‘Salve María’, la maternidad real y sin filtros es una película de terror brillante

Valladolid —
24 de octubre de 2024 22:53 h

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Las mejores películas de terror son aquellas que conectan con nuestros miedos más primarios. Aquellas que unen lo que nos asusta en la pantalla con lo que realmente nos acojona en la vida real. Las que te hacen saltar de la butaca sin golpes de efecto ni subidones de música. Muchos han rebautizado a esas películas de género que hablan de temas sociales y/o políticos como 'terror elevado', pero se olvidan que los clásicos de miedo siempre han unido los temores del momento en que se realizaban, como el miedo a las armas nucleares en La noche de los muertos vivientes (1968).

La llegada de directoras al cine y al género ha hecho que otros temas entren en la ecuación. Sin duda la maternidad es uno de ellos. Ahí está Babadook, de Jennifer Kent, como gran y reciente ejemplo. Pero el terror no tiene por qué estar basado en apariciones paranormales ni asesinos en serie, hay terrores que se encuentran en la cotidianeidad, en el día a día, en la dura rutina.

Eso es lo que consigue Mar Coll con su esperado regreso al cine tras muchos años (demasiados) sin dirigir un largometraje. El último, Todos queremos lo mejor para ella también se presentó en Seminci hace 13 años. El mismo festival donde ha proyectado Salve María, su excelente filme que convierte la maternidad real y sin filtros en una película de terror que da mucho más miedo que cualquier de las que se estrena cada semana en salas de cine.

Mar Coll cuenta el día a día de una escritora que ha sido madre y que no desarrolla ningún vínculo de cariño como el que ve en las otras mamás del parque o las clases a las que acude para ser una madre moderna y apegada. Tiene un marido joven que la quiere y que se preocupa por el niño, pero que no se plantea cogerse la baja para ayudarla con la crianza o para que ella vuelva a escribir.

Un acontecimiento, la noticia de una madre que ha ahogado a sus dos bebés en una bañera, hará que todo se trastoque, que su imaginación viaje a sitios donde no quiere que vaya, ¿sería ella capaz de hacerlo?, ¿estaría mejor sin su bebé? Esas son las incómodas y valientes preguntas que realiza Mar Coll en un filme con estructura de ópera -separada en actos y con la maravillosa música de Zeltia Montes acrecentando esa sensación de tragedia inevitable-, que simplemente muestra la cotidianeidad de muchas madres a las que no se las escucha porque su discurso molesta. Si lo hacen son señaladas como malas madres. 

¿Cuántas mujeres conocemos que sean capaces de expresar verbalmente sus dudas hacia la decisión que han tomado?, ¿cómo alguien puede quejarse de lo que siempre se ha vendido como ‘la mejor decisión de la vida’? Salve María, como ven, lanza dardos incómodos a la cara del espectador. No ofrece soluciones, pero pone a una protagonista que intenta sobrevivir a pesar de todo. A pesar de resultar antipática o borde.

Aunque no se puede decir que el filme sea una obra de terror canónica, lo que ocurre en la pantalla asusta y sobrecoge, e incluso en las fugas oníricas que plantea la directora -como siempre escribiendo el guion junto a Valentina Viso- coquetea de forma directa hasta con el body horror, ese que tan de moda está gracias a títulos como La sustancia. Porque el cuerpo de la mujer es siempre uno de los grandes olvidados cuando se habla de la maternidad. Son cuerpos mutantes, cuyos pechos cambian y duelen. Cuyos estómagos incluso han sido rajados por la mitad para poder sacar al bebé. Hay en Salve María una apuesta decidida por mostrarlo sin cortapisas.

Al frente de todo ello una presencia hipnótica, la de Laura Weissmahr, actriz casi desconocida en cine aunque conocida por la obra de teatro Falsestuff, de Nao Albet y Marcel Borras y que realiza una de las interpretaciones del año. Una que debería acabar en forma de Goya. Weissmahr es un cuerpo que se arrastra dolorido. Una interpretación de la que uno no puede apartar los ojos y que clava cada duda, cada arista. Es tan antipática como tierna. Tan real que asusta. A su lado, un Oriol Pla siempre en su sitio como el marido aliado que no se entera de nada. Sin duda nos encontramos ante una de las mejores películas españolas del año.

