Confeccionar una lista es pactar con el diablo: tienen más audiencia que un artículo al uso, pero la polémica está servida. Y el público, sobre todo ese público que gusta de expresarse en la red, reacciona más por indignación que por asentimiento. Da igual que seas The Washington Post, The Guardian o Le Monde; hace mucho que los medios de comunicación dejaron de ser prescriptores culturales influyentes, de ahí que la reciente lista de The New York Times de los mejores libros de lo que va de siglo no se haya librado de la controversia.
Para elaborarla, pidieron a 503 lectores especialistas (“novelistas, autores de no ficción, poetas, críticos y otros amantes de los libros”) que hicieran una lista de los que para ellos eran los diez mejores libros publicados en inglés en EEUU, originales o traducidos, de cualquier género, desde el 1 de enero del año 2000. No se ha desvelado la identidad del jurado ni se han publicado los votos particulares. Pese a la libertad de los criterios, cabe destacar la escasez de poesía y la falta de títulos de 2023 y 2024 (esto último se entiende porque falta perspectiva para juzgar su permanencia):
En la cima figura La amiga estupenda (2011), la primera parte de la tetralogía de Elena Ferrante –el resto del ciclo también ha entrado en la selección final, junto con algunas de sus primeras novelas–. Es digno de subrayar que se trata de una novela italiana: el mercado anglosajón, aunque en los últimos años se está abriendo, siempre ha prestado poca atención a las traducciones, en contraste con la posición preeminente que ocupa su literatura a nivel internacional. La novela se publicó en España en 2012, en Lumen, con traducción de Celia Filipetto –reseñable su labor para adaptar el dialecto napolitano, un rasgo identitario esencial de los personajes– y una recomendación de Juan Marsé, que se prodigaba poco en elogios. Esta elección del autor barcelonés como prescriptor no es nada casual: podría ser el “primo literario” de Ferrante a esta orilla del Mediterráneo.
¿Y de qué va La amiga estupenda? La autora habla de la tetralogía, aquí llamada Dos amigas, como un todo. Y así es: he aquí la novela de una vida, de dos vidas, desde la infancia hasta la madurez, de dos amigas de un barrio napolitano, un barrio pobre, corrompido, violento, donde impera la ley del más fuerte y pretender escapar parece una quimera. Elena, llamada Lenù, es la narradora; Lina, para ella Lila, su amiga estupenda, su contrapunto. El punto de partida, en el presente, nos revela que Lila ha desaparecido. A partir de ahí, la narradora rememora, comenzando por un rito de paso infantil: el cambio de unas muñecas por el libro de Mujercitas. Decidieron que serían escritoras. Tanto si lo conseguían como si no, esa obsesión estaría ahí, latiendo con fuerza, una tabla de salvación entre la podredumbre que las rodeaba.
¿Es de veras tan, tan buena? Ahí van algunas posibles razones de ese primer puesto (de parte de una lectora que no votó, pero que también la habría coronado):
1. Una historia a la vieja usanza
El arte de la novela lo cultivan desde estilistas sofisticados a contadores de fábulas genuinos. Desde que las vanguardias rompieron el esquema clásico, el gusto de narrar está bajo sospecha, abunda lo breve, sobrio y solipsista, como si apostar más por la historia que por la experimentación o la digresión erudita implicara renunciar a la altura literaria. Marsé, que rechazaba el calificativo de “intelectual”, se consideraba un narrador. Narradora es también Ferrante: despliega un argumento rico en subtramas, giros y personajes, siguiendo la estela de los decimonónicos. Y no solo entretiene, sino que brinda un estímulo crítico más sugerente que muchos discursos sesudos.
