Algo se mueve en Irán. Las ideas reformistas del nuevo presidente de Gobierno, Hassan Rohani, chocan con las ultraconservadoras del último Gobierno y del Consejo de Guardianes de la revolución. ¿Triunfará la voluntad de apertura? Estas son algunas de las cosas que deberá cambiar el nuevo Ejecutivo si quiere ser creíble a nivel internacional.
Un internet filtrado y censurado
Internet es una de las herramientas más importantes de la cultura del siglo XXI. Los iraníes usan la red para saltar los muros de la censura y acceder a informaciones independientes, libros prohibidos, películas proscritas y música “inmoral”.
Llego al hotel “Revolución”, en Teherán, y la primera sorpresa agradable es que tengo acceso a internet desde la habitación. La parte menos positiva es que el acceso es lento e intermitente. Un segundo después descubro que hay miles de páginas bloqueadas, con un mensaje que habla de la “ilegalidad” del contenido. Tampoco puedo usar Twitter, Facebook, Instagram o YouTube. Cientos de revistas, periódicos, blogs e incluso páginas de empresas y entidades bancarias son inaccesibles, por decisión arbitraria de un Comité de Filtrado de Internet.
La prensa internacional recoge declaraciones del nuevo ministro de Cultura y Orientación Islámica, Ali Jannati, asegurando que las redes sociales deben ser accesibles. Facebook y Twitter fueron bloqueados en 2009, durante las masivas protestas antigubernamentales, y su acceso sigue vetado. El contrasentido es que los políticos difunden sus mensajes a través de estos medios bloqueados.
Los iraníes se saltan la ley usando VPN para acceder a las páginas “prohibidas”. Los jóvenes saben cómo evitar la censura gubernamental. A pesar de estas limitaciones, seis millones de personas tienen cuenta abierta en Facebook.
Según datos recientes, 30 millones de ciudadanos –de una población total de 77– usan internet en Irán, lo que lo convierte en el país más “internetizado” de Oriente Medio.
Irán, el más restrictivo del mundo
Islandia es el país que tiene más libertad en internet e Irán el que menos en un ranking de 60 países que elabora cada año la ONG de EEUU Freedom House.
En Irán, hay 150 proveedores de internet, la mayoría “oficiales”, que rinden cuentas al Gobierno, según Reporteros Sin Fronteras. Los mulás controlan las infraestructuras y la tecnología aplicando una legislación muy restrictiva. Todo lo que se aleja de la línea oficial es filtrado o vigilado, incluso webs de moda, cocina o música.
Lo chocante es que los medios usados por el Gobierno para filtrar y bloquear el contenido tienen la firma de empresas europeas como Ericsson o Nokia. Reporteros Sin Fronteras señala en su informe de 2013 que incluso se utiliza tecnología israelí comprada a través de Dinamarca.
El Gobierno iraní ha invertido muchos riales en la creación de una red nacional que permite aislar al país del internet mundial. Es hasta 60 veces más rápida y más barata. Los activistas de derechos humanos consideran que el proyecto es “un apartheid digital”, mientras que las autoridades aseguran que mejora el acceso a internet y protege al país de los ciberataques, que les obsesiona desde que empezó la polémica nuclear con EEUU e Israel.
Las barreras que tienen los persas para acceder a internet no son sólo tecnológicas, sino que se combinan con la represión policial. Irán cuenta con un cuerpo especializado, la FATA, la Unidad de Policía Cibernética. Tiene como objetivo “la lucha contra el fraude, el robo, el hacking, la pornografía y la invasión de la privacidad personal”. En la práctica es un poderoso instrumento de censura. Muchos blogueros y técnicos han acabado en prisión y han sufrido torturas.
La poesía, un arma cargada de futuro, también es peligrosa
Hafez (1325-1389 DC) es el poeta más importante de Irán. No sólo es grande, sino que también es el más famoso gracias a las poesías que venden los niños en los semáforos, que se usan también para la adivinación. Es muy popular entre los jóvenes porque sus textos se han adaptado al rock. Uno de los cantantes más famosos del país, Shajarian, fue nominado a los Grammy por cantar a Hafez. En Shiraz, miles de personas peregrinan a su tumba para rendirle homenaje. Sólo he visto algo parecido, mucho menos intenso, en el cementerio de Collioure, en el sur de Francia, donde descansan los restos de Antonio Machado.
En Irán, la poesía es un arma cargada de futuro. Está presente en la vida, en el trabajo, en el amor, en la política. Cuando visité el mausoleo de Hafez, Majid recitaba en voz alta “Rebeldes insumisos”:
Ven, pasemos por el camino de la taberna,
que por un trago todos necesitamos esta puerta.
Me chocó escuchar de su boca este canto en un país donde está prohibido el alcohol. Pero en la república de los clérigos, era más sorprendente escucharle diciendo: ¡Predicador!, no nos aconsejes, / somos rebeldes insumisos. / Pisamos el reino del amigo, / no miraremos el paraíso.
