La paternidad de Stan Lee sobre los personajes de Marvel, sometida a un 'fact checking' del que no sale bien parado

Gerardo Vilches

16 de agosto de 2022 22:10 h

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Stanley Lieber (1922-2018) fue mundialmente conocido como Stan Lee, el nombre de pluma que adoptó para firmar sus primeras historias de cómic, y reconocido por el gran público como el creador de personajes inmensamente populares gracias al cine, desde Spiderman a los X-Men, pasando por Iron Man o Hulk. Sus cameos en esas películas no hicieron sino elevar su fama y hacer posible su conversión en un símbolo, admirado por millones de fans. Sin embargo, la controversia acompaña su figura desde hace décadas, cuando Jack Kirby, coautor de casi todos aquellos personajes durante los años 60, comenzara a cuestionar públicamente las aportaciones de Lee a esas obras, mientras luchaba legalmente por conseguir que Marvel le devolviera los originales de sus páginas.

Desde entonces, periodistas y estudiosos del cómic han ido reconstruyendo un puzle complejo, matizando el relato oficial, y analizando las verdaderas aportaciones de cada autor a ese artefacto cultural conocido como Universo Marvel, hoy propiedad de The Walt Disney Company y generador de miles de millones de euros cada año. Todo ello gracias a las películas que adaptan sus historias y personajes, creados por autores que, en el mejor de los casos, solo perciben una gratificación simbólica y a todas luces insuficiente con respecto a su responsabilidad en el éxito comercial de la franquicia.

Abraham Riesman es un periodista cultural, colaborador de medios como Vice, The Wall Street Journal o The Boston Globe. La reciente publicación de su primer libro, una biografía de Stan Lee, ha reavivado la controversia acerca de la figura del editor y guionista. En España ha sido publicado bajo el nombre de Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee por Es Pop Ediciones, con traducción de José María Méndez. El libro de Riesman supone una exhaustiva investigación sobre la vida de Lee, para el que el autor ha entrevistado a la mayoría de personas que lo trataron, tanto profesional como familiarmente, y en la que, además, ha tenido acceso a todo tipo de documentos y grabaciones que le han permitido trazar un retrato minucioso que no evita ninguna cuestión delicada.

Riesman no tiene por objetivo hacer caer el mito de Lee sino analizar, a la luz de las pruebas, la realidad detrás de ese mito. Es riguroso y no especula ni va más allá de adonde puede llegar con las pruebas que tiene en la mano, y reconoce los muchos límites de las fuentes orales cuando hay intereses en juego y han pasado tantos años, pero sí somete los hechos a un proceso estricto de fact checking del que Lee no siempre sale bien parado.

La construcción del personaje

Riesman se remonta a los orígenes familiares y reconstruye el periplo de los ancestros de Lee, judíos askenazíes de Rumanía, que acabaron emigrando a Estados Unidos. También se aproxima a la figura de sus padres y analiza la relación con ellos, para encuadrar la figura de Lee y entender sus motivaciones en el contexto de la Gran Depresión y su clase: desde muy joven, Lee quiso escalar socialmente y, durante toda su vida, mantuvo esa fijación con el éxito y el dinero.

Lee comenzó a construir un personaje triunfador alrededor de la persona real, comenzando por la adopción de un pseudónimo, que él mismo reconoció que se debía a la necesidad de no usar su nombre real en algo tan poco prestigioso como los cómics. Desde muy joven, se acostumbró a exagerar y mentir sobre su propia vida para alimentar su propia leyenda. Riesman recoge un hecho clave para entender esto: Lee contaba que, en su adolescencia, ganó tres veces consecutivas un concurso de jóvenes escritores del New York Herald Tribune; cuando Riesman acudió a la hemeroteca para comprobarlo, descubrió que únicamente participó una vez, en la que recibió, junto con otros 99 niños, una mención de honor.

Esta estrategia lo acompañó la mayor parte de su vida, de forma que el relato triunfal que él mismo contaba era el de un hombre creativo, un genio en su campo, lleno de ideas y con grandes iniciativas. Reisman busca redimensionar su figura a través de una investigación que va mucho más allá de lo que él mismo contaba, de ese relato que muchos aficionados al cómic aceptaron como verdadero. Por ejemplo, el periodista demuestra que Stan Lee comenzó a trabajar en Marvel en la época en la que aún se denominaba Timely, gracias a que era familiar de Martin Goodman, el dueño de la empresa, y no por su arrojo o iniciativa personal. No obstante, ahí es donde empieza, verdaderamente, la historia épica de Stan Lee.

