El cine construye relatos e imaginarios. El wéstern, el genero que dominó Hollywood durante años, inculcó una historia oficial que poco tenía que ver con la realidad. Para ellos, en el lejano Oeste los malos eran los indios. Salvajes, despiadados y crueles. Daba igual que les hubieran arrancado sus tierras y masacrado a su gente, para Hollywood eran los colonizadores los que tenían el derecho sobre el paisaje y sobre el relato. El resultado fue impecable. Los niños juegan a indios y vaqueros, pero son los segundos los buenos y los primeros los enemigos, a los que hay que matar.
Mientras que el cine y la ficción han ido corrigiendo representaciones, especialmente en los últimos años, el ajuste de cuentas con la comunidad nativa americana no terminaba de darse. Las revisiones del wéstern se han hecho desde el género, o desde una mirada posmoderna, pero nunca atacando a esos principios fundacionales que establecieron esas películas. De alguna forma lo hacía Kelly Reichardt, mostrando en First Cow que en el inicio de todo solo estaba el capitalismo más desatado, pero no prestaba atención a la cantidad de reservas indias destrozadas y aniquiladas.
Ha tenido que llegar Martin Scorsese para clavar su bisturí a los cimientos de la historia de EEUU. El director decía en la previa de estreno del filme en el Festival de Cannes que esta era una película importante. Ese era el adjetivo que utilizaba. Y vaya si lo es. Killers of the flower moon es un acto de memoria histórica, de justicia y una petición de perdón. Y por empezar por el final lo hace con una última escena que, si bien conviene no revelar, es uno de los momentos más potentes que uno recuerde en la filmografía de un director que ha regalado decenas de ellos. En vez de acabar con las dichosas cartelas que cuentan lo que ocurrió después con las personas reales en las que se basan los personajes, Scorsese se saca de la manga un truco de absoluto genio para contar la historia de la comunidad Osage y para entonar un mea culpa que todavía no ha llegado desde la ficción. Es imposible no emocionarse con esa declaración sincera y honda entonada por el director. Puede que en su conjunto el filme no sean tan redondo e impecable como El irlandés, pero su honestidad cala hondo.
La adaptación del libro de David Grann se convierte en el primer wéstern de Scorsese, aunque pasado por su filtro se transforma en un wéstern de mafiosos. Podría ser perfectamente uno de los filmes de gánsters del director, solo que en los años 20. Los temas de Killers of the flower moon son los que siempre le han obsesionado: la corrupción y la avaricia como el comienzo de todo. La desaparición de los valores. Lo que aquí es diferente es que une todo ello al inicio de EEUU como país moderno. Un país que se construye sobre el genocidio, primero de las comunidades nativas, y luego de la comunidad negra. Un país que se basa en la corrupción y el racismo. En un supremacismo blanco que se materializa en cuanto aparece el dinero.
La película cuenta la historia real de la comunidad Osage, que desde 1920 y durante años se convirtió en la más rica del país. La tierra que les concedieron estaba llena de petróleo, lo que les transformó en nuevos ricos, algo que los blancos no iban a permitir. A través de la obligación de tener tutores legales establecieron una red de asesinatos que acabó con la vida un gran número de miembros de la comunidad. A través de la historia real de Molly Burkhart, Scorsese cuenta una página oscura de la historia de EEUU, pero una que sirve como resumen de otras muchas. Una que, por supuesto, no suele contarse en los colegios.
Hay que decir que a Killers of the flower moon le falta la hondura histórica que sí tiene el ensayo periodístico de Grann. Scorsese comienza dubitativo, con la imperiosa necesidad de contar muchas cosas en poco tiempo, y eso hace que no se explique en profundidad la historia de los nativos, su transformación en ricos y cómo poco a poco fueron privados de sus derechos. También prescinde de la parte que el libro dedica a la creación del FBI, a la aparición de investigadores privados que sustituyen a la obsoleta figura del sheriff en un país que busca imponer algo de orden en su salto a la modernidad. A cambio une la aniquilación de los Osage con la aparición del Ku Klux Klan y con los motines raciales de Tulsa en el Black Wall Street de 1921 que también (y tan bien) retrató la serie Watchmen.
