'La trinchera infinita', la historia de los 'topos' republicanos que vivieron décadas escondidos para escapar del franquismo
En 1939, después de haber intentado escapar de España por todos los medios, Manuel Cortés decidió que regresaba a casa. Había sido alcalde de la localidad malagueña de Mijas durante la Segunda República. Sabía que los militares le buscaban pero él quería volver a ver a su mujer. Y lo consiguió: tras varios días de viaje a pie, pasando la noche escondido entre matorrales y arbustos, Cortés volvió con su amada.
Pero no tuvo una larga y pacífica vida junto a ella, porque si le veían en casa, si le encontraban allí, le esperaba un pelotón de fusilamiento. Así que a Manuel se le ocurrió una idea: abrir un hueco en una pared de su casa donde pudiera esconderse de los ojos de visitantes, vecinos y desconocidos. Pasó allí treinta años hasta que vio la luz del sol en marzo de 1969, año en el que la dictadura franquista promulgó un decreto por el que prescribían todos los presuntos delitos cometidos antes del fin de la guerra.
Como él fueron muchos, con sus nombres y apellidos, los que se escondieron en zulos, paredes falsas y escondrijos. Encerrados durante años por miedo a las represalias del régimen franquista. Sus miedos y vivencias conviven en La trinchera infinita, la nueva película de los creadores de Loreak y Handia, que mediante la historia ficticia de un matrimonio interpretado por Antonio de la Torre y Belén Cuesta, construye un sentido homenaje a los que fueron conocidos como los 'topos de la posguerra'.
Treinta años de historia a través de una pared
La historia de Manuel Cortés se dio a conocer gracias al documental 30 años de oscuridad, dirigido por Manuel H. Martín y producido por La claqueta e Irusoin. Ambas empresas con las que habían trabajado los realizadores vascos Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga. Los tres pensaron que con ese material podían hacer una buena película, y así nació La trinchera infinita, film presentado en el Festival de San Sebastián y que llegará a los cines el próximo 31 de octubre.
“En ese momento no sabíamos mucho sobre el asunto, pero con el documental y un libro llamado Los Topos de Jesús Torbado y Manu Leguineche, descubrimos que había una gran película ahí detrás”, cuenta José Mari Goenaga, uno de los directores de la cinta, en una entrevista a eldiario.es. “Queríamos no solo dar testimonio de lo que les pasó, sino narrarlo a su modo. Así que el planteamiento fue siempre el de contar ese encierro de treinta y tantos años sin alejarnos nunca del punto de vista del encerrado”, explica el realizador.
“A través de Higinio [el personaje interpretado por Antonio de la Torre], puedes sentir cómo van transcurriendo los años. Pero solamente a través de su punto de vista: a través de los sonidos, las personas que entran en casa, de los cambios en las formas de vestir... lo cual era un terreno muy interesante”.
“Eso fue casi una imposición que nos pusimos nosotros mismos”, explica su compañero Jon Garaño, también director de la cinta. “Queríamos que el espectador sintiese cada experiencia de una forma parecida a como la sentiría Higinio. Que no lo viese todo, que confundiese sonidos y eso generase cierto malestar... Que toda la historia se desarrollase así parecía una limitación pero luego fue un regalo”, afirma.
“Aunque eso tiene muchísimas complicaciones técnicas”, confiesa Garaño. “Por ejemplo, teníamos que rodar en dos campos dos acciones distintas: la que ocurre en un salón y cómo lo vive Higinio al otro lado de la pared. ¡Y Antonio no podía ver lo que nosotros estábamos haciendo al otro lado! Así que se lo tenía que imaginar, como lo habría hecho si estuviese realmente encerrado”.
“Tenía que dar la sensación de no estar forzado”, insiste José Mari Goenaga. “Fue un auténtico reto en el plano técnico del sonido. Normalmente, la gente de sonido trabaja para apoyar acciones que vemos en la cámara. Pero en este caso, tenían que generar toda la escena sin que la viésemos, pero de forma que la pudiésemos imaginar”.
Enterrados en vida
“Los 'topos' son ideales como metáfora del miedo y de cómo puede cambiar la forma de pensar y sentir, de como se transmite a través del tiempo”, explica Aitor Arregi, también director de La trinchera infinita. Lo que no pudieron prever ninguno de los tres realizadores fue hasta qué punto la situación de Higinio, encerrado en una falsa pared que lo separa del mundo exterior, podía asemejarse a la de la historia reciente de España.
Aunque la contienda concluye en el 39, para Higinio dura mucho más. Recorre décadas, todo lo que duró la dictadura, pues la represión y el peligro siguen existiendo y son muy reales para él.
“Cuando estás desarrollando una película es inevitable que estés atento a lo que te rodea para ver qué impacto puede tener”, afirma Arregi. “Y en ese sentido, descubrimos que la historia de Rosa e Higinio tiene muchos vasos comunicantes con nuestra realidad. De eso trata también la peli: la trinchera es algo que nos incumbe a nosotros. Porque los conflictos siguen estando ahí, aunque se transformen”.
“En los libros pone que la guerra duró del 36 al 39, pero para algunos duró mucho más. Aunque nos digan que aquí no pasó nada”, sentencia Goenaga.
La trinchera en la que vivió Higinio fue la que vivieron muchos españoles que, en cierta medida, nunca salieron de allí. Aunque sobreviviesen. Aunque hiciesen una vida normal. Solo que los 'topos' vivieron encerrados en algo más que una prisión psicológica. Combatientes, cargos públicos o simpatizantes del legítimo gobierno republicano que, para sobrevivir, tuvieron que vivir confinados.