Cuando presentó en el pasado festival de Cannes su última película, The apprentice, el cineasta nacido en Irán pero afincado en Dinamarca Ali Abbasi dejó un mensaje muy contundente: “Es el momento de hacer cine político”. No hay posibilidad de escape. Que se dejen de milongas esos de ‘no hay que politizar todo’, porque todo es político, y el cine, como arte que refleja lo que ocurre en cada momento y en cada país, también. Abbasi lo ha demostrado haciendo un filme sobre el ascenso de Donald Trump, pero se refería a ir mucho más allá.
Lo demostró también quedándose en el festival hasta que llegó su compañero Mohammad Rasoulof, huido de Irán, donde el régimen le condenó a ocho años de cárcel y latigazos por su cine crítico. El abrazo entre ambos en la presentación de The seed of the sacred fig era tan conmovedor como revelador. El cine iraní, a través de sus voces disonantes con el poder estrangulador, está mostrando un músculo político sobresaliente.
Curiosamente, la anterior película de Abbasi, Holy Spider, la protagonizó la actriz iraní Zar Amir Ebrahimi, que tras ver cómo en 2006 se difundía un vídeo íntimo sin su consentimiento tuvo también que huir del país antes del juicio que terminó condenándola a 10 años de prisión y 99 latigazos. Ha sido ella quien ha codirigido, junto al israelí Guy Nattiv, Tatami una película que vuelve a poner el foco en las medidas dictatoriales y machistas del régimen que hizo que ella tuviera que exiliarse.
Que la dirija junto a un director de Israel no es casualidad, ya que Tatami cuenta cómo el régimen iraní prohíbe a sus deportistas que compitan o se crucen en los emparejamientos de las competiciones con deportistas israelís por las complicadas relaciones geopolíticas entre ambos. Unas relaciones que han saltado por los aires en los últimos meses. Tanto Zar Amir Ebrahimi como Nattiv son dos cineastas muy críticos con el poder de sus países. Él ha pedido el alto al fuego en Gaza, siempre sin olvidar la liberación de los rehenes, y en sus redes sociales acusa claramente a Netanyahu de lo que está ocurriendo calificándole como el peor primer ministro que ha tenido Israel.
La unión de ambos sirve como símbolo de una película que aboga por el poder femenino para acabar con los poderes dictatoriales y patriarcales. Lo hacen poniendo el foco en el mundo del deporte, ya que es ahí donde se ha visto, retransmitido por televisión, las grietas del régimen iraní, que se cuela en las quejas, huidas y presiones a sus representantes en competiciones internacionales. De hecho, la idea de la película la tuvo Guy Nattiv cuando leyó el caso de la boxeadora Sadaf Khadem, que en 2019 compitió sin el hiyab, lo que hizo que tuviera que exiliarse por las represalias.
El cineasta se puso en contacto con mujeres iraníes exiliadas y así llegó a Zar Amir Ebrahimi, que entró como codirectora en el que es su debut detrás de la cámara. Pero en Tatami también se reserva el papel de la dura entrenadora que tuvo que retirarse por una lesión. Sin embargo, el caso real en el que más se inspira el filme es en el de Saeid Mollaei, judoka al que forzaron a perder su enfrentamiento en las semifinales del mundial de Tokyo 2019 ante la hipótesis de luchar en la final con el representante de Israel.
Ambos tomaron la inteligente decisión de que en Tatami fueran dos mujeres las que reciben las presiones. Dos mujeres que representan dos formas de acatar las normas y que tienen el dilema de desobedecer y poner en riesgo a sus familias o acatar y aceptar que viven bajo el yugo masculino. Una elección que vincula al filme, de nuevo, con la película de Mohammad Rasoulof, que en The seed of the sacred fig también coloca el foco en ellas, y como confesaba en una entrevista con elDiario.es recién huido de Irán, cree que serán ellas las que cambien el rumbo de lo que ocurre en Irán.
A Zar Amir Ebrahimi la acompaña Arienne Mandi como la judoka en liza. A Mandi se la conoce por participar en The L world, y a pesar de haber nacido en EEUU es de origen iraní. Ambas se encuentran ya fuera del país, ya que por haber protagonizado este filme podrían haberse enfrentado, de nuevo, a juicios y la retirada del pasaporte como suele ocurrir con aquellos que se atreven a participar en obras que desafían el orden establecido.
La unión de ambas actrices es fundamental en una película rodada en un hermoso blanco y negro, que se construye casi como un thriller según van avanzando las rondas eliminatorias, y que coloca su acción en Georgia, justo en la frontera entre Europa y Asia, para añadir un nuevo símbolo geopolítico a una trama que confirma que el cine debe mojarse. Pero también que es una de las mejores fórmulas para mostrar que otras formas y relaciones son posibles. Aquí un cineasta israelí y una exiliada iraní dan una lección a sus dos gobiernos.