¿Cómo de yonqui era Adolf Hitler?

El escritor alemán Norman Ohler se ha convertido en sensación literaria estos días en su país gracias a la publicación de un libro titulado Der Totale Rausch: Drogen im Dritten Reich -La borrachera total: Las drogas en el III Reich-. Se trata de un volumen de contenido histórico que documenta el uso que se hacía de las drogas en tiempos del nazismo en la sociedad alemana, con Adolf Hitler a la cabeza. Al Führer lo considera Ohler un adicto a un opiáceo, el Eukodal, especialmente en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. El texto de Ohler ha generado un intenso debate intelectual en la prensa germana sobre si esa supuesta adicción hace menos responsable a Hitler de sus horribles crímenes. En este contexto, el propio autor de La borrachera total ha tenido que salir a la palestra para afirmar alto y claro que la supuesta dependencia del dictador nazi al Eukodal sobre la que versa su libro “no reduce su monstruosa culpa”.

Es un hecho histórico probado que Adolf Hitler no era un ario ejemplar. No era alto, ni rubio. Además, nunca gozó de un estado de forma óptimo, algo que se supone era característico de la “superioridad de la raza aria”. “Hitler hacía poco ejercicio. Cuando iba a caminar a Los Alpes siempre lo hacía cuesta abajo, asegurándose de que un coche lo iba a recoger al llegar a la falda de la montaña”, de modo que “era chocante el contraste de la obsesión de su régimen por criar una raza de arios saludables a través de la gimnasia diaria” cuando “la élite nazi nunca se preocupó por actuar en conformidad con el comportamiento que le pedía a los alemanes”, ha contado el historiador británico de la Universidad de Cambridge Richard J. Evans, uno de los grandes expertos del III Reich.

El libro de Ohler va más allá en estas observaciones sobre la élite nazi, que no daba ningún tipo de ejemplo haciendo uso de las drogas. Mucho del trabajo de este escritor versa sobre la aparente necesidad de Hitler de recibir inyecciones de Eukodal de su médico personal, el Doctor Theodor Morell. La tesis del autor de La borrachera total está fundamentada en documentos de la época a los que ha tenido acceso en varios archivos de Alemania y EEUU. Hitler recibió la primera inyección de ese opiáceo en julio de 1943, la víspera de una importante reunión con su aliado italiano, Benito Mussolini.

Según recoge Ohler, el Doctor Morell decidió recurrir al Eukodal por los problemas de salud que acarreaba al Führer su notoria flatulencia, y es que el dictador nazi sufría intensos dolores por la presencia excesiva de gases en su organismo. Antes de esa primera inyección, Morell describía el cuerpo de Hitler como “lleno de gas”. Su tez estaba “pálida” y su comportamiento se resumía como “muy nervioso”, de acuerdo con los términos de su médico personal.

Siguiendo las cuentas de Ohler, entre 1943 y 1944, Morell recurrió hasta en 24 ocasiones al Eukodal para tratar los males de Hitler, “El Paciente A”, según el médico. Pero puede que fueran muchas más veces las que empleó esa sustancia, porque el autor del libro cree que bajo la inscripción “X” que aparece en los apuntes sobre el tratamiento de los dolores que padecía el dictador, se esconde ese opiáceo hermanado con la heroína. Con todo, la medicación a la que estaba sometido el Führer también incluía otras drogas. Por ejemplo, la cocaína o la metanfetamina, dos estimulantes considerados hoy en día “sumamente adictivos” por la comunidad médica. Precisamente la segunda, en la actualidad popularizada bajo el nombre de Crystal Meth, se había convertido en la sustancia dopante por excelencia del III Reich. Se vendía sin necesidad de receta con el nombre de Pervitin, aunque no estaba tan concentrada como el actual Crystal.

Al empleo generalizado de esta sustancia en las filas del Ejército alemán, Ohler llega a atribuir una importante responsabilidad en el eficaz rendimiento de los ataques del III Reich en el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Así, el autor documenta el uso de la metanfetamina por soldados alemanes en el ataque a Polonia del primer día de septiembre de 1939. En el archivo militar de Friburgo, Ohler ha visto documentos en los que, en abril y mayo de ese año, el Ejército del III Reich buscó hacer acopio de esa sustancia.

Drogado o no, Hitler sigue siendo un genocida

No obstante, otros historiadores se han pronunciado para relativizar la importancia de las drogas en la Blitzkrieg, “la guerra relámpago” con la que el nacionalsocialismo se lanzó a la conquista de Europa. Winfried Süß, historiador del Centro para la Investigación Histórica de Potsdam, ha asegurado que el consumo del Pervitin en el Ejército “no era en modo alguno una decisión relacionada con la guerra”, porque “el rendimiento de los soldados”, por ejemplo, en el frente francés, “no era un problema”.

Aún así, el mayor debate generado por La borrachera total concierne con el grado de responsabilidad de Hitler en sus crímenes, dado que en el libro de Ohler, el Führer aparece caracterizado como un “adicto al opio”. Y es que esta condición, según se puede interpretar en el volumen, pudo influir en las decisiones del genocida. De esta lectura no ha tardado en desmarcarse el autor del libro, asegurando que esa aparente adicción “no reduce su monstruosa culpa” en los crímenes del nazismo. Distanciarse así, de una forma tan clara con el sujeto sobre el que versa su libro es algo que no se percibe en las páginas de la novela, según ha reprochado la periodista literaria Julia Encke en su crítica, publicada en el diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung.

Además, según ella “no queda claro lo que se deriva de la dependencia a las drogas” en Hitler. En cualquier caso, lo que sí recuerda La borrachera total es la farsa racista en la que vivió la nación alemana en tiempos del régimen nazi. Este vendía la idea de la superioridad de su pueblo y de sus líderes muy a pesar de estar necesitados de productos anestesiantes o dopantes, como les ha ocurrido desde siempre al resto de los mortales.