Me acomodaba en la barra y siempre pedía lo mismo, una copa de ginebra que sorbía despacio, tomando distancia entre un trago y el siguiente. Eran los años 90 y todavía se podía escuchar buena música en los garitos de entonces. Yo paraba en el Ragtime, en Malasaña, en la calle Ruiz, si mal no recuerdo. Mientras tomaba la ginebra, mi memoria se abría paso a través del humo y de la música, completando historias al compás de las canciones que salían por los altavoces. El jazz cobraba una nueva dimensión en aquel sitio.
Billie Holiday cantaba I'm A Fool To Want You con toda su perversidad, arrastrando la garganta por el polvo antes de terminar sus días en un cuartucho de mala muerte. Charlie Parker soplaba el metal hasta conseguir la calentura del mismísimo infierno y yo quería ser como Jack Kerouac, llevar aquel ritmo nervioso y sincopado hasta un papel en llamas. Qué iluso era yo por aquel entonces, imitando a los beatniks en todo menos en lo más importante: su escritura, su manera de engarzar ideas y acciones; yo era muy joven, maldita sea, y aún no había vivido lo suficiente para que lo vivido fermentase en forma de literatura. No sé si me explico, pero me anticipaba a un futuro cargado de balas, callejones sin salida y cristales rotos. Poblados de droga y chatarra, jeringuillas de punta afilada y cañones recortados. Algo estaba germinando, pero todavía necesitaba tiempo.
Con los años comprendí que las novelas se hacen con los recuerdos ya pasados, pero también se hacen con los que no han pasado aún, con los recuerdos que están por venir, anticipándome así a un futuro que ahora es presente. Porque sólo quien se atreve a imaginar una ficción está expuesto a anticipar futuros que algún día llegará a habitar.
Sin ir más lejos, mi última novela, Carne de sirena, la escribí desde Cádiz y la situé en Galicia, en el mismo sitio donde ahora vivo, la Costa da Morte. La escribí sin sospechar lo más mínimo que una serie de azares me traería hasta los mismos escenarios que a su protagonista, Andres Bouza, al que su marcado destino le hace traspasar el umbral de la puerta de una vieja taberna que yo creí inventar, pero que ya estaba inventada, pues lo que hice fue anticiparme a mi propio recorrido. Se trata de la misma taberna desde donde ahora escribo estas cosas.
La memoria y el deseo son los ingredientes con los que se construyen las historias, pero, para que esas historias cobren vida, también se necesita la música, y envuelto en el humo de la memoria vuelvo hasta el Ragtime mientras por los altavoces suena Duke Ellington con su orquesta interpretando Far East Suite, un tema lento que saboreo con los tragos cortos de mi ginebra, cerrando los ojos y pensando que, muchos años después, andaré en un puerto del fin del mundo, buscando un sitio donde creerme Jack Kerouac, y tomarme una copa escuchando a Billie Holyday mientras canta despacio I'm A Fool To Want You, arrastrando su voz por un camino de polvo donde el sexo y la muerte se confunden.