El cielo en la cabeza (Norma Editorial) ha sido uno de los fenómenos editoriales del sector del cómic en los últimos meses, fruto de una nueva colaboración entre dos Premios Nacionales: Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952), galardonado en el categoría de cómic en 2010, y Sergio García (Guadix, 1967), en la de ilustración en 2022. A ellos se suma la artista Lola Moral (Montalbán de Córdoba, 1964), colorista habitual en los trabajos de García.
Para el guionista y teórico Antonio Altarriba, este trabajo supone la vuelta al mercado editorial tras cerrar la denominada “trilogía egoísta”, conformada por Yo, asesino (2014), Yo, loco (2018) y Yo, mentiroso (2020), realizadas junto con el dibujante Keko. Para García y Moral, El cielo en la cabeza es su trabajo más extenso, tras obras como Odi’s Blog (2010) o Caperucita Roja (2015), así como los numerosos trabajos de ilustración que realizan, como varias portadas de The New Yorker. En todos ellos, predomina un enfoque innovador y experimental, que investiga las posibilidades narrativas de la página y los modos de lectura, y que está también muy presente en esta nuevo libro.
El cielo en la cabeza presenta una historia ficticia, pero documentada sólidamente en hechos reales. Nivek, un adolescente congoleño secuestrado por una brutal milicia, se convierte en un niño soldado. En su huida, iniciará un viaje con tintes iniciáticos en busca de un mundo mejor al otro lado del Mediterráneo. Con una estructura narrativa que remite a clásicos literarios como El Quijote o El Lazarillo de Tormes, la obra tiene también una honda influencia del folklore africano, como explica el propio Altarriba en conversación con este diario.
“A mí me gusta mucho la literatura popular africana, sobre todo de la zona del Sahel y subsahariana. Está impregnada de una especie de realismo mágico que antecede con mucho al latinoamericano”, comenta el guionista. “Son pueblos que tienen una relación muy estrecha con la naturaleza, y una mentalidad muy animista. Ese tono de fábula impregna los diálogos, pero también algunas de las tramas, con la presencia del chamán, que inicia a Nivek en algunas prácticas mágicas”, suma.
Tres años de trabajo
El proyecto surge de las ganas de Altarriba y García tras una primera colaboración en Cuerpos del delito (2017). “No quedamos muy satisfechos de cómo quedó la edición y cómo fue la distribución y nos quedaron las ganas de colaborar de nuevo en un trabajo donde nos pusiéramos a prueba”, afirma el guionista. Sergio García estuvo desde el principio en contacto con Altarriba, tal y como explica: “Al principio queríamos hacer una cosa más experimental y luego viramos a otra idea”.
Por su parte, Lola Moral comenta que, en una primera fase, ella se mantuvo como observadora. “Suele ser así en todos los trabajos: soy partícipe de la idea y de la evolución de la historia, pero empiezo a trabajar al final, soy la que termina el libro con el color”, explica la artista cordobesa, que añade: “Para nosotros ha sido un cambio grande porque no habíamos hecho nunca un libro para adultos como este”. García relaciona este nuevo libro con un cómic que realizó en solitario, Amura (2012): “En aquella serie también investigué sobre el lenguaje del cómic, y muchas de las ideas a las que llegué se implementan en El cielo en la cabeza. Es como cerrar un ciclo”.
Según indican los tres autores, la elaboración de la novela gráfica se prolongó durante tres años, porque Moral y García lo simultanearon con otros proyectos, y la concesión del Premio Nacional de Ilustración al segundo multiplicó los compromisos. Sin embargo, Altarriba cree que ese periodo le vino bien: “Se fueron madurando algunas cosas, y al final Sergio y Lola pudieron ir a un ritmo bastante rápido, porque ya tenían bastante bien interiorizado el concepto, la puesta en páginas, los colores…”. “Y esas son muchas veces las mejores páginas, las últimas que se dibujaron, porque hay ideas más frescas y espontáneas”, añade Sergio García.
Violencia y corrupción en el Congo
El cielo en la cabeza parte, también, del interés de Altarriba por las cuestiones sociales. “El tema de la migración siempre me ha resultado interesante y, después de darle vueltas a otras muchas ideas, entré en contacto con una ONG del Congo, Jambo Congo. Hacen una labor muy valiosa, y gracias a ella fui conociendo mejor la situación”, explica. Así surgió la idea de abordar la situación en el país centroafricano, en el que pesa aún el trágico pasado colonial. “Desde 1960, año de la independencia del país, hasta la actualidad es un espacio de muchísima violencia y corrupción. Un espacio que explica muy bien por qué un joven puede decidir que la situación es insostenible y, a pesar de las dificultades, lanzarse a la aventura de recorrer un continente para buscar una oportunidad”, analiza Altarriba.
El guionista sigue al tanto de la actualidad del país tras la publicación del cómic: “En estos momentos hay bastante violencia en la zona. Hubo un tiempo de una relativa tranquilidad, en torno a diciembre, cuando se celebraron las últimas elecciones, por supuesto con un montón de irregularidades, y que mantuvo en el poder al gobierno corrupto del clan de Joseph Kabila. Ahora hay toda una serie de ajustes, con la nueva entrada de rusos y chinos en la zona del Kivu, que ha traído un recrudecimiento de la violencia”.
