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Hannah Arendt contra el general Franco

La pensadora Hannah Arendt, fotografiada en 1949.

Lucas Marco

4 de mayo de 2024 21:56 h

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En 1941, Hannah Arendt (Linden-Limmer, 1906 - Nueva York, 1975) visitó el cementerio de Portbou (Girona) buscando infructuosamente la tumba de su amigo Walter Benjamin. “El cementerio da a una pequeña cala, directamente al Mediterráneo, y está esculpido en terrazas de piedra; en estas paredes de piedra es donde se introducen también los féretros. Es con mucho uno de los lugares más fantásticos y hermosos que nunca haya visto en mi vida”, escribió a Gershom Scholem en una carta del 17 de octubre de 1941, desde Nueva York, a donde consiguió llegar a duras penas tras haber sufrido el internamiento en los campos de concentración franceses y haber conseguido cruzar los Pirineos, atravesar España y embarcarse en Lisboa hacia el otro lado del Atlántico. Arendt fue apátrida durante 18 años, desde que el régimen nazi le negó la ciudadanía en 1933 hasta que consiguió la estadounidense en 1951.

Agustín Serrano de Haro, científico titular en el Instituto de Filosofía del CSIC, ha reconstruido en Arendt y España, editado por Trotta, el paso de la pensadora por la dictadura del general Francisco Franco, en una obra que aporta valiosas claves sobre la trayectoria vital de la protagonista. Se trata de un “episodio crucial de la biografía de Arendt”, explica el autor a elDiario.es.

Hannah Arendt —una mujer judía, apátrida y con antecedentes en Alemania (fue arrestada en 1933 tras pasar semanas en la Biblioteca Estatal Prusiana documentando el auge del antisemitismo por encargo de la Organización Sionista Alemana)— consiguió huir con su madre a través de Praga y Ginebra.

Exiliada en Francia, en mayo de 1940 Arendt fue internada una semana en el Velódromo de Invierno de París tras un decreto del Gobierno francés a consecuencia de la declaración de guerra a Alemania. Paradójicamente, la mayoría de alemanes en Francia eran exiliados y perseguidos por el nazismo. El 23 de mayo fue trasladada, primero en autobús hasta la estación de Lyon de París y, de ahí, en tren al campo de concentración de Gurs, a los pies de los Pirineos. “Después de la invasión alemana, el Gobierno francés no tuvo más que cambiar el nombre de la empresa: tras habernos encarcelado porque éramos alemanes, no nos liberaron porque éramos judíos”, escribió en Nosotros, refugiados, un breve texto publicado originalmente en la revista The Menorah Journal en 1943 y recuperado por la editorial Altamarea.

Construido un año antes y formado por 382 barracones, el campo de Gurs había albergado en una primera fase a soldados republicanos, además de brigadistas internacionales, que huyeron de España tras la victoria franquista en la Guerra Civil. En el campo, según afirma Elisabeth Young-Bruehl en su biografía canónica, Arendt “se hundió en una de las peores crisis de su vida”.

En una carta a su exmarido, el filósofo Günther Anders, la apátrida describe la situación de las mujeres en el campo, “tan apretujadas a la noche que el más leve movimiento llevaba a caer sobre la vecina, rodeadas por el alambre de espino en el que se ponía a secar la ropa”.

Tras cuatro semanas de internamiento y aprovechando el caos propiciado por el armisticio del 22 de junio y la desintegración de la Tercera República francesa, Arendt se las arregló para abandonar Gurs. “En medio del caos resultante, nos las compusimos para obtener documentos de libertad, con los que podíamos abandonar el campo”, relató en una carta publicada en 1962 en la revista Midstream.

La pensadora aludió poco en sus escritos a su experiencia en los campos franceses. Sus biógrafos se han guiado por las pistas que dejó en su abundante correspondencia, disponible en los 'Hannah Arendt Papers' de la Congress Library, que también custodia los pasaportes que ilustran este reportaje. Sin embargo, su paso por los campos y su condición de apátrida fermentó algunos de los conceptos esenciales de su pensamiento y de su obra posterior.

“Arendt sostenía que había que pensar a partir de la experiencia, y no sobrevolándola con conceptos o reconstruyéndola con ideas. Y ella desde luego experimentó las condiciones de vida en los campos de internamiento de la República francesa, y también, muy significativamente, el tipo de decisión administrativa y de control solo policial que puso en pie esos campos”, explica Serrano de Haro.

