Se veía venir desde hace un tiempo. Al menos, desde marzo de 2010. Ese fue el momento en el que se presentaron las primeras acusaciones contra el fotógrafo de moda Terry Richardson, una estrella del medio gracias a sus imágenes crudas y provocativas, marca de la casa.
Primero fue la modelo Rie Rasmussen, que se enfrentó a Richardson directamente, tras comprobar el trato que recibían las modelos más jóvenes que trabajan con él. “Les obligas a follar delante de la cámara y no dicen que no porque tienen miedo de que su agencia deje de contratarlas, le dije”, explicó Rasmussen al New York Post. “'Que sepas que solamente te acuestas con chicas jóvenes porque eres famoso y tienes una cámara, añadí, y él salió corriendo, sin dirigirme la palabra”, añadió.
Después fue la modelo Jamie Peck, que describió una sesión con Richardson, en la que -rodeados de sus asistentes- primero intentó que ella se masturbara delante de la cámara, y tras negarse, la obligó a masturbarle a él mientras era ella la que sacaba fotos. A su testimonio se unieron los de Sarah Hilker y Liskula Cohen, y varios relatos anónimos de modelos y gente de la industria que narraban una constante. Según los testimonios, Richardson ejerce su poder con las jóvenes para que las sesiones de fotos se conviertan en una serie de actos sexuales -muchas veces vejatorios y en los que las modelos generalmente están muy borrachas y drogadas- que acaban con ellas humilladas.
A medida que las confesiones se acumulaban, comenzaron las preguntas: de confirmarse, ¿por qué tolera la industria de la moda ese comportamiento? Con el último testimonio, tremendamente explícito, de Charlotte Walters, el blog de moda OMG That Dress decidió poner en marcha la campaña #NoMoreTerry, que boicotea a las marcas, revistas y famosos que colaboren con el fotógrafo.
¿El resultado? Las redes sociales auparon la petición, que ya se ha convertido en un quebradero de cabeza para Terry Richardson. De momento ya ha tenido que salir a dar explicaciones, negando por completo las acusaciones de imponer un trato inadecuado a las modelos en su trabajo.
Para qué sirve un boicot
Es el último ejemplo de boicot al famoso. En los últimos tiempos los hemos tenido de todo tipo, pero han destacado especialmente aquellos relacionados con la vida privada de Woody Allen y los delitos cometidos en el pasado por Roman Polanski. Más allá de estos dos casos, ¿qué tipologías de boicot han imperado en los últimos años? Y, ¿cuáles fueron sus repercusiones?
El boicot moral por conducta inapropiada. El repudio del consumidor ante el comportamiento de un ídolo es quizás el más común. Aquellos que adoran el trabajo o la imagen de alguien son los primeros en sentir que cuando el artista se despendola de manera poco ética deben reprochárselo. Es el caso de Justin Bieber, a quien ahora le echan en cara su temeridad frente al volante o su consumo de drogas, y se niegan a comprar sus discos. Pero este boicot no suele pasar de grupos muy concretos, y no afectan realmente a la popularidad de la estrella, sino todo lo contrario, pueden generar una lectura arriesgada y peligrosa que aumente su base de fans.
El peligro para el artista llega cuando las marcas o los grupos de poder se sienten incómodos por la posibilidad de alienar masivamente a los seguidores. Ese fue el caso de Kate Moss tras las imágenes de 2005 en las que salía esnifando cocaína -Chanel, Burberry's y H&M inicialmente cancelaron sus contratos con ella-, o John Galliano, que después de sus comentarios antisemitas grabados en cámara en 2011 fue relevado de sus funciones como diseñador de la casa Dior. Moss sobrevivió y quedó irónicamente reforzada tras el escándalo, Galliano comienza a hacerlo ahora.
El boicot por el mensaje. Pero no solamente de estrellas se nutre el asunto. Muchas veces, la repulsa pública proviene del mensaje que pueda interpretarse de una obra. Es el caso de Instinto básico que supuso un hito por el boicot realizado por grupos en favor de los derechos civiles en Estados Unidos. Instinto básico fue boicoteada por grupos de activistas GLBT, enfurecidos con la imagen que se daba de gays y lesbianas.
La táctica fue clara: las protestas se sucedieron durante el estreno de la película en EEUU, y se realizó una campaña de reparto de octavillas basadas en el spoiler (“Catherine lo hizo”). ¿Le generó más publicidad? Sí. ¿Afectó a la película? Poco.
El boicot religioso. No hay como herir la sensibilidad de un grupo religioso para que la cosa se anime. Conocidos son los casos de Madonna -con sus imágenes de la crucifixión- o Los Beatles y su cita “somos más famosos que Jesucristo”- pero muchos han olvidado el de Martin Scorsese, que se preguntaba en La última tentación de Cristo qué habría pasado si Jesucristo hubiera cedido a la tentación y hubiera vivido como un hombre común.
La idea no gustó a los fundamentalistas cristianos, que prendieron fuego a la sala donde se estrenaba la película en París, hiriendo gravemente a siete personas. Se organizaron piquetes en los estudios MCA, donde se había rodado, y se retiró de varios cines en EEUU. La película fue censurada y/o prohibida en varios países, y su comercialización se resintió.
El boicot por las ideas. Muchas veces no es la obra la que genera controversia, sino las opiniones personales del autor, que resultan inaceptables para muchos. Es el caso reciente de Orson Scott Card, autor de la novela de ciencia ficción El juego de Ender. La obra, que ha sido llevada al cine en una adaptación protagonizada por Ben Kingsley y Harrison Ford, está siendo boicoteada tras hacerse público que Scott Card es contrario al matrimonio homosexual.
El boicot por el pasado. Pero nada como la vuelta de tuerca que fue el Oscar honorífico al director de cine Elia Kazan en 1998. Cuarenta años después del macarthismo y la caza de brujas llevadas a cabo por el Comité de Actividades Antiamericanas, para quien Kazan delató a ocho compañeros del Partido Comunista, algunos represaliados y afectados por la lista negra que les impidió trabajar en Hollywood decidieron boicotear al que contribuyó a que ellos fueran boicoteados por su militancia política durante una década. Se sucedieron manifestaciones y movimientos de repulsa que cristalizaron en la entrega del premio. Muchos permanecieron sentados y sin aplaudir, como Nick Nolte y Ed Harris, otros sí se levantaron. Elia Kazan jamás se arrepintió de la delación, y declaró que volvería a hacer lo mismo si tuviera ocasión.