Análisis

Así creó Nacho Cano el mejor musical del nacionalismo español

Peio H. Riaño

12 de octubre de 2021 13:05 h

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Doce de octubre. Toca Nacho Cano. Netflix estrena en este día tan señalado una autohagiografía de hora y media producida y protagonizada por el músico de Mecano que haría salivar a los fundadores del Consejo de la Hispanidad. La creación de Malinche: un documental de Nacho Cano es la antesala de lo que quiere preparar en el polémico solar de Hortaleza, que el Ayuntamiento de Madrid le ha entregado para que haga su espectáculo (dentro de una pirámide o una carpa). Por supuesto, José Luis Martínez-Almeida tiene su segundo de gloria en el largometraje.

El núcleo del relato es la tergiversación de la historia de la toma de Tenochtitlán por Hernán Cortés y sus aliados, según la cual a los mexicanos se les ha contado mal la historia: “Que después de tanta batalla y tanta tragedia, siempre hay vencedores y vencidos. Pero en este caso fue algo diferente. Hay una nueva raza con mucha personalidad”. Las comillas son del sermón que Nacho Cano suelta en el salón de su casa a los intérpretes del musical con los que ha trabajado a lo largo de los últimos años.

Es el momento clímax del documental, cuando el músico explica cuál es el “mensaje” del musical. Allá va: el encuentro entre españoles y aztecas tiene una cosa en común a pesar de ser dos mundos diferentes, “la pasión y la emoción”. “Los aztecas eran muy emocionales. Los españoles también. Por eso se fundieron en uno”. Como obra de arte habrá que esperar a conocer el resultado de las canciones y las coreografías, como reconstrucción histórica es un suspenso.

Si Ramón Serrano Súñer hubiera usado la “pasión” y la “emoción” para construir la propaganda de la hispanidad habría tenido mucho más éxito en su intento de convertir a España en el eje del mundo. Prefirió usar la “espiritualidad”. La idea era de Ramiro de Maeztu, que en 1934 usó la hispanidad de Unamuno para reivindicarla como la “reconquista espiritual” española de América. Casi un siglo después, Nacho Cano propone una reconquista pasional española de América haciéndonos creer que el mestizaje fue fruto del amor y no de la violación. No es difícil imaginar a Ramón Serrano Súñer en el patio de butacas de la pirámide de Hortaleza aplaudiendo, chillando, vibrando con los bailes y cantando las canciones.

Aunque Serrano Suñer no poseía los hipnóticos pectorales que luce Nacho Cano, es probable que también se hubiera ido a Miami a componer al amanecer. El componente de Mecano ha buscado lo mismo que hizo el Consejo de la Hispanidad durante la dictadura: construir una leyenda fundacional de una nueva nación sobre la que apoyar un programa ideológico para borrar los asesinatos, las apropiaciones y la imposición cultural. La nostalgia de la mayor peripecia militar de la historia de España vuelve a la actualidad siempre que la patria se queda sin futuro.

De la batería de tópicos a los que ha recurrido el creador del musical llama la atención la idea de la aventura. Los intérpretes cantan en un ensayo: “Por nuestra reina, la bandera y Jesucristo nuestro señor, vamos en busca de oro, aventuras, pasaremos a la historia por nuestro honor”. Ya adelantamos que entre los componentes del coro no aparece Santiago Abascal. Nacho Cano reconstruye América como un parque de aventuras donde los españoles fueron a entretenerse, porque en Extremadura en pleno siglo XVI no había mucho que hacer.

La idea de la aventura ha sido un recurso muy usado por los revisionistas para lavar la invasión. Sin embargo, no es más que un eufemismo con el que los hombres de letras ocultan la sed de sangre y batalla que reclaman los hombres de armas. O el hambre de fama y gloria que reconocieron de su puño y letra personajes como Pedro de Valdivia (1497-1553), cuyo sueño fue “dejar memoria y fama de mí”. Esto debe ser el honor, una manada de aventureros que llegan a una tierra que no les pertenece con intención de quedársela. Eran simples tipos que necesitaban hazañas bélicas porque se aburrían…

Es probable que en el musical la protagonista sea Malinche —ya conocen la historia de la esclava que termina sirviendo a Hernán Cortés como traductora para reclutar aliados—, pero en el documental Nacho es el centro (del universo creativo español). Es el Cristóbal Colón de la música española. Tal y como se presenta en el documental, Nacho Cano es un roquero comparado con un sacerdote de Salamanca. Lo que no esperábamos era la intensidad épica y emocional que ha logrado construir con las fanfarrias de metal y cuerda, los tambores del drama y el heroísmo de la orquesta. Los ingredientes favoritos del nacionalismo.

Malinche es la gran damnificada de todo este tinglado, porque es usada como escudo humano que legitima el mito de la hispanidad. La actriz protagonista, Melissa Barrera, lo resume en una de sus intervenciones, cuando asegura que Malinche no traicionó a su pueblo, sino que su pueblo traicionó a Malinche. “Fueron los españoles los que la trataron con respeto por primera vez”, dice Barrera sobre la esclava que se convierte en traductora de los dos mundos y ayuda al invasor a comunicarse en náhuatl y maya con las poblaciones de Mesoamérica central. Gracias a ella Hernán Cortés montó el ejército que acabó con los mexicas, enemigos del pueblo de Malintzin o Malinche.

Esta es la leyenda española que explica la creación de México —tras su independencia hace dos siglos— con el mito fundacional del “amor” entre la mujer indígena Malinche y el militar extremeño Hernán Cortés. Según este, los mexicanos son hijos de españoles. Es el compositor mexicano Armando Manzanero (fallecido por COVID el pasado 28 de diciembre) quien descubre la tesis que se le presupone a este largometraje: “Malinche se enamora de Hernán Cortés y es por eso que ocurre el nacimiento de la nueva cultura, un nuevo país como es México”. Convertir una alianza política en amor es tratar de hacernos creer que a lo largo de su historia, los Borbones se han unido por la misma razón.