Hafez representa una libertad que el actual régimen islámico combate. Desde sus orígenes, ha perseguido a intelectuales y escritores disidentes.
Censura férrea a la literatura
¿Cambiarán ahora las cosas? Parece que el Gobierno de Rohani quiere dulcificar la censura de libros, actualmente muy drástica. A menudo los libros son alterados o prohibidos porque incluyen palabras como vino, cerdo, baile, violación, perro, amada, borracho o meditación.
El nuevo Gobierno, según Huffington Post, podría autorizar libros como El banquete de Platón, el Ulises de Joyce; Mientras agonizo, de William Faulkner; Viaje al fondo de la noche, de Celine; o El código Da Vinci, de Dan Brown, entre los más de 200 proscritos recientemente por los guardianes de la moral islámica.
El actual ministro de Cultura cree que la censura de libros bajo el anterior Gobierno iraní fue “demasiado estricta”. Janati llegó a afirmar que los censores iraníes “habrían prohibido el Corán” si se intentase publicar hoy porque “argumentarían que algunas de sus palabras son contrarias a la virtud pública”.
Salman Rushdie, Tasmila Nasreen, Milan Kundera o Nikos Kazantzakis no han pasado el rodillo de la censura. García Márquez, por ejemplo, no pudo reeditar sus Memorias de mis putas tristes, pese a que en la traducción original al persa apareció con el título “Memorias de mis tristes cariñitos”. La palabra puta o prostituta ya había sido reemplazada en el texto por “mi belleza”. Cien años de soledad también estuvo prohibida durante años, aunque sus copias en el mercado negro nunca dejaron de venderse.
Los autores iraníes, contemporáneos o clásicos, son los principales perjudicados por la censura vigente. Son muchos los que ya han rechazado publicar en Irán y pasar la censura correspondiente. Muchos jóvenes escritores o traductores publican directamente sus obras en la red.
El asesinato como técnica de represión cultural
La operación más llamativa contra la cultura se produjo en 1996, cuando los servicios secretos intentaron asesinar a un grupo de 21 escritores y poetas despeñando el autobús en el que viajaban. 1996 está muy lejos, pero no hablamos de un pasado remoto. Las autoridades de Irán retienen el pasaporte, desde el mes de octubre pasado, al realizador Mohammad Rasoulof, que llevó al cine esta locura en la película Los manuscritos no se queman, que se presentó en el último Festival de Cannes 2013.
Este escritoricidio –perdón por la palabra– fue diseñado por uno de los rasputines más célebres del régimen, Saïd Emami, que acabó “suicidado” en la cárcel. Emami y sus hombres, un ejército secreto, intentaron ejecutar, tras el fracaso del atentado, uno tras otro, a los que viajaban en el autobús de la muerte. Los miembros de este ejército clandestino, Al Qods, eliminaron a intelectuales y escritores y atacaron salas de cine, redacciones de periódicos y editoriales críticas con el régimen.
Y entre las amenazas que no tienen fin, la fundación religiosa que puso precio, en el también lejano 1989, a la cabeza del escritor Salman Rushdie elevó recientemente en medio millón de dólares, hasta 3,3 millones, la recompensa por su asesinato. El imán Jomeini llamó a los musulmanes del mundo a matarlo tras publicar su novela Los versos satánicos, considerada blasfema.
“Música que corrompe”
Hay que recordar a Jomeini para entender la persecución a los trovadores en la Persia actual: “La música corrompe las mentes de nuestra juventud. No hay diferencia entre la música y el opio. Si queréis que nuestro país sea independiente, prohibid la música”.
34 años después de la revolución, la música que no sea tradicional o religiosa sigue en Irán en estado de excepción. Pero, como siempre, las normas públicas, lo oficial y lo legal, van por un lado y la tozuda realidad privada va por otro. Aunque no hay estadísticas fiables, en Irán hay alrededor de 2000 bandas que hacen lo que pueden: no tienen acceso a los medios de comunicación, ni cuentan con compañías discográficas, ni promotores de conciertos. A pesar de ello, en Teherán se organizan actuaciones “secretas” o privadas a las que asisten centenares de personas. Los CD prohibidos se guardan en las trastiendas y se venden bajo mano.
Si eres mujer, no se te permite cantar ni grabar, a no ser que vayas acompañada de hombres. Tampoco está permitido el heavi, el rap o el rock. Hace unos días, un rapero, Amir Tataloo, fue detenido por difundir sus trabajos en cadenas vía satélite. Amir vivía antes en Dubai, pero decidió regresar a Teherán para trabajar en el país. Es muy popular: tiene 562.000 amigos en Facebook.
Aunque las antenas parabólicas están prohibidas, millones de hogares las tienen y siguen habitualmente centenares de canales de televisión, una decena de los cuales emiten en persa y dedican su atención a la música iraní producida por expatriados que viven en Estados Unidos o Europa o por músicos que trabajan clandestinamente dentro del país.
Para rizar el rizo, el nuevo jefe de Gobierno, Rohani, no dudó en utilizar la música e internet para lanzar su mensaje renovador tras sus primeros cien días de mandato: