Durante cinco años, Javier Ríos (Cádiz, 1975) viajó por toda España debido a su trabajo como escaparatista de figuras de porcelana. En este tiempo conoció la España de los desmanes en los bancos, las infraestructuras, las ciudades de la luz valencianas, los palaus catalanes; ese país de la burbuja en el que todo el mundo parecía vivir bien, aunque algo oliera a chamusquina.
Estudió Ciencias de la Información y vivió casi diez años en Madrid, tiempo suficiente para conocer la alegría y también “la caspa”. Más tarde, con el catalán aprendido, se instaló en Barcelona, ciudad de decorado para guiris, a pesar de, a su juicio, su variopinta idiosincrasia y el movimiento de sus bases sociales.
Con todo este mejunje de datos, y con un enfado creciente por todo lo que está ocurriendo en el país, decidió escribir Destruir España (Los Libros del Lince), un libro lleno de rabia, de sensación de traición, pero con un tono muy humorístico. Un libro que es un grito, posiblemente el de toda una generación que hoy se siente defraudada.
“Me da vergüenza ser español”. “Esta es la visión de un español que se siente traicionado”. Vaya par de frases con las que empieza Destruir España. Cuánta rabia. ¿Cómo surge este libro?Destruir España.
Es un desgarro. Llega un momento en el que ves cómo tu país, como organización, como estructura, te avergüenza. Esa España en la que ves cómo el ministro de Cultura no se atreve a ir a la fiesta del cine español. Es lacerante.
Y me da vergüenza de que en pleno boom económico nadie tuviese sentido crítico de lo que estaba pasando. Pero de cosas tan banales como la calidad de las casas que comprábamos o nos hacían comprar, porque uno ya no sabe si la gente estaba convencida o recalentada. Ahora, España, como lugar, es un sitio maravilloso.
Nació en 1975, le dio tiempo a vivir parte de la ‘burbuja’ y después el fraude. ¿Somos la generación del desencanto?
Quizá desencanto, sí, pero creo que todavía tenemos recursos y una experiencia para poder vadear. A mí me preocupa la gente como mi hermano, que tiene diez años menos que yo. Ellos ni siquiera van a llegar a encantarse.
Nosotros nos llegamos a creer que vivíamos en un país moderno, de nivel… En el boom, yo también sentí ese orgullo de que estábamos en la Champions League de la economía, y tú mismo te calentabas con tanto AVE. Veías que todo venía de algo que olía a chamusquina, pero es que los que vienen detrás de nosotros, ni esto.
En el libro habla de esa época de la burbuja, pero hay que recordar que también había mucha precariedad. En los 2000, los sueldos no eran altos y no se vivía tan bien. Apenas nos acordamos de eso.
Porque ahora la gente ya querría ganar 1.000 euros. Y no nos acordamos porque la propaganda política lo vendió muy bien. Lo que más me asusta es esa gente que ahora quiere volver a aquello, a como estábamos. Esta frase que acuñó el PP de sacar a España de la crisis en los años noventa es a la que quieren volver, pero para ponerla dónde.
Yo ya no quiero que nos saquen de la crisis, sino que se cree una España nueva. Y creo que somos nosotros, esta generación, la que tiene esa responsabilidad, porque tenemos el desencanto, pero también esa experiencia y esa aspiración rota, que es la que nos tiene que dar la fuerza para retomarlo todo alternativamente y salir adelante.
¿Y qué podemos hacer?
Lo de ‘destruir’ evidentemente es una metáfora. Hay algo hasta festivo, y la bomba es una traca de fuegos artificiales para decir basta ya. A mí las superestructuras políticas de este país se me quedan muy grandes. Yo procuro estar informado, y cuando hablan de quitar la subasta de la luz no sé muy bien qué es eso.
Lo que sí sé es que en este país la factura de la luz ha subido un 60% desde que hay crisis. Esto es infumable en un país precario, con la luz que ya tenemos y con el conglomerado de empresas que se privatizaron y que se han quedado cuatro gatos, la puerta giratoria, etc.
Yo no sé cómo podemos ir contra esto pero quizá la manera es, dentro de tu pequeño margen como ciudadano de a pie, vivir de manera coherente con los valores que defiendes e intentar con tu esfuerzo poder llegar al día en el que la sociedad tenga la fuerza y la autoridad moral para decirle a esa gente, o trabajáis a nuestro servicio, o fuera.
Para eso hay que creer en la política otra vez.
Hay que crear la política otra vez. Hay que regenerar cómo está el Estado. A mí la política territorial me parece que es… Lo de las 17 autonomías es una locura, lo del ‘café para todos’ es una burrada. Hay autonomías que no querían ni las competencias que les obligaron a asumir.
