Con su máquina de escribir sobre las piernas y utilizando solo un dedo de cada mano, la autora inglesa Enid Blyton escribía 10.000 palabras al día. A lo largo de su vida publicó 762 obras dirigidas al público infantil y sus títulos se han traducido a 40 idiomas. Sus ventas han alcanzado los 600 millones de copias, cifra a la que cada año se le suman 8 millones. En este 2018 se cumplen 50 años de su muerte, pero sigue viva en las bibliotecas de niños y niñas de todo el mundo.
Sin embargo, para los lectores que ya hayan superado la barrera de la adolescencia lo verdaderamente interesante se encuentra fuera de las páginas de sus libros. De hecho, resulta bastante complicado disfrutar de la relectura adulta de las aventuras de la pandilla de Los Cinco, los problemas y alegrías de las internas en Torres de Malory y Santa Clara o las pesquisas de los Siete Secretos. Su lenguaje es limitado, la estructura de sus novelas muy simple y están cargadas de moralina ramplona y situaciones repetitivas.
Esa es una de las principales críticas que le hizo la prensa de su época (empezó a publicar en los años 30 y siguió hasta la década de los 60). La BBC la obvió durante décadas por considerarla una autora de segunda pese al fervor de los niños y niñas que esperaban sus lanzamientos como agua de mayo -el recelo por los Best Sellers tiene un largo recorrido- porque, según ella misma decía, conocía los lugares en donde los pequeños querían refugiarse con la literatura.
Blyton, que también firmaba a veces con su nombre de casada Mary Pollock, era una genio del marketing, sobre todo si se tiene en cuenta el poco caso que le hicieron los medios. Por ejemplo, el nombre de su casa, Green Hedges, lo escogieron sus fans a través de un concurso en una revistas y las tea parties (merendolas festivas) con lectores y lectoras que tenían la fortuna de recibir una invitación eran habituales.
La autora estaba obsesionada con la fama. Los enormes sacos de cartas que recibía de los niños y niñas que la admiraban eran el principal alimento de su ego, más grande que ella misma. La familia formada con su primer marido Hugh Alexander Pollock, que también fue el primer editor en darle una oportunidad, fue solo un objetivo que una vez alcanzado dejó de interesarle.
Sus hijas quedaban bien en las fotos promocionales en las que simulaba ser una madre amorosa, pero Gillian e Imogen no disfrutaron nunca de la atención de su madre, que delegó su cuidado a la institutriz Dorothy Richards y sus diversas sucesoras y ayudantes. Las niñas nunca asistieron a las fiestas que se celebraban en su propia casa y según los vecinos, ella se quejaba del ruido que hacían sus hijas cuando jugaban en el jardín.
En 2009 la BBC, después de ignorarla en vida y de que en 2008 los lectores británicos la escogiesen como escritora más querida, emitió un biopic protagonizado por la oscura Helena Bonham Carter. Aunque en el telefilme se ve lo narrado aquí hasta ahora, se ahorra los detalles más escabrosos -si exisitiese una revista del corazón de literatos, Enid habría tenido bastantes portadas- y dulcifica su figura.
Los trapos más sucios
En 1996, la BBC emitió un documental sobre la escritora titulado Secret Lives: Enid Blyton, en el que sí se ahonda en los aspectos más oscuros de la vida de la escritora, de la que podría hacerse una serie tipo The Crown.
En plena pubertad, su padre abandonó a su familia para irse con otra mujer, hecho que la marcó para siempre. En cuanto pudo, se fue del hogar familiar sin mirar atrás. No volvió a ver a sus hermanos hasta que uno de ellos apareció en su casa décadas después para comunicarle el fallecimiento de su madre (y de paso reprocharle que les había dejado en la estacada). No fue al funeral y tuvo que explicar a sus seres cercanos que su madre no había muerto cuando ella era niña como les había contado, sino en ese momento.
