El jazz suena en el corredor de la muerte: “Mi humanidad no ha claudicado”

Nando Cruz

24 de febrero de 2022 23:17 h

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“La música que estás a punto de escuchar proviene del reino de lo imposible. Es algo que, en el mundo real, no debería ser posible consumar. Sea o no capaz de evitar que esta gente me asesine, ahora mismo estás escuchando mis últimas voluntades y testamento: la consumación de todo lo que he soportado, aprendido y conquistado”. Son palabras de Calling all souls, la pieza que abre el disco Freedom first. Las pronuncia Keith LaMar, un afroamericano que lleva 28 años en el corredor de la muerte de una prisión de Ohio. Su ejecución tiene fecha: 16 de noviembre de 2023. Sin embargo, en el último año y medio su caso ha generado una atención creciente en la opinión pública de Estados Unidos, un país donde cada mes se ejecuta a un preso sin que apenas sea noticia.

LaMar vendía drogas en Cleveland cuando, con 19 años, entró en prisión por asesinar a un traficante rival. Cuatro años después, una revuelta en el centro penitenciario donde cumplía condena se saldó con la muerte de diez personas y LaMar fue acusado de participar en cinco de esos asesinatos. Él siempre lo negó, pero en el juicio se le consideró culpable. En el jurado no había un solo afroamericano y el proceso presentó numerosas irregularidades. LaMar se considera cabeza de turco de un proceso 'farsa', pero no quiso aceptar una reducción de condena a cambio de señalar la culpabilidad de otros presos. Desde entonces, vive en una celda de aislamiento de la que solo puede salir dos horas al día. Ha dedicado más de media vida, 28 de sus 51 años, a simplemente existir. “Mi vida entera está centrada en estar vivo, completamente vivo y partícipe de este misterio llamado vida”, explica a elDiario.es desde la prisión de Youngstown.

Keith LaMar no se expresa como la inmensa mayoría de condenados a muerte de Estados Unidos. La entereza y profundidad con que estructura sus pensamientos es conmovedora. Afirma que su objetivo final es trascender la condición de prisionero y “volver a ser un ser humano”. Asume que a pesar de sus esfuerzos puede acabar ejecutado, pero que luchará hasta “el último aliento” para asegurar que “cuando llegue el momento, asesinen a un ser humano”. “Esa es la lucha a la que me he consagrado en las últimas tres décadas: asegurarme de que mi dignidad no ha quedado comprometida, que mi humanidad no ha claudicado. Ese es mi objetivo más allá de salvar mi vida”, insiste. No es fácil cuando pasas 22 horas al día solo en una celda cuya ventana mide un palmo de ancho. “La privación sensorial es una de las principales maneras de controlar tu comportamiento. Es una situación similar a la tortura”, compara.

¿Cómo ha logrado mantenerse cuerdo? “La música juega un papel muy importante a la hora de aliviar los estreses que conlleva estar en esta situación. Leo mucho, estudio mucho y la música me facilita todo ello. La música no es solo música: es una medicina que me ayuda constantemente a sanar el trauma permanente que atravieso. Es una parte importante de quien soy y de cómo soy capaz de sobrellevar esta tortuosa situación”, valora. LaMar se enganchó a la música con nueve años: “Encontré una pila de discos en un vehículo abandonado al final de mi calle y me los llevé a casa. Marvin Gaye, los Isley Brothers, Lionel Ritchie...”, recuerda. Pero fue en el corredor de la muerte donde descubrió la música que le cambiaría la vida, la música que le salvaría la vida: el jazz.

