José María Micó considera a Góngora una de las cimas de la creación literaria en cualquier lengua, acaba de reunir algunos de sus estudios sobre el poeta cordobés en “Para entender a Góngora” (Acantilado) y ha dicho a Efe que “cada uno de sus textos es un desafío a la inteligencia, la propia y la ajena”.
Micó ha explicado que “Góngora, más que renovar, que es palabra insatisfactoria, transformó la lengua poética de su tiempo, la abrió a sentidos insospechados, la retorció para presentarla en construcciones sintácticas desafiantes y le incorporó la cultura poética latina e italiana sin perder el acervo popular” y que “todo eso se concretó en obras maestras que aúnan inteligencia, sensibilidad y musicalidad”.
Poeta, traductor y catedrático de la Pompeu Fabra, Micó ha asegurado que “para entender a Góngora es imprescindible proveerse de grandes dosis de atención; hay en su poesía una parte sensorial y musical que nos capta de inmediato, pero también advertimos que hay una compleja trama de sentidos que requieren afición, paciencia y frecuentación; como todos los grandes poetas, Góngora no necesita lectores, sino relectores”.
Góngora “dio muestras de su ingenio desde su más temprana edad, a los dieciocho años ya había contribuido a renovar -esta vez sí podemos decirlo así- el género del romancero y a parodiar las convenciones del petrarquismo”.
“En sus últimos años, los que le permitió la enfermedad, escribió algunos de los mejores sonetos metafísicos de su tiempo, y entre una cosa y otra ya sabemos lo que hay, el ”Polifemo“, las ”Soledades“, la ”Tisbe“, el ”Panegírico“.
Sobre Góngora, el hombre, ha señalado que “debió de ser, como todos nosotros, un hombre lleno de contrastes y contradicciones, pero los documentos y los poemas nos dan la imagen de un tipo frecuentemente bienhumorado, y sus rifirrafes con otros escritores, aunque reflejen una rivalidad real, participan de las convenciones del combate literario”.
Micó no cree que los tiempos de Góngora fuesen mejores que los actuales para la lírica: “Salvo la aplicación cortesana o la dimensión épica de algunas obras, la lírica era entonces tan vocacional, y minoritaria, como lo es ahora”.
“Los poetas, y los escritores en general, vivían en un permanente estado de ansiedad, siempre a la zaga del favor o del prócer que avalase, y a ser posible financiase, la publicación de sus obras; las obras de los poetas se difundían de manera manuscrita en círculos de aficionados, y ahí podían llegar a tener bastante popularidad, Góngora y Quevedo fueron muy populares por razones distintas y con poesías de carácter muy diferente, pero no fueron los únicos”, ha explicado.
Micó ha concluido sobre este asunto: “Hay algo en lo que sí creo que aquellos fueron mejores tiempos: la poesía, es decir, la literatura en verso, había sido la forma universal de la expresión literaria, y tenía, por tanto, menos limitaciones temáticas, genéricas y formales que las de ahora”.
Del peso de su obra en la poesía posterior ha dicho que “influyó de inmediato en las generaciones siguientes a la suya, y la poesía española del siglo XVII y parte del XVIII, tanto en España como en América evoluciona a partir del ejemplo culto del 'Polifemo' y las 'Soledades'”.
“Góngora volvió a ser determinante en el siglo XX, gracias a la lectura que hicieron de él algunos excelentes 'discípulos' como Rubén Darío y casi todos los poetas del 27”, ha añadido Micó para asegurar que el homenaje sevillano que los poetas de esta generación le dedicaron con motivo del tercer centenario de su muerte “supuso la consagración de Góngora como ejemplo de compromiso y de renovación poética”.
A la pregunta de si Quevedo siempre resultará más simpático que Góngora, ha contestado que “eso va a gustos; unos preferirán la guasa amarga de don Francisco, y otros el despego agudísimo de don Luis, pero en cuestión de simpatía personal creo que ganaría Góngora, que nació y murió casi veinte años antes que el autor del Buscón, de manera que la imagen que tenemos de uno y otro está un poco mediatizada por los ecos de una rivalidad que ha adquirido tintes legendarios”.
Por Alfredo Valenzuela