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Ceesepe y las viñetas que predijeron el auge y caída de la Movida madrileña

Francesc Miró

15 de junio de 2019 21:49 h

“Era un amador de su oficio; un amador en su dimensión más salvaje, original y primitiva”, escribía Montero Glez hablando de Ceesepe. “Un hombre que nunca pintó lo que vende y que se resistía a vender lo que pintaba. Ahora lo sé, había conquistado el talento de la única manera posible, es decir, por amor al arte”, escribía el periodista y escritor.

Carlos Sánchez Pérez -Ceesepe- fue uno de los artistas más importantes de la España de los ochenta y noventa. Pero antes de convertir su pintura en la representación distorsionada y colorida de la Movida madrileña -con la que nunca se sentiría del todo identificado-, fue un ilustrador absolutamente rompedor. En los setenta se empapó del movimiento cultural que tenía a Nazario Luque y Xavier Mariscal y El Rrollo barcelonés como representantes, y fundó su contraparte en la capital española en 1976, junto al fotógrafo Alberto-García Alix. Ambos crearon un colectivo que se autodenominaba Cascorro Factory, y tenía su base de operaciones en un tenderete de El Rastro madrileño.

De allí surgieron las corrientes del cómic, la prosa y el verbo undeground que explotarían años después. Ceesepe fue testigo y autor, desde las viñetas de fanzines y publicaciones de poca tirada, de la actitud y el descaro de una generación que más tarde uniría filas con la Movida.

Ahora, La Casa Encendida de Fundación Montemadrid reúne gran parte de su obra en aquellos días. Vicios Modernos. Ceesepe 1973-1983 es una exposición que rescata viñetas de entonces, a través de 300 piezas que resultan ser un muestrario de cultura contestataria. Un recorrido por diez años de la carrera de un artista único, que muestran su evolución desde las raíces de la contracultura estadounidense al lienzo que marcaría su devenir como pintor.

Juventud, divino y molesto tesoro

Por extraño que parezca, la propuesta expositiva de Vicios Modernos. Ceesepe 1973-1983 arranca antes de los años que figuran en su título. Aunque esa década prodigiosa es su corazón, el recorrido empieza con los primeros dibujos de Ceesepe, aún siendo un estudiante adolescente.

Carlos Sánchez Pérez dibujaba obsesivamente y sobre prácticamente cualquier superficie que encontraba. Bien lo demuestran la colección de libretas diminutas, del tamaño de una caja de cerillas, cuadernos y apuntes en los que ya creaba sus primeras historietas. Grafías de ingente mala baba que se dejaban influenciar por el pulp del momento.

De aquella ansia rupturista y juvenil surge el personaje con el que se haría un hueco en el panorama underground del cómic español: Slober. Un antihéroe punk que dibujó cuando tan solo contaba con 16 años, pero que llegó a publicarse en la revista Star, gozando de una recepción más que bienvenida entre el público de la revista, sediento de aires frescos en un panorama ilustrado al que aún le quedaba mucho por experimentar.

Aún en los albores de los setenta, bajo el pseudónimo de Ceesepe, aquel joven empieza a darse a conocer, y conecta con gente con la que comparte inquietudes. Gracias a una orgullosamente improvisada red de complicidades, entre 1975 y 1976, participa en los tebeos colectivos Purita, Carajillo vacilón y Nasti de plasti, al tiempo que se autoedita el cómic Clavelito cesepudo.

Tras aquello, y tras empaparse del estilo y garra de El Rrollo en Barcelona, aún siendo jovencísimo, funda la Cascorro Factory en Madrid y ejerce de puente entre dos mundos: la contracultura que se fragua en Las Ramblas, y la que él mismo se encarga de estimular en el Rastro.

Pronto, nombres de artistas como Ouka Leele o Montxo Algora empiezan a rondar la Cascorro. Al tiempo que el ambiente engloba también a la poesía contracultural de La Banda de Moebius, el pensamiento de Fernando Márquez el Zurdo, o el verso de Xaime Noguerol.

