El escenario era idílico, el Aspen Ideas Festival. El debate, interesante: una conversación entre el exconsejero delegado de Disney, Michael Eisner, y la actriz Goldie Hawn. Y de repente, una vez más, llegó la polémica, con las declaraciones de Eisner: “Desde mi postura, el artista más difícil de encontrar es a una mujer hermosa y divertida. Generalmente, las mujeres increíblemente bellas como tú no son divertidas, tú eres la excepción”. Acto seguido, añadió: “Sé que me voy a meter en problemas si esto llega a las redes sociales”.
Eisner anticipó bien: durante los últimos cinco días se han sucedido los artículos en medios de comunicación en todo el mundo que han obligado al directivo a rectificar y a Hawn a tomar posición, para lo que emitió un comunicado ensalzando el trabajo de las actrices alrededor del mundo.
La polémica, en cualquier caso, no era nueva en Hollywood. En 2007, el periodista y escritor Christopher Hitchens publicó un incendiario ensayo en Vanity Fair titulado Por qué las mujeres no son graciosas. Si el titular era polémico, la premisa no lo era menos: las mujeres no son divertidas y no hacen humor porque históricamente no lo han necesitado, les ha bastado con su físico. Evidentemente, la reacción no se hizo esperar: además de cartas y editoriales contradiciéndole, la propia revista sacó un especial en portada con Sandra Bernhard, Susie Essman, Tina Fey, Jenna Fischer, Chelsea Handler, Leslie Mann, Amy Poehler, Maya Rudolph, Amy Sedaris, Sarah Silverman, Wanda Sykes, y Kristen Wiig.
Si el debate parecía haberse calmado durante un tiempo, Michael Eisner lo reflota ahora acotando: sí hay mujeres graciosas en la industria, pero no necesariamente son guapas. Entre las respuestas, destacaba la de la humorista canadiense Vinay Menon: “Es como decir que los hombres guapos no son agradables, o que las pelotas de goma no son esféricas. Rompe cualquier tipo de sentido de lógica, probabilidad, inteligencia y principio de realidad”. Menon, añadía: “La cabeza de Eisner es tan grande que es un milagro que no se dé contra una pared cada mañana al empezar el día. Esta frase es un ataque gratuito y cruel a su aspecto físico, porque a nadie le importa qué pinta tiene. Qué maravilla que te juzguen por tu trabajo y no por tu apariencia”.
El arma de lo políticamente correcto
Aún así, la cosa siguió: días después, la comentarista Eva Wiseman anticipaba en The Guardian: ¿por qué hay tanto debate con las nuevas humoristas? Para ello, ponía el ejemplo de Amy Schumer, la comedianta que protagoniza el estreno del verano, Trainwreck, de Judd Apatow, que recibe desde hace días críticas por su aspecto físico. Recientemente, el crítico de cine Jeffrey Wells argumentaba “es muy graciosa, pero es imposible que sea el objeto de deseo de nadie en la vida real o en la ficción”. Wiseman analizaba: ¿Por qué los últimos iconos feministas necesitan ser masacrados? En la misma liga, recordaba las campañas a las que había sido sometida, primero por su físico y más adelante por el contenido de su obra gente como Lena Dunham, a quien los adalides de lo políticamente correcto habían acusado una y otra vez de falta de sensibilidad en su trabajo.
Curiosamente, Wiseman anticipaba un ataque a Schumer que no se hizo esperar: el Washington Post se posicionaba en un artículo de esta semana, argumentando que Schumer es racista, y comparando sus chistes con las afirmaciones de Donald Trump contra la comunidad latina. Uno de los espectáculos de Schumer incluye números en los que hace imitaciones “de su amiga negra” o afirma que “todo el mundo puede reírse de los mexicanos”. Como contrapartida, Schumer explicaba que le gusta pretender que es “una idiota irreverente que dice las cosas más absurdas” y que no se trata de ella sino de su personaje. En su defensa salió Dean Obeidallah en CNN, argumentando que el humor es, necesariamente, un acto extremo y que cuestiona, precisamente, los comentarios que Trump hacía en serio.
“No estamos aquí para ser bonitas”
De la misma manera que Wiseman considera que se trata de un ataque generalmente orquestado, algunas de las más famosas caras de la nueva oleada de humoristas estadounidenses han comenzado a dar batalla y a cuestionar, precisamente, que se las cuestione desde el mainstream.
Recientemente Amy Poehler, Tina Fey, Amy Schumer, Julia Louis-Dreyfus y Patricia Arquette se mofaban de como la industria arrincona a cualquier mujer mayor de cuarenta años bajo la premisa de que no puede ser atractiva y taquillera en una supuesta celebración del “último día follable de Julia Louis-Dreyfus”.
La batalla recordaba sin duda a la anécdota que explicaba Tina Fey en su autobiografía Bossypants. Durante un ensayo del influyente Saturday Night Live, años atrás, Amy Poehler probaba un nuevo sketch cómico con Fey y su compañero Jimmy Fallon. En un momento dado, Fallon interrumpió bruscamente a Poehler con las palabras: “Deja de hacer eso, no me gusta, no es bonito”, a lo que Poehler replicó: “Me da igual que no te guste. No estoy aquí para agradarte ni parecerte bonita”. Años después, Fey describiría en su libro como “el momento de cambio cósmico en el humor”.