La polémica de la autoría

Durante dos décadas, Stan Lee se hace cargo de los cómics de Timely, escribe sus primeros guiones y va puliendo su imagen, aunque siempre mantiene la esperanza de poder abandonar un medio tan denostado para poder dedicarse a otras labores más prestigiosas. La vida de Lee está llena de proyectos nunca terminados, ideas frustradas y fracasos sin paliativos hasta que, ya en los años 60, ante un incipiente revival de los superhéroes —DC Comics había lanzado poco antes, con mucho éxito, a la Liga de la Justicia de América—, reciba el encargo de Goodman de crear una nueva serie protagonizada por un supergrupo. Para ello, colaboraría con Jack Kirby, a quien conocía desde sus inicios en el negocio.

El éxito de ventas de aquella primera serie de “la era Marvel de los cómics”, Los Cuatro Fantásticos, fue seguido de otras muchas, tanto con Kirby como con Steve Ditko, principalmente. Hasta ese momento, Stan Lee pensaba en abandonar los cómics en cuanto pudiera, una actitud profesional que no tiene nada de excepcional, ya que era común entre los autores de la época, incluso de las posteriores, considerar que era un negocio mal pagado y con muy mala fama: no olvidemos que, durante los años 50, una ola de histeria anticómics recorrió Estados Unidos, hasta el punto de que el asunto llegó al Senado y provocó, en última instancia, la creación de un código de autocensura adoptado por la industria como única forma de salvar el sector.

Todo lo que tiene que ver con aquella época fundacional del imperio Marvel es, sin lugar a dudas, lo que más polémica produce de todo lo que tiene que ver con Stan Lee. De hecho, está ya muy estudiado y Riesman no puede aportar muchas novedades, más allá de recopilar todo lo que sabemos y añadir algunos detalles o testimonios recogidos por él mismo. La responsabilidad en la autoría y creación de personajes tan importantes como Los Cuatro Fantásticos, Spiderman, Los Vengadores, el Doctor Extraño o los X-Men se empieza a debatir en los años 80, cuando Kirby comience su cruzada contra Marvel. En diversas entrevistas, no solo se atribuía todo el mérito en la creación de los personajes, sino que también aseguraba haber sido el autor de todas las historias, a las que Lee simplemente habría añadido los diálogos, siguiendo sus propias instrucciones. Reisman considera este relato bastante improbable.

La versión oficial —que es la del propio Lee—, sin embargo, habla de una colaboración creativa más equilibriada, gracias al llamado Método Marvel, invención del propio Lee. En principio, esta forma de colaboración consistía en que el guionista facilitaba una sinopsis al dibujante para que dibujara las páginas, tras lo cual estas eran enviadas al guionista para que añadiera los diálogos. Pero, aunque ese método se usó de esta forma en años venideros, lo que acredita Reisman, en lo que respecta a cómo lo empleaba Stan Lee, es muy distinto: en muchas ocasiones, simplemente facilitaba una idea muy vaga o sugería el nombre de un personaje, que luego el dibujante desarrollaba al dibujar la historia completa, lo que implicaba tomar importantes decisiones narrativas y formales sin contar con un Lee que, en el final del proceso, aportaba sus chispeantes y verborreicos diálogos. Por si fuera poco, a partir de determinado momento, hubo casos en los que Lee ni siquiera tenía ya contacto con algunos colaboradores, que trabajaban en solitario, como fue el caso de Ditko en The Amazing Spider-Man.

Lee mantuvo casi siempre el relato de la coautoría y alimentó la idea, conscientemente o no, de que él era el genio creador detrás de Marvel. Reisman relata una larga historia de omisiones y convenientes olvidos a la hora de mencionar a Ditko, Kirby o cualquier otro colaborador como creadores, si bien se deshacía en elogios a su talento. Pero también documenta los momentos concretos en los que, por algún motivo, el editor en jefe de Marvel reconocía el verdadero método de trabajo que seguía con los artistas, como sucedió en 1965, cuando, durante una entrevista, admitió que Kirby era en muchos casos el argumentista de los cómics que realizaban. “Es buenísimo ideando tramas, estoy seguro de que se le da mil veces mejor que a mí”, declaró. Sin embargo, el autor de Verdadero creyente también reconoce no pocos méritos a Lee en el éxito de la editorial: fue un excelente coordinador, y tuvo una idea brillante al decidir que todas las series estarían conectadas entre sí, de forma que los diferentes personajes podrían saltar de una a otra.

