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“¿Cuánto aguantar antes de reventar?”, Meryem El Mehdati escribe la novela antitrabajo

Meryem El Mehdati (Rabat, 1991) ha escrito, asegura, una novela antitrabajo. Su debut Supersaurio (Blackie Books) le da la razón. En él, una chica de veinticinco años entra a hacer prácticas en lo que en principio debería ser un supermercado de la cadena más importante de Canarias. Pronto ese dinosaurio se va revelando, sin perder su fachada de colores y cara sonriente, como una realidad paralela de tensiones, incomunicación, competitividad y soledad por el precio de una nómina mensual. En las tripas del animal, la protagonista utiliza la táctica defensiva de prácticamente fingir su propia muerte durante ocho horas al día. Al fin y al cabo, allí ni siquiera nadie dice bien su nombre.

La Meryem escritora y la del súper viven en Puerto Rico, una localidad turística del suroeste de Gran Canaria. Comparten también afición por los fan fictions. En poco más coinciden ambas Meryems. “El 98% es ficción. Al empezar a escribir, dudé. Podría haber hecho que el personaje se llamase Teresa y no viviese en Puerto Rico. Pero los hombres suelen tener tíos referentes periodistas o astronautas y yo no veía a ninguna Meryem en la televisión”, afirma. Meryem intenta no sentir ni padecer en Supersaurio, aunque a veces tenga que encerrarse en un cuarto allí mismo a llorar. “La mayoría no decimos nada. Googleas ‘¿es normal sentirme así?’, pero no lo exteriorizas. Por eso por ejemplo Twitter ha triunfado, porque es gente que no se ve cara a cara y que admite cosas por escrito que en persona tenemos más reparo a decir. Expresas un sentimiento supernegativo y tienes muchos likes, te dejas de sentir solo, pero ante los demás nos da miedo que sepan que somos vulnerables”, asegura.

¿Tiene el mercado laboral responsabilidad en la presente crisis de salud emocional? “Me ha escrito mucha gente diagnosticando a la protagonista. Que si tiene ansiedad, depresión, si tiene que ir a terapia. ¿Por qué nos hemos convertido en incapaces de hablar de cómo nos sentimos sin patologizarlo? Estar triste es normal, y no se te va en tres días. Es como que me cuentas que estás mal y te digo que vayas a terapia y se ha acabado la conversación. Vas a terapia a decir que estás mal porque odias tu trabajo pero no puedes dejarlo, ¿realmente eso lo puede solucionar una terapia o tendríamos que cambiar las condiciones estructurales que han machacado a tanta gente que se ve abocada a ir a terapia porque va a reventar? A veces también siento que nos comportamos como empresas de trabajo temporal que lo externalizan todo. La tristeza, el odio o la rabia no son emociones quizá sanas, pero sí normales. No puedes ser feliz el 100% del tiempo”, defiende.

Vas a terapia a decir que estás mal porque odias tu trabajo pero no puedes dejarlo, ¿no tendríamos que cambiar las condiciones estructurales que han machacado a tanta gente que se ve abocada a ir a terapia porque va a reventar?

La escritora dibuja a su protagonista con una voz tragicómica pero toma una decisión importante: no hacerle renunciar a la rabia. “La sociedad se toma muy en serio la rabia de los hombres. Es una rabia que tira hacia la agresividad y la temes porque puede acabar en una piña. Nosotras si estamos enfadadas tenemos que disimularlo constantemente. Una sonrisa porque, si no, no eres una tía amable, eres una loca. Lo veo en mis amigas, que estamos todas cansadísimas. Si no es el tío que te chista, es el que te intenta meter mano, o tu jefe o el compañero pesado, que no es mala gente pero hace comentarios. Tú te fuerzas a aguantar, pero ¿cuánto puedes aguantar hasta reventar?”, se pregunta.

Una isla que expulsa a los propios

Supersaurio es también una llamada de auxilio sobre la turistificación del Puerto Rico canario. Donde no se llora en ninguna limo, como El Mehdati escribe, sino en la guagua 91. “Me da tristeza, porque tendemos a guardarle mucho cariño al lugar donde crecemos. Y fui muy feliz en Puerto Rico. Iba a mi pequeño colegio, con mi pequeña colinita y mis amigos, y no era consciente de cómo poco a poco iba expulsándome. No había instituto y tenía que irme fuera, y después otra vez. Hoy no puedo vivir en Puerto Rico porque no puedo permitirme pagar esos alquileres. No hay mucha gente de mi edad viviendo allí con un proyecto de futuro para formar comunidad en el lugar. Poco a poco ha ido destinándose solo a turistas. El Mercadona tiene los carteles en inglés y en alemán. Si quieres vivir allí e ir a trabajar a Las Palmas tienes que coger la guagua 91 que sale una vez cada hora. No es para nosotros, es para la gente que se aloja allí, visita la ciudad, pasa el día y vuelve a su hotel. ¿Si pienso que no hay futuro para la zona? Sí. Y me entristece”, lamenta.

