ENTREVISTA Escritora y periodista cultural

Inés Martín Rodrigo, ganadora del Nadal: “Allá cada uno con su seudónimo”

Hasta hace un mes Inés Martín Rodrigo trabajaba en la sección de cultura del periódico ABC entrevistando a autores. Hoy lo sigue haciendo, pero también le toca estar al otro lado como ganadora del último Premio Nadal. Las formas del querer (Destino) es la novela destacada por el galardón literario más antiguo del país, un palmarés que inauguró Carmen Laforet en 1944 con Nada.

El libro de Martín Rodrigo es un ejercicio de memoria en su sentido más amplio. La narradora es Noray, una joven escritora que reconstruye con todo lujo de nombres y detalles la historia de su familia. El recorrido abarca la posguerra, la protodemocracia y los comienzos del siglo XXI con las dolencias propias de cada una de estas etapas: desde los asesinatos del bando sublevado y las heridas ideológicas que permanecieron abiertas en los hogares después de la muerte de Franco, hasta la anorexia y la incapacidad de amar bien.

Las formas del querer de Martín Rodrigo destacó sobre los más de 900 manuscritos presentados al Premio Nadal bajo seudónimo. El suyo era Candela. Hace unos meses, Planeta (grupo al que también pertenece Destino, el sello que publica el Nadal) galardonó una novela escrita por tres hombres con seudónimo de mujer, con todo el revuelo que ello ocasionó. Para Martín Rodrigo “cada uno es libre de hacer lo que quiera con su escritura” y no cree que el Planeta haya ensombrecido los premios literarios ni la recepción de su novela.

Habiéndolo cubierto desde fuera, ¿qué es lo que más le impone de una gira literaria de estas dimensiones?

Yo no utilizaría ese verbo. Lo que más me ilusiona. Eso sí. Ilusión es la palabra que yo utilizaría porque ganar el premio Nadal es un sueño. Es un viaje que empezó el 6 de enero y que se va a prolongar a lo largo del tiempo en diferentes ciudades de España, y compartiendo momentos con los lectores. Porque esta criatura [señala el libro] ya no es mía, se la he entregado a ellos. Tengo muchas ganas de que de que se lea y que sean ellos mismos los que los que viajen con Noray, la protagonista.

Habrá escuchado como periodista cultural que estas giras son a veces tediosas e intensas. ¿Hay algo que le seduzca menos de todo esto?

No, de verdad. Esto forma parte de lo bonito de publicar un libro. Yo disfruto mucho haciendo entrevistas del otro lado y conversando con los escritores. Así que tener la posibilidad de saltar a este lado y compartirlo con los compañeros de profesión es, y vuelvo a la ilusión, muy, muy ilusionante. Es muy intenso y agotador, pero merece la pena.

¿Esta doble posición le da cierta empatía a la hora de responder a las preguntas?

Claro. Yo creo que te recoloca bastante. Te das cuenta de la posición en la que está el escritor al que tú le haces una entrevista como si fueras la única que le va a entrevistar ese día, pero no. En realidad ha tenido ya unas cuantas entrevistas y después de ti vendrán otras más. Entonces eso te reubica, te recoloca y te dota de más empatía si cabe.

¿Cómo equilibra el trabajo de periodista y el de escritora para que la vena literaria no traspase a los artículos?

Yo siempre he tenido muy claro dónde está la frontera entre el periodismo y la literatura. La Inés escritora es muy distinta de la Inés periodista. Son la misma persona, pero no son la misma autora. La ficción me permite habitar otras realidades, siempre inventadas. En cambio, en el periodismo lo que debo hacer y lo que hago es reflejar realidades. No hay nada de ficción ni de invención. Incluso mi estilo es bastante distinto.

El único equilibrio difícil es el tiempo. No siempre hay tiempo para todo porque el día tiene 24 horas y te gustaría estirarlo como si fuera un chicle. Pero bueno, la escritura conlleva mucha disciplina. O yo por lo menos creo que la escritura conlleva trabajo y responsabilidad. Solía levantarme a las seis de la mañana, porque no soy una persona nada nocturna, al revés. Escribía las horas que fueran, me metía en la ducha y salía de ahí como Inés la periodista.