2. El pensamiento detrás de la novela
El arte se diferencia de un producto de consumo por su propósito de ir más allá del entretenimiento. De una obra literaria se espera que deje un poso, que plantee preguntas, que haga pensar. “Hacer pensar” no es exponer un problema como en un artículo, sino lograr, a través de la ficción, de la evolución de los personajes, que sea el lector quien se detenga a reflexionar. Porque le señala algún aspecto de la realidad que le había pasado desapercibido, o porque plasma con brillantez unas ideas que ya tenía y no sabía cómo expresar. Las buenas novelas tienen varias capas de lectura, juegan con las ambigüedades y las elisiones. La amiga estupenda domina ese arte, tanto por las vivencias de la propia narradora como en lo que no llega a saber de la amiga. Por estas cosas la recordamos al cerrar sus páginas.
3. Calidad de la escritura
Es evidente: no importa cuán interesantes sean las ideas o cuán complejo sea un personaje si el soporte de escritura no se sostiene; sería como si un gran cineasta trabajara con un equipo técnico mediocre. Y tiene que haber estilo, no basta con redactar con corrección. Es un rasgo difícil de definir, porque depende de cada autor. Lo fundamental, en cualquier caso, es que forma y fondo sean uno, que la voz se amolde a lo que se quiere contar. Lo mismo con la elección del punto de vista, aquí una primera persona protagonista; la estructura, la novela de una vida desde la infancia a la madurez, en orden cronológico con breves saltos al presente para mantener la tensión (¿cómo se llegará a esa situación?); y el tono, elegante, incisivo, con oído para lo coloquial y erudito a la vez.
4. La condición femenina en el centro
La amistad entre mujeres, la maternidad, la relación con los hombres, la conciencia del propio cuerpo y la sexualidad se abordan con una honestidad y una precisión pocas veces vistas. Sin idealizar –una de sus claves es la rivalidad implícita entre las dos protagonistas–, pero sin renunciar a una crítica del patriarcado y los tabúes de la sociedad de posguerra. No es baladí que muchas mujeres le reconozcan, en mensajes recopilados en La frantumaglia, un libro que compila las reflexiones sobre escritura de la autora, el hecho de sentirse identificadas de un modo que no habían experimentado antes. Es lo que pedía Virginia Woolf en Un cuarto propio: que las mujeres escribieran sobre su universo, sobre lo que no se había contado aún, y que lo hicieran con las hechuras que se le exigen a cualquier obra literaria.
5. Una denuncia de las desigualdades
Como Marsé, el marco de Ferrante es un barrio pobre, sórdido y marginal, donde el mafioso de turno controla a los vecinos y estos se resignan a una existencia rutinaria sin expectativas. En los ochenta, se añade la epidemia de las drogas. La amiga de la narradora, pese a su genio, se ve obligada a dejar los estudios porque su familia no los puede costear, una pérdida que la marca para siempre. Mientras, la protagonista sufre por la imposibilidad de borrar esa identidad embrutecida cuando comienza a moverse por el círculo académico. El desclasamiento, su fuerza como motor que empuja a la acción y las trampas que entraña es un tema fundamental del libro.
6. Trasciende lo local para erigirse en universal
Del barrio napolitano al mundo: no importa dónde se desarrolle una historia, cuán pequeño o marginal sea un escenario; si la novela tiene calidad, los conflictos que anida atañen a un público más amplio que el que conoce de primera mano esos lugares. Lo hicieron los novelistas sureños, por ejemplo; lo hizo Gabriel García Márquez con su Macondo; lo hizo Marsé, volvamos de nuevo a él, con el barrio del Carmelo. La lista es infinita. Y el Nápoles sucio de Ferrante –con sus luchas por el poder, sus desigualdades, sus enamoramientos y sus lealtades– ya forma parte de los espacios literarios más emblemáticos de la historia de la literatura.