Entre los cambios destaca la poca importancia que le da Scorsese en mostrar quiénes son ‘los malos’ desde casi el comienzo. No le interesa el suspense, sino mostrar el modus operandi que la comunidad blanca ideó para acabar con el resto. Para imponer un supremacismo racial que todavía hoy sigue. Calma su nervio cinematográfico, aunque sus largos y virtuosos planos siguen ahí. El montaje de Thelma Schoonmaker es una filigrana. Un ejercicio de estilo que logra que todo cuadre a pesar de la complejidad de la historia. Se ha hablado mucho de la duración del filme, que roza las tres horas y media, pero es imposible contarla en menos tiempo. Hasta falta. Uno podría estar dentro de Killers of the Flower moon durante horas y seguiría siendo apasionante.
La capacidad de Scorsese de seguir creando escenas que se claven en la retina sigue siendo sorprendente. Desde el baile inicial de los Osage entre petróleo a cámara lenta; al terrorífico plano de toda la mafia (blanca) mirando al personaje de Leonardo DiCaprio. El actor se arriesga con una interpretación que comienza en la mueca y acaba convenciendo. Un personaje patético que se cree sus mentiras. Que ama el dinero por encima de todo. A su lado un Robert De Niro descomunal como el tío de DiCaprio. Un personaje escrito para él que le sienta como un guante. Suyas son las mejores escenas y los mejores diálogos que paladea como dardos envenenados. A su lado la sorpresa de Lily Gladstone, descubierta por Kelly Reichardt en Certain Woman y que estaba a punto de dejar la actuación cuando Scorsese le hizo este regalo como actriz y como descendiente de nativos americanos. Una película contundente, eléctrica y, aunque a muchos no les guste, necesaria. Un ajuste de cuentas con la historia a través de uno de los grandes maestros de la historia del cine.
Un acto de respeto
A la rueda de prensa más concurrida del festival de Cannes no solo acudieron Scorsese, DiCaprio, De Niro y Galdstone, sino que junto a ellos se encontraba el líder de la nación Osage, Geoffrey Standing Bear, que explicó la importancia para ellos de una película en la que se les ha escuchado en todo momento. “Se ha restaurado la confianza”, dijo sobre el valor de Killers of the flower moon. “Cuando me presentaron el guion entendí rápidamente que para acercarse a esta tribu había que hacerlo con mucho respeto”, añadió Scorsese.
Cuando me presentaron el guion entendí rápidamente que para acercarse a esta tribu había que hacerlo con mucho respeto
Un proyecto que ha sido costoso, no solo por el dinero, sino por verse afectado por la pandemia y por el mimo con el que Scorsese se ha acercado a un tema tan espinoso.“¿Que por qué me arriesgo a mi edad? ¿Qué otra cosa voy a hacer? ¿Algo cómodo?”, decía el director sobre su filme. También señaló que gracias a este rodaje ha descubierto “valores sobre el amor, el respeto y la tierra” que le unen a la comunidad nativa. “No me refiero en este momento a una cuestión política, sino a entender realmente cómo vivir en este planeta. Y descubrí que esos valores eran muy importantes para mí. Hablar con ellos y todo el proceso de documentación me ha reorientado en cuanto a lo que estamos haciendo aquí en la tierra”.
Quienes si hablaron de política fueron Lily Gladstone y Robert De Niro. La primera subrayó una diferencia clave de esta adaptación, y es que estaba contada desde un punto de vista de ellos. “Lo que hicimos trasciende lo antropológico. ¿Por qué diablos el mundo no sabe todas estas cosas que pasaron? Nuestras comunidades siempre han estado ahí, necesitamos estos aliados”, dijo Lily Gladstone.
Para de Niro, en los últimos años ha habido un resurgir que le ha hecho darse cuenta del “racismo sistémico que hay tras lo ocurrido con George Floyd”. “Lo que pasó con los Osage nunca lo supimos, nunca supimos del Black Wall Street. Es la banalidad del mal”, dijo y atizó al expresidente de EEUU: “Ya todos sabemos de quién voy a hablar, pero no voy a decir el nombre porque ese tío es estúpido. Bueno, sí, Trump. Es algo sistémico y esa es la parte que más asusta”, zanjó.
El momento emotivo lo puso DiCaprio cuando le preguntaron por qué creía que Scorsese era uno de los directores más importantes de la historia del cine. “Crecí viendo las películas. Ha influido todo lo que he hecho como actor, pero también en toda nuestra industria”, dijo y destacó “su deseo por contar la verdad en sus historias, por muy feas y sucias o raras o incómodas que sean, es lo que le ha convertido en un maestro y en uno de los grandes directores que no tiene comparación. Es el director más singular de nuestro tiempo y sigue haciendo películas increíbles que cuentan historias importantes, como ésta”.