Escríbenos
Si tienes una historia que contar, una pista que hacernos llegar... Puedes escribirnos a esta dirección de correo electrónico: genero@eldiario.es
Exclusiva
“Jugó psicológicamente conmigo para que acabara haciendo lo que él quería. He intentado justificar lo que pasó para no sentirme culpable. Él se aprovechó de mí, yo estaba muy borracha, pero le dije que no quería tener sexo, eso lo recuerdo bien. No sabía cómo parar eso, mi conciencia me decía que me fuera pero no podía, me encontraba muy mal. Acabé chupándosela y ya no recuerdo si es que fue él quien lo propuso para al menos acabar así o fui yo quien lo hice para que me dejara en paz y no tener que hacer otra cosa. Borré todo lo que había pasado esa noche hasta hoy”.
Habla Sara, el nombre ficticio de una mujer de 29 años que se dedica a la industria del cine y que ha decidido hablar después de varios años de bloqueo y silencio. Es una de las seis mujeres que señalan al director y productor de cine Luis María Ferrández (Madrid, 1977), candidato al Goya al Mejor Corto de Ficción en 2011 por 'Hemisferio' –protagonizado por Blanca Suárez y Hugo Silva– y autor de largometrajes como 'La noche en que una becaria encontró a Emiliano Revilla', y 'La pantalla herida', una película sobre la situación del cine español en la que participaron decenas de nombres relevantes de la industria cinematográfica. Ferrández es actualmente profesor de la Universidad Francisco de Vitoria y ha sido docente en la Escuela Universitaria de Artes TAI de Madrid, asociada a la Universidad Rey Juan Carlos. Ha sido segundo ayudante de directores como José Luis Garci en su película de 2012 'Holmes & Watson. Madrid Days'.
Las seis mujeres entrevistadas por elDiario.es no tienen relación entre sí o bien desconocen a quién pertenecen el resto de testimonios que recoge este artículo. elDiario.es ha podido también acceder a más testimonios similares de mujeres que señalan a Ferrández, pero son estos seis los que, de momento, han querido ofrecer una versión directa de lo ocurrido. Las seis prefieren no aparecer con su nombre completo por temor a las consecuencias laborales que podría acarrearles. “Soy muy joven, el mundo del cine es pequeño y sé que si esto se sabe y me lo encuentro a él o a un amigo suyo en un casting van a decir 'esta no'. Tengo miedo de que mi carrera se vaya a la mierda”, resume una de ellas.
El relato de dos de las mujeres que aparecen en este artículo tiene como origen precisamente la Universidad Francisco de Vitoria, en la que Ferrández sigue siendo docente. Una de ellas era entonces su alumna, tenía 21 años y acababa de llegar a España en un programa de intercambio académico. Otros dos testimonios pertenecen a dos mujeres que también fueron sus alumnas, pero en la Escuela TAI, donde Ferrández dio clase durante varios años.
Sara, sin embargo, nunca fue alumna del productor. Su relación se remonta a años atrás, cuando coincidieron en una fiesta de Nochevieja en Salamanca. Celebraba con una amiga la llegada del 2011 cuando, por casualidad, conoció a Ferrández. Por entonces, ella tenía 19 años y él, 33. “Esa noche me contó que era director de cine, no recuerdo si me mencionó que era profesor, pero sí que había hecho un corto con una actriz famosa. Se dio fama en la industria del cine en ese momento. Yo estaba muy borracha y no quería nada con él, sentía que era muy mayor para mí. Nos quedamos con el contacto del otro”. No sucedió nada más entre ellos, y mantuvieron contacto esporádico, sobre todo por mensajes de móvil.
“Él me escribía de vez en cuando, me decía que le gustaría verme, cada tres o seis meses: 'a ver si nos vemos', 'qué tal estás”. En 2015, Sara llevaba ya tiempo viviendo en Madrid, lugar de residencia de Ferrández. “Vivía muy cerca de su casa y una vez que me escribió yo estaba bastante mal por una ruptura sentimental y fui a verle. Empezamos a beber mucho”. Por entonces, Sara se dedicaba profesionalmente al mundo de la moda. Según su relato, en un momento de la noche Ferrández le propuso un juego.
