10 años de la versión más oscura del mito de ‘Beowulf’

Gerardo Vilches

9 de enero de 2024 22:40 h

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En 2013, la industria del cómic en España pasaba por un momento muy esperanzador. Poco tiempo atrás, en 2007, Arrugas de Paco Roca y María y yo de Miguel Gallardo abrieron un camino para los autores españoles, el de la novela gráfica, marcado por la libertad creativa. En plena efervescencia, Santiago García (Madrid, 1968) y David Rubín (Ourense, 1977) sumaron fuerzas para reimaginar el poema épico anglosajón de Beowulf, un texto anónimo que podría datar del siglo VIII, que ambos hicieron suyo en una relectura que huía de la fantasía épica y se centraba en explorar los claroscuros de la figura del héroe.

El libro, de grandes dimensiones, se convirtió en un éxito en la carrera de los autores, hoy convertidos en dos de los nombres de referencia del cómic español. La editorial original, Astiberri, acaba de lanzar una nueva edición que conmemora el décimo aniversario del título, que incluye todo tipo de bocetos y materiales gráficos, así como textos y una gran sorpresa: la versión inacabada de la obra que Javier Olivares (Madrid, 1964) realizó antes de que el proyecto cambiara radicalmente.

Para conocer el origen de Beowulf hay que remontarse a 2002, cuando García comenzaba a trabajar en sus primeros guiones. Uno era el del primer volumen de la serie El vecino (2009), con Pepo Pérez; y el otro la adaptación del texto de Beowulf, una fijación del guionista y traductor desde su infancia, que dibujaría Javier Olivares. El proyecto se concibió como un álbum al estilo francés, de 72 páginas, “el modelo que podíamos tener por aquel entonces”, explica García en declaraciones a este medio.

Era un momento complicado para la industria española, sin apenas oportunidades para realizar proyectos de cierta envergadura. Olivares aceptó la tarea, pero las cosas se complicaron: “Fue mi primer intento de hacer un cómic largo, pero no supe gestionarlo”, confiesa el dibujante e ilustrador. “Se juntaron las ganas de hacerlo con la inexperiencia, y empecé con demasiada energía, intentando cubrir todos los aspectos del libro, tomando decisiones que, vistas ahora, me parecen muy equivocadas”, desarrolla Olivares. “Por ejemplo, decidí colorearlo a mano, a guache, y dediqué meses al proceso de documentación y de realización de diseños, demorando el momento de ponerme a dibujar las páginas, que es cuando te la juegas”, añade.

El resultado fueron únicamente 22 páginas, que el autor realizó a partir del guion de García durante varios años. Su estilo evolucionaba, y se alejaba cada vez más del empleado en Beowulf. “Así llegué al momento de tenerme que enfrentar a la realidad: aquello no lo iba a acabar nunca”, sentencia Olivares. Su pareja creativa, mientras tanto, publicó otra adaptación, la de El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde (2009). Así, en 2012, Santiago García, de acuerdo con su compañero, decidió anunciar públicamente que el proyecto nunca vería la luz. O eso era lo que ellos creían.

El resurgir de Beowulf

David Rubín se encontraba terminando el segundo libro de El héroe (2011-2012) el díptico que lo consagró como uno de los dibujantes más originales del panorama español, cuando leyó la noticia, y no se lo pensó: escribió a Santiago García y le propuso dibujar él Beowulf. “Necesitaba hacer ese tebeo, quería trabajar con Santiago y rendirle un tributo a Javier, que es un referente y uno de mis autores favoritos”, afirma Rubín.

García aceptó la propuesta y el proyecto arrancó de nuevo. Pero los autores puntualizan que no se trataba de que Rubín dibujara el guion previo que García había escrito para Olivares, sino de hacer un nuevo Beowulf. “Hay cosas del guion original que se conservaron, y muchas otras que no. Fue una reescritura que convirtió las 72 páginas del primero en las 200 que tuvo el libro finalmente”, explica el guionista.

