El icónico fundador del imperio Playboy falleció la madrugada del jueves a los 91 años en su vivienda, según ha informado su propia marca. El editor de la revista erótica masculina por antonomasia murió por causas naturales en la mansión más famosa de Los Angeles, escenario de fiestas multitudinarias y de todo tipo de rodajes.
“Mi padre vivió una vida excepcional e impactante como pionero mediático, y como líder de algunos de los movimientos culturales más significativos de nuestro tiempo”, ha dicho su hijo Cooper en un comunicado de prensa. Con el mantra de “la vida es muy corta para vivir el sueño de otro”, la revista que se convirtió en mucho más que una publicación, se ha despedido en Twitter del hombre que la fundó allá por 1953 con apenas 8.000 dólares en el bolsillo.
La tirada de la revista, cifrada en 5,6 millones de ejemplares en 1975, había caído hasta los 800.000 en la actualidad, según datos de la Alliance for Audited Media, lo que provocó un cambio de estrategia en la compañía del conejito. Hace dos años, el consejero ejecutivo de la revista, Scott Flanders, anunciaba a The New York Times que iban a dejar de publicar imágenes de mujeres totalmente desnudas. El responsable fue el porno online, que arrebató su nicho de mercado a Playboy ofreciendo sexo al alcance de un click.
“Ahora, todos los adolescentes disponen de una conexión rápida a Internet. Las revistas pornográficas, incluso las que incluyen otros contenidos como Playboy, han perdido su valor de impacto, comercial y su relevancia cultural”, aseguraba Flanders. Según el diario neoyorquino, cuando uno de los editores sugirió a Hugh Hefner el cambio radical, este “estuvo de acuerdo”, y así el mensual perdió el gran reclamo que le mantuvo en el candelero durante seis décadas. Pero en febrero de este año, Playboy decidió recuperar los desnudos, y Cooper Hefner admitió que había sido un error eliminarlos.
Hefner, que por entonces tenía 89 años, aún no había vendido su mansión por 100 millones de dólares a su vecino Daren Metropoulos. Eso sería un año después. El empresario treintañero permitió que su fundador viviese en la casa hasta su muerte, así que ahora el destino de la mansión Playboy y de sus conejitas queda suspendido en el aire.
Con Marilyn hasta la eternidad
Playboy en Estados Unidos es más que una marca, es una institución. Además del lanzamiento de la publicación en los años cincuenta, Hefner fundó productoras de cine y de televisión, financió documentales y convirtió su mansión en el refugio onanista del panorama burbujeante de Hollywood.
El joven Hugh había trabajado como periodista en un rotativo militar mientras estaba en el Ejército de Estados Unidos. Después, pasó por Esquire, donde se decidió a abrir su propio proyecto con una apuesta controvertida: inauguró Playboy con un desnudo integral de Marilyn Monroe, un número que vendió 53.000 ejemplares. El comienzo del mito.
No es de extrañar, entonces, que el magnate comprase una tumba junto a la mujer que le lanzó al estrellato con una portada: Hugh Hefner descansará al lado de Marilyn en el Westwood Memorial Park.
Pero el hombre cariñosamente apodado como Hef no convirtió la silueta del conejito negro en un símbolo del hedonismo con un par de fotos picantes. Amplió el alcance de la revista a través del merchandising, los clubes nocturnos y la promoción de eventos, así como los programas de variedades Playboy Penthouse y Playboy After Dark, que se convirtió en un fenómeno de la televisión de entrevistas por no invitar solo a hombres blancos, como ocurría en el resto de la parrilla estadounidense.
Tina Turner, Sammy Davis Jr., Grateful Dead, Deep Purple o Joe Cocker desfilaron por el plató de Hefner a finales los años sesenta. Con ese olfato que le caracterizaba, el empresario se trasladó en 1970 desde Chicago a Los Angeles cuando empezó a bullir el movimiento hippie que tomó la libertad sexual como una de sus banderas. Así fue como adquirió -por un millón de dólares- la mansión que más tarde sería un pedazo de edén en la tierra para muchos y un sumidero de polémicas -como la de Bill Cosby- para otros.
Entre la humillación de la mujer y el discurso feminista
Una de las grandes críticas a Playboy ha sido el uso del cuerpo de la mujer como un bien de consumo para provocar el deseo masculino. En 1963, la pensadora feminista Gloria Steinem se hizo pasar por una camarera Playboy en uno de los clubes de Nueva York. Lo que allí vivió, el trato vejatorio que recibió y la precariedad que sufrió inspiraron su artículo Yo fui una conejita Playboy, publicado en la revista Show Magazine.
Hugh Hefner siempre defendió que él consideraba a sus chicas de portada unas socias más, con nombres, apellidos y criterio inteligente, lejos del anonimato al que se ven sometidas las mujeres en otro tipo de pornografía.
Durante la crisis económica de la revista, en la que se tomaron caminos nunca antes explorados, los medios generalistas notaron que Playboy había empezado a incluir varios reportajes y columnas de opinión sobre igualdad de género. Esto, junto a la decisión de no publicar desnudos, dio señas de que la publicación había decidido captar otra audiencia lejos del hombre pudiente de mediana edad, como las mujeres y el público feminista. A otros no les convenció y lo consideraron un mero salvavidas empresarial.
Sus grandes firmas
Como recuerdan en Bustle, la broma más repetida cuando Playboy anunció que dejaría de publicar desnudos de mujeres fue que la gente tendría que empezar a leerse sus artículos. Lo cierto es que la reputación de la revista de Hugh Hefner a nivel de análisis informativo, entrevistas y grandes firmas no tiene desperdicio. Por sus páginas han desfilado autores como Gabriel García Márquez, Joyce Carol Oates, Truman Capote y Margaret Atwood, la autora de la distopía feminista El cuento de la criada.
También fueron relevantes sus entrevistas con Martin Luther King, en la que el líder del movimiento antirracista charló distendido con Alex Haley sobre su primera mala experiencia y el largo camino de su lucha. O los relatos del icono de la ciencia ficción Arthur C. Clarke. Sin olvidar los encuentros con Miles Davis, Stanley Kubrick, Steve Jobs o Bette Davis.
La historia de Playboy y de su magnate tiene muchos más oscuros que claros. Pero si de verdad están aireando sus oficinas, deberían pujar por ese contenido de calidad que hizo que muchos de los mejores literatos les prestaran su pluma. Esta vez, quizá con una plantilla de escritores más igualitaria, donde no solo apuesten por la mujer como reclamo en las portadas.