Pero hay aún otro detalle fundamental: la relación que Lee estableció con los lectores. Alimentó un fenómeno fan sin precedentes mediante la cercanía personal con ellos, a través de las secciones de correo y otras columnas, el club de fans de Marvel y sus propias apariciones públicas. Generó una ficción en torno a la redacción de Marvel, a la que denominaba el bullpen, y se presentó a sí mismo como una especie de mezcla entre vendedor, guionista y director de orquesta, que acuñaba todo tipo de expresiones coloridas y frases hechas. Cuando estos nuevos cómics obtuvieron cierta atención académica —personajes como Spiderman o Hulk fueron muy populares en los campus universitarios—, supo ver que era el momento de introducir discurso legitimado que intentara elevar lo que, hasta entonces, era considerado poco menos que material de derribo. A pesar de que, en su fuero interno, Lee siguiera anhelando dedicarse a otras tareas creativas, es innegable que parte del éxito de la nueva Marvel se debe a la forma en la que su estrategia la convirtió en un fenómeno cultural.

El problema para Reisman y otros críticos es que este proceso, inseparable de la construcción del propio personaje de Stan Lee como un moderno demiurgo, un genio creador al que millones de chavales idolatraban, implica negar la autoría real de muchos otros artistas. Lee no dudó en inventar todo tipo de anécdotas falsas y retorcer todo lo que tiene que ver con la creación de sus personajes más populares, hasta el punto de contar versiones contradictorias entre sí. Reisman señala un caso paradigmático: el Doctor Extraño. Sobre este personaje, hoy interpretado en el cine por Benedict Cumberbatch, Lee dijo inicialmente que era una idea de Ditko y que la primera historia no era “gran cosa”. Años más tarde, cuando su éxito era evidente, la versión de Lee cambió radicalmente: “En julio de 1963 la regalé al mundo otro de mis personajes favoritos, el Doctor Extraño”.

La marcha a Los Angeles y su vida después de Marvel

Casi desde la creación de esos personajes, la obsesión de Stan Lee fue lograr que se vendieran sus derechos para realizar series y películas. A partir de 1972, dejó el puesto de editor en jefe en manos de su joven mano derecha, Roy Thomas, y abandonó su labor creativa: fuera cual fuera su aportación a los guiones de cada serie, su nombre dejó de aparecer en los créditos. Así, se consagró a su labor de hombre anuncio, de cara pública de la editorial, al tiempo que se trasladaba con su familia a Los Angeles para intentar vender los derechos de las propiedades de Marvel, pero también sus propios proyectos. Reisman describe incontables ideas para películas, libros y otros que Lee intentó mover infructuosamente durante aquellos años, mientras, paulatinamente, se alejaba del día a día de la editorial y de los avatares de sus personajes. A pesar de su cercanía con ciertas figuras de Hollywood, solo logró algún cameo menor, y siempre fue incapaz de vender un solo guion original.

Mientras, su vida personal se convertía en un caos: rodeado de personas con oscuros intereses y pasados dudosos, se vio embarcado, en sus últimas dos décadas de vida, en todo tipo de negocios ruinosos y problemas financieros que acabaron en los tribunales, aunque Lee siempre fue exonerado de toda responsabilidad. Primero con Stan Lee Media y luego con la productora de entretenimiento POW!, fracasa una y otra vez en sus proyectos multimedia, al tiempo que se libra una retorcida batalla legal entre los diferentes personajes que se acercan a él. Para la posteridad quedan proyectos como Stripperella (2003-2004), una serie de animación en la que Pamela Anderson prestaba su voz a una superheroína y estríper, o Who Wants to Be a Superhero? (2006), un reality en el que Lee hacía de mentor de un puñado de aspirantes a superhéroes enmascarados.

A pesar de todo, sus constantes apariciones públicas y sus cameos en todas las películas protagonizadas por héroes Marvel depararon a Stan Lee una enorme popularidad. Sin embargo, sus últimos años fueron muy duros, como demuestra Riesman en su investigación. Tras la muerte de su querida esposa, Joan, Lee quedó en manos de su problemática hija y un puñado de individuos que lo aislaron mientras pugnaban entre sí por su legado y herencia. Riesman se esfuerza en arrojar luz sobre esos últimos días de Stan Lee, sumido en la depresión, presunta víctima de malos tratos y presa de los intereses de siniestros personajes, algunos de los cuales han acabado procesados judicialmente. Un triste final para un hombre de 95 años, clave para entender la cultura popular estadounidense de las últimas décadas y que se había convertido en un símbolo, tras el cual se ocultaba una realidad que Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee saca a luz.