La importancia del estilo
Los cómics que reflejan hechos extremadamente violentos o traumáticos siempre se enfrentan a la dificultad de su representación. El cielo en la cabeza no es una excepción. “El guion de Antonio era muy duro y visual, y nosotros le pedimos libertad para componer las páginas y hacer juegos visuales. Como a él le gusta muchísimo este tipo de experimentación, no hubo problema”, afirma. García también tomó determinadas decisiones gráficas que darían forma al libro: “La primera fue recurrir a la metáfora visual siempre que fuera posible. Es algo en lo que he aprendido muchísimo haciendo portadas para revistas, donde tienes que trabajar con mucha información en muy poco espacio”.
El equipo creativo destaca la utilidad de este recurso en la representación de la violencia, “por ejemplo, una violación, en la que recurrimos al cuerpo en negro, sometido, mientras todo pasa a su alrededor”. García, además, destaca la influencia que el arte egipcio tiene en estos momentos sobre su trabajo. “Hay mucho plano frontal, y el 80% de los personajes están de perfil. No es fortuito: este tipo de recursos coinciden muy bien con el tipo de narración que plantea Antonio. Este dibujo mal llamado primitivo, y esa posibilidad de experimentar son los que han hecho posible que el libro sea como es”, concluye.
Pero el color también juega un papel muy importante en el resultado final. “Sergio y yo tenemos ya una serie de pautas establecidas, pero trabajamos de forma independiente”, explica Lola Moral, colorista de la obra. “Tenía claro que tenía que haber un juego entre la ética y la estética del libro. Ante la violencia hemos actuado de una forma que la enmascara”, explica. Asimismo, Moral reivindica la importancia del color.
“Es un recurso narrativo que se usa para ayudar a la legibilidad del libro, pero sin que actúe como un adorno, no sirve de nada poner colorines sin sentido. Mi paleta personal se ha adaptado a cada capítulo del libro, incidiendo en los paisajes, en las etapas del recorrido de los personajes, intensificándolos o apaciguándolos. Siempre trabajo con Photoshop, pero no uso efectos digitales prácticamente nunca. No empleo degradados ni cosas así, prefiero que los colores sean planos, porque se trata de que haya un equilibrio, que cumplan su función sin destacar. Por ejemplo, la violencia puede parecer que pide colores más fuertes, pero no era necesario: nunca coloreo la sangre de rojo”, desarrolla la artista.
La culpa de Occidente
La dura situación que expone El cielo en la cabeza guarda una relación directa con la explotación minera del Congo, de la que se extraen muchos metales imprescindibles par la fabricación de móviles, ordenadores y otros dispositivos electrónicos, como el coltán. “Un móvil de última generación puede valer más de mil euros. ¿De verdad que con ese precio no se puede pagar dignamente el trabajo?”, se pregunta Moral. Y García añade: “Las grandes corporaciones deberían dedicar parte de ese dinero a crear un coltán limpio, unas tierras raras de verdad verdes, que no estén manchadas de sangre. Pero sale más barato hacerlo así. Estos países se controlan para que sea así”.
Para Altarriba, esto está directamente relacionado con la gestión de las migraciones que se desarrolla desde Europa. “Hay determinado discurso antiinmigración que presenta el asunto como si fueran personas que quieren vivir gratis a nuestra costa, llevarse las ayudas sociales… Pero no, no es un capricho”, señala el guionista. “El lugar del que provienen es un auténtico infierno”, añade. Los autores explican que se han encontrado con lectores que “han tenido que tomar aliento en algunas escenas para poder seguir adelante”, pero, Altarriba cree que “conociendo la realidad, y sabiendo hasta qué punto supera lo que nosotros contamos, esto es el mínimo necesario para que tomemos conciencia de la tragedia cotidiana en la que está viviendo mucha gente”.
Antonio Altarriba va más allá en su análisis de una situación que cree que pronto exigirá otras formas de gestión. “Sentimos un cierto rechazo, y nos agarramos a explicaciones extravagantes, como que esto es producto de una trama de tráfico de seres humanos, unas mafias que, sin saber por qué, y contra su voluntad, trafican con seres humanos, invisibilizando las causas que los llevan a convertirse en víctimas de estas mafias”, explica el autor de El arte de volar.
“Las medidas que se acaban de aprobar en Europa endurecen aún más los requisitos para entrar. Creo que esa mala conciencia se refleja en el hecho de que externalizamos la gestión del problema en terceros países, como pueden ser Marruecos o Turquía, que se encargan del trabajo sucio, de devolver a los migrantes”, continúa.
“Los problemas que hay en África están aumentando de tal modo que esto no se puede tapar, no se puede mirar hacia otro lado por mucho que paguemos a esta especie de sicarios para que nos hagan el trabajo sucio. Esto va a acabar desbordando y vamos a tener que tomar otro tipo de actitudes, porque esta no es la manera de solucionar un problema que por un montón de razones —políticas, económicas, climatológicas— aumenta día a día”, concluye Altarriba, que, junto a Lola Moral y Sergio García, ha intentado con El cielo en la cabeza concienciar a los lectores de una situación de flagrante violación de los derechos humanos, ante la cual Occidente vuelve la vista. En nuestras manos está que no caiga en saco roto.