Ese primer trauma hizo que no solo su carácter se desarrollase de esa manera cuestionable, sino que su cuerpo también lo hizo en sintonía. Cuando con su primer marido se decidió a tener hijos, el ginecólogo le notificó que su útero no había madurado lo suficiente (era como el de una niña de 12 años, edad en la que se quedó sin su padre) y tuvo que someterse a tratamientos hormonales. Consiguió tener esas dos hijas que después le molestaron.
En 1989, la hija pequeña, Imogen Pollock, publicó una autobiografía titulada A Childhood at Green Hedges (Una infancia en Green Hedges). En ella explica que “Enid Blyton era arrogante, insegura, pretenciosa y tenía mucha habilidad para alejar de su mente las cosas difíciles o desagradables”. Además, menciona que “no tenía ni rastro de instinto maternal”, y que cuando era niña “la veía como una autoridad bastante estricta”. Esa visión cambió con el paso de los años: “Como adulta, no la odié. La compadecí”, indica.
Cuando llegó el momento de divorciarse de su marido, le hizo declarar que la relación se acababa porque él le había sido infiel a cambio de poder ver a sus hijas cuando quisiera. En realidad, ella había tenido sus escarceos y ya había establecido una relación paralela con el que sería su segundo y definitivo marido, Kenneth Fraser Darrell Waters. El acuerdo se hizo con el objetivo de no dañar la cándida imagen pública de Enid, pero Pollock nunca volvió a ver a sus hijas, que pasaron a apellidarse Darrell Waters.
Las lenguas más viperinas dijeron que le gustaba demasiado el alcohol, que su estrecha relación con la niñera Dorothy Richards había ido más allá de la mera amistad, que jugaba al tenis desnuda en su jardín y que no había mostrado un rechazo demasiado vehemente al nazismo. Más bien no evidenció ninguno, porque sencillamente hizo como que nada pasaba, como era habitual en ella.
Fue Ida Pollock, la tercera mujer del exmarido de Blyton (él ya había estado casado antes de conocerla), quien en unas declaraciones al diario británico The Independent en 2010 acusó su conducta cuando esta fue invitada a cenar en una conocida casa de campo a finales de la década de 1930. “Se habló sobre apaciguar a Hitler. No sé qué pensó Enid Blyton sobre ello, pero no quiso irse mientras que a él le hirvió la sangre y se fue”, explican.
Los “escritores fantasmas” en sus páginas
Blyton lloró en su casa cuando la acusaron de tener un ejército de ghost writers. Es decir, de escritores a sueldo que se encargan de redactar textos que luego firman otros. La traducción al castellano es “escritores fantasma”, pero en España también se les conoce como “negros”. En los años 60, la británica ya acumulaba una ingente lista de títulos en su obra y era prácticamente impensable que hubiesen salido todos de su máquina de escribir, aunque fuese cierto.
Un poco antes, las críticas habían empezado a señalar los visos racistas y clasistas de sus historias. Los malos solían estar racializados y ser extranjeros, las chicas se ocupaban automáticamente de las labores del hogar y los cuidados y en los internados el poder adquisitivo de las familias era demasiado importante.
Esas incorrecciones podrían achacarse a la época en la que se publicaron (primera mitad del siglo XX), aunque la excusa no es demasiado válida ahora. En 2009, los 21 volúmenes de la serie de Los Cinco se reeditaron en España por la editorial Juventud (que ya los había publicado con antelación), pero con cambios sustanciales. Se eliminaron términos que pudiesen resultar ofensivos para los colectivos a los que apelaban y el lenguaje se adaptó a la época actual.
Pero la esencia de los libros de Blyton continúa siendo la misma pese a los cambios aplicados. Los niños y niñas protagonistas aún viven aventuras en islas, páramos y campos ingleses, resolviendo misterios, haciendo travesuras en los colegios y todo sin sus padres cerca (dato importante). El paisaje que imaginó y en el que se refugió la escritora durante toda su vida. Murió a los 71 años, poco después que su marido, en 1968, enferma de Alzheimer, sumergida del todo en su propio mundo.