Las formas del querer es su segunda novela y ha ganado el premio Nadal, una faja que de aquí en adelante atraerá a muchos lectores. ¿Podría eso afectar a su manera de escribir?

Pues qué faja tan maravillosa, ¿no? Eso me lo tendría que haber planteado antes de escribir y de presentarme. Y si no lo hice es porque estaba preparada para esa exposición y porque lo necesitaba. Lo que me gustaría es que los lectores me acompañaran en este viaje y que se sintieran tan cómodos en esas páginas como me he sentido yo. Pese a que hay dolor, pese a que hay sufrimiento, pese a que hay llanto, pese a que hay felicidad. La vida es así. Y la vida sigue siendo bella pese a todo.

Normalmente los escritores que se dedican a tiempo completo a la literatura no vuelven a una oficina, donde cualquier compañero o jefe puede hurgar en su intimidad. ¿Cómo ha sido volver a una redacción después de haber publicado y ganado el Nadal?

En mi caso no ha sido así. Lo único que he recibido ha sido complicidad, cariño, apoyo y alegría compartida. El verbo hurgar me parece muy feo. Y más expuesta de lo que estoy en la novela, ya no lo voy a estar. Hay verdad, hay autenticidad y ahora solo estoy en manos del lector.

Siempre he tenido muy claro dónde está la frontera entre el periodismo y la literatura. La Inés escritora es muy distinta de la Inés periodista

Volviendo a la novela, ¿a qué formas del querer hace referencia el título?

A todas las que hay, que son infinitas, con lo cual probablemente me habré dejado alguna. El título de la novela es muy definitorio y muy definitivo, porque encierra muy bien la esencia de la historia. Está presente el amor más convencional, ese amor romántico homosexual o heterosexual. Pero también el amor fraternal, el que sientes hacia tus hermanos, el amor de la familia y el amor de la amistad, que para mí es una de las formas más bonitas. El amor hacia los libros, hacia la literatura, hacia las palabras, hacia la escritura. El amor hacia tus orígenes, hacia tus raíces. Y, por supuesto, el amor hacia ti mismo.

Noray, la protagonista del libro, comienza a escribir la historia de su familia en un momento oscuro y de depresión. ¿Tiene algo en común con el origen de esta novela?

Es bastante parecido a lo que me sucedió a mí. Esta novela la empecé a escribir en marzo de 2019 y en el proceso de la escritura sucedió la pandemia, que nos dejó a todos bastante descolocados. En ese momento la historia se transformó en mis manos. Todo el sufrimiento que estábamos experimentando, ese encierro y los peores días del confinamiento se filtraron en mi escritura. Miré hacia dentro y eché mano de esos recuerdos y de esa memoria familiar, que es lo mismo que hace Noray.

El libro dice que hace falta saltarse una generación para que las pasiones de la sangre se diluyan. ¿Es la generación de los nietos la que está preparada para contar la memoria histórica y relatar la Guerra Civil?

En la novela yo no escribo sobre la Guerra Civil, sino que los personajes viven en épocas diferentes de la historia de España y una de ellas es la guerra, pero muy de pasada. Nuestro pasado está ahí de una manera muy presente y cada uno debe mirarse en el espejo y ver qué reflejo le devuelve. Yo creo que nuestra generación, los nacidos a finales de los 70 y principios de los 80, tenemos el legado de la memoria, que es un tesoro maravilloso. Y es importante que no la perdamos y que la cuidemos.

Pero en la novela aparecen reflejadas las divisiones guerracivilistas que todavía tenían las familias hasta hace no muchos años. ¿Cree que eso por fin ha quedado atrás o siempre habrá divisiones?

Eso depende de cada familia. A veces te divide la ideología y a veces te divide una herencia. Será por divisiones. Yo prefiero pensar en lo que nos une y lo que nos debe de unir. Y creo que los dos últimos años han sido, para el que la quiera aprender, una lección muy importante de humildad, de agarrarse a la vida, de valorar lo que tenemos y de no detenernos en cosas absurdas y nimias. Nos tenemos que mirar a la cara, con mascarilla, pero a la cara y poder sentarnos en la misma mesa, independientemente de filias y fobias ideológicas, o hasta literarias.

