“La ciudad se utiliza como si fuera el tablero de Monopoly”
- David Juárez es fundador del estudio de arquitectura Straddle3 e impulsor de la red de construcción participativa de espacios urbanos Arquitecturas Colectivas
David Juárez, fundador del estudio de arquitectura barcelonés Straddle3 e impulsor de la red Arquitecturas Colectivas, pertenece a una rama alternativa y cada vez más extendida de arquitectos y diseñadores que se sienten más cercanos al activismo de la calle que a la arquitectura elitista y de grandes premios.
Casi veinte años después de comenzar su andadura en los márgenes convencionales de la arquitectura, Juárez y su colectivo son hoy un referente del movimiento de diseño y construcción participativa de espacios urbanos. Una corriente que envuelve a numerosos creadores que creen en una arquitectura más social, donde los ciudadanos recuperan lo que es público y donde un “urbanismo de los comunes” es posible.
Estos días participa como mentor en el encuentro internacional por la transformación social a través de la cultura Idea Camp, organizado en Madrid por la European Cultural Foundation, proyecto en el que años atrás él mismo fue uno de esos 50 idea makers con una propuesta para convertir la ciudad en un lugar mejor.
Como mentor, 'idea feeder', del Idea Camp, ¿qué papel cree que juega la arquitectura en estas iniciativas?
El lema 'Comunidades en movimiento' hace referencia a esos colectivos sociales en situación de vulneravilidad como pueden ser los refugiados o comunidades locales estigmatizadas. La arquitectura es la expresión física de la convivencia. A veces se dirige a generar arraigo o bienestar a comunidades que a priori carecen de ellas, otras veces a facilitar las conexiones entre colectivos o incluso sobre plataformas digitales, que de hecho, pienso cada vez más que son equivalentes. De lo que se trata es de generar un espacio, sea físico, virtual o híbrido, para la convivencia o el conocimiento.
Esta idea estaría en línea con esa corriente cada vez más extendida de la llamada 'arquitectura social' que sitúa a la persona en el centro y donde las ciudades se diseñan 'a escala humana'.
Además de que se pone a la persona en el centro, se la normaliza. Hablamos de la inclusión en el urbanismo de personas con perfiles diferentes y con igual importancia, como puede ser darle una visión de género o transgénero, desde la infancia o de comunidades interculturales.
Pero estos avances son producto del activismo, no han sido empujados desde la academia ni mucho menos desde el poder político ni de grandes cabezas que tienen el Premio Pritzker. Afortunadamente, parece que estamos superando ese mundo ridículo de los arquitectos estrella; y en esto internet y las redes digitales, han ayudado mucho a entender, potenciar y dar cuerpo a este fenómeno.
Este fenónemo, favorecido por el entorno digital y basado en el diseño colaborativo y abierto, ¿pone en alza la creación en red como fomentáis desde Arquitecturas Colectivas?
Lo ha favorecido no sólo porque dotan de instrumentos de comunicación, sino porque ofrecen unos protocolos para compartir el conocimiento que son muy inspiradores.
Las redes conectan personas y colectivos que están haciendo cosas por mejorar sus ciudades o entornos habitados compartiendo casos de éxito pero también de fracaso. Se trata de aprender de los procesos, tener referencias de instrumentos y resultados, y que las experiencias de otros puedan ser reproducirlas o mejoradas más allá de las fronteras.
De hecho es cada vez más visible cómo experiencias que se repiten a nivel local en lugares muy dispares del mundo se acaban convirtiendo en un movimiento global.
Sí, hay patrones reconocibles. Ahora está emergiendo con fuerza el término de 'los comunes' –pueden ser los comunes de recursos naturales, los urbanos, educativos, etc.- pero realmente es un concepto que ha estado siempre acompañando a la humanidad. Hace referencia a ese algo que es responsabilidad de todo el mundo y que tiene el potencial de recuperar el concepto de lo público.
Suele haber una visión ideal de lo público como eso que es de todos y de nadie. Pero lo público ha entrado en crisis porque quien lo debía tutelar se ha dedicado primero a controlarlo y segundo a mercadear con ello. Y una de las respuestas a esos claros procesos de privatización es desde este concepto tan antiguo y a la vez moderno de los comunes.
¿Cómo sería ese urbanismo de los comunes?
Un urbanismo en el que se entiende que el espacio público es para la convivencia, vinculado a los tejidos urbanos, que no persiguen la espectacularidad de la arquitectura, sino ser espacios pensados y apropiados por las personas, y desde luego, planteado desde una perspectiva sostenible ambientalmente.
En definitiva, una ciudad de los comunes urbanos, entendidos estos comunes como públicos pero cuidados y habitados por las personas.
Desde esta perspectiva, ¿se convierte entonces el urbanismo en un bien de primera necesidad?