Reconocimiento a Coltrane

...Y en el jazz encontró a John Coltrane. “Él es el lugar al que acudo para entrar en comunión con mi yo superior. El disco A love supreme habla de la actitud mental y espiritual que tienes que asumir para lidiar con la opresión, con la brutalidad. En Psalm, el último corte, Coltrane está tocando en base a una oración que había escrito. Esa oración alude a un conocimiento más profundo de Dios y de nuestra responsabilidad para con su frecuencia superior. Para mí, A love supreme no es solo una pieza musical: es mi Biblia. Es el lugar al que voy para estar en comunión con esas frecuencias superiores. Siempre que me siento desconcertado, confundido, frustrado o deprimido, escucho esta canción y siempre me devuelve a mi vida. Por eso digo que Coltrane salvó mi vida. Él impidió que me consumiera, que me convirtiera en la peor versión de mí mismo”.

El camino hacia el saxofonista estadounidense se lo marcó otro prisionero del corredor de la muerte. “Un hombre mayor llamado Snoop me habló de la lucha de Coltrane con la heroína y las drogas y de cómo lo superó. Él también conectó el jazz con el viaje de los esclavos de África a América, con ese pasaje del medio. Me enseñó que el sonido del barco de los esclavos, cómo el viento interactuaba con la madera de la nave, las cadenas, los lamentos de los cautivos... cómo todo eso ya era jazz. De ahí viene el jazz. El jazz es el resumen o el balance de esta historia de superación, de esta lucha por la propia humanidad. Y por eso mi conexión con el jazz es tan fuerte”, resume. De algún modo, la labor de reinserción implícita en un centro penitenciario, la desarrolló otro convicto, aquel anciano llamado Snoop. “Me han dicho que murió hace unos años. Estaba decidido a salir del corredor y lo hizo por sus propios medios”, suelta.

LaMar conoce los objetivos que rigen el sistema penitenciario de su país y duda que la reinserción sea uno de ellos. “La cárcel es un gran negocio aquí. Genera más de 80 billones de dólares al año. Por lo tanto, no hay ningún interés en rehabilitar a los prisioneros porque si lo haces reduces los dividendos y, en realidad, trabajas contra el plan de negocio. El plan de negocio es construir más cárceles, vender más esposas, más gas lacrimógeno…”. Antes de morir, el viejo Snoop recondujo literalmente la existencia de LaMar: “Me trató en base a la persona que creía que yo podía llegar a ser y me enseñó a pensar en mí mismo de esta manera. Sin él, no creo que hoy fuese la persona que soy. Una de las cosas que me enseñó fue a gritar por mi situación con la esperanza de que el universo respondiera. Era una forma más activa de rezar: reclamar y esperar que el universo te envíe lo que necesitas para sortear las dificultades que puedan aparecer”, explica. Aquellas oraciones se concretaron pronto en objetos a los que él se refiere como “piezas de un gran puzle”. Algunas de esas piezas fueron los primeros discos de jazz que empezó a recibir desde distintos puntos del país: de Miles Davis, Sonny Rollins, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Nina Simone… Otras tardarían varias décadas en llegar. Lo harían desde el otro lado del Atlántico. Eran las piezas centrales de un puzle que solo él podría terminar.

La pieza que faltaba

Cuando Keith LaMar entró en prisión en 1989, el pianista Albert Marquès tenía tres años y vivía en Granollers (Barcelona). Faltaba más de una década para que lo detuviesen en una manifestación de la izquierda independentista y anticapitalista. Faltaban casi dos décadas para que se graduase en el Conservatorio del Liceu. Faltaba un cuarto de siglo para que se mudase a Nueva York, la meca del jazz. La casualidad quiso que, tras unos primeros años de penurias, Marquès se instalara a vivir con su familia en un edificio del barrio de Flatbush, en Brooklynn. Un día el conserje del bloque le dijo: “Hay otro pianista en el edificio, os deberíais conocer”. Era Brian Jackson, mano derecha de Gil Scott-Heron en discos como Pieces of a man (1971) y Winter in America (1974).

En 2020, Brian Jackson estaba emitiendo Pieces of a man, un pódcast sobre “música, justicia y todo lo que queda enmedio”. El protagonista era Keith LaMar y con él comentaban la actualidad. La actualidad en Estados Unidos en en 2020, más allá de la pandemia, era el asesinato de George Floyd y todas las protestas que se sucedieron después. Marquès conoció a través de aquel pódcast la historia de LaMar y, como durante la pandemia ya participaba activamente en la organización de actuaciones callejeras para fortalecer la salud del barrio, pensó en montar un concierto especial en apoyo a Keith LaMar.

