La primera vez que el periodista Pere Ortín fue a Guinea Ecuatorial, en 1993, se encontró un tesoro del que no quiso desprenderse. Estaba trabajando como reportero en un pueblo y unos ancianos le contaron que 50 años atrás, unos señores españoles con cámaras, como él, habían llegado hasta allí a hacer fotos y películas. Al volver a España se puso a investigar y descubrió que aquella historia era verdad: la dictadura franquista envió una expedición fotográfica y cinematográfica entre 1944 y 1946 a la antigua Guinea española que produjo más de 30 películas y 5.000 fotografías, para documentar el universo colonial español en el África Negra.
Ortín encontró aquellas películas y fotos medio abandonadas en la Filmoteca Nacional, y decidió buscar a alguno de los tres enviados a la expedición. Encontró a un superviviente, con 94 años, en un pueblo de Almería, se fue a conocerlo y de allí nació una relación de amistad y la novela gráfica 10.000 elefantes (Reservoir Books), que ha escrito Pere Ortín y dibujado el artista ecuatoguineano Nzé Esono Ebalé.
“Han sido 20 años de investigación periodística. Tenía tres nombres, y localicé a uno de ellos, el director de la expedición, Manuel Hernández-Sanjuán, que vivía retirado en Aguadulce. Decidí no llamarlo por teléfono, sino ir a conocerlo a su casa. Llamé a la puerta y apareció un anciano enjuto y bajito. Le expliqué por qué le buscaba y él me hizo una pregunta que aún me emociona: ¿Y usted cómo sabe todo esto?’ Nadie se había interesado por su trabajo hasta entonces”, cuenta Ortín.
En la cárcel por dibujar
Estrecharon su amistad charlando de los lugares recorridos en Guinea Ecuatorial con 50 años de diferencia, y hablando de cine. “Manuel seleccionó las 12 películas que él consideraba eran las mejores de su trabajo. Y la que le parecía la mejor, Balele, que es magnífica, un auténtico videoclip hecho en el año 44. Una auténtica maravilla de edición, montaje, y ritmo narrativo. Es como la MTV, pero hecha 50 años antes”, explica el periodista. Manuel Hernández-Sanjuán antes de morir le entregó una maleta con todo su trabajo y le cedió su legado.
Pere Ortín es amigo de Ramón Nzé Esono Ebalé desde hace muchos años y le propuso que dibujara la historia de Diez mil elefantes. El artista estuvo en la cárcel en 2017 en Guinea por su libro La pesadilla de Obi, una novela gráfica crítica con el dictador Obiang. Después de cinco meses, y gracias a la presión internacional, Ramón salió de la llamada 'Guantánamo guineana' y ahora no puede volver a Guinea.
Desde El Salvador, donde vive con su familia, recuerda cómo en la cárcel mejoró la técnica con la que ha dibujado el cómic: el bolígrafo Bic. “Desde pequeño siempre dibujaba con bolígrafos Bic, estaba enamorado de ellos, es un boli barato, lleva vendiéndose 50 años y era lo que estaba a mi alcance en mi época. En la cárcel, como no tenía nada que hacer, dibujaba muchas horas y eso reforzó mi técnica. Nunca imaginé que dibujaría una novela gráfica con esos bolis Bic. Cuando me ofrecieron el guión de Diez mil elefantes tenía entrenamiento suficiente, la rabia por la estancia en la cárcel, y muchas ganas de dibujar en serio”, explica Esono.
Propaganda y 'whitesplaining'
Las metrópolis europeas mandaron equipos de fotógrafos, documentalistas y cineastas que filmaron y registraron todos los procesos de sus colonias africanas. Las películas eran una herramienta de propaganda y España, con un dictador aficionado al cine, quiso imitar a franceses, belgas o británicos. “La expedición tiene una voluntad propagandística que, en el caso de España, es muy cutre. Se quería transmitir la idea de la dictadura de que España no era colonialista sino civilizadora de pueblos, a través de la religión católica. Esas películas son claramente supremacistas y racistas, pero cuando se analiza en profundidad ese cine colonial, lo que sorprende de esta expedición es que ellos llegaron con una mirada en el 44 y salieron con otra mirada en el 46. Hernández Sanjuán reconocía que eran unos chicos ignorantes de Madrid dejados en medio de África y eso les transformó”, cuenta Pere Ortín.
“Ramón y yo pensamos que los análisis críticos de la memoria sirven de poco si los reportajes de hoy sobre África son básicamente iguales que los que se hacían entonces. La mirada colonial persiste en el análisis de las realidades de África, igual que lo que se hizo hace 70 años. Parece que no hayamos aprendido nada, y ellos tenían la excusa de que eran ignorantes, nosotros no la tenemos. El discurso del whitesplaining, de blancos que explican África, es sorprendentemente similar al que se seguía en épocas pasadas”, explica Ortín, y cita la canción del músico nigeriano Fela Kuti, Colonial mentality. “La mentalidad colonial no está memorizada en los blancos, occidentales, españoles. Piensan que se comportan de manera natural con los africanos y no es así, los procesos supremacistas continúan a día de hoy, y la superioridad ética y moral aparece cada día en los medios de comunicación”, cuenta el reportero.
