Símbolo de la locura, el desenfreno y la libertad total de la América de los años setenta, artista iconoclasta y salvaje, actor, músico y humorista, John Belushi (Chicago, 1949-Los Ángeles, 1982) falleció hace ahora 40 años, un 5 de marzo, por una sobredosis de heroína y cocaína en un hotel californiano. Una vida siempre al límite lo llevó a su autodestrucción cuando apenas contaba 33 años y se hallaba en la cumbre del mundo del espectáculo tras su participación en un mítico programa de televisión (Saturday Night Live) y su protagonismo en la música con la revitalización del blues o en el cine con películas como Granujas a todo ritmo. La reedición de una biografía de Belushi, escrita por el periodista del Washington Post Bob Woodward, Como una moto. La vida galopante de John Belushi (Libros del Kultrum) repasa aquella época que significó el amargo despertar del sueño hippie. Entre la California de las flores y el amor libre de los sesenta y la revolución conservadora de Ronald Reagan y el sida en los ochenta se abrió una década enloquecida que abanderaron artistas como John Belushi.
El periodista y escritor Toni García Ramón, autor del prólogo a la edición española de la biografía, define a Belushi como “una maldita bola de fuego precipitándose cuesta abajo, y a toda hostia, por una colina”. A pesar de la polémica que rodeó la aparición de esta biografía en 1984, García Ramón reconoce que es un libro espléndido. No obstante, aclara: “Es evidente que el famoso Woodward, uno de los descubridores del Watergate, tuvo claro el personaje que pretendía retratar e intentó que los hechos encajaran en su teoría. De esta manera ignoró un poco las contradicciones de Belushi e incidió en su lado oscuro, sobre todo en su absoluta dependencia de las drogas. Por ello, su mujer, Judy, y algunos amigos se desmarcaron después de la visión de Woodward”.
En cualquier caso, el periodista de The Washington Post, un especialista en el género de la biografía, realizó una labor monumental al entrevistar a unas 300 personas relacionadas con Belushi y consultar multitud de documentos, libros y grabaciones. Así, las páginas de la biografía revelan el talento precoz de un tipo genial, nacido en la dura ciudad de Chicago e hijo de emigrantes albaneses, que trasladó el brutal, despiadado y violento humor de la calle a los platós de televisión o los rodajes de cine. “Un personaje tan radical como Belushi”, escribió Woodward, “es la encarnación de la locura de la década de los setenta. El mundo del espectáculo estadounidense puede ser extremadamente atractivo, placentero y creativo. Belushi podría haber sido, debería haber sido, uno de esos humoristas cuyo trabajo se calibra durante varias generaciones. Pero no fue así. ¿Por qué? ¿Qué sucedió?”.
Belushi desplegaba un humor que podríamos calificar de caníbal, que no dejaba títere con cabeza y que hoy lo habría llevado, sin duda, a la cárcel en Estados Unidos
“Belushi”, señala García Ramón, “desplegaba un humor que podríamos calificar de caníbal, que no dejaba títere con cabeza y que hoy lo habría llevado, sin duda, a la cárcel en Estados Unidos. Era una auténtica batidora y un actor impresionante que se alimentaba de clásicos como Buster Keaton o los hermanos Marx, pero que en esencia buscaba la creatividad en la calle y la mantenía viva con las drogas”. Descubierto muy joven para los escenarios, Belushi se convirtió en muy pocos años en una estrella de Saturday Night Live, un programa de televisión seguido por millones de espectadores en horarios de máxima audiencia. Además revitalizó el blues y la música afroamericana que se encontraba en horas bajas y en su grupo de los Blues Brothers integró a figuras como Ray Charles, Aretha Franklin o Carrie Fisher.
Drogas para la creatividad
En su corta pero intensa faceta como actor de cine trabajó con John Landis (Desmadre a la americana y Granujas a todo ritmo) o Steven Spielberg (1941). Pero fue The Blues Brothers, traducida en su pase en España como Granujas a todo ritmo, la película que marcó toda una época en la comedia gamberra y destructora de cualquier norma o convención social. Junto con su inseparable compañero Dan Aykroyd creó allí personajes inolvidables con esa pinta de trajes, gafas y sombreros negros. Pero un par de años después de rodar aquel mítico filme, falleció víctima de una sobredosis. No muy alto, regordete, de cara redonda y risueña, el cómico había pasado de practicar deporte en su juventud y haberse sumado a las modas hippies a convertirse en un punk irreverente y despiadado en su humor. “John Belushi”, comenta Manuel López Poy, un especialista en la cultura de Estados Unidos, “procedía de la dureza de Chicago y necesitaba de las drogas como una experiencia vital cotidiana. Fue un tío que reventó en su propia vida por las drogas, pese a todas las advertencias de sus amigos y compañeros. En realidad, John Belushi representó como nadie el brusco final del sueño hippie y fue un artista callejero y lumpen que arremetió a saco contra todo y contra todos. Su trágico final supuso el último aliento de la libertad desenfrenada en el sexo o en las drogas. Después vinieron el presidente Reagan, con su ola conservadora, y el sida, que significó el clavo en el ataúd del desenfreno. Al margen de su indiscutible talento, Belushi llegó a ser un gran artista creativo gracias a las drogas, un tipo realmente anfetamínico”.
La sociedad de hoy no entendería a Belushi porque no tolera el exceso. Como mucho, alguien que pretendiera emularlo hoy se limitaría a actuar en un canal de YouTube para desaparecer en la irrelevancia al cabo de pocos meses
Guionista de cómic y periodista, López Poy es el autor del libro Camino a la libertad, historia social del blues, que retrató aquel periodo de ebullición de los setenta en Estados Unidos. Desde esa perspectiva explica que John Belushi pervive como una figura de culto, cuatro décadas después de su muerte, y añade que el cómico estaría hoy vetado en cualquier televisión. “La sociedad de hoy”, afirma, “no entendería a Belushi, un iconoclasta total, porque no tolera el exceso. Como mucho alguien que pretendiera emularlo hoy se limitaría a actuar en un canal de YouTube para desaparecer en la irrelevancia al cabo de pocos meses. En la actualidad nuestra cultura es de usar y tirar, algo frágil y efímero”.