El repertorio de aquella actuación fue seleccionado por el propio LaMar: serían piezas de Coltrane, Miles Davis, Joe Henderson, Kamasi Washington… “Sacamos las partituras de los diez temas. Fue una locura: convencí a 25 músicos para tocar”, recuerda Marquès. La orquesta se instaló en una plaza de Brooklyn y celebró un concierto-manifestación en defensa de Keith LaMar. En plena calle, en plena pandemia y sin permiso. “No nos lo hubiesen dado. En ese momento, la policía de Nueva York estaba arrestando 50 personas al día. Teníamos patrullas alrededor mirando, pero no hicieron nada”, celebra. LaMar introdujo cada una de las piezas. Su voz atravesó los muros de su celda y su prisión y sonó a través de la megafonía en aquella soleada plaza de Brooklyn.

“Nuestro objetivo siempre ha sido tocar con Keith, no tocar para Keith. No solo hay que ayudarlo. Hay que darle la plataforma para que él mismo se pueda expresar”, resume Marquès. Hubo un segundo concierto, ya en Manhattan, y aquel día LaMar participó activamente recitando un poema al que los intrumentistas pusieron música en vivo. Marquès y LaMar iniciaron entonces una relación por email y teléfono que se fue estrechando. “Ahora hablamos cada día. Es uno de mis mejores amigos”, asegura el catalán. LaMar opina igual: “Lo veo como un hermano”, asegura. Las casualidades hay que saber abrazarlas y Marquès estaba totalmente dispuesto a ello. Predestinado, quizás. El día que se graduó en el Conservatori del Liceu tomó un vuelo a Cisjordania. “En cuanto llegué a Nueva York fui a Zuchetti Park, donde se realizaban las manifestaciones de Occupy Wall Street”, recuerda. Cuando en 2021 regresó a España por unas semanas, acudió a las manifestaciones contra el encarcelamiento de Pablo Hasél. Su pasión por el jazz y su interés por las luchas en defensa de la justicia social y los derechos humanos es paralela a la de su 'hermano' Keith.

Fue justamente durante su último viaje a Catalunya cuando Marquès planeó grabar un vídeo de la canción Tell’em the truth. Keith LaMar recitaría sus frases desde la prisión a través de una videollamada y el pianista y sus músicos tocarían en directo desde su estudio sobre la cadencia de su voz. “Le había tocado la pieza por teléfono mil veces y fue un milagro que funcionase la videollamada”, suspira Marquès. El resultado es profundamente estremecedor. LaMar es un convicto, sí, pero también suena como un hombre en paz consigo mismo. Su voz desprende una serenidad interior escalofriante teniendo en cuenta sus circunstancias vitales. “Con ese vídeo humanizas a Keith y a todas las personas que están en la cárcel. Ese es el objetivo. Tras ver esas imágenes, la siguiente pregunta es: ¿matarías a este tío?”.

En Tell’em the truth, LaMar dice: “Estoy sentado en una celda del corredor de la muerte, tan lejos de casa, tan lejos de todo lo que conozco. Podría estar sentado en la bodega de un barco de esclavos. Así me siento aquí dentro. Y es duro a veces ver cómo todo lo que estoy pasando está conectado con lo que mis ancestros sufrieron y superaron”. No es poesía. “Creo que el actual sistema penitenciario es una variación de ese viejo asunto. Es la misma gente, gente pobre, predominantemente negra, la que compone la población carcelaria. Las mismas personas, por cierto, que componían la población esclava”, compara. “Hoy no hay los mecanismos que se usaban en la esclavitud. Ya no hay linchamientos, al menos, no los de soga al cuello. En la era actual, esos linchamientos se hacen de forma legal, en la sala de justicia, mediante la selección de un jurado 100% blanco, a través de (sentencias con) ausencia de evidencias...”.