Fantasmas de África en las cabezas de los blancos
Pere Ortín ha vivido muchas veces el miedo y los prejuicios que personas de su entorno expresan hacia África, un continente del que se habla en singular y que solo existe en las cabezas de las personas occidentales. “Tengo amigos periodistas, gente progresista y abierta, que siguen teniendo miedo a ir a cualquier lugar de África. Esto es la colonial mentality, es racismo cosmopolita, como dice el antropólogo Manuel Delgado. Mucha gente vive de los fantasmas de África”, explica.
Ramón Nzé Esono aclara que no quieren juzgar a las personas que no conocen lo que es África. “Muy poca gente en el planeta, ni periodistas africanos ni de otros continentes, terminan de encajar el hecho de que África es muy grande y diversa. No quiero situarme en un lugar de juicio moral, y Pere tampoco. No intentamos señalar a nadie, aunque un buen relato necesita que se recuerde que hay cosas que no están bien contadas”, relata el dibujante.
Los dibujos de Ramón Nzé Esono transmiten una atmósfera sensorial. Las selvas que dibuja son rosas o azules, y el relato transcurre en medio de una sensación onírica, entre el sueño y la ficción. “Esos territorios son una maravilla, han pasado por dos guerras, la esclavitud, los saqueos, las talas, el colonialismo, la contaminación… es una belleza que ha luchado contra elementos muy negativos. Guinea Ecuatorial es una exorbitante selva de animales y plantas, no hay nadie que haya estado en Guinea que no destaque esa belleza contra la realidad de la dictadura. Es una belleza sin palabras”, relata Ramón Nzé Esono.
Y Pere Ortín añade: “Los dos estábamos cansados de visiones tópicas y clichés, ¿por qué no se puede dibujar una selva de color rosa? En el caso de Guinea y de África en general, hay una concentración extrema en lo feo, que no negamos, pero nosotros nos hemos movido mucho y hasta en los lugares más jodidos del planeta, hemos encontrado esa posibilidad de saludar a la belleza de otra manera, como decía Rimbaud”.
Con esa idea nació este “artefacto literario”. Además de los dibujos de Esono, el libro está salpicado de collages con fotos reales de la expedición recortadas y coloreadas, mezcladas con mapas o cartas antiguas. Hay una narración con una historia principal, la de la expedición española que remonta un río buscando una quimera: un lugar en el que se agrupan 10.000 elefantes. En ese viaje Ortín reconoce el legado de Moby Dick y del Corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Ese relato central está recorrido por otras historias que salen de ella como afluentes, y abren otros mundos que se vislumbran y no siempre se cierran. “La idea era evocar otras maneras de contar, mostrar unas formas de oralidad no lineal. Así son muchas de las historias que se cuentan en Guinea y en otras culturas. Queríamos fabricar una especie de muñeca rusa en la que unas historias están dentro de otras”, explica Pere Ortín.
El pasado es un país
Ortín y Esono insisten en que no quieren denunciar la memoria del pasado, sino construir pensamiento crítico sobre el presente y, sobre todo, inventar un futuro posible. “El pasado es otro país —dice Ortín— y allí las cosas se hacían de otra manera, quién sabe lo que sucedió. Me da risa la seguridad con la que algunos periodistas aseguran que el pasado fue de una determinada manera, como si alguien pudiera dar testimonio, cuando sabemos que la documentación puede ser falseada y no hay nadie vivo. No me interesa ese tipo de superioridad, ni esa verdad de los datos, sino explorar otros territorios narrativos, el mundo se cuenta de otras maneras”, explica el reportero.
El libro no está narrado desde el resentimiento ni la confrontación. “Yo nací dentro de esta España sin dejar de ser verdaderamente fang. Tengo la grata sensación de que los pueblos primigenios de Guinea Ecuatorial nunca han rechazado ningún tipo de llegadas. Es muy complejo juzgarnos a nosotros mismos y pensar si debimos haber batallado, es verdad que venían a invadirnos y convertirnos en lo que ellos eran, pero somos una gente que recibe, porque pensamos que nuestra misión es divulgar el principio de todo: la cordialidad, el respeto, la solidaridad, los resquicios de aquella pureza de los principios de la humanidad”.
Los dos quieren recordar que África está a 14 kilómetros y es un continente diverso, con 2.000 lenguas que representan 2.000 culturas. “Hay casi 1.500 millones de africanos, que están luchando por salir adelante, son el continente más joven del planeta. Los medios de comunicación tienen un corresponsal para todo el continente, y hacen reportajes sobre África pero sin africanos”, recuerda Ortín. “En África hay artistas, directores, escritores, cineastas, músicos maravillosos, con creatividad y cultura en cualquier rincón, y aquí solo vemos un porcentaje mínimo de lo que representa África”, concluye.