Francia para a la extrema derecha, pero no al extremo derecho

10 de julio de 2024 23:37 h

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Lamine Yamal Nasraoui Ebana, 16 años, nacido en Esplugas de Llobregat (Barcelona), hijo de un marroquí y de una ecuatoguineana, criado en Rocafonda, barrio obrero y multicultural de Mataró (un “estercolero multicultural”, según Vox), futbolista, extremo derecho del F.C. Barcelona, cogió muchas papeletas este martes para ser considerado el español del mes, o del año, o de la década. Su portentoso gol a la imbatible Francia que nos lleva a la final de la Eurocopa coincide en el tiempo con el debate público sobre inmigración. Un debate en el que el PP arrastra los pies y en el que Vox amenaza al PP con romper los gobiernos autonómicos que gestionan juntos si deja de hacerlo.

El zurdazo de Lamine Yamal que colocaba el balón en la escuadra larga del meta francés era casi un alegato contra los racistas, contra los supremacistas culturales o étnicos, contra los que les ponen a los menores que llegan a nuestras costas el nombre de menas (menores no acompañados) para criminalizarlos. 

En España residen actualmente, según el INE, 1.522 personas que se llaman Lamine, y de ellas 198 tienen nacionalidad española. Del total, 270 residen en la provincia de Almería y 243 en la de Barcelona. El nombre aparece en toda nuestra geografía. Yamal, que también es nombre propio, es menos frecuente, pero sale asimismo en las estadísticas y está repartido por buena parte de nuestro territorio. Hay 214, según el INE. 

La onomástica, que procede del griego onomastiké, ‘el arte de nombrar’, dice mucho de un territorio, de un país, de una sociedad. Los nombres y los apellidos muestran una diversidad en la sociedad española que debería hacer reflexionar a la derecha y a la extrema derecha. En España residen 75.962 personas que se llaman Mohamed y otros 32.006 que se llaman Mohammed, y 27.829 de los primeros y 7.853 de los segundos tienen nacionalidad española. Y viven también entre nosotros 24.944 Ahmed y 19.388 Youssef y 14.357 Said... ¿Estercolero? ¡No, crisol! 

Estamos en una zona de paso entre continentes y mares y civilizaciones y pueblos. Históricamente, siempre hemos sido territorio de fusión y mezcla y mestizaje de etnias, de culturas y de idiomas. Alcaraz -de Al Qaraz, ‘la fortaleza’- y Almodóvar -de al mudawwar, ‘el redondo’- son apellidos de origen árabe que nuestra lengua hizo suyos como algún día quizás lo haga con Nasraoui o con Ebana, los de Lamine Yamal.

Hace unos días, en vísperas de la segunda vuelta de las elecciones francesas, muchas de las principales figuras del fútbol francés de origen inmigrante se pronunciaban contra el auge de la ultraderecha de Marine Le Pen y llamaban a sus compatriotas a votar el 7-J para pararlo. “No pasarán”, decían en castellano en una portada de L’Equipe, adoptando un viejo lema de los republicanos españoles contra el golpe de Estado de Franco. En la noche del martes pasado, minutos después de que España hubiera eliminado a Francia en la Eurocopa, en la cuenta de X llamada Bar de Pueblo se publicaba este comentario: “Francia ha parado a la extrema derecha pero al extremo derecho no”, en alusión primero al 7-J y después a Lamine Yamal. 

“Extrema derecha”, adjetivo más nombre, versus “extremo derecho”, nombre más adjetivo. ¡Las maravillas de la lengua, el genio del idioma!

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