Las muertes de famosos marcan en las pantallas una interrupción de la rutina. Durante décadas, bastaba que se emitiese una película antigua en horario de máxima audiencia para sospechar que algún actor había muerto recientemente. Esas emisiones sorpresa de lo antiguo tienen hoy su equivalente en los nombres del pasado que aparecen por sorpresa en las conversaciones de las redes sociales. En cuanto el nombre de un famoso envejecido aparece en la lista de Trending Topics los internautas sospechan el desenlace fatal.
Esa respuesta inmediata ha hecho que las redes sociales muestren una fuerte tendencia a matar en falso a personajes famosos de todo tipo. En 2014 la falsa muerte en el hospital de Lina Morgan eclipsó la anterior falsa muerte en un accidente de tráfico de Jordi Sánchez (que interpreta a Antonio Recio en la serie La Que se Avecina) y antes de ser sustituida por la falsa muerte por sobredosis del actor Benicio del Toro. 2015 arrancó con un falso deceso del cantante Ricky Martin antes de recaer en “la enésima muerte de Melendi”. La ruleta se repite en todas las latitudes, con distintas estrellas nacionales y el mismo torrente de mensajes.
Tus followers no te olvidan
El caso que más columnas suscitó en los rotativos fue el anuncio en twitter de John LeCarré de la muerte de JK Rowling, la autora de los libros de Harry Potter, de la que le acababa de informar su editor. Era una cuenta que solo había publicado mensajes verosímiles y tenía en su elenco de seguidores a cronistas de medio mundo, que reaccionaron con el tic digital del retuiteo y del like. Esas participaciones tienen un abismo entre lo que las motiva y lo que se interpreta: el mismo gesto vale como respaldo y multiplicación, como guiño distante y lectura irónica, y también como curiosidad que descarga en hombros ajenos la responsabilidad de cotejarlo. En esa suma de gestos ambiguos, el mensaje adquiría verosimilitud según crecía en extensión y así alcanzó los titulares de los informativos.
La muerte de JK Rowling resultó ser tan falsa como la cuenta del escritor LeCarré, que en realidad ocultaba al italiano Tomasso De Benedetti, un hombre especializado en denunciar la credulidad de nuestro tiempo colando noticias falsas. Primero lo hizo publicando en periódicos italianos entrevistas con escritores norteamericanos que nunca se produjeron, entre ellos Arthur Miller, Gore Vidal y Phillip Roth, que descubrió el pastel cuando le preguntaron por una opinión sobre Obama que nunca fue suya.
De Benedetti descubrió Twitter, y allí creó distintos perfiles donde se hacía pasar por el presidente sirio Bashar al-Assad y el primer ministro francés, François Fillon. Desde una cuenta que atribuía al número dos del Vaticano, anunció la muerte del Papa. Intensivo en España, De Benedetti se hizo pasar por el Ministro de Exteriores García Margallo, el de Justicia Ruíz-Gallardón, el de Interior Fernández Díaz y el de Economía de Guindos Jurado, perfiles que permitían confundir el rigor con la certeza.
Ruegan una oración
Las redes sociales, como atestigua su fiebre de Trending Topics, requieren más muertes de las que ofrece el mundo real. Esos falsos fallecimientos tienen idéntica circulación pero pueden ser muy distintos en origen: hay acciones planificadas de denuncia, hay guiños privados que pasan inesperadamente a ser públicos, hay malentendidos propagados fuera de control y hay genuinas intervenciones de maldad, como hackear la cuenta oficial de un famoso y desde allí, directamente a sus fans, publicar la defunción.
La muerte en las redes sociales invita a la implicación sentimental. La participación emocional, en la época de los mensajes apresurados, es un valor en alza. “Con la llegada de las redes sociales la gente se siente cada vez más obligada a hacer comentarios públicos cuando muere un famoso”; Alex Pappademas incluía esa frase en un intercambio de emails con Chuck Klosterman donde preparaban el obituario para la que pensaban inminente muerte de David Bowie. “Seguro que Whitney Houston habría alucinado de las sentidas reacciones a su muerte, ¿Cuál fue el último comentario sobre ella que no incluía en parte un chiste sobre fumar crack?”. La tragedia permite detener la ironía. Las falsas muertes suspenden los juicios en falso, ofrecen una grieta momentánea donde sincerar pareceres genuinos, antes de regresar al habitual estado de mordacidad y sarcasmo.
Qué niño muerto
“Las noticias de mi muerte son exageradas”, escribió Mark Twain en 1897 en el New York Journal, para quien ejercía de corresponsal en Inglaterra, contestando al Herald rival que anunció en falso su deceso. Más de un siglo después, las falsas muertes siguen propagándose. Los periódicos han anunciado tantas veces la muerte de Fidel Castro que la propia insistencia ya se ha convertido en una leyenda urbana. En las revistas satíricas españolas las muertes de baja intensidad han sido también motivo de portadas y de especiales. La revista Mongolia tuvo uno de sus mayores éxitos de venta con la esquela “Rajoy ha muerto” a toda cubierta (parodiaba la publicación en portada de una falsa de Hugo Chávez moribundo en El País) y la digital Orgullo y Satisfacción tiene todo un número especial titulado “Juan Carlos I ha muerto” donde adelantan sus páginas de despedida.
La muerte blanda de las redes sociales, que replica la muerte blanda de las cubiertas, invierte la famosa frase de Pierre Corneille: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Las muertes de pega del espadachín dan un prestigio aparente que busca el beneficio individual, pero las muertes en falso en la era de las redes sociales buscan la retribución colectiva de la catarsis. Los famosos se alertan ante la avalancha de internautas que parecen desearles bajo tierra, pero en realidad nadie les quiere muertos en concreto. Al contrario que en las portadas de tinta, en la red son una excusa intercambiable donde tanto da el actor como el cantante. “Escuchando el disco [del fallecido Adam Yauch de Beastie Boys, mientras continuaba la redacción sobre Bowie], lo conseguí. Logro desbloqueado. Tuve un verdadero sentimiento que podía asignar a una anécdota tuiteable”, recordaba Pappademas; “cinco personas lo retuiteraron o favoritearon, incluyendo dos críticos musicales a los que respeto”. Esa comunión de lo físico, lo sentimental y lo participativo es la que necesita más muertes compartidas de las que ofrece el mundo real. Pausar la rutina, oxigenarse en la tragedia. Una bocanada donde, por un segundo, marcar favorito está libre de todo sarcasmo.