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Estrenada en 1992, Batman vuelve había sido criticada por ser excesivamente oscura y violenta. El intento del realizador Tim Burton (Bitelchús) de realizar una superproducción con aires arty topó con una campaña contraria que llevaría a los estudios Warner Brothers a replantearse el futuro de la saga. Aún así, estábamos en otra época del cine superheroico, entonces no tan automáticamente asociado a los costes gigantescos y las enormes ambiciones comerciales de las aventuras fílmicas de Batman o Superman. En otro tipo de producciones, había un mayor margen para llevar a la gran pantalla otro tipo de héroes de papel.
El cuervo (1994) fue una de esas producciones. Adaptaba un cómic que no pertenecía a las grandes empresas del sector: había sido publicado por una editorial naciente, Caliber Comic, en un blanco y negro algo feísta que remitía más al cómic alternativo que a la hegemonía superheroica de DC Comics y Marvel. Su productora era la división fantástico-terrorífica de la Miramax del infame Harvey Weinstein y su hermano Bob, esa Dimension Films que alumbró obras paradigmáticas del cine juvenil de hace dos décadas como Scream o The faculty.
El presupuesto moderado de la película implicaba la posibilidad de respetar un material de origen más bien tétrico. Porque se trataba la historia de Eric Draven, un músico de rock asesinado junto con su prometida. Draven volvía de la tumba, aparentemente invulnerable después de su resurreción, y era silenciosamente tutelado por el cuervo que le había traído de vuelta. Su objetivo: vengarse de quienes acabaron con su vida y la de su amada.
La propuesta tenía lugar en un mundo muy alejado de las convenciones del Marvel Cinematic Universe, esa realidad alternativa caracterizada por la proliferación de superhéroes y también por la ausencia de sexualidad. El filme se ubicaba en una ciudad degradadísima, e incluía escenas de violencia sexual, incesto y consumo de drogas. Parecía, por tanto, un filme destinado a un nicho específico. Sus mismos productores dudaban de sus posibilidades de un estreno en salas comerciales y especularon con comercializarla directamente en el mercado videográfico.
Su actor protagonista, Brandon Lee -hijo de Bruce Lee-, murió en los estudios de rodaje tras un accidente en una escena en la que tenía ser disparado, pocos días antes de finalizarse el rodaje. Su muerte fue resuelta con el uso de dobles y de retoques digitales. La película llegó a los cines con un aura de producción desgraciada y acabó convirtiéndose en una obra de culto. Tenía muchos ingredientes para ello, dada su meritoria amalgama de varias tendencias de la cultura pop.
Con su cara maquillada de blanco, Draven parecía salido de un videoclip de The Cure, y la misma atmósfera de la película podía remitir a la estética gótica o emo. Draven era un héroe maniaco-depresivo, marcado por un duelo melancólico pero capaz de actuar con una furia violenta que no excluye la burla. La épica de la melancolía de Cure se ponía en contacto con las turbulencias violentas de Nine Inch Nails (ambos grupos aportaron canciones a la banda sonora). Y el cómic de justicieros, a medio camino de El motorista fantasma y El castigador, se teñía del tono decaído de las fantasías mitológicas de Neil Gaiman (Sandman).
El encargado de llevar la historieta a la gran pantalla fue Alex Proyas (Dioses de Egipto), un realizador con un largometraje a las espaldas y experiencia en el campo del videoclip. Proyas y su equipo apostaron por una narrativa visual dúctil en los recursos empleados y en la concepción del tiempo. Ofrecían momentos de pausa y atención a las emociones o los rostros de los personajes, pero también mucho dinamismo y una vocación evidente: dotar al filme de una atmósfera característica.
El cuervo se situaba en una metrópolis siempre oscura, de callejones sucios a pesar de la lluvia constante, de neones degradados que apenas iluminan una noche permanente. La propuesta podía remitir a un futuro cercano en la órbita desastrada del ciberpunk implícitamente melancólico (varios planos remiten a Blade runner, que creó escuela en el ámbito de las urbes depresivas), o a las arquitecturas imaginarias de algunos cómics de superhéroes. La siguiente obra de Proyas, Dark city, remitiría al expresionismo alemán, especialmente a Metrópolis, y a su sobrino estadounidense: ese film noir que usaba algunos recursos de la tendencia para dotar de atractivo visual a unos relatos criminales rodados con medios limitados.
De alguna manera, El cuervo era una reformulación con aires juveniles de las pesadillas de inseguridad ciudadana y tribus urbanas criminales que asomaban por el thriller estadounidense de ciudades entendidas como junglas de asfalto. Sus autores materializaban ese miedo llevándolo al extremo: unos delincuentes pintorescos, que combinaban extrañamente los intereses inmobiliarios y el gusto por un caos sin fines específicos, tomaban el control de una ciudad en pleno hundimiento institucional. La posterior El cuervo: ciudad de ángeles radicalizaría este último aspecto al hacer desaparecer del cuadro al cuerpo de policía.
El héroe de la función estaba lejos del hombre de mediana edad que representaba el Paul Kersey interpretado por Charles Bronson en la saga Death wish. Draven era un joven con un grupo de música y chupa de motorista que solo quería vengar su drama personal, sin tener una especial pretensión de cambiar esa ciudad en declive, y se tomaba un respiro para hacer un solo de guitarra.
La reformulación no implicaba una resignificación. El cuervo incorporaba alguna característica curiosa, como el hecho de que el asesinato del protagonista y su amada derive de un mobbing inmobiliario (tema que aparecía en varias ficciones de acción y fantasía de la época, como Robocop 3) llevado al extremo. Pero en el fondo, más allá de su atractivo diseño de producción y demás bondades, trataba otra historia de venganza individual.
En esta ocasión, la catarsis a través de la violencia que ensaya Draven ni siquiera era un camino plenamente escogido. La propuesta gira sobre una mística cruel, a pesar de que esté revestida de romanticismo pop, tristezas embellecidas y voces en off melancólicas: el héroe debe matar para dejar de ser un espíritu errante. Practicar el ojo por ojo es el requisito exigido para encontrar la paz de un posible amor más allá de la muerte.
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