Entrevista Ganadora del Premio Nacional de Diseño

Ana Locking: “La moda aún es el patito feo y el hijo tonto de la cultura”

Berta Gómez

12 de enero de 2021 22:15 h

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El 2020 parece habernos dividido socialmente entre quienes querrían enterrar el año y no volver jamás a pensar en él y los que, aun con todo lo malo, lo toman como un tiempo de aprendizaje. La diseñadora de moda Ana Locking es una convencida de este segundo grupo: “Me he vuelto mucho más reflexiva, estoy cambiando los tiempos de maduración de las ideas y de desarrollo de las mismas”, cuenta. Para hacer este balance positivo también ayudó una noticia que aún cuenta emocionada: después de unos meses muy complicados en lo personal y profesional, Locking recibía el Premio Nacional de Diseño de Moda, dotado con 30.000 euros.

El galardón celebra una trayectoria de más de 20 años y su apuesta constante por colecciones en las que destaca un marcado componente político. Siguiendo con este compromiso, Ana Locking no pretende huir de ninguna polémica: no tiene reparos en responder tanto a los que siguen considerando la moda un privilegio elitista y superficial, como a quienes cuestionan por qué el Ministerio de Cultura reserva un galardón para esta categoría. 

Lleva años apostando por diseños atrevidos, que se salen de la norma de la moda más convencional, e imagino que ha sido complicado ir a contracorriente, ¿ganar el Premio Nacional le ha servido para confirmar que iba por el buen camino?

Efectivamente, ha sido una confirmación al trabajo tan duro y en tantas ocasiones solitario en cuanto a nuestra manera de entender la moda, siempre como un vehículo de expresión, de búsqueda y cómo no, también de autoafirmación. Con un premio como el Nacional es inevitable echar una mirada atrás y ver que todas esas historias que hemos contado a lo largo de todos estos años cobran más sentido. La moda sufre de celeridad y eso hace que los que la creamos no tengamos tiempo apenas para disfrutar de lo que hacemos. Durante los días siguientes a la noticia del premio tuve un sentimiento muy gratificante por lo disfrutón que ha sido poder gozar desde la distancia de algunas de las historias contadas.

Más allá del reconocimiento, también entiendo que recibir una cuantía económica es relevante para trabajar en el futuro, ¿qué posibilita ganar un premio como este?

En moda muy pocos premios tienen una implicación económica y, sin embargo, en esta profesión la inversión es un componente vital constante, sin ella no hay progreso. Esto añadido a unos momentos como los que nos acontecen, en los que una de las industrias más afectadas por la recesión económica debida a la pandemia global es la moda de autor, hacen que poder disponer de esta cuantía económica para invertirla te dé una perspectiva absolutamente necesaria para mirar hacia delante con optimismo, aportando nuevas miradas.

Entre los motivos por los que se le concedió este galardón se especificaba: “combinar diseño de moda y pulso social”, ¿cómo se logra que la moda tenga un valor político, que sirva para cambiar las cosas?

El contexto sociopolítico siempre ha influido en la moda a lo largo de la historia. Siempre insisto a mis alumnos y a mí misma en la idea metafórica de que debemos mirar siempre por la ventana, que nunca dejemos de hacerlo, no importa dónde estemos ni lo que hagamos, pero es imprescindible nunca mirarnos solo al ombligo, siempre buscar en el exterior: ahí es donde se encuentra el pulso social y cultural para el elemento creativo.

Te pongo dos ejemplos de este pulso sociopolítico en mi trabajo: cuando salió la colección Preachers & Believers acababa de ser nombrado presidente Donald Trump y decidimos que la escenografía debía ser su cabeza rota y recompuesta como símbolo de la brecha profunda de crispación, discriminación social y racial que iba a generar en la sociedad de su país. La colección SS18 Realness se hizo también en el momento idóneo: pusimos en el centro el voguing como baile subversivo, desafiante y queer, cuyas raíces nacen en la historia de la comunidad LGTBIQ+ afroamericana y latina. Llevamos esa energía liberadora e inclusiva a la pasarela convirtiendo el catwalk en el emblema de una escena alternativa, fieramente underground, la escena ballroom. Todo el show fue una celebración de la identidad, la inclusión, libertad y disidencia de los cánones establecidos como normativos.

En una de sus últimas colecciones también introducía una perspectiva feminista, explicó que quería romper con la idea de la feminidad establecida y mostrar distintas formas de ser mujer.

Eso es, con la colección SS19 A Short Story of Weird Girls pretendía subvertir los estereotipos sobre la identidad de las mujeres. El argumento de esta colección parte de la tensión entre la emoción de verse reconocida en otros 'yo', de la autoafirmación como persona; y por otro lado, del sentimiento de exclusión de una sociedad donde, ante la pregunta sobre la identidad, parece no admitir el valor de la diferencia. Muchas veces las que nos hemos sentido raras buscábamos empatía, familiaridad o simplemente aceptación social, pero quizá lo que tendríamos que tratar de hacer es crear un lugar donde las mujeres no tengamos que esforzarnos en reemplazar u ocultar lo extrañamente íntimo que nos constituye: la aceptación de la propia rareza es una forma de reivindicación, esa rareza es nuestra mayor fortaleza.

Yo prefiero refugiarme en una moda que personifique una nueva sensibilidad menos prejuiciosa, una forma de entender y disfrutarla de manera más sincera y honesta con una misma, una moda que se ponga al servicio de quien realmente quieres ser en cada momento y no de quien socialmente se te impone que seas. Creo que es una cuestión de derechos y libertades, y de la utilización que las mujeres hagan de estos en equilibrio con sus ideas, sus momentos personales, ya sean reivindicativos o simplemente respondan a sentirse bien con ellas mismas en un mundo nuevo y valiente. Esa es la mujer que me importa e imagino cuando diseño prendas.