Si hablamos de trabajo, también hay que preguntar si ha sido fácil escribirlo. “No se suele hablar mucho de eso, parece que te sientas un día a escribir y sale. Y no. Tengo un trabajo de oficina normal y corriente de 8 a 18, llegaba a casa y me ponía a escribir. Fue un poco duro, cayó en medio de la pandemia, y con eso mis días se volvieron un poco locura porque no había separación oficina-casa. No fue tan ideal como si hubiese tenido unos padres ricos que me hubiesen podido mantener mientras escribía. No se habla mucho de cómo la producción literaria está empujada por gente con medios para poder dedicarse solamente a su libro. Por eso Supersaurio está planteado como un diario de la protagonista escrito a veces sin puntos porque está agobiadísima”, señala.

No fue tan ideal como si hubiese tenido unos padres ricos que me hubiesen podido mantener mientras escribía. No se habla mucho de cómo la producción literaria está empujada por gente con medios para poder dedicarse solamente a su libro

“No puedo creer las cosas que soy capaz de aguantar por dinero”. “Odio mi trabajo pero cómo lo necesito”. Son dos de las frases que verbaliza la protagonista de la novela. “Es una novela antitrabajo —reconoce El Mehdati—. Te chupa energía. A veces salgo de la oficina y, sin que nadie me haya tratado mal, siento que soy incapaz de recordar lo que he estado haciendo todo el día. Llego a casa, tengo que hacer el táper, cenar, dormir y se acabó el día”, dice. Estés en un pozo o enamorándote, la obligación de producir impregna todo el libro. “A veces lloras delante del ordenador, escondida, y me parece muy jarto. Lo hemos normalizado. Mira ahora lo de las bajas por regla dolorosa, todos los comentarios que he visto en redes a la noticia, casi todos de hombres, son defendiendo al empresario. Pero ¿tú sabes lo que es que te arda el cuerpo y estar doblada teniendo que responder un correo? Estás defendiendo a gente que nunca va a mirar por ti, que esa empresa no la vas a heredar. ¿Por qué tu enemigo es el que está en el cubículo de al lado y no el que está en el despacho de la quinta planta? Es una deslealtad de clase tremenda. No sé si hay que estar loco o ser tonto para creer que, si lo das todo por tu trabajo, este te va a devolver algo. Tu nómina es mucho menos de lo que te mereces por el trabajo que haces”, zanja El Mehdati. “Parece que es tabú que digas que no te gusta trabajar porque entonces eres una vaga. Llevo trabajando desde los 16. Y hay también esa creencia de que somos muy vagos en el sur. Señor, si la primera preocupación, cuando apareció la pandemia, era cómo ir al día siguiente al trabajo: ‘¿Cómo consigo un papel para que la policía no me pegue por la calle mientras voy a mi oficina?’. No tienes que amar tu trabajo para hacerlo bien. Hemos creado identidades en torno a lo que hacemos ocho horas al día, pero se nos olvida que la mayoría lo hacemos por un sueldo, para vivir. Ves en redes bromas sobre que cuando estás de vacaciones estás guapísima y todo te va bien, comiendo supersano y con la piel mejor. Y el domingo por la noche, todos histéricos”.

Los jefes 'guays' y el 'afterwork'

Como si fuera el personaje de un juego de plataformas, Meryem va tratando de sortear trampas en el supermercado. Una es el jefe guay: “Hay que tener mucho cuidado. Tu jefe, por muy guay que sea, nunca es tu amigo. Que te trate bien no es un mérito, es que te tiene que tratar bien. Si te tiene que despedir, lo va a hacer. Si han sido guays contigo, tú tienes que responder. He tenido jefes que no llevaban bien que yo fuese reservada, que no contase nada sobre mí. Me preguntaban si no confiaba en ellos pero es que está esa línea que yo veo muy clara, tengo muy clara mi posición en esta pequeña pirámide”. También el afterwork. “Las cenas de Navidad, por ejemplo. ¿Y si quiero usar ese tiempo para estar con mis amigas? No es un regalo que hace la empresa, son horas de performance”, critica. La incomunicación y la competitividad son otros de los grandes temas de Supersaurio. “Meryem tiene, al principio, una escena con Yolanda en la que intenta agradarle. Es la única mujer de su equipo y piensa que quizá puedan ser aliadas. Si un grupo de gente pasa muchas horas junto, surgen problemas que solemos fingir que no existen. Las personas somos raras. El mundo lo es. Y tendemos a obviar el dinero. Muchas veces, entre compañeros nadie habla de sueldos. Es más difícil unirte a gente que esconde esa información. El odio de clase une mucho, lo que pasa es que hay gente muy traidora”, dice. La estratificación laboral tuvo bastante que ver en el set de la novela. “Un día estaba haciendo la compra y vi que alguien había tirado unas natillas con el envase agujereado al suelo. Una señora estaba fregándolo y ver eso fue el detonante para situar la novela en un supermercado. Es uno de los pocos sitios en los que todavía ves gente diferente a ti, como dice Annie Ernaux en Mira las luces, amor mío”, relata.

El Mehdati es fan del café, de Benzema y del Califato ¾. Y de la tranquilidad y el sosiego. Trata de aplicarlos a su propia carrera literaria. “Vivimos quejándonos de que tenemos que producir un montón —recuerda—. Acaba de salir la novela y ya hay preguntas sobre la segunda. No tengo por ahora algo que contar. Quiero escribir solo cuando realmente me apetezca”.