Jueves. 12 de la mañana. 28 grados. Los aledaños del madrileño Cine Doré empiezan a llenarse de personas, en su mayoría universitarias, inquietas, esperanzadas, nerviosas, entusiastas. Quedan más de cinco horas para que abra la taquilla y puedan hacerse con alguna de las últimas entradas para ver a Annie Ernaux. Hace calor, pero a nadie le importa si, solo así, consigue ser uno de los 300 asistentes a la proyección y coloquio en torno al documental Los años de Super 8 que ha venido a presentar a España. También su último libro publicado aquí, Lo que ellos dicen o nada (Caballero Voltaire).
Llegadas las 17:30 de la tarde, todavía hay quienes aguardan que ocurra el milagro. Y entre medias llega ella para atender a varios medios antes de la proyección. Ernaux es un fenómeno que rebosa humildad. Entra con discreción en la terraza interior del edificio sonriendo. Saluda. Se sienta, pide ayuda para abrir su botella de agua y espera a que empecemos a formularle preguntas. Lo primero que hace es reconocer que, como ya anticipara en su discurso tras recibir el Nobel de Literatura en 2022, este premio le ha “robado la vejez”: “Siento que ya no tengo el tiempo de antes para estar en mi casa, escribir, estar en contacto con la naturaleza”.
Entonces reflexionó sobre cómo, en su vida, había pensado “ingenuamente” que hacerse escritora “al final de una estirpe de campesinos sin tierras, de obreros y pequeños comerciantes, gentes despreciadas por sus modales, su acento y su incultura”, serviría para “reparar la injusticia del nacimiento”. “No se trata tanto de la injusticia como del sentimiento profundo que tengo de haber pertenecido a una clase inferior. Gracias a los estudios y mi escritura me considero una tránsfuga de clase”, afirma ahora a este periódico. Una sensación en la que haber sido reconocida con el galardón concedido anualmente por la Academia Sueca, “no ha cambiado nada”. “Si siento que se ha hecho justicia en cuanto a mi vida es por mi escritura y no por el premio”, añade.
Ahí entra en juego la traición. Y por ello mismo incluyó la cita de Jean Genet en el inicio de su libro El lugar, que dice: “La escritura es el último recurso para quienes han traicionado”. Annie Ernaux se siente traidora ya no solo por haber ascendido de clase, sino “por haber pasado de una cultura a otra diferente”. “He abandonado la popular. Lo hice también como profesora de literatura francesa, explicaba la que también reproducía la norma, y no de la que procedía”, añade. ¿Tuvo esto en cuenta al escribir sus obras, la clase a la que pertenecerían sus lectores? “Depende del libro”, revela. En su primero, Los armarios vacíos, solamente al final, donde dejó la reflexión de que “quizás los burgueses” fueron el “motivo” por el que había escrito ese volumen.
Todo cambió a partir de El lugar (1967). “Cuando decidí hablar de mi padre, sabía que era mi herencia cultural la que dominaba. Y si era completamente honesta, tenía que decir que él no leía, que amaba la música en directo, que lo más importante para él era trabajar en su jardín”, relata. “Al escribir con un lenguaje sin adornos, nada literario, a través de esa 'literatura plana' que me caracteriza, sabía que iba a un determinado público. Ese lugar del que hablo en El lugar, valga la redundancia, no solo era el de mi padre, sino también el mío como escritora dentro de la literatura”. Ernaux, que ancla sus textos “en la realidad y no la verdad” porque la segunda es cambiante y no le interesa; defiende que “el lenguaje no puede ser neutral”.
“Depende de cómo lo usemos, si no cuestionamos que estamos usando el de la sociedad dominante, reproducimos que, como decía Roland Barthes, la lengua es siempre fascista”, considera. “Siempre he usado las palabras teniendo presente que el lenguaje transmite jerarquías y valores. Soy consciente de ello y por eso intento no vehicular valores burgueses que quizás sí están presentes en otros escritores o tipos de literatura”, suma.
“Desenterrar” lo interno
La autora de Una mujer (1988) y El acontecimiento (2000) no tiene claro cómo definir la medida en la que la literatura puede “transformar” a quien la recibe, pero sí que “ayuda a la gente a tomar conciencia de hechos que han vivido y a los que no pueden poner palabras”. Ernaux describe que, cuando escribe, piensa en lo que las obras que leyó desde pequeña han significado para ella: “Intento no pensar desde mi misma, sino desde lo que la literatura me hizo. No ser tanto un espejo como permitir descubrir cosas que no sabía que llevaba en mi y que la literatura me ha hecho descubrir”. Y hacerlo extensible, en el sentido contrario, transmitiendo una especie de poder a sus textos, como si ella actuara como médium.
Esto explica que no sienta la literatura “como una liberación”. Escribe para “sacar a la luz”. “Para desenterrar cosas que van más allá de mí, que revelan una verdad que me supera, que no me concierne solo a mi. Es un acto de mucha responsabilidad”, afirma.
Más que un ser un espejo, mi literatura descubre cosas que no sabías que llevabas dentro
Lo cual no indica que, por tomar algo interno como punto de partida, esté dirigido únicamente a mujeres. “Escribo desde lo que soy, pero lo que revelo va más allá de ser una mujer. Hablo de la condición humana. Si hablo del aborto evidentemente es un tema de mujeres pero que concierne igualmente a los hombres”, valora. Esto fue algo que hubo quienes intentaron afeárselo al recibir el premio Nobel: “La crítica negativa que vino por parte de hombres fue señal de que mi literatura seguramente toque algo de la preeminencia masculina que les duele”.
Escribir “para” y no “desde”
La escritora no olvida cuando, tras publicar Pura pasión (1993), el periódico Le Monde la rebautizó como Madame Ovary [ovario]. “Ahora ya no podrían hacerlo. Algo se ha ganado”, subraya. La escritora se postula “a favor de la liberación de las mujeres”, siendo consciente de que tanto en su país, Francia, o España, la situación es de “más o menos asentamiento, aunque puede haber un retroceso”. Contexto que no comparten otros lugares como Irán, donde el que haya un movimiento feminista fuerte, “a algunas les ha costado la vida”. Y cita a Narges Mohammadi, Premio Nobel de la Paz 2023: “Está todavía en la cárcel y no puedo más que apoyarla”. Aun así, opina que “los movimientos de liberación de las mujeres tienen que venir de ellas mismas, aunque desde aquí nosotras hagamos lo que podamos”.
Otra de las señas de identidad de la obra de Ernaux es el uso de la primera persona. Cuando empezó a escribir, detectó que “la novela proponía una totalidad y un mundo organizado de cierta manera. Igual que el movimiento Noveau Roman atacó la novela y sus formas tradicionales, el proyecto autobiográfico, o la no ficción en general, era lo que mejor se adaptaba a la época”. Eso sí, defiende que su escritura es “autosociobiográfica, no ombliguista”.
Mi escritura no es ombliguista
Su marcado estilo ha influido no solo en sus lectores, sino también en autores venideros. “He tardado en ser consciente de la influencia que estaba teniendo en las nuevas generaciones de escritores”, confiesa sobre una realidad que ha conocido a raíz de que, desde fuera, se lo hayan comunicado. “Hace poco me escribió un autor de 40 años que había publicado un libro muy hermoso sobre su padre, que era camionero. Me lo envió con una dedicatoria diciéndome que sin mí no lo habría escrito. No sabía que eso pasaba”, insiste sin dejar de sonreír, casi disculpándose