Pero, además, Beowulf se benefició de su mayor experiencia como escritor y de las nuevas circunstancias. “Cuando escribo el guion para Javier, no sé qué puedo escribir, no habíamos hecho nada juntos ni él había dibujado un cómic largo. Pero, cuando escribo para David, él está terminando El héroe, de manera que sé de lo que es capaz y hacia dónde puede ir”, afirma.

La interpretación de Javier Olivares era más colorida y convencional en lo formal, influido por cierto cine de animación clásico y por el trabajo de los ilustradores Alice y Martin Provensen. “Mi manera de aportar algo interesante al libro era más plástica que narrativa”, reconoce el ilustrador. Por su parte, Rubín, consciente de que el público podía comparar el nuevo libro con El héroe, otra aproximación a ciertos mitos heroicos, dio un giro a su trabajo. “La clave fue apartar todos los elementos pulp y pop de la historia. El héroe era una obra muy posmoderna, llena de referencias”, analiza el dibujante.

Esa clave tiene un origen insospechado. “Tomé conciencia del camino a seguir en una exposición de arte etrusco que vi en Barcelona: había parte de un pie de una estatua que debió de ser gigantesca. Me quedé tan impresionado viendo el pie imaginando todo lo que faltaba, una figura de por lo menos 30 metros… Me di cuenta de que ese era el camino: había que hacer épica sin vuelta de hoja, sin querer ser moderno. El propio poema es tan contundente que te sucede como con ese pie etrusco: te hace sentir muy pequeño”.

García también señala otra clave: los cambios en el mercado y en los formatos de publicación. “Lo que David y yo hacemos ya no es un álbum francés, sino una novela gráfica española, con plena conciencia de que estábamos haciendo un tipo de cómic diferente que en aquellos años estaba alcanzando su apogeo. Las diferencias no eran solo de formato o de extensión, sino de algo más complejo”.

Rubín y García mantuvieron un tono oscuro, pero alejado tanto de la espada y brujería a lo Conan como de la fantasía épica de El señor de los anillos. “No quisimos meter armaduras guays ni espadas llenas de florituras, sino que todo fuera lo más a pie de tierra posible, sin adornos. Y la carga de modernidad se centraría en lo formal”, explica Rubín. Santiago García subraya, además, que “el Beowulf de Javier es más sintético e icónico, mientras que el de David tiene más textura, otra dimensión, otra carnosidad”.

Una década de éxito

El libro, que llegó a las librerías en diciembre de 2013, junto a otro longseller del cómic español —Los surcos del azar de Paco Roca—, se ha convertido en una de las obras más vendidas de sus autores, con tres ediciones hasta la fecha, más varias traducciones a otras lenguas. Tanto crítica como público recibieron muy bien este relato clásico y al mismo tiempo contemporáneo de la lucha ancestral del héroe contra el mal absoluto, encarnado en la bestia Grendel y otras criaturas. Y en el que los autores innovaban con el diseño de las páginas e introducían interesantes recursos narrativos.

Con motivo del décimo aniversario, Astiberri ha lanzado una edición especial, posible no solo por la calidad y la importancia de la obra, sino también porque ha funcionado bien en cuanto a sus ventas, como explica Santiago García. Este nuevo Beowulf tiene una cubierta realizada a cuatro manos por los dos dibujantes implicados, e incluye las páginas originales de Javier Olivares, nunca antes impresas, además de otros extras.

“Había una intrahistoria que justificaba volver al libro”, apunta Olivares. Se trata de una edición limitada, como explica David Rubín, que pretende ser, en sus propias palabras, “una celebración y un agradecimiento a los lectores que han hecho posible todo”. Además de “una reafirmación de que, a pesar de que la situación no es ideal y quedan muchas batallas por librar de cara a que el cómic en España sea una industria con mayúsculas, si se hacen buenos cómics, con honestidad, sin copiar fórmulas de moda, es posible avanzar”.

