Antes del estreno de este spin-off había razones de sobra para pensar que íbamos a ver lo nunca visto dentro los canones de la saga galáctica. En primera instancia, su condición de filme independiente al carácter episódico habitual permitía ampliar algunos de los subtextos más interesantes del universo creado por George Lucas.
Podía ser la oportunidad de ver la vida de una galaxia sin batallas épicas, esa de bajos fondos y bares oscuros que tanta atracción creaba en las películas. Mundos de una estética sci-fi sucia y desgastada que quedaba como telón de fondo de la historia de la familia Skywalker.
También podía ser el momento de la mirada joven sobre el material viejo. Cuando J.J. Abrams dirigió el episodio VII ya era uno de los nombres más importantes de la industria. En cambio, Gareth Edwards era casi un outsider a pesar de haber dirigido Godzilla y Monsters. Pocos conocían su nombre y habían visto sus obras antes de que rodase Rogue One. Ante todas estas puertas abiertas los responsables de esta película han optado por innovar lo justo: Rogue One es un refrito de todo lo que funciona y define a la saga. ¿Queríamos algo más?
Caminos viejos con baldosas nuevas
Esas historias fuera de foco que gracias a la mercadotecnia hemos convenido en llamar 'universo expandido' encerraban un buen puñado de cuestiones de un potencial inaudito. En series aparentemente inanes como Las Guerras Clon, de Dave Filoni, se trataban temas como el debate interior de un soldado con sus obligaciones y sus voluntades, el extremismo religioso de los jedi o las razones para no pertenecer a ninguno de los bandos de la contienda eterna. Rogue One tenía la oportunidad de recoger el testigo.
Sin embargo, empieza su andadura de manera errática: durante algo más de veinte minutos la presentación de personajes se mezcla con historias de origen -flashback innecesario incluido-, saltos constantes de ambientes sin consecución narrativa y conflictos pretendidamente trascendentes.
Sus tropiezos se van haciendo evidentes cuanto más se empeña en repetir, por supuesto respeto, todo lo que resulta clásico en la saga. En Rogue One, lo que funciona se ve lastrado por patrones rítmicos, calcados desarrollos dramáticos y escenas de fingida emotividad.
Mientras detrás de lo formal se teje un discurso oscuro que va más allá de lo cinematográfico. Algo que nos habla de los límites de explotación de la nostalgia y de la capacidad de la industria para presentarse como buitre carroñero y recibir el aplauso del fan. La prueba del delito es demasiado obvia: un insistente homenaje al fallecido Peter Cushing revivido mediante CGI que pone los pelos de punta.
Hace no demasiado, Ari Folman ya reflexionaba en la visionaria The Congress sobre un Hollywood en el que la captura de movimiento hacía películas con actores ya fallecidos, imitando virtualmente su rostro y sus gestos. Capturando artificialmente sus sentimientos.
Una vieja esperanza
A pesar de todo, la crítica flaquea si se acepta la funcionalidad de Rogue One como un entretenimiento galáctico, si dejamos de lado la capacidad de fascinación que caracterizaba la saga y la aceptamos como un blockbuster de indudable calidad.
Entre sus aciertos se cuenta el gancho de unos secundarios más que icónicos. Donnie Yen compone un monje ciego que atrapa a la audiencia en cada aparición. El toque cómico del droide inevitablemente sincero tiene una chispa casi inagotable. Y Diego Luna encarna con convicción un personaje de claroscuros.
En ese sentido, la película de Gareth Edwards se nos presenta como un sólido entretenimiento con hallazgos eficaces. Su tercer acto bélico transmite energía y una lucidez en la puesta en escena por encima de lo utilitario. Al mismo tiempo, la atención al detalle en la planificación de algunas escenas de acción resulta ciertamente refrescante.
A todo ello se le suma una interesante novedad que ya hacía falta en Star Wars: la dudosa moralidad de algunos actos del bando rebelde –el de los buenos– introduce un componente de complejidad, que tiene que ver más con la motivación personal que con los grandes ideales.
Al final todo se resume en un concepto clave dentro y fuera de la pantalla: la esperanza. Dentro porque es el sentimiento que mueve cada elemento del universo creado por George Lucas. Fuera porque año tras año repetiremos la operación de creer en un blockbuster de calidad que emocione al fan y al visitante ocasional.