Hay una parte muy importante del libro que se dedica a la anorexia, enfermedad que sufre la protagonista y que usted también padeció. ¿Lo incluyó con una intención expresa de quitarle el tabú?

Fue de una manera muy natural. La verdad es que fue un ejercicio casi catártico, muy doloroso, pero terapéutico también. Yo padecí anorexia cuando tenía 14 años, de esto hace ya 25, y en todos esos años me he sentido huérfana de ficciones que reflejarán aquello que yo viví. Sin ser consciente de ello, he buscado que esa realidad por fin estuviera presente en una ficción.

¿Fue duro?

Muy duro. Estuve a punto de dar marcha atrás porque iba a volver a abrir una herida que yo pensaba que estaba cerrada y no lo estaba. Pero continué y estoy muy orgullosa de haberlo hecho. Ya no como autora, sino como lectora. Creo que en esas páginas hay mucha verdad y mucha autenticidad. A mí me hubiera gustado leerlas antes.

Es una novela de clara inspiración autobiográfica, ¿dónde ha colocado la línea entre ficción y realidad?

Es una novela y todo lo que hay en ella es ficción. Lo que sucede es que los escritores tenemos una vida y de manera casi inevitable llega a nuestras páginas, pero a través de un filtro maravilloso que es la invención y la imaginación. Cualquier parecido de la novela con la realidad es pura ficción. Ahí es donde yo pongo el límite.

Nos tenemos que mirar a la cara, con mascarilla, pero a la cara y poder sentarnos en la misma mesa, independientemente de filias y fobias ideológicas

Se presentó al Nadal bajo un seudónimo femenino. ¿Fantaseó alguna vez con presentarse como hombre? ¿Es el uso del seudónimo una decisión a la que le dé vueltas como escritora?

¿Con seudónimo masculino? La verdad es que no. Ni me lo planteé siquiera, no me requirió mucho tiempo. Busqué un seudónimo y me pareció que ese era el que quería. Candela es un nombre que yo barajé para una de las protagonistas de la novela y me parecía bonito. Pero nada más.

El descubrimiento del premio Planeta provocó un debate sobre la visibilidad y la apropiación de espacios. ¿Qué opina de Carmen Mola?

Pues allá cada uno con su seudónimo. Allá cada autor con la elección de su seudónimo y del título de su novela. Cada uno es libre de hacer lo que lo que quiera con su escritura. Y si a ellos les parecía adecuado utilizar ese seudónimo, pues adecuado fue para ellos.

¿Pero le hizo plantearse el uso de los seudónimos en la literatura?

La mía está firmada como Inés Martín Rodrigo, que es mi nombre. Así que la verdad es que no. Cada uno elige el título de la novela que quiere, la trama que quiere contar y el seudónimo que quiere. Si a ellos les pareció bien, pues oye. También es bastante significativo que delante –no detrás– de un proyecto narrativo de mucho éxito y que engancha a los lectores esté el nombre de una mujer. Eso también dice mucho.

¿Cree que lo que ocurrió con el Planeta del año pasado ha afectado a la credibilidad de los premios literarios?

Pues tendrá que responder el público o los lectores. Para mí no ha cambiado absolutamente nada. O sea, yo sigo viendo de la misma manera cualquiera de los premios literarios que forman parte de nuestro país, en España.

¿Tampoco como periodista cultural?

No son cuestiones que me plantee, la verdad. Yo creo que lo importante es el lector, que es el que tiene la última palabra y el que tiene que decidir lo que le gusta y lo que no. Y ya está. El premio Nadal lo que hace es llenarme de alegría y darme una oportunidad maravillosa de seguir encaminando mi trayectoria a donde yo quiero, que es a poder dedicarme a la escritura a tiempo completo. Estoy feliz publicando esta novela con Destino, que es una editorial maravillosa y ojalá este sea esta sea la primera novela de muchas.