que en otros países, sí”, explican sobre este ecléctico colectivo.
Estas películas son políticas de una forma más profunda más seria que las películas que consideramos ‘industriales'
Ahora, tras programar el ciclo, les ha dado tiempo a pensar en los motivos que han hecho que todo explote en este momento único que también apuntan que es “muy nuevo, y en tanto que es nuevo, es muy frágil”. Señalan como elemento clave que “toda la cadena esté cubierta” en España. “Hay centros de producción, se notan las mejoras en San Sebastián, el S8 (Mostra Internacional de Cinema Periférico en A Coruña) que tiene un convenio con un laboratorio de Toronto de donde salen las mejores películas que para nosotros hay cada año en el cine español. Por otro lado, hay laboratorios. Aquí ya se puede revelar. No hace falta ir a Berlín o a Holanda, que era donde había que ir antes. Hay festivales que muestran ese trabajo y que le dan el papel central que merecen, centros como el CCCB, el Círculo de Bellas Artes… Hay escuelas de cine específicamente orientadas al cine experimental, como es el caso de Madrid o Zine Eskola Elías Querejeta… Digamos que todas las fases, desde la producción al laboratorio, desde la enseñanza hasta la exhibición, están cubiertas por una red de personas que se conocen y que están en contacto, en constante diálogo y que van en la misma dirección”.
A pesar de señalar lo excepcional de este momento, también vuelven a subrayar su fragilidad, porque “estas instituciones no son ricas ni tienen el futuro asegurado, sino que son muy precarias en el sentido de que requiere un esfuerzo titánico por las personas que las llevan. Se tienen que enfrentar muchas veces a personas que no entienden muy bien por qué se sigue haciendo cine analógico, qué necesidad o si esto realmente es fruto de un estar remando contracorriente”, añade.
Una decisión que ambos programadores tienen claro es que es “política” y también lo es “en lo narrativo porque muchas de estas películas están directamente centradas en el cuerpo y la identidad”. “No es por nada, pero ese cine lo trabajo de una forma muchísimo más profunda y más seria que las películas que yo considero ‘industriales'. Estas películas tienen una reflexión y una conexión con el feminismo. En estas películas filman sus cuerpos, sus problemáticas, ponen el cuerpo en primer plano, y eso supone exponerse, lo cual es el máximo nivel de relación con su propia intimidad. Por ese lado hay discurso directamente político, pero también hay una relación con la biología, con la ecología. Hay muchísimas cuestiones. Pienso en el trabajo de Yonay Boix, en el que están todas las manifestaciones del procés en Super 8, y son películas como muy agitadas, con un montaje que compara con un músico de batería porque él tocaba la batería. A nivel político son muy fuertes. Es explícitamente político, pero luego también es el gesto de rodar en analógico, por supuesto”, explica Algarín.
Autores que reivindican los materiales con los que se hace el cine, porque “el cine es imagen en movimiento, sí, pero también es el soporte en el que trabajas y no va a ser lo mismo si usas una cámara digital que una de estas, si tienes un carrete que dura tres minutos, que cuesta lo que cuesta, que no se monta igual, que puedes conseguir otros efectos que con la cámara analógica”. No se trata solo de jugar y conocer, sino de “darle al público a explorar todas esas aventuras estéticas que solo pueden tener lugar en analógico”. Algo que también tiene que ver con la proyección. Mientras que cineastas como Nolan o Tarantino siguen rodando en película, sus películas luego son digitalizadas para proyectarse en cines convencionales, mientras que en el ciclo las películas se proyectan en su formato original. Una decisión, mostrarlas en ese formato, que también es un riesgo, ya que muchas de ellas son copias únicas que podrían dañarse y desaparecer para siempre, algo que dota a este ciclo de un aura de experiencia única. Un cine político y radical en su fisicidad en tiempos de nubes y visionados online.
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