Belén Ortiz
Granada, 16 nov (EFE).- Más allá de los roles tradicionales a los que fueron relegadas, las mujeres han dejado una huella profunda en el flamenco, no solo en el baile, al que habitualmente se les asocia, sino en el cante y el toque como creadoras incluso de tendencias dentro del género, y eso es lo que reivindica el libro 'Flamencas', del periodista y escritor Eduardo Castro.
A través de la historia de algunas de las más reconocidas figuras femeninas del flamenco y de otras menos populares, 'Flamencas' (Almuzara) rinde tributo al papel de la mujer en este género, cuya aportación ha influido en su evolución y ha sido además esencial en la formación de grandes maestros de este arte, explica el autor en una entrevista con EFE.
De esto último da cuenta, por ejemplo, la costumbre de muchos de los grandes cantaores de tomar el apellido de sus madres para su nombre artístico -Paco y Pepe de Lucía, Joaquín el de la Paula, Pepe el de la Matrona...-, refleja el libro, que se presenta estos días coincidiendo con la celebración este sábado del Día Internacional del Flamenco.
“En el flamenco a la mujer siempre se le ha relacionado con el baile, pero pocas veces con el cante, cuando en realidad el cante flamenco siempre se ha transmitido a través de las mujeres, de madres a hijos. Cantaores famosos como El Lebrijano siempre han reconocido que aprendieron de sus madres cuando eran pequeños”, relata Castro.
De La Parrala a La Serneta
La historia de 'Flamencas' abarca desde los vibrantes cafés cantantes hasta la profesionalización del flamenco en el siglo XX. En el caso de las mujeres, esa profesionalización llegó más tarde porque estaban “relegadas a la casa”.
Si hay algo que resalta el libro es que, aunque es en el baile donde tradicionalmente han destacado las mujeres, hay muchas cantaoras que además se acompañaban a sí mismas con la guitarra, “especialmente en los primeros tiempos”.
Es el caso, apunta Castro, de la onubense Dolores Parrales Moreno, más conocida como La Parrala, de la jerezana Mercedes Fernández Vargas, La Serneta, a quien se le atribuye la creación de hasta siete estilos diferentes, o de la malagueña Anilla la de Ronda.
Algunas llegaron además a hacerse un nombre en la historia de la guitarra flamenca como Adela Cubas, a quien 'Flamencas' dedica parte de este relato histórico que intercala trazos biográficos con anécdotas del mundo del flamenco.
Que lo haga Rita la cantaora
Algunas “truculentas”, como la de la cantaora La rubia de Málaga, cuyo padre mató a puñaladas al amante de ésta, el también cantaor Juan de la Cruz Reyes Osuna, conocido como El canario, “porque no trataba bien a su hija”. Y otras más jocosas como la que da sentido a la expresión que ha llegado a nuestros días “Que lo haga Rita la cantaora”.
La jerezana Rita Giménez García es la cantaora y bailaora que está detrás de este dicho popular. Apasionada de lo suyo y siempre dispuesta a actuar donde le pedían, se hizo habitual que “cuando a un cantaor con muchos contratos le proponían una actuación a la que no podía comprometerse, dijera: 'Eso que lo haga Rita la cantaora'”.
La Tía Marina Habichuela, que acuñó unos tangos propios del Sacromonte que hoy día interpreta la también cantaora granadina Marina Heredia, o La niña de los peines, a la que como a tantas otras flamencas de su época el marido les prohibió cantar pese a que eran ellas las que con su trabajo proporcionaban el sustento a sus familias, son otras de las muchas mujeres a las que 'Flamencas' rinde tributo en un momento en el que, según Castro, “ellas ya no necesitan a nadie que las defienda”.
Para el autor, la mayor expresión del flamenco femenino hoy día es quizá Carmen Linares, “que es en la actualidad como 'La niña de los peines' fue en su tiempo. La que ha rescatado y sigue manteniendo todos los palos del flamenco”.