Los actos que esta semana organiza China para conmemorar el 70 aniversario de su victoria ante Japón, coronados por un desfile militar en la plaza de Tiananmen, plantean un nuevo desafío a los lazos entre Pekín y Tokio, ya dañados en los últimos años por desavenencias históricas y territoriales.
La parada militar de mañana, a la que asistirán mandatarios de 30 países del mundo, entre los que no está el primer ministro nipón, Shinzo Abe, conmemora siete décadas desde la firma de la rendición japonesa en la Segunda Guerra Mundial, el 2 de setiembre de 1945, pero en China se celebró al día siguiente.
Han pasado desde entonces 70 años marcados por altibajos en las relaciones entre estos vecinos, que desde 2010, justo el año en el que la economía china arrebató a la japonesa el segundo puesto mundial, han ido deteriorándose hasta vivir sus peores momentos.
La guerra que les enfrentó entre 1937 y 1945, en la que Japón cometió graves crímenes de guerra (matanzas de civiles, violaciones sistemáticas a mujeres, uso de armas químicas y bacteriológicas) es el germen de las tensiones entre ambos países, aunque también haya detrás razones ideológicas y territoriales.
“Japón quiere pasar página en torno a la Segunda Guerra Mundial, mientras que China considera más que nunca que es el momento de recordarla”, señaló a Efe la investigadora francesa Alice Ekman, experta en política china del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).
China y países vecinos como Corea del Sur consideran que Japón, a diferencia de Alemania, no ha mostrado verdadero arrepentimiento por sus crímenes contra la Humanidad en la II Guerra Mundial, lo que genera frecuentes tensiones.
La publicación de libros de texto japoneses que niegan crímenes como la Masacre de Nankín de 1937, en la que 300.000 civiles chinos fueron asesinados, es un frecuente foco de tensiones, como pasó en 2005, cuando le edición de algunos de estos manuales causó manifestaciones antijaponesas en China.
Otro motivo de fricción por cuestiones históricas son las continuas visitas de mandatarios japoneses al santuario de Yasukuni, en Tokio, donde se homenajea, entre otros, a oficiales militares y altos cargos condenados por crímenes de guerra durante la ocupación de China.
Desde 2010, a las rencillas históricas se ha añadido el conflicto sobre las islas Diaoyu/Senkaku, en el Mar de China Oriental, conquistadas por Japón en la primera guerra que le enfrentó a China (1894-95) y que Pekín reclama como suyas desde hace décadas.
La compra por parte del Gobierno japonés de tres de esos islotes deshabitados a una empresa privada nipona, en septiembre de 2012, desenterró el dormido conflicto, volvió a desencadenar violentas protestas antijaponesas en China y paralizó los contactos oficiales entre Pekín y Tokio, con contadas excepciones.
Una de ellas fue el frío apretón de manos entre el presidente chino, Xi Jinping, y Abe el pasado año, en la Cumbre Asia-Pacífico de Pekín, que fue interpretado como un signo de deshielo entre ambas potencias pero no le han seguido nuevos gestos y China y Japón siguen dándose la espalda.
Según Céline Pajon, experta en política japonesa del IFRI que ha estudiado junto a Ekman las relaciones entre Pekín y Tokio, éstas se encuentran en un momento de grandes tensiones, aunque confía en que el desfile no las empeore.
“A menos que el desfile y los comunicados oficiales que lo acompañen contengan una excesiva retórica antijaponesa, es poco probable que tenga efectos a largo plazo en la relación con Japón”, subrayó a Efe.
“Sí tiene efectos a corto plazo, ya que el desfile ha dificultado una visita de Abe a Pekín, aunque hay una tendencia a una lenta recuperación de los lazos, y los dos líderes tendrán otras oportunidades para encontrarse”, dijo.
El desfile, analizaron Pajon y Ekman, se produce en un momento de ascenso del sentimiento nacionalista -con componentes de animadversión mutua- entre las sociedades de ambos países, después de una relación comercial bastante estable (aunque no sin altibajos) en los años 80 y 90.
Sin embargo, ambas matizan esos nacionalismos: Pajon subraya que el japonés está muy lejos de parecerse al expansionismo agresivo que propició la invasión de Asia en la primera mitad del siglo XX, y Ekman asegura que Pekín no duda en reprimir las protestas antijaponesas cuando éstas se tornan violentas, como hizo en 2012.
Además, según ésta última, aunque el desfile recuerde la guerra con Japón, para China el desfile no pretende mandar señales a Tokio, sino al mundo.
“El evento busca dar la imagen de una China fuerte, lista para luchar y ganar batallas, mostrando las últimas armas de fabricación nacional y enseñando al mundo que tiene un ejército moderno y fuerte”, aseguró.