“Me dijo: ¿jugamos a un juego para quitarnos la ropa? No me acuerdo mucho, él me dijo 'acabo de comprar una cámara de vídeo que aún no he usado' y que si me apetecía que la estrenáramos. No estoy segura cien por cien pero creo que en ese momento estaba desnuda y él grabó. Me dijo que debería ser actriz. Estábamos en el sofá y me dijo que fuéramos a la cama. Luego, él paró de grabar, empezó a tocarme y besarme. Yo me sentía incómoda pero estaba muy borracha, mientras hacíamos eso no decía que no pero no tenía casi voluntad. Luego sí le dije que no quería tener sexo, pero acabé chupándosela, no recuerdo si me lo sugirió él o acabe haciéndolo para que me dejara en paz y no tener que hacer otra cosa. No sabía cómo podía parar eso”. Sara cuenta que él le propuso quedarse a dormir, pero ella decidió irse. “Me acuerdo porque casi no podía andar. Me escribió, creo que al día siguiente, algo como 'me lo he pasado muy bien, me encantaría repetir'. Busqué una excusa, no quedé con él nunca. De vez en cuando me escribía para quedar pero siempre le decía que no”.
El relato de Sara guarda similitudes significativas con el de Ana. Ana es el pseudónimo de una mujer de 23 años que se dedica profesionalmente al cine y que conoció a Luis María Ferrández cuando aún tenía 17. En septiembre de 2015 Ana comenzó a estudiar en la escuela TAI de Madrid y fue entonces cuando Ferrández fue su profesor. Ella fue elegida delegada de una clase y esa fue la razón por la que su entonces profesor le pidió el teléfono, cuenta. “Me dijo que le pedía el teléfono a todos los delegados. Yo no había hablado antes con él de tú a tú, solo en la clase. Cuando empezamos a intercambiar whatsapps yo aún tenía 17”. El trato en clase no era especialmente bueno, señala, es más, Ana lo recuerda más bien desagradable.
“Intercambiamos mensajes delegada-profesor. Todo muy explicativo. A veces charlábamos de algo. Por ejemplo, cuando supo de dónde soy puso mucho interés porque decía que había ido mucho por allí. Yo le trataba como a un profesor. Cuando se acabaron las clases me empezó a hablar de otras cosas. Un día me preguntó si yo seguía viviendo por Alonso Martínez y le dije que sí. En algún momento anterior, no sé bien cuándo, había surgido la conversación de dónde vivía yo y por eso él lo sabía”, recuerda. Ferrández le propuso quedar en el barrio de Alonso Martínez para tomar algo y charlar. “Quizás me atraía un poco el hecho de que me dijera que estaba grabando una peli, que me hablara de sus trabajos y sus cortos, que él me quisiera contar esas cosas... Pensaba que algo habría visto en mí y en mi trabajo. No me generaba desconfianza, tenía credibilidad”, prosigue Ana.
Era abril de 2016, Ana tenía 18 años y él, 38. La quedada se produjo en Alonso Martínez. “Quedamos por allí, era por la tarde, paseamos y entramos a tomar un café. Empezó a contarme cosas de mi ciudad, batallitas del festival de cine, yo empecé a contarle cosas de mi pueblo. Acabamos en un bar de copas. Nos sentamos en unos sofás y nos pedimos un gintonic cada uno. Él se interesaba por mi vida, como cuando conoces a una persona. En algún momento sí mencionábamos alguna cosa de clase, con más confianza. Después me dijo de ir a su casa. '¿Te apetece venir a tomar unas cervezas?' Yo dudé y entonces me dijo que si no, no pasaba nada. A mí me apetecía seguir hablando”, relata. Las clases con él habían terminado hacía poco así que técnicamente él ya no era su profesor.