La mayor parte de los internos que sobrevivieron a las condiciones del campo fueron deportados a centros de exterminio en 1942 y 1943. Arendt logró llegar a Lourdes, donde se encontró casualmente con Walter Benjamin. La exiliada hizo caso omiso a la orden del régimen colaboracionista de Pétain que obligaba a los judíos a registrarse en la prefectura de Policía.

A principios de julio, se encaminó a casa de una amiga cerca de Montauban, una localidad occitana que albergaba a numerosos exiliados republicanos —entre ellos Manuel Azaña, fallecido allí el 3 de noviembre de 1940— y a huidos de los campos de toda Francia, gracias a la ayuda de su alcalde, el socialista Fernand Balés. 

En la calle mayor de Montauban, “por una de esas afortunadas triquiñuelas de la Historia” se topó con su marido, Heinrich Blücher, con quien se fundió en un “gozoso abrazo”, según relata Elisabeth Young-Bruehl en su biografía de Hannah Arendt. Blücher (Berlín, 1899 - Nueva York, 1970), un antiguo espartaquista reconvertido en crítico con el estalinismo y huido de Alemania en 1934, había sido evacuado cuando los alemanes ocuparon París y consiguió huir hacia el sur.

Tras el reencuentro, el matrimonio movió cielo y tierra en Marsella para superar, con apoyo de organizaciones de auxilio internacional y de ayuda judía, los complicados trámites legales que les permitirían abandonar la Francia de Vichy. Todo ello a pesar de ser apátridas y exiliados (Arendt, además, judía) y probablemente portar documentación falsa. 

En Marsella, Walter Benjamin confió a Arendt y Blücher sus manuscritos, entre ellos las Tesis sobre la filosofía de la Historia, con la esperanza de que los hicieran llegar al Institut für Sozialforschung de Nueva York. Fue el 20 de septiembre, durante el último encuentro del matrimonio con su amigo, seis días antes de su suicidio tras su paso fallido por la frontera.

Benjamin había enviado una copia a Gershom Scholem aunque el manuscrito nunca llegó a Jerusalén. También había entregado a su amigo Georges Bataille una segunda copia y ambos la habían ocultado en la Biblioteca Nacional de París. “Aunque Arendt no estaba al corriente de este hecho y, por tanto, ella tendría un gran temor por la copia que llevaba y pensaba única”, precisa Serrano de Haro.

El texto fue entregado en mano a Theodor Adorno en Nueva York tras haber pasado de forma semiclandestina por España. Sin embargo, el manuscrito de Arendt bajo el título original alemán de Rahel Varnhagen. Vida de una judía alemana de la época romántica, que también viajaba en la maleta de la pensadora, se perdió en las primeras mudanzas en Nueva York y no fue recuperado, aunque incompleto, hasta que una amiga a la que le había confiado una copia en París se lo entregó en 1945.

La “lucidez” y el “coraje” de Arendt

El matrimonio, en definitiva, se salvó de milagro: “Todo pudo acabar de otra manera, o más bien de manera fatal, que era casi la única alternativa”, dice el autor. ¿Una simple cuestión de suerte? “Es verdad”, afirma Agustín Serrano de Haro, “que a Arendt la suerte le fue propicia, la que no tuvo Walter Benjamin; ella misma podía reconocerlo así. Pero junto a esto debe constar también su lucidez y coraje de no hacerse en ningún momento ilusiones acerca del curso de los sucesos. Si ella no hubiera abandonado el campo de Gurs sola y con solo su cepillo de dientes, o si se hubiera registrado ante las autoridades de Vichy, su suerte habría estado echada, como la estuvo para quienes siguieron las sugerencias y órdenes de aquellas autoridades, en la creencia vana de que 'no todo era posible'”.

Su breve etapa española, en pleno proceso de fascistización del régimen franquista con la Gestapo campando a sus anchas, queda soslayada en las biografías de Arendt. “El paso por España seguía teniendo algo de azaroso, de peligroso, por las posibles arbitrariedades de las autoridades policiales, por sorpresas en los pasos fronterizos, sin mencionar que ella y su marido debían de contar con alguna documentación falsificada, ya que no se habían registrado en Vichy”, recuerda Serrano de Haro. 