Santiago García argumenta, por su parte, que hubo dos motivos para publicar este libro: uno, recuperar las páginas de Javier Olivares. Y dos, recuperar la obra en sí. “Creo que uno de los grandes problemas que afrontamos los autores de novela gráfica en España es que ha habido obras muy importantes en los últimos quince años que, por la dinámica del mercado, desaparecen”, analiza el guionista. “No podemos permitirnos eso, porque no es viable publicar una obra nueva cada año. Necesitamos que nuestros libros sigan vivos y una forma de reactivarlos es reeditarlos con materiales añadidos, que sean una novedad para los lectores que hayan podido llegar en los último años”.

La coexistencia en el volumen de las páginas iniciales de Olivares y la obra completa dibujada por Rubín plantea también un interesante ejercicio, como apunta García: “Existen muchas diferencias de sensibilidad y artísticas entre Javier y David. El libro permite un estudio comparativo acerca de cómo dos artistas diferentes afrontan los mismos temas y materiales”. Y, en ese sentido, “es casi un curso de cómic”, comenta Rubín.

Volviendo la vista atrás

Preguntados por sus impresiones al volver sobre una obra publicada una década atrás, los tres autores se sinceran. Para Olivares, quien más distancia temporal tiene con el trabajo realizado para Beowulf. “Me sirvió para darme cuenta de que no podía ser tan perfeccionista con los detalles ni repetir tanto como lo hacía. El cómic debe verse como algo global, y no hace falta que la pieza sea absolutamente perfecta, explica el dibujante. Prueba de ese aprendizaje fue Las Meninas (2015), el cómic en el que trabajó junto a García tras abandonar Beowulf, y que fue merecedor del Premio Nacional de Cómic, y al que luego siguieron obras como La cólera (2020) y La guerra de los mundos (2022).

Por su parte, el guionista reconoce que volver a Beowulf ha sido “muy gratificante”. “Me ha confirmado la necesidad de escribir siempre sobre cosas que te importen realmente”, asegura. “La obra era la misma, pero a la vez sentía que reflejaba mis vivencias de los últimos años. Lo he disfrutado muchísimo, porque he sentido que más que viajar yo al pasado, la obra viajaba hacia mi presente. No ha tenido nada de nostálgico”.

En la misma línea, Rubín observa cómo en cada momento la obra puede tener significados muy diferentes: “Cuando las haces, las historias dejan de ser tuyas y pueden provocar emociones e interpretaciones diferentes. Por ejemplo, cuando terminamos Beowulf, era la época en la que abdicó el rey Juan Carlos I, y parecía que la historia estaba hablando de eso. Pero, cuando salió en Estados Unidos, coincidió con la presidencia de Trump y hubo gente que lo vio como una metáfora de ello”.

En ocasiones, los dibujantes perfeccionistas caen en la tentación de retocar o modificar sus páginas aprovechando una reedición. Pero no ha sido el caso. Olivares confiesa que hace años podía llegar a sentir un poco de vergüenza cuando veía trabajados primerizos, “pero ya no me pasa. Mis 22 páginas de Beowulf son un trabajo del que me siento muy orgulloso, aunque ya no dibuje en esa línea”. Por su parte, Rubín es contundente: “Nunca me planteé retocar nada. Hace tiempo llegué a la conclusión de que cada obra que haces marca el máximo que podías alcanzar en el momento en el que la hiciste. Funciona como un recordatorio de dónde vengo y a dónde voy. Y también me recuerda las cosas que me preocupaban y me sucedían con cada uno”.

Esta edición especial del Beowulf supone una buena oportunidad para conocer el título, un trabajo al que sus autores tienen un cariño especial. Y Rubín hace balance: “Junto con otras obras, mostró que había un camino a seguir, que había otro modo de contar las cosas y tratar la épica en el cómic. Es un cómic hecho desde la honestidad y desde las tripas, y por eso los lectores lo han valorado”.