En este sentido, podría parecer que la moda es un universo ampliamente feminizado, –la mayoría de personas que trabajan en esta industria son mujeres– y, sin embargo, los puestos de responsabilidad siguen copados por hombres. ¿Qué implica esto en cuanto a los resultados? Y por el contrario, ¿qué implica la mirada de una diseñadora en una colección?

Muchas personas históricamente han entendido la moda como un juego de seducción y este concepto se ha sujetado durante muchos años en un rol de géneros opuestos: a las editoras, directoras o redactoras de moda del mundo editorial clásico siempre les han seducido los modistos o diseñadores hombres. Afortunadamente esos roles tan estereotipados y tediosos hoy en día están cambiando y el juego de seducción ha tomado una vertiente más intelectual digamos, por lo que la cuestión de género no es tan indispensable.

Ahora mismo existe un sentimiento de colectividad femenina que es muy atractivo, la mirada femenina se intuye, se reconoce y se vuelve necesaria, ya que normalmente se trata de una mirada crítica o sarcástica. Pero sobre todo no podemos perder de vista que la mirada femenina tiene una capacidad múltiple y compleja, y en ese laberinto de posibilidades está su riqueza y poder. 

También ha tenido en cuenta siempre una responsabilidad con el medio ambiente. ¿Cómo se refleja la sostenibilidad en su trabajo?

Lo primero a destacar en este sentido es mi empeño en que la artesanía y la innovación se den la mano: en mis tejidos siempre hay una mezcla entre la necesidad de potenciar el patrimonio cultural de nuestros país y ligarlo íntimamente con la contemporaneidad para darle un mayor alcance en el tiempo. Mis prendas son completamente atemporales, podrían combinarse con prendas de cualquier temporada. Apuesto por producciones cortas y realizadas en proximidad, todas las prendas se producen en talleres en Madrid, donde las modistas cobran un sueldo justo y controlado, la calidad de las mismas redunda en la durabilidad y por lo tanto en la estrategia de sostenibilidad. Se trata de potenciar un slow fashion: una moda más justa, ética y responsable tanto con las personas que la fabrican como con los recursos del planeta.

Quizá resulta algo contradictorio que estos diseños que tienen un valor social estén reservados para una élite: su alto precio hace que solo sean accesibles para unas clases pudientes. ¿Debemos aceptar que la moda de alta costura no es para todo el mundo?

La moda siempre estará en colisión constante entre el establecimiento elitista de la industria del lujo y lo irreverente de la condición social. Pero no es insondable, si se apuesta por un consumo más responsable muchas personas se darán cuenta de que no es necesario comprar prendas nuevas cada semana a precios inaceptables que son imposibles de mantener sin abusar de los que lo fabrican. Compremos con cabeza, menos prendas pero de mejor calidad y más duraderas en el tiempo, quizá el precio de esas cinco prendas semanales las podemos sustituir por una de mayor calidad y que nos satisfaga más emocionalmente. Ahí está la brecha, quizá no podamos andar siempre por el elitista camino del lujo, como tampoco podremos comprar piezas de nuestros artistas favoritos, pero sí podremos disfrutar tanto del arte en museos y galerías, como de un trabajo de calidad en moda. 

“Hemos ido educando a la gente en que la moda es cultura y no es esa frivolidad con la que el mundo de la cultura la tildaba antes”, decía esto en una entrevista en enero y acaba de recibir el Premio Nacional precisamente del Ministerio de Cultura, ¿qué prejuicios hay todavía desde el mundo de la cultura con la moda?

Aún somos el patito feo y el hijo tonto de la cultura, hay muchos prejuicios asociados a esta profesión, considerándose aún un camino creativo superficial, falto de sentido y valor. Pero la realidad es que no hay manifestaciones creativas superficiales o banales. Hay personas y miradas banales, y la moda, como cada uno de nosotros, puede ser lo que quiera ser, eso depende de la mente y manos del creativo y después de la mirada con que se ve.

Estudió Bellas Artes en la Universidad Complutense y, según tengo entendido, pronto se dio cuenta de que quería dedicarse al diseño, ¿ya entendía la moda como una disciplina artística más?

Al principio, no, en mi juventud yo también tenía los prejuicios hacia la moda de los que te hablaba antes, hasta que me di cuenta de que efectivamente todo está en la mirada del creador y del observador.

El año que acaba de terminar ha sido estrepitoso: ha vivido un cáncer y al acabar el tratamiento su pareja se contagió de coronavirus; sin embargo, meses después llega la alegría del Premio Nacional. Aunque imagino que es complicado, ¿qué balance hace del 2020?

Me he vuelto mucho más reflexiva, estoy cambiando los tiempos de maduración de las ideas y de desarrollo de las mismas. Quiero tener más tiempo para disfrutar de lo que hago, cambiar el ritmo frenético de la moda hacia otro ritmo más sensato para que el resultado sean prendas más simbólicas y comprometidas tanto con una idea, como con lo social y medioambiental.

El último cuatrimestre del 2020 me ha sorprendido tan favorablemente que mi espíritu aún no se ha recuperado de esa montaña rusa de colapso y recuperación que este año me ha destinado; y el 2021 dará a luz dos proyectos en los cuales he estado trabajando mucho últimamente y tengo una ilusión bárbara por presentar. Uno es un proyecto de interiorismo y el segundo se trata del comisariado de una exposición sobre la respuesta de la moda en los tiempos convulsos y de incertidumbre que nos rodean.