7. La chica estudiosa como heroína
Puede parecer un detalle menor, pero lo cierto es que, en un canon en el que los personajes femeninos se han definido, sobre todo, por su relación con los hombres, la familia y la sexualidad, no es irrelevante dar tanto peso al intelecto (repasemos los arquetipos: la buena esposa, la adúltera, la femme fatale, la matriarca, la doncella en apuros, la prostituta, la guerrera que se disfraza de hombre…). Cada vez son más las mujeres con estudios avanzados, es cuestión de tiempo (confiemos) que se rompan los techos de cristal de los altos mandos, así que tiene todo el sentido una protagonista así para hablar de nuestro tiempo. Ferrante demuestra que definirse por el intelecto no está reñido con el sexo o la familia, ni que una naturaleza tranquila y discreta no pueda dar lugar a una protagonista carismática (con frecuencia se ha representado a la estudiosa como una secundaria sosa frente a la heroína divertida, intrépida o sensual). Lo mejor: escribe sobre una escritora sin que la novela sea un artefacto aburrido de los que solo interesan a otros escritores.
8. La historia de Occidente, a examen
Lo local deviene universal por reconocimiento, pero también porque, sobre todo a medida que avanza la tetralogía, se vislumbra un telón de fondo que va más allá de las peripecias de dos mujeres y recorre el pasado reciente con una perspectiva crítica que cuestiona la noción de progreso y los efectos devastadores del capitalismo. Tiene largas digresiones, sobre todo en las dos últimas partes, cuando la protagonista pasa revista, sin nostalgia y con desconfianza. Un marco histórico-social en el que los países europeos han ido asimilando la cultura de masas norteamericana, con la uniformización y la complacencia que conlleva.
9. Una novela fácil de disfrutar
Si Marsé reconocía la influencia del cine popular y el tebeo, Ferrante hace lo propio con la fotonovela: como explica en La frantumaglia: su reto era construir una historia de hechuras literarias que a la vez apasionara al lector como la apasionaban a ella, de adolescente, aquellos folletines. Tiene como modelo a Elsa Morante, otra narradora excepcional de las ambigüedades; y confiesa que leer a Alba de Céspedes le sirve para adquirir el tono de escritura. Consigue su propósito: sus libros tienen ritmo, resultan fáciles de leer para un público amplio, mantienen la tensión en torno a los tira y afloja de la amistad.
Tiene giros que en otras manos podrían caer en el melodrama más burdo (como caería también el Flaubert de Madame Bovary, si nos guiáramos solo por el argumento), pero que en ella posee nervio, textura literaria, y resulta inseparable del armazón crítico que la sostiene. Si bien es cierto que hay tantas formas de disfrutar como lectores, y algo duro y difícil también puede resultar placentero, aquí se trata del goce de la lectura en su sentido más genuino, aquel que hizo que un día, quizá de niños, nos convirtiéramos en lectores fervientes: el placer de pasar páginas, de encontrar en un libro algo que atrape, que seduzca tanto que haga que apetezca más seguir leyendo que hacer cualquier otra actividad.
10. Llena de vida
¿Cuántas veces hemos leído libros impecables en los aspectos formales –el lenguaje, la estructura, las ideas– que sin embargo nos dejan fríos? Casi se diría que son libros más interesantes de analizar que de leer. Propongo un pequeño experimento: piensen en cuántos nombres de personajes literarios del siglo XXI recuerdan. Ahora hagan lo mismo con la literatura del siglo XIX. No es difícil acordarse de Heathcliff, Vronsky, Lizzy Bennett, Jo March, Oliver Twist, Ana Ozores y un largo etcétera, ¿verdad? La narrativa contemporánea sacrifica a menudo los personajes, y con ellos el latido, por un estilo y una experimentación sofisticados. No es así en Ferrante: por muchos años que pasen, los nombres de Lenù y Lila siguen ahí; y no solo ellas: también recordamos a Nino, a Enzo, a Pietro, a Adele, a Antonio, a Carmela, a la madre de Lenù y a tantos otros. Porque, aunque sea difícil explicar cómo lo hace, la cuestión es que rebosan vida. Y no hay nada más apasionante que eso.