Hay una imagen de los Oscar que ha eclipsado a todas demás y no incluye ninguna estatuilla. Dos días después de la gala, la autofoto que nació para ser compartida sigue recopilando retweets (concretamente: 3.142.224) y haciéndose hueco entre las grandes cabeceras internacionales. Salen: Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Badley Cooper, Julia Roberts, Kevin Spacey, Brad Pitt, Ellen, Angelina Jolie, Lupina Nyong'o y su hermano, Jared Leto y... ¡Samsung! Según revela The Wall Street Journal, el selfie que rompió Internet fue un product placement que Samsung negoció con la cadena para promocionar su Galaxy en el programa, como complemento a los 20 millones de dólares que invirtió en bloques publicitarios.
La naturalidad de la presentadora y la cotidianeidad del gesto consiguieron disimular la venta del producto y su cuenta de Twitter hizo todo lo demás. Un millón de personas en menos de 40 minutos se dedicaron a redistribuir la imagen, sin reparar en #hashtags y exclamaciones afectuosas. Los periódicos corrieron a publicarla, los bloggers abrieron sus post con ella, las parodias se multiplicaron y la palabra #selfie todavía es trending. Con tanto revuelo nadie parece reparar en un pequeño detalle de gran importancia mediática: ¿de quién es el Copyright?
Un selfie para gobernarlos a todos
selfie“Técnicamente, la persona que hace la foto es la autora y por tanto, responsable del copyright”, explica Carlos Almeida, abogado especializado en Propiedad Inlectual. Ellen podría haber cedido en el contrato sus derechos de explotación a Samsung, pero la empresa de electrónica asegura que el selfie no se pagó y que todo sucedió de manera “orgánica” (con Samsung donando tres millones de dólares a su organización benéfica). Y podría ser verdad: la presentadora las ha publicado en su Twitter -que además lleva el nombre de su propio programa The Ellen Show- y ha garantizado derechos de distribución a la agencia de noticias Associated Press como si fueran suyos. Pero, tanto si es de Ellen como si es de Samsung, ¿tenemos derecho a publicar esa foto sólo porque sea viral? La respuesta es rotundamente no.
“Habría que ver es si los medios de comunicación lucrativos que la han publicado han adquirido los derechos para hacerlo -asegura Almeida. - Si el dueño del copyright quisiera ejercer derechos legales sobre el uso inapropiado de esa imagen, estaría en su perfecto derecho”. Es por eso que muchos medios -como nosotros aquí- se han curado en salud publicando la foto a través de la herramienta de insertar tweets que ofrece Twitter, donde la foto sale más pequeña pero no implica actividad ilícita.
Cuando usamos la herramienta para encajar un contenido, el que redistribuye dicho contenido no es el medio sino Twitter. Y Twitter adquiere automáticamente el derecho de redistribución de todas las imágenes que suben las personas al sistema porque así está acordado previamente en sus Condiciones de Usuario. Siempre y cuando el usuario que las sube sea el propietario legítimo de la imagen. Y resulta que Ellen no lo es.
La mano que mece la cámara
La persona que hace la foto es la autora y, por tanto, la propietaria del copyright. Y, si volvemos a mirar la imagen que encabeza este texto, veremos que la mano que sujeta la cámara que hizo la foto del millón no es la suya, sino la del sonriente Bradley Cooper. Él es el propietario de la foto y, por tanto, de su copyright. Y no sabemos si firmó un contrato de cesión de derechos en favor de Ellen Degeneres, pero es probable que no: fíjense cómo se resiste ella a darle el móvil y cómo lo pierde al final.
Si no estaba planeado así, hoy Cooper podría demandar a todos y cada uno de los medios que han publicado la foto sin su permiso, incluyendo a Twitter y la AP, porque obtuvieron permiso de Ellen, que no puede ceder derechos de algo que no es suyo. Y, aunque esto no va a ocurrir porque el marco en el que se desarrolla este drama en tres actos es el mundo de luz y de color de la fábrica de sueños, lo importante es que podría. Desconocer la ley no nos libera de la obligación de cumplirla.
Twitter mató a la estrella del copyright
La Red abrió el debate de la propiedad intelectual, pero las redes sociales lo han atropellado. Estas tácticas “virales” de marketing están cada vez más extendidas, pero no vienen acompañadas de los ajustes necesarios en materia de propiedad intelectual y por eso reina el caos en el mundo editorial. Y no es un retraso legislativo; porque existen licencias perfectamente apropiadas, que ceden los derechos de distribuición no comercial mientras protegen el resto. Pero es poco probable que se utilicen porque la licencia tradicional -la de todos los derechos reservados- permite que las empresas conserven el martillo legal para sacarlo cuando les convenga, mientras los usuarios publican, distribuyen y retuitean con alegre inconsciencia.
La situación no es muy distinta que la del caso de Daniel Morel contra France Press/Getty Images. En 2010, el fotógrafo colgó imágenes del terremoto de Haití en TwitPic, que fueron rápidamente retuiteadas por otro usuario y, de retuit en retuit, acabaron en las portadas de la mitad de los periódicos del planeta, por mediación de AFP. Después de cuatro años de juicio, el juez ha concedido una compensación de 1.22 millones de dólares para Morel y multas de hasta 400.000 dólares para la agencia, que se ha comido 16 cargos de infracción de copyright.
Ahora AFP intenta bajar las multas con el argumento de que no mostraron “desprecio criminal” por los derechos de Morel sino que “fueron descuidados”. El mismo tipo de descuido se extiendía ayer a los periódicos, que rellenaban los pies de foto del selfie millonario con autorías, posibles pero imaginarias, como “Twitter” u “Oscar”.
Ni siquiera AP, que tiene “el derecho de suministrar el acceso a la foto para uso editorial” lo tiene del todo claro. “Lo hemos visto con el pie de foto escrito de mil formas -nos dicen en el departamento de prensa- desde Samsung hasta Ellen Degeneres”. Mientras tanto, la foto más reproducida de las últimas 48 horas sigue reproduciéndose sin que nadie sepa exáctamente quién tiene los derechos de reproducción. Estos virales pueden ser libres como en barra libre de cerveza, pero no son libres como en libertad.