El autor ha reconstruido el paso por España con las pocas referencias en la correspondencia de Hannah Arendt y con testimonios de experiencias similares a modo de “fuentes indirectas”, como el de Lisa Fittko en De Berlín a los Pirineos: Evocación de una militancia, además de bibliografía especializada. No ha hallado rastro de la filósofa y de su marido en el Archivo General del Ministerio del Interior (en el Arxiu Històric de Girona figura una tal Jerzy Arendt, detenida en Blanes en septiembre de 1942 por paso clandestino de frontera).

Con una infraestructura ferroviaria gravemente dañada por la guerra y billetes que sólo se podían adquirir en cada una de las estaciones de partida, las escalas y los retrasos en su periplo por la Península debieron ser largos. “Los detalles del paso por nuestro país (duración, ruta, circunstancias de las conexiones ferroviarias y esperas en las estaciones, visión de las ciudades, etcétera) he podido reconstruirlos por testimonios de otras personas en fuga, de condición muy similar, sobre todo mujeres judías, y en el período de tiempo próximo, entre octubre de 1940 y diciembre del 1941”, afirma el autor.

El 22 de mayo de 1941, Hannah Arendt y Heinrich Blücher llegaron a Nueva York desde Lisboa con 25 dólares en el bolsillo y una asignación mensual de 75 dólares de la Zionist Organisation of America, según la biógrafa Elisabeth Young-Bruehl. Poco después llegó su madre, la socialdemócrata Martha Arendt. En Estados Unidos, Arendt inició una carrera universitaria, un ámbito que no era precisamente su preferido pero que estabilizó las condiciones del matrimonio, y se convirtió en una de las más importantes pensadoras de la filosofía política, siempre con una voz independiente y crítica, singularmente en relación con la fundación del Estado de Israel.

En Nosotros, refugiados, Hannah Arendt describe así el fardo de los judíos europeos supervivientes: “Perdimos la casa: es decir, la intimidad de la vida cotidiana. Perdimos el trabajo, o sea, la confianza de que somos de alguna utilidad en este mundo. Perdimos el idioma, o sea, la naturalidad de las reacciones, la sencillez de los gestos, la expresión espontánea de los sentimientos. Abandonamos a los parientes en los guetos polacos, nuestros mejores amigos fueron asesinados en los campos de exterminio, y esto significa la laceración de nuestras vidas privadas”.

El primer franquismo en los textos arendtianos

La experiencia propia en los campos franceses marcó su pensamiento político y, especialmente, su obra Los orígenes del totalitarismo, publicada apenas un lustro después de la caída del nazismo y planteada con un “método heterodoxo”, según apunta Salvador Giner en el prólogo a la edición española, que la sitúa “fuera de todas las convenciones de la teoría política de su tiempo, así como también fuera de la historiografía convencional”. La propia Arendt reconoce que escribió el ensayo, un rastreo de la innovación política radical de los regímenes totalitarios y del imperialismo, en un “contexto de incansable optimismo y de incansable desesperación”.

Su experiencia de apátrida en Europa emerge en la distinción entre los campos de internamiento y el purgatorio concentracionario del Gulag o el infierno en la tierra de Auschwitz. “En su pensamiento la experiencia debe promover distinciones y no subsunciones o identificaciones globales que borren las diferencias significativas”, matiza Serrano de Haro.

¿Cómo encajaba la tipificación del primer franquismo en los textos arendtianos? “La tesis de Arendt de que el franquismo es una dictadura militar, de tipo no totalitario, tiene que ver con su propia determinación restrictiva de cuáles son en rigor los regímenes totalitarios, que en realidad no coincide siquiera, o sin más, con la dictadura nazi o con la bolchevique, sino solo con aquélla en el período entre 1938 y 1945 y con el estalinismo en el período entre 1937 y 1939, quizá ampliable a la hambruna provocada en Ucrania en 1930”, explica Serrano de Haro. “En general”, abunda el autor, “su enfoque es contrario a incluir bajo la rúbrica de totalitarismo la violencia orientada a la conquista del poder o a la consolidación en él, por cruel que la represión generada sea, por ejemplo, en contextos bélicos o posbélicos”.