Madres arrepentidas

Aunque hayan pasado 11 años desde Todos queremos lo mejor para ella, Mar Coll no siente que haya estado completamente parada. Entre medias una serie tan autoral como Matar al padre y la dirección de un proyecto de amigos como Esto no es Suecia -reciente ganadora del Ondas a la Mejor serie de comedia-. Pero también reconoce que entre medias llego la maternidad y la pandemia. No es que tener un hijo inspirara esta película, pero sí que cuando se juntaba con su guionista, con la que es amiga desde los diez años, ambas se dieron cuenta de que “cuando una es madre prácticamente solo se habla de esto”. 

El puerperio es un momento muy frágil y tenía todos los elementos que se podían aplicar en una película de género. El terror es un terreno muy fértil a nivel creativo

“Era muy difícil que no fuera una película sobre madres porque era el tema. Yo tenía un bebé de un año, y en ese momento, cuando nos sentamos a decidir qué peli íbamos a hacer, solo hablaba de bebés cuando tienes un bebé de un año”, recuerda. Eso sí, tenía que llevar el sello marca de ambas, y eso significa “pensar las cosas desde el cuestionamiento”. “Nos parece más estimulante eso que abrazar un discurso más conservador o más tradicional, más mayoritario. Siempre buscamos la grieta y desde ahí trabajamos. La novela -Las madres no de Katixa Agirre- ya tenía un discurso disonante sobre la maternidad y queríamos que así fuera la película, y en ese sentido puede parecer más escandalosa, provocadora o resultar más indigesta, porque hemos cogido el punto más escorado”, añade.

Ese punto es el de una madre que no puede verbalizar lo que querría y es algo tan sencillo y complicado a la vez como decir ‘me arrepiento’. “Hace años oí hablar de ello, y leí un libro que no me acuerdo el título que daba testimonios de madres, algunas incluso de forma anónima, que se arrepentían de serlo. A mí esto me generaba un rechazo. Todavía no era madre, seguramente fuera por esto, porque antes de ser madre eres hijo y tienes la idea de que tu madre ha nacido para cuidarte a ti”, apunta. 

Cree que cuando pasa eso siempre se piensa en una madre enferma, mentalmente inestable, o en situación de precariedad, como si algo tuviera que ocurrir para arrepentirse, “pero no es así”. “En las clases antes del parto nos hicieron mucha pedagogía sobre que la vinculación no era inmediata, o que podía haber sentimientos de rechazo, que estaba la depresión posparto… muchas cosas que sigue siendo muy íntimas y muy poco exploradas porque no están en nuestro marco mental como sociedad”, subraya.

Un terror incómodo

Para generar esa incomodidad “la idea era hacer una película de terror”. “Eso es lo que nos gustaba de la novela de Katixa, que esta premisa se llevaba más hacia el thriller. Nos encantaba la idea de jugar con el lenguaje y hacer una peli diferente para nosotras también, algo que es estimulante. Pensábamos que esta primera parte de la maternidad, que es el puerperio, es un momento muy frágil que casaba perfectamente con el género. Tenía todos los elementos: el cuerpo, el miedo, la asfixia… y eso se podía aplicar en una película. El terror es un terreno muy fértil a nivel creativo”.

Lo que tenía claro es que quería una película “expresiva, porque el tema es muy contundente”. Una película “que no fuera fría, tibia, discursiva o intelectual”. “Se ha escrito sobre la maternidad suficientes artículos y suficientes libros como para hacer una película de discurso o de tesis. Queríamos una experiencia vibrante y trepidante, que te cogiera de la mano y no te soltara hasta el final. Que estuvieras cerca de esa angustia. Que no estuvieras en una posición analítica, sino totalmente pegado a la protagonista”.

Ahí entra también el cuerpo y su importancia en un embarazo: “Éramos conscientes de que parte de los elementos de la maternidad juegan con el terror y tienen que ver con el cuerpo o los fluidos. Un parto y un embarazo es una cosa marciana. Hay una transformación muy bestia en poco tiempo. Es algo, en cierta manera, agresivo. La lactancia, los fluidos, los pañales, la piel. Estás siempre desnuda, siempre con el pecho fuera. Y en ese sentido eso tiene un impacto”.