En un mundo que se está urbanizando rápidamente, donde más de la mitad de la población ya vive en ciudades y donde hay una gran desigualdad urbana, está claro que el pensamiento y acción en materia de lo urbano es una necesidad perentoria. Y creo más bien que la ciudad es un bien de extrema necesidad.
Comparto el concepto acuñado por David Harvey y Henri Lefevre de un 'derecho a la ciudad' en el que están implicitos el derecho a la vivienda, al espacio público, a la participación ciudadana... Debería ser fundamental el derecho a una ciudad más participada, más inclusiva, más consciente y más responsable en todos los términos: socialmente, ambientalmente, hacia futuras generaciones, etc.
Y tanto o más necesario sería entonces un 'urbanismo ético'. ¿O eso existe ya?
Existe un urbanismo de sentido común. Uno de los fundamentos del urbanismo como ciencia es precisamente estar orientado a construir ciudades más justas, en las que se viva mejor. Y desde la teoría siempre se han utilizado ciertos valores éticos o cívicos y son muy necesarios.
El problema es que se ha utilizado, y se utiliza cada vez más, la ciudad como un mercado de valores en el que invertir, como si fuera un auténtico tablero del Monopoly. Ahora mismo la ciudad está en venta. Y no hay más remedio que trabajar desde la lógica del mercado, aunque sea para subvertirla y superarla.
En España de esto sabemos un poco... Un país que vive burbujas inmobiliarias cíclicas capaces de hacer tambalear la economía nacional.
Y ahora hemos pasado de una burbuja inmobiliaria a una burbuja del alquiler, muy influida en algunas ciudades por la gentrificiación, la turistificación radical y las viviendas que se utilizan de forma encubierta como apartamentos turísticos ilegales.
Aunque hay casos como el de Barcelona donde el gobierno sí se está preocupando por abordarlo, las medidas no son suficientemente contundentes, y probablemente sea porque la legislación actual no permite ser más contundente contra la mercantilización de la vivienda, la especulación inmobiliaria y estas operaciones financieras que tienen que ver con el éxito turístico de una ciudad.
Precisamente, ¿el éxito de una ciudad o de algunos de sus barrios no es un factor inherente al fenómeno de la gentrificación?
Se dice que una mejora urbana tiene siempre el peligro casi inevitablemente de gentrificación pero hay mecanismos para mitigar o controlar esa gentrificación.
Las mejoras urbanas se hacen con dinero público, y cuando el dueño de un inmueble, adyacente a esa zona mejorada, al poco tiempo vende ese edificio por un valor diez veces mayor a lo que pagó en su día, esa persona se está embolsando el dinero de todos y todas. Y esta situación es producto de que quien ha estado legislando ha estado mirando casi siempre por los intereses privados y no por los públicos.
En la España de los escándalos de corrupción urbanística y la crisis de los desahucios, sigue muy arraigada en la sociedad la mentalidad del ladrillo donde la primera opción de inversión sigue siendo una vivienda. Parece que el cambio no sólo ha de venir desde las estructuras de gobierno...
Hemos llegado a una situación extrema que no es sostenible ya. Esa España es producto de un boom económico basado en el ladrillo que ya se agotó. Ahora mismo estamos en una situación de subasta, en la que no sólo fondos buitres extranjeros, sino cualquier fondo de inversión o persona de clase media que llega a su jubilación con ahorros busca la inversión inmobiliaria.
No puede ser que nuestras ciudades sean un mercado de valores y que haya barra libre de especulación. Hace falta una combinación de iniciativas ciudadanas que tengan espacio para su desarrollo y una gestión pública responsable.
Algunos municipios sí están impulsando iniciativas de este tipo, despertando mucha polémica en el entorno político, como ocurría recientemente en Madrid. polémica en el entorno político
Es un ejercicio democrático como cualquier otro. Aplaudo que desde los municipios se generen esos sistemas, pero aún más que desde la sociedad civil se hayan fomentado. Debería ser lo natural. Lo extraño es que un ejercicio de democracia en acción despierte tanto rechazo, eso es muy preocupante.
Y algo tiene que ver la llegada de actores de esos movimientos sociales a las estructuras de gobierno.
Sí pero no podemos olvidar de dónde venimos. Suele pasar que cuando personas activas de los movimientos sociales pasan a ocupar puestos en las estructuras de gobierno se produce una progresiva desactivación de esos movimientos sociales, de alguna manera el mensaje es: tranquilos ya no hace falta que os movilicéis porque ahora somos la autoridad que se va a hacer cargo de la tutela de lo público.
¿Es lo que está pasando actualmente?
Creo que son movimientos casi cíclicos, en los que la participación resulta en un proceso de reapropiación de lo público pero que si después tiene buenos resultados parece desembocar en la situación inversa. Con los nuevos municipalismos que tenemos en Madrid y Barcelona deberíamos ser muy conscientes de que si delegamos absolutamente el trabajo y todas las responsabilidades desde la organización ciudadana hacia los nuevos políticos y los nuevos técnicos, probablemente vuelva a repetirse la historia.