Alicante, 29 ago (EFE).- Un sencillo y a la vez sofisticado “infundibulum” del siglo VI a.C., hallado en las costas valencianas, que usaba la alta sociedad como embudo o colador antes de degustar el vino, es una de las piezas más curiosas que se exhiben desde el pasado viernes en el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ) con motivo de una exposición sobre los etruscos.
Este “infundibulum” fue hallado hace unos años en el fondo marino cerca del cabo Prim de Xàbia (Alicante) y forma parte de la exposición recién inaugurada “Etruscos. El amanecer de Roma”, que estará abierta al público hasta el 12 de diciembre con 150 valiosas piezas de los museos Etrusco Guarnacci de Volterra y Arqueológico de Florencia.
Este objeto tan peculiar, de cuya existencia en la Península se han documentado unos pocos ejemplares en el entorno de la colonia griega de Ampurias (Girona) y en el yacimiento tartésico de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz), era utilizado para servir bebida en pequeñas cantidades en recipientes de boca estrecha y al mismo tiempo como filtrador de impurezas.
Los “infundibula” fueron creados por la civilización de la antigua Etruria como un elemento más dentro de su devoción por el vino y llegaban a la península Ibérica en barcos de comerciantes, posiblemente fenicios, uno de los cuales se hundió frente a Xàbia.
En el siglo VI a. C. aparecieron nuevas prácticas de bebidas que implicaban el uso de embudo y colador y se da la circunstancia de que en el entorno del hallazgo, la costa norte de Alicante, se ha constatado la producción de vino desde los siglos VII al VI a.C. en el Alt de Benimaquia, además de los caldos fenicios, griegos y etruscos importados en ánforas.
Además, un rallador encontrado en el yacimiento del poblado ibérico de El Oral de San Fulgencio (Alicante) junto a vasijas para servir vino hace que los arqueólogos relacionen el consumo de vino por parte de las elites locales con la mezcla del vino con sustancias para aromatizarlo o para aportar proteína energética.
Posiblemente, las clases altas de aquella época imitaban a las griegas en la mezcla de vino con queso de cabra, o incluso harina, para dar un valor añadido a la bebida.
Beber vino solo para los griegos era cosa de bárbaros y por ello se rebajaba con agua y se añadían especias y otros alimentos.
Se sabe que los etruscos tenían gran predilección por el vino, que tomaban, como los griegos, en el simposio (del griego, “reunión de bebedores”), una especie de sobremesa tras el banquete de comida en el que en Etruria participaban tanto hombres como mujeres (el papel de cierta igualdad de la mujer hacía de los etruscos unos adelantados en relación con otras civilizaciones antiguas), mientras hablaban de asuntos de toda clase.
Este gusto por todo lo relacionado con el vino hacía que cuidaran tanto todo lo relativo con el transporte como con la elaboración y el ritual de su disfrute.
El director del MARQ, Manuel Olcina, ha explicado a EFE que ya Homero se refiere en dos pasajes a un vino mejorado, uno de ellos en la “Ilíada” (XI, 638-641) cuando habla de un vino con queso de cabra y harina de cebada que Néstor ofrece a Macaón cuando éste vuelve herido del combate.
Y en la “Odisea” (X, 236-238) figura otro vino enriquecido con efectos muy diferentes. ya que lo emplea la maga Circe para transformar en cerdos a los compañeros de Ulises.
La pieza que se exhibe en Alicante ha sido cedida temporalmente por el museo de Xàbia con motivo de la exposición de los etruscos y forma parte de un apartado con una quincena de objetos hallados en la provincia alicantina de la civilización trasalpina, bajo el título “Huellas etruscas en Alicante”.
La halló un submarinista a 22 metros de profundidad sobre un fondo de arena y roca y no está completa, ya que solo se han recuperado dos terceras partes.
El mango encontrado de este singular “infundibulum”, de bronce (una aleación binaria de cobre y estaño), tiene forma de lira calada, y la pieza debió tener una longitud máxima de 23,1 centímetros, por 7,7 de ancho y 5 de alto.
Se cree que posiblemente pudo ser producido en los talleres del entorno de la antigua ciudad etrusca de Vulci (Toscana) y traído en un barco de comerciantes.
Según Olcina, la distribución de los “infundibulum” hallados en el Mediterráneo hace de ellos piezas “excepcionales y singulares”, ya que hay algunos en la península Itálica y dispersos en Rodas, Grecia y Libia, además de los dos de la antigua Iberia.
Antonio Martín