La casa de Ferrández estaba cerca, es el mismo domicilio que recuerda Sara. Las dos mujeres coinciden en la zona en la que aseguran que se encontraba su piso –cerca del lugar donde siempre proponía las quedadas– y describen la casa de manera casi idéntica. Al subir a casa fue cuando Ana empezó a sentirse “rara”. “Como que no había pensado en las consecuencias. No me atraía físicamente, solo me caía bien y me hacía sentir bien. Pero me notaba rara de estar allí, pensaba que a qué había ido, pero acababa de llegar y pensaba que no quería irme así. Me puse más seria. Empezamos a beber y él siempre llevaba la iniciativa. Me decía: 'No te pongas nerviosa, estamos aquí tomando algo, vamos a brindar, vamos a tomar cervecitas, buen rollo”.
Es entonces cuando su relato converge con el de Sara. “Me dijo: ¿jugamos a un juego? Era algo así como un juego de quitarse la ropa, de te hago una pregunta y si no sabes la respuesta te quitas ropa o algo así. Me notaba como cuando bebo y estoy más desinhibida. Pero no me gustó y le dije que no”.
La estrategia, entonces, cambió. “Yo había bebido aún más y me cuesta acordarme de los detalles. No recuerdo bien cómo empezó, pero llegado un momento él señalaba partes de su cuerpo en las que quería que yo le besara. A mí él no me gustaba, no me atraía. Pensé que ya era muy tarde para irme, que ya no podía dejar la situación así, que había dado pie a generar algo aunque no sabía muy bien qué era eso. No le dije que no, pero recuerdo que tenía claro que no quería. Yo estaba vestida. Se abrió la bragueta, se empezó a tocar el pene, ya estaba empalmado, y me cogió la mano para que le hiciera una paja. Me pidió que le hiciera una mamada. Recuerdo su polla. Si yo me hubiera ido en ese momento… era de noche, no sé, me daba cosa. Creo que luego intentó tocarme un poco pero yo no estaba cómoda, no me gustaba, no recuerdo bien ni si me tocó antes o después, seguro que no fue mucho. Recuerdo que le acabé haciendo una mamada y que mientras la hacía no me gustaba nada”.
Justo después, la situación cambió drásticamente. “Yo pensé que me ofrecería quedarme o algo, porque había estado toda la noche super majo, pero no. Pedí un taxi y me fui. Aún no había amanecido”. Ana, prosigue, le escribió al llegar a casa para decir que había llegado bien y agradecerle las cervezas. “Quería quedar bien, no quería quedar mal con él. No me volvió a contestar nunca más ni a escribir un whatsapp nunca más ni a llamarme nunca más. Cuando me lo cruzaba por los pasillos hacía como si yo no existiera. Yo le iba a saludar, a pesar de todo, y él no me saludaba. Ahí sí me sentí utilizada, me dio la sensación de que él quería quitarse de problemas por si yo le decía algo a alguien”.
Ana no le contó a nadie lo ocurrido, salvo a una amiga: “Yo en ese momento me sentía mal pero no sabía por qué. Pensé que lo mejor era llevarme bien con él. Ahora lo entiendo mejor, porque he vivido ya muchas cosas”.
elDiario.es se ha puesto en contacto con Luis María Ferrández, que niega todos los hechos: “Nunca jamás lo he hecho, al menos desde mi conciencia. He sido una persona que siempre he intentado huir de este tipo de conflictos. Me duele porque yo he ayudado a muchísima gente, pero nunca he hecho abuso de poder y nunca he tenido una relación sexual que no sea consentida”, ha asegurado en una llamada con este periódico. Ferrández sí admite haber tenido “un par de relaciones” con exalumnas, “pero sanas y respetuosas”. “Si he quedado con alguna alumna fuera es porque ha habido una afinidad, un respeto mutuo, un consentimiento mutuo, y todo ha sido normal”, señala.
Sobre si el alcohol podía haber quebrado la voluntad de alguna de las mujeres con las que tuvo relaciones, Ferrández responde: “A lo mejor yo ahora me puedo acordar de una vez que yo me acosté con una persona que yo no quería pero iba un poco pedo y no sé qué, como nos ha podido pasar a todos, pero desde luego nunca con intención por mi parte de intentar provocar una cosa como esto que me estás diciendo, jamás”. El productor asegura que muchas mujeres también se le han “insinuado” a él, pero que siempre ha tenido “muchísimo cuidado”: “Yo lo entiendo, te ven ahí un profesor majo… pero yo he tenido muchísimo cuidado siempre con todo eso. Puede haber gente a la que no le caiga bien pero de ahí a montar una campaña orquestada…”.