Y ahora, un disco

El siguiente paso tenía que ser grabar un álbum. Freedom first se lanza este 25 de febrero en las plataformas digitales y muy posiblemente sea el primer disco grabado por un convicto en el corredor de la muerte. “Trabajamos las canciones poniéndole grabaciones a Keith por teléfono, con esa calidad de sonido tan pésima. El disco es una colaboración. Hemos hablado mucho sobre el orden de los temas. La idea de enlazar el primero, ‘Calling all souls’, con el ‘Alabama’ de John Coltrane es suya”, subraya Marquès. El disco ya existe, pero LaMar sólo lo puede escuchar por teléfono o abonando un dólar por cada uno de sus quince cortes a través de la plataforma J-Pay que monetiza toda la música que suena en las cárceles de Estados Unidos. “La razón por la que grabamos el disco es que la única forma de que él pueda escucharlo es que se edite y se pueda comprar por Amazon o alguna gran empresa de distribución. Solo entonces podrá recibirlo”.

“Quiero ganar un Grammy con este disco”, se le escapa a Marquès. No es un arrebato de vanidad, sino un paso más en la estrategia de presión sobre Mike DeWine, el gobernador de Ohio. De este político republicano y cristiano depende, en última instancia, que LaMar sea ejecutado en noviembre de 2023. “Keith prefiere que lo ejecuten a que le conmuten la pena por cadena perpetua”, aclara. “No hay término medio. Soy inocente. Por lo que a mí respecta, es todo o nada. He pasado por todo tipo de locuras. Me han golpeado, me han torturado, me han hecho pasar hambre. No he sobrevivido a todo ese infierno para rendirme”. Lo que pide es un juicio justo y artículos como el recientemente publicado en el ‘New York Times’ están reabriendo el caso. Todo, gracias al jazz.

“El jazz siempre ha tenido este lado subversivo y revolucionario. Esa ha sido su razón de ser, aunque se haya convertido en un entretenimento de clase media-alta. El jazz, era esto y puede seguir siéndolo. Pero me parece insultante hasta qué punto no lo es”, lamenta Marquès. Y es que del mismo modo que Freedom first conecta con la vertiente más reivindicativa y política del jazz, también lo hace con el spoken word de The Last Poets. El difunto Gil Scott-Heron se sentiría profundamente conectado con esta grabación. “Este disco solo ha sido posible gracias a la confianza y la fe que hemos tenido el uno en el otro. Y, sobretodo, por la suya en mí”, remarca LaMar. “Albert y la gente que ha venido con él me han llevado a otro nivel”, insiste, ampliando el agradecimiento a músicos y al resto de miembros de la plataforma Justice for Keith LaMar.

Freedom first es la sublimación de la pasión de Marquès y LaMar por el jazz, pero también de su empatía con el sufrimiento humano y su implicación en las luchas sociales. “Inicié un proyecto de alfabetización para ayudar a otros jóvenes que vienen detrás para que puedan comenzar el proceso de rehabilitarse ante todo, pero también para que puedan generar o iniciar el proceso de evolución. Porque todos estamos en camino de transformarnos. Nunca dejarás de crecer mientras vivas”, insiste LaMar. Marquès da clases de música desde hace años en un instituto público de Manhattan. “Soy un educador social que usa la música para ayudar a adolescentes con tentativas de suicidio, con abusos en el hogar… Keith está pudiendo explicar su historia gracias a la música. Y así mismo se lo puedo explicar a mis alumnos: la música también puede ayudaros”, se enorgullece el pianista catalán. Meses atrás, sus alumnos organizaron un concierto benéfico para LaMar. Recaudaron 600 dólares. Todo formaba parte de un mismo círculo. Un eterno dar y recibir con el jazz como espacio de encuentro e hilo conductor, como vehículo de expresión y tabla de salvación.