“En ese núcleo de compatibilidades cabe detectar el germen contracultural del que surgirá la fuerza colectiva que prenderá la mecha de la Movida”, escribe el crítico Jordi Costa en su imprescindible ensayo Cómo acabar con la contracultura. Aunque añade: “antes de que el fenómeno devenga marca, coartada para la instrumentalización de la cultura joven en tiempos de gobierno socialista y, al final, textura y carne para un turismo de la nostalgia”.

Vicios y fanzines

En aquella época, Ceesepe se significa como un nexo. Une, se diría que de forma involuntaria, las sensibilidades de una generación en dos ciudades -Madrid y Barcelona-, y le añade el ímpetu juvenil del que nace la que es la publicación más importante de cuantas habitan las paredes de la exposición de La Casa Encendida: Vicios Modernos.

Se trataba de una historieta creada a partir de fotografías de Alberto García-Alix que Elsa Fernández Santos, comisaria de la exposición, describía como “una especie de tebeo documental”. En la presentación del proyecto en La Casa Encendida, la también periodista hablaba de Vicios Modernos en los siguientes términos: “es un tebeo en el que ellos mismos eran protagonistas, pero en el que la belleza del dibujo chocaba con una historia oscura y de tono desesperanzado”.

Un tono que se contagia a obras como Bestias de lujo, en el que los personajes, como si de García Alix y Ceesepe se tratasen, se presentan a sí mismos como “la generación más perdida de todas. Los últimos héroes de una raza de perdedores. Chulos, putas y maricones. No servimos para nada”.

“Con la obra de Ceesepe como mascarón de proa”, describe Jordi Costa en el libro mencionado, “la historieta contracultural madrileña lució unos marcados rasgos diferenciales con respecto a las propuestas de El Rrollo”. Según el crítico, “en los trabajos de Ceesepe siempre había algo de mal viaje de ácido en dirección a las puertas de una pesadilla heroinómana”.

Entre fanzines y tenderetes de poca monta en el Rastro, llegarían los ochenta. Y con ellos, el cambio. Empezaría entonces a publicar en El Víbora sus Ángeles negros. De ahí no le costaría saltar hasta las galerías, gracias a la exposición colectiva de artistas de la cabecera de historietas celebrada en el 81 en la galería Moriarty.

Ceesepe rodaría también por aquellas fechas el cortometraje El beso. Y más tarde, siendo ya un artista con cierto reconocimiento en el panorama patrio, TVE emitiría su mediometraje El día que muera Bombita, una surrealista y arrebatada historia de amor y toreo que se proyecta en una de las salas de la exposición.

También por entonces, y tras haber realizado la portada del álbum Seré mecánico por ti, de Kiko Veneno, recibiría su primer reconocimiento: el Premio de Artes Plásticas Diario 16. Y también crearía el cartel y los títulos de crédito de Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón, ópera prima de Pedro Almodóvar, cuyos diseños también se pueden ver en las paredes de Vicios Modernos. Volvería a repetir con el director manchego realizando el maravilloso cartel de La ley del deseo.

Ceesepe es una pieza fundamental para conocer la historia de la viñeta en nuestro país. Del tebeo llegaría al lienzo, convirtiéndose en uno de los nombres más cotizados del momento en el mundo del arte. Sus colores y formas, ya previstas en la obra de tebeo, toman otro cariz en la pintura. Vive entre Nueva York, Barcelona y Madrid y, con el tiempo, llega a exponer en París y otras ciudades europeas, al tiempo que colabora con cabeceras del prestigio del The New Yorker. En 2011 recibe la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

“Un amador de su oficio”, como diría Glez. Una descripción que responde a un obituario que el escritor le dedicó a Ceesepe, fallecido en septiembre de 2018. Murió en el mismo Madrid que le vio nacer, pocos meses después de haber cumplido sesenta años. Y durante sus últimas semanas, estuvo vinculado al montaje de lo que ahora es Vicios Modernos, la exposición que se podrá ver hasta el 22 de septiembre en La Casa Encendida. Un tributo a un artista inigualable que reúne en sus paredes el talento que dibujó parte de nuestra historia.