Y todo esto es gasto, todo esto repercute en que haya políticos que, para mantener sus salarios, poltronas y asesores, se dediquen a enfrentar a los españoles entre ellos creando un infierno de interterritorialidad, cuando se supone que deberíamos estar todos a una.
En el libro es muy crítico con la política de Zapatero. ¿Se perdió la oportunidad? ¿Forma también aquello parte de este desencanto?
Desde luego, en lo social, la política del PSOE es muy diferente a la que está haciendo el PP. Sí, yo estoy decepcionado con aquel Gobierno. En aquel momento no, porque como todos estábamos bien…
Yo recuerdo que cuando ganó Zapatero me compré todos los periódicos y fue un subidón. Estoy muy satisfecho con ese Gobierno en cuanto a la política social, porque no hay más que ver lo que está ocurriendo ahora con la ley del aborto, que ni los peperos la quieren.
A mí me molesta que en este país haya una especie de mundo paralelo del politiqueo. Creo que los españoles son mucho más templados de lo que hace la política. Pero, ahora con perspectiva, sí que veo que el Gobierno de ZP tenía que haber parado la burbuja porque hubo políticos del PSOE que se beneficiaron del burbujismo, igual que los del PP.
Y además, me da pena decirlo, pero espero que esto sí le salga caro al PSOE, porque a mí ahora me interesa que crezcan las alternativas políticas, incluso con las que de entrada no simpatizo. Pero todo lo que sea nuevo y genere un debate nuevo, en un país con un bipartidismo tan brutal, es necesario para que se abra el espectro. Además, creo que la gente es más plural de lo que nos quieren hacer ver los políticos.
Habla mucho en el libro de Cataluña y de la posibilidad de su independencia. Es más, dice que es la salida para España. De todas maneras, da la sensación de que este debate no estaba tanto hace un par de años. Usted que lleva años viviendo en Barcelona, ¿cómo ha cambiado este posicionamiento? ¿Por qué estamos así ahora?
No, no lo estaba tanto. Y sí, Cataluña está recortadísima y tienes sus lobbies y tejemanejes importantes. En este sentido, no es muy diferente de España. Lo que sí veo es que allí sí hay una vertebración de la base de la sociedad más variopinta, surgen cosas más alternativas, que habría que ver si luego llegan a pintar algo en esa nueva Cataluña.
Que lo de la independencia sea una cortina de humo, más bien creo que se utiliza como cortina de humo porque sí es un tema que está en el día a día del catalán de a pie. Evidentemente, le preocupa que le recorten en sanidad, pero también piensan si quizá en otro contexto político eso podría llevarse de otra manera.
Pero las declaraciones siempre entran en el mismo juego: vosotros pagáis menos frente a nosotros, que somos los que más pagamos al Estado. Y eso sin conocer las balanzas fiscales.
Yo no sé cómo está organizado el tema de la balanza fiscal, pero lo que no puedo entender es que yo llegara en 2003 a Barcelona y encontrarme una red de cercanías lamentable que sigue siendo igual de lamentable.
A veces he llegado a pensar que al establishment catalán le interesa que esto siga así para tener un latiguillo de victimismo. Pero luego está el lado afectivo, y creo que a Cataluña se le ha tratado muy mal de un tiempo a esta parte. Y los catalanes están un poco cansados.
Madrid lleva años con el latiguillo de ‘facha’.
Madrid es de colores, como digo en el libro. No, yo no creo que Madrid sea facha, para nada. Lo que pasa es que Madrid se pone un poco más exaltada cuando le tocan los temas territoriales porque también Madrid es una ciudad mucho más compleja de lo que nos quieren vender.
A mí me bastan tres o cuatro días aquí para entender que desde Madrid toda España fluye de manera natural alrededor de esta ciudad. Empiezas a conocer a gente canaria, andaluza, gallega… Pero para ser líder, Madrid no puede exigir que toda España sea homogénea.
Volviendo a Cataluña, ¿qué pasa con los que viven fuera y no quieren que se vaya?
Que alcen la voz. Creo que la mayoría de los españoles estarían de acuerdo con que votaran los catalanes. A ver qué dicen. Y a partir de ahí, si sale una mayoría abrumadora a favor del sí, los propios españoles dirán: aquí hay que hacer algo.
Los que no quieren que se vaya tienen que decirle a Cataluña por qué no quieren que se vaya, porque ellos necesitan escucharlo. En Cataluña hay mucha gente que está por la independencia, pero de una manera un tanto confusa, pero catalanes-catalanes que sienten que en los últimos dos años se ha ido todo un poco de las manos.