Ferrández insiste en que se trata de injurias y calumnias “tipificadas en el Código Penal”. Y añade: “Llega un punto que, ¿dónde encontramos el concepto de 'yo no quería'? Ya no hablo de mi historia, sino en general. A mí también ha habido gente que me ha estado persiguiendo”.
Luis María Ferrández le propuso a Martina (nombre ficticio), una alumna que acababa de terminar las clases con él y que tenía 19 años, ser becaria en su próxima película. La quedada para contarle la propuesta no fue, sin embargo, lo que ella esperaba. “Me habló del proyecto, pero no me contó ni el argumento de la película ni el título, nada, hablaba de cosas tontas, de qué tenía que hacer yo en cine, anécdotas. En un momento dado le dije que tenía novio y entonces empezó a preguntarme si me sentía satisfecha. Que si sabía lo que era el sexo sadomasquista, el BDSM y cosas así. Cuando siguió por esos derroteros yo le dije que me iba, que había quedado con mi novio y llegaba tarde. Me quería llevar al Toni 2 [un famoso bar de copas de Madrid]. No me volvió a hablar. Estaba claro lo que quería”.
Sucedió en mayo de 2017, cuando las clases de su grado en la escuela TAI ya habían terminado. Ferrández había sido su profesor ese mismo curso, y también el anterior. “El trato con él durante el primer y segundo año en clase era como con un profesor normal. Nunca hablé con él fuera de clase. De un día para otro, a finales de segundo curso, ya me había acabado de dar clase y me vio por la escuela. Me saludó delante de varias personas y habló conmigo. Me dijo que le iba muy bien, que iba a hacer una película en Italia ese verano y que si me interesaba una beca. Yo le dije que sí, claro, y me pidió el teléfono”.
Ese fue el motivo –hablar de la película– por el que Ferrández, asegura Martina, le propuso aquella quedada. “Habíamos quedado como a las cinco para tomar un café. Me lo fue retrasando, y acabamos quedando como a las ocho en Alonso Martínez. Tomamos algo y fuimos hacia Malasaña. A mí los mensajes de móvil ya me rayaban, pero era muy ingenua. Ahora pienso que un trabajo nunca te lo van a ofrecer así”. La desconfianza con la que Martina llegaba a la quedada hizo que pidiera a su novio y a un amigo, también estudiantes de la escuela, que estuvieran por la misma zona y atentos al móvil.
Después del encuentro, Martina tuvo claro que de ninguna manera iría de becaria a su película. “A mí me asustó mucho. No es una conversación que tendría ni siquiera en una primera cita para conocer a alguien. Al tiempo me escribió para decirme que no salía la beca porque habían hecho un convenio con la escuela de RTVE o algo así. Otro día me volvió a escribir por whatsapp, y yo le dije que ni se acercara a mí o algo así, le dije algo muy borde y él me contestó que no hacía falta ser tan desagradable. Nunca más le volví a hablar”. Martina nunca supo ni el argumento ni el título de aquella película. El año siguiente, Ferrández ya no apareció por la escuela.
A Blanca, el pseudónimo de una mujer de 23 años que también se dedica profesionalmente al mundo del cine, Ferrández le hizo una propuesta muy parecida. Fue su profesor en el segundo año del Grado de Cinematografía de la Escuela TAI que Blanca comenzó a cursar en 2016. Cuando acabaron las clases se encontraron en unas prácticas de rodaje que estaban haciendo alumnos de cursos superiores. “En clase a las chicas no nos caía muy bien. En las prácticas en cambio fue muy majo y muy agradable y al final del rodaje me dijo que le pasara mi teléfono porque quería proponerme un meritorio de dirección en una película en la que iba a estar él”, recuerda.
