'Vengadores: Endgame', el mejor punto final a una década de taquillazos

Cuando hablamos de las cifras que maneja actualmente Disney con algunas de sus franquicias, los números marean hasta al más pintado. Según el Statistic Brain Research Institute, Star Wars, una de las marcas más rentables de la casa del ratón,  lleva amasada la friolera de 39.536 millones de dólares. La cifra supera el PIB de 90 países del mundo tales como Jamaica, Armenia o Islandia. Si a eso le sumamos lo que mueve el llamado Marvel Cinematic Universe -MCU en adelante-, la cosa aún adquiere una proporción más gigantesca.

Sin ajustar la inflación, las tres películas anteriores de los Vengadores están entre las diez más taquilleras de la historia, conforme a datos de Box Office Mojo. La que más dinero ha amasado es, justamente, la que precede a la que ahora llega a nuestras pantallas: Vengadores: Infinity War. Y si a ella sumamos todo lo que han recaudado los otros 21 largometrajes que componen este complejo entramado de tramas y subtramas se calcula que, solamente de taquilla y sin productos derivados, el MCU lleva 18.592 millones de dólares acumulados.

Ante la evidente envergadura de los datos solo nos cabe asumir una idea: el entretenimiento cinematográfico de masas actual es este. Estos son los productos que más gente, dinero, movimiento y reacciones generan en el cine contemporáneo, nos guste o no. Iron Man, el Capitán América, Thor y compañía han cambiado la historia del cine comercial hollywoodiense tal y como la conocemos. Hasta tal punto que uno tiene la sensación de que hasta Vengadores: Endgame no existía ninguna película como Vengadores: Endgame. Parece una tontería, pero no lo es tanto.

¿Mucho 'hype' y pocas nueces?

Con esta película, Anthony y Joe Russo, los realizadores de títulos como Tú, yo y ahora... Dupree pero también de estimulantes reformulaciones políticas del superhéroe en el cine como Capitán América: Civil War, han sublimado el concepto de película-evento en un largometraje de tres horas de duración. Han sostenido un secreto ansiado por muchos durante un año y ahora están dispuestos a darle salida y llenar en tropel las salas de cine. Solo eso ya merece cierto reconocimiento en tiempos de déficit de atención y multiplicidad de pantallas.

Gran parte de la culpa, claro, la tiene Kevin Feige. El CEO de Marvel Studios ha sabido leer las inquietudes del mercado y su audiencia para construir una narrativa en forma de mosaico que unifica y a la vez da sentido a decenas de películas independientes. Alguien a quien no cuesta imaginarse frotándose las manos con el gigantesco cliffhanger con el que terminaba Vengadores: Infinity War.

Toda la maquinaria promocional, la expectación que genera el desconocimiento entorno a los eventos que narraría Endgame, se había delegado en un chasquido de dedos. El que realizaba Thanos, villano de esta y la anterior película, acabando de un plumazo con la mitad de personajes del MCU. Tanto es así que los mismos hermanos Russo se han visto obligados a publicar una carta con el lema #DontSpoilTheEndgame con la que intentan preservar la naturaleza de acontecimiento del film.

Es fácil leer estos días alambicadas críticas de cine que se enfrentan al juicio del lector que solamente le pide que le diga si el film es bueno o no, sin analizar ni desgranar nada de la trama para no arruinar la experiencia. Esta misma lo es.  Piruetas discursivas y toda suerte de juegos verbales que parten de un hecho lógico: Endgame es un campo de minas narrativo en el que casi cualquier detalle, por ínfimo que fuere, es susceptible de considerarse spoiler

La cuarta aventura de grupo de superhéroes más famoso del mundo vuelve así a plantear un debate siempre interesante: si vemos solo una película o serie para que no nos la cuenten... ¿qué dice eso del producto en sí? ¿aporta algo más que narrar determinados hechos? ¿qué la diferencia de un eficaz ejercicio de marketing?

La última película de los hermanos Russo responde a estas cuestiones ofreciendo esa extraña sensación contradictoria que afrontamos cuando nos emocionamos con un anuncio. El producto en sí es todo lo que debía ser. Está perfectamente empaquetado, pensado hasta la saciedad para pulir cada recoveco y cada reserva que los espectadores hayan podido acumular a lo largo de esta larga década de MCU. Y, sin embargo, es algo más que un gigantesco ejercicio de respuestas.

22 películas después, todo encaja

Es sorprendente y hasta loable la eficacia de Endgame para significarse más allá de la pura resolución de tramas. De hecho, se agradece que no pretenda ser la continuación de Infinity War, que resultaba ser un cúmulo de conceptos heredados tanto en lo visual como en lo narrativo. Poco más que una colección de set-pieces de acción de dos horas y media que desembocaba en un final hecho para vender esta película.

Vengadores: Endgame, por contra, se ventila uno de los conflictos principales de la película en su primera media hora. De tal forma que, mediante una escena denodadamente anticlimática, abre la puerta al verdadero músculo de la película. Explora así largo y tendido un planteamiento interesantísimo: el drama del vencido. El dilema de sobrevivir cuando todo lo que te había definido hasta entonces desaparece.

Esa opción argumental humaniza más a estos superhéroes que todas las batallas y proezas que les hemos visto llevar a cabo. Les conecta con el espectador porque, como decía Ivan Morris en La nobleza del fracaso, “la sumisa mayoría [...] se complace identificándose afectivamente con individuos que libraron desesperadas batallas a pesar de tenerlo todo en contra”. Es más, el investigador británico añadía: “El hecho de que todos sus esfuerzos sean coronados por el fracaso confiere a sus héroes el patetismo que empaña la vanidad de todas las empresas humanas, convirtiéndolos por ello en los más queridos y los más admirados”.

La cuarta aventura de los Vengadores no es solamente la que más les humaniza, también es la nos hace apreciar el valor de desarrollar a lo largo de 11 años y 22 largometrajes personajes complejos a los que hemos visto crecer, envejecer, enfrentarse entre ellos y, ahora también, caerse y levantarse.

Porque lejos de contentarse con el espectáculo, Endgame se esfuerza -bien lo exprimen los 181 minutos que dura-, en reinterpretar a los protagonistas principales de estos relatos. De ahí que uno de los valores principales de este film sea que no se rinde a lo que se suponía que iba a ser: tiene tiempo de ofrecer nuevas lecturas de esos héroes a los que hemos visto hacer gala de una masculinidad tóxica ciertamente preocupante durante años, y a los que hoy vemos afrontando traumas, llorando, compartiendo sentimientos y sabiendo perder. Es vejez, es cansancio, pero también es evolución y reconciliación. Una que nos permite cerrar arcos argumentales que empezamos en 2008, desmitificando a muchos de sus protagonistas por mucho que cabree al fan.

La redención llega y para cuando lo hace, el espectador ya ha conectado con el drama de estos impertérritos hombretones que salvaban a la humanidad una y otra vez. Por eso, Vengadores: Endgame es un homenaje al legado de dos decenas de largometrajes pero no uno con ánimo masturbatorio sino de sana reescritura. Es fanservice puro, sí, pero también es algo más. Es la nueva caligrafía del blockbuster clásico.