“De hecho, ella misma recomendaba para el caso de España el escalofriante libro de Georges Bernanos Los grandes cementerios bajo la luna sobre la represión del bando sublevado en Mallorca”, recuerda el autor de Arendt y España. Serrano de Haro advierte que “con el acontecimiento totalitario se trataría siempre de una inflexión o salto, a la vez cualitativo y cuantitativo, de dictaduras ya terribles y ya consolidadas con vistas a una reconfiguración global de toda la realidad, sin reconocer límites nacionales ni europeos, sin atenerse a intereses limitados de poder. La ideología totalitaria como una suerte de apropiación de la Historia universal a través de esta violencia sustancial y exponencial no es una cosmovisión que busque estabilizar un orden social o asegurar una dominación política. No puede tampoco ejercerse en un Estado jerarquizado, monolítico, sino en uno 'dual', en que el nervio del poder reside solo en las unidades de élite o en la policía política, no en el Ejército”.

A Hannah Arendt siempre le sorprendió la persistencia del antisemitismo en España, a tenor de la expulsión de los judíos, ordenada por los Reyes Católicos en 1492: “En cambio, lo que sí destaca Arendt son las virtualidades del antisemitismo para la propaganda ideológica y la movilización en diferentes contextos políticos; la conspiración judía servía para dinamitar un Estado de Derecho y para perseguir fines dictatoriales incluso en esos países donde no quedaba ya población judía, como era el caso de España en los años treinta”.

Spanish Refugee Aid

El libro de Agustín Serrano de Haro, además del rastro de Ortega y Gasset en Los orígenes del totalitarismo y las miradas Arendt hacia la Guerra Civil, dedica un revelador capitulo al papel de la pensadora al frente de la dirección ejecutiva, entre 1960 y 1967, de Spanish Refugee Aid, organización estadounidense fundada por Nancy Macdonald y dedicada a la ayuda del exilio republicano español no comunista, especialmente socialistas y anarquistas.

La exclusión de la ayuda a refugiados comunistas en los estatutos de Spanish Refugee Aid se basaba en “motivos prácticos e ideológicos”. Los refugiados comunistas, recuerda el autor, “sí contaban con redes de auxilio internacional y, además, la organización norteamericana quería mostrar con hechos que se podía ser a la vez antifranquista y anticomunista”. Las actividades de la Spanish Refugee Aid incluían el envío de ropa, dinero en efectivo o productos de primera necesidad además de atención médica o programas de reunión familiar.

Arendt encabezó esta organización no gubernamental, que contaba con Pau Casals y Salvador de Madariaga como presidentes honoríficos, en un periodo en que ya se había convertido en un referente intelectual de primer orden (sus crónicas para The New Yorker reunidas en 'Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal', con la consiguiente polémica y ruptura más que definitiva con el sionismo, se publicaron en 1963): “Esta implicación suya se produce en un momento en que ella había alcanzado ya un muy alto reconocimiento intelectual, tanto en EEUU como en Alemania”.

En 1957, seis años después de haber obtenido la nacionalidad estadounidense, la pensadora escribió: “Mientras la humanidad esté organizada nacional y territorialmente en Estados, una persona apátrida no es simplemente expulsada de un solo país, de origen o de adopción, sino de todos los países —pues ninguno está obligado a recibirla y a concederle la ciudadanía—, lo que significa que en realidad ha sido expulsado de la humanidad”.

De nuevo, la vivencia de la evasión de Europa se asoma en esta etapa de su vida. Donatella Di Cesare, profesora de Filosofía en la Universidad de La Sapienza, lo explica en un texto que acompaña a la edición de Nosotros, refugiados: “La experiencia decisiva para ella fue la de una huida, atormentada y llena de riesgos, que empezó en 1933, cuando debió abandonar la Alemania nazi, y se prolongó hasta 1951, cuando finalmente le fue concedida la nacionalidad americana. Durante dieciocho largos años, los más difíciles de su vida, fue una judía alemana apátrida, obligada a sufrir la falta de derechos políticos, y también la ausencia de derechos humanos. Esta condición fue la base de su pensamiento filosófico”.

También de su acción pública. “Es muy llamativo”, observa Serrano de Haro, “el período relativamente largo, siete años, en que ella ejerce esa presidencia ejecutiva de Spanish Refugee Aid, que la obligó a bastante trabajo de gestión, de recaudación de fondos y de organización de actividades, dedicaciones que no le eran especialmente gratas”.

Dos años después de cesar en la dirección de Spanish Refugee Aid, la firma de Hannah Arendt destacaba en un telegrama enviado al secretario general de las Naciones Unidas en protesta por los desmanes del régimen franquista. “Toda esta dedicación de Arendt a unos compatriotas nuestros casi olvidados de todos tiene algo de conmovedor para los españoles”, concluye Agustín Serrano de Haro.

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