No le dio datos concretos sobre el filme, pero sí le dijo que habría “gente importante” y que el rodaje duraría unos tres meses. “Me propuso tomar una cerveza y hablar las cosas. Siempre me proponía quedar a última hora de la tarde o noche, a las nueve o las diez un viernes o un sábado. Yo le decía que no podía a esas horas, me inventaba excusas. Pero otro día distinto me lo volvía a proponer. No fue desagradable, fue insistente. Hasta que él no conseguía quedar donde él quería y como él quería, nada. Hubiera quedado con él por la mañana en un sitio normal, no por la noche en un bar o una coctelería”.
La zona en la que Ferrández le proponía verse era, de nuevo, Alonso Martínez. Mientras el encuentro llegaba, el director, según la versión de Blanca, le escribía para preguntarle si tenía el carné de conducir para ver si ella podía encajar en el rodaje prometido. “Él me había hecho ver que estaba haciendo gestiones para meterme en la peli, con lo del carné, cuando supo desde el primer día que yo no tenía. Y ya el último día que hablamos y que yo fui más tajante con que no iba a quedar así me dijo que no me habían aceptado por el carné”. Blanca no tuvo más noticias de él y tampoco supo nunca de qué película se trataba. “Hablé con otras chicas y vi que esto había pasado más veces”.
J. R. son las iniciales de otra mujer, que también fue alumna del director y que ha hablado con elDiario.es. Llegó a Madrid en 2019, con 21 años, como estudiante de intercambio en la universidad Francisco de Vitoria. El primer cuatrimestre cursó una asignatura con Luis María Ferrández. El primer día de clase, al terminar, cuenta, le pidió su número de teléfono y él le ofreció el suyo. “Me dijo directamente que como era nueva y extranjera podíamos hablar si tenía preguntas sobre la clase o el curso. Al principio pensaba que esto era normal en España, y le di mi número. Pero después empezó a mandarme más y más mensajes. Me decía 'hola, qué tal, qué haces, ¿quieres tomar un café por Madrid?'. Le dije que no, que no me interesaba. Seguía enviándome mensajes cortos de vez en cuando, me molestaba, era pesado, siempre diciendo que si nos veíamos en la ciudad, que si me enseñaba Madrid, que si para hablar de la clase”.
La actitud de Ferrández en los pasillos de la universidad chocaba a J. R. “Cada vez que me veía me sonreía y me guiñaba el ojo. La última vez que me escribió me mandó un 'hola, ¿quieres tomar algo en Madrid?' Le dije que no y le respondí claramente que me parecía extraño que me enviara estos mensajes y que prefería que no me escribiera más, y dejó de hacerlo. Me mandó un mensaje más: que si necesitaba algo contara con él”. Mientras, Ferrández seguía siendo su profesor. J.R le siguió viendo en clase, aunque la actitud de él cambió radicalmente: “Estaba muy frío conmigo, dejó de mirarme. Hablándolo con otras compañeras me dijeron que con ellas hacía lo mismo, que les enviaba mensajes. Yo siempre he pensado que si una chica llegaba a quedar con él podía ser peligroso”.
elDiario ha tenido también conocimiento directo del caso de una estudiante de la Universidad Francisco de Vitoria de la que Luis Ferrández obtuvo su número de móvil de su ficha de alumna.
La redacción se ha puesto en contacto con la Universidad Francisco de Vitoria, que ha confirmado que Ferrández es profesor desde el año 2005 y asegura que en las evaluaciones anónimas que el centro hace periódicamente ha recibido siempre “valoraciones excelentes”. La Escuela TAI, por su parte, confirma que el productor fue profesor durante dos años, entre 2015 y 2017. “En TAI somos muy conscientes de la relevancia de este tema y disponemos de un Departamento de Estudiantes a través del cual alumnas y alumnos pueden comunicarnos cualquier circunstancia que afecte a su normal desarrollo con total seguridad y confidencialidad. Si existiera algún caso afectado durante ese periodo y en nuestra institución, le animamos a contactar con nosotros con total garantía de confidencialidad. Estamos a vuestra entera disposición”, aseguran. No se pronuncian sobre los motivos de salida de Ferrández de la institución, pero niegan que tenga que ver con casos como los revelados en este artículo.
S. R. son las iniciales de otra de las mujeres a las que ha entrevistado elDiario.es. Ella no era alumna de la Francisco de Vitoria, pero acudió a unas jornadas sobre cortometrajes en abril de 2019 que duraron tres días. Tenía 30 años, había llegado a Madrid unos meses antes para buscar castings y darle un empujón a su carrera como actriz. En la última sesión, cuenta, el productor se acercó a ella y a la amiga con la que estaba. “Me dijo que me había visto acudir a todas las charlas, que tenía más interés que sus propios alumnos. Me preguntó a qué me dedicaba y le conté. Yo estaba muy preocupada en esa época porque era muy difícil encontrar representante y eso era imprescindible para llegar a los castings. Le comentamos nuestra preocupación. Nos dijo que le encantaba la gente como nosotras, tan interesadas y que a él le gustaba ayudar a la gente así. Nos alababa. Nos contó su carrera, nos dijo que tenía muchísimos amigos en el mundo del arte dramático y que conocía a muchos representantes. Le dije que si nos podía orientar y nos propuso quedar para hablar”, relata.
Fue él quien fijó el lugar del encuentro, un bar de copas. “No paraba de hablarnos de lo que había producido y dirigido y de todas las cosas en las que estaba metido. Nos habló de nombres concretos de directores de cine, de directores de casting de los más conocidos de Madrid, de actores. No le di importancia porque esto a las mujeres nos pasa todo el tiempo, pero nos hablaba de sexo. Nos contó que una mujer poderosa del mundillo le había propuesto tener sexo, parecía que nos estaba como proponiendo sutilmente o normalizando el hecho de tener sexo con alguien que estaba por encima tuyo en este mundillo. Los movimientos, la actitud, las miradas, se centraba mucho en mí, en lo atractiva y adulta que parecía, me decía. Yo intentaba girar las conversaciones, era cortante”.
La quedada se saldó con la promesa de Ferrández de enviar una lista con representantes y productoras y de recomendarlas. La lista no llegaba y, mientras, S. R. recibía mensajes del director para proponerle otro encuentro y “tomar algo”. “No hablaba ya de nada profesional. Parecía un ligue de Tinder, que nos hubiéramos conocido en ese rollo. No paraba de escribir así que le eché morro para pedirle la lista, porque me parecía ya muy incómodo y él siempre tenía una excusa para no pasármela. Tardó mucho en hacerlo”, recuerda. Los mensajes continuaron también en su cuenta de Instagram.
“Al principio hice lo que haces con todos los babosos, que no podía quedar, que me venía mal. Cuando me insistía ya le dejé de contestar a ver si se daba por enterado. Se me acumulaban los mensajes de él varios días. Juega con esa parte de que él conoce a mucha gente, por eso tampoco quería decirle explícitamente 'déjame en paz' porque pierdes un papel por un soplo. Quién sabe si te lo vas a encontrar en cualquier casting y no te van a coger. Nunca llegué a ser más tajante”, relata S. R. Ferrández siguió escribiéndole esporádicamente e incluso, asegura, llegó a contactar a su amiga para preguntarle por ella. “Estaba clara su actitud. En cuanto quedamos esa vez con él ya vi el rollo que llevaba, desde el principio supe que no me iba a ayudar”.
La abogada de Luis María Ferrández se ha puesto en contacto con elDiario.es para advertir de que, en caso de publicar esta información, tomarán las medidas judiciales pertinentes.
En conversación con este periódico, el director se preguntaba: “Si tuvieron algún problema, ¿por qué no saltó en ese momento?, ¿por qué vienen ahora? A lo mejor es que la gente lo vive de otra manera, muchas veces nos dejamos llevar por el relato de las emociones”.
Las seis mujeres hablan de una motivación similar para romper ahora el silencio. Las palabras de una de ellas la resumen: “Piensas que eres la única y escuchar a otras te hace ver que no. Vivimos todo el rato en la culpa y el miedo. Me gustaría pensar que esto ayuda a más mujeres y a que dejemos de tener miedo de hablar”.
Si tienes una historia que contar, una pista que hacernos llegar... Puedes escribirnos a esta dirección de correo electrónico: genero@eldiario.es