Y creo que hay un margen pequeño para que los españoles que estiman Cataluña se lo digan a un montón de catalanes que en el fondo están acojonados con la idea de irse, lo que ocurre es que les acojona más la idea de quedarse.
También toca el tema del 15M. Usted estuvo involucrado, participó en asambleas. ¿Por qué falló si cree que falló?
Yo creo que lo que quería todo el mundo es que de allí hubiera salido un partido político. Si hubiera habido más gente técnica, preparada, que se hubiera querido involucrar…, gente que se lo hubiera tomado en serio, hubiera sido increíble.
Estábamos en la plaza de Catalunya o en Sol miles de personas, y después te dicen que te tienes que ir a tu barrio a hablar de cosas muy locales… No conectábamos. Fue difícil. En todo caso, el espíritu del 15M sigue totalmente en la sociedad española, el problema es que aquello se desvaneció.
En este viaje que hace en el libro por toda España, ¿se puede hallar la identidad española en algún sitio concreto? ¿Existe?
Lo español es muy caleidoscopio. Sería Madrid como aglutinador forzado y, entre comillas, de España como Estado. Al final lo que le da ambiente a Madrid es la gente, y como hay gente de toda España… La primera vez que comí calçots fue en Madrid y fue aquí donde aprendí catalán.
A los guiris en Barcelona siempre les digo que si les interesa la cultura española vengan a Madrid, que es mucho más auténtica. Tiene lo bueno y lo malo. Falta la playa. Pero lo de Castilla es muy curioso porque se hizo grande con un imperio marítimo.
¿Y somos europeos?
Tu pregunta responde a un estándar de europeidad que no sé si lo tenemos. Tenemos un componente latinoamericano también, y norteafricano. Somos europeos, y la Europa que a mí me gusta no es la que tiene el componente de los germánicos-nórdicos. A mí esa Europa a la que haces referencia es apocada, triste…
En el libro da la sensación de que está enfadado con que la ciudadanía apenas se haya movido para cambiar las cosas y, sin embargo, ha habido manifestaciones y se han conseguido logros como parar la privatización de la sanidad madrileña.
Pero yo voy a un nivel más reducido. Es el día a día, es el cuidarnos los unos a los otros. Ser exigentes con nuestro trabajo, con nuestra búsqueda de trabajo, en cómo valoramos el servicio que nos da nuestro propio Estado, en valorar tus impuestos y estar orgulloso de pagarlos, pero también ser exigente con el servicio que recibes a cambio, ya que cada vez recibimos menos.
Yo no digo que la gente no salga y se manifieste. De hecho, estos días, cuando he visto lo que ha conseguido la 'marea blanca' en Madrid, y veía la portada de mi libro, pensaba “ojalá llegue el día en el que me tenga que arrepentir de haber escrito un libro como este”. Viendo la 'marea blanca', veo que esa es la línea que tiene que seguir esta sociedad, y creo que esos son los verdaderos brotes verdes.
Esta es una generación muy atomizada. No vamos todos por el mismo camino. Incluso se ve en la cultura: no todos escuchamos la misma música, ni vemos las mismas películas… Eso influye en la política en aras de aglutinar un movimiento.
A lo mejor el movimiento no tiene que ser tan visible y tan panfletario. Yo veo cómo funcionan las pequeñas sociedades europeas. Y si todo el mundo intenta vivir con los mismos valores compartidos, tratar con respeto al otro e intentar hacer las cosas bien, creo que poco a poco irá viniendo un cambio social, porque de ahí saldrán los siguientes políticos, los siguientes votantes; de ahí saldrá la educación que recibirán los hijos, lo que le pides a la tele pública, al ministro de Cultura, lo que le pides a este país como organización.
El problema es que este país se ha hecho siempre de arriba abajo y toca cambiar eso, y cada gesto cuenta.
¿Ahora se iría de España?
No. Ahora ya sé que no. Aquí se puede vivir bien, como yo quiero vivir. Hay que luchar mucho, y cuesta. Pero hay gente que piensa que un libro como este tiene sentido y hay gente que lo va a leer, con lo cual hay más gente como yo. Y es un país precioso.
Decía el escritor Petros Markaris hace poco que no es tiempo de irse, sino de quedarse y luchar. ¿Está de acuerdo?
Sí, pero no con ese tono épico. Yo voy a quedarme y yo voy a luchar, y creo que luchando por mí, y por salir adelante e intentando ser coherente con lo que yo pienso o defiendo, creo que estaré aportando a la mejora del país. La mejora de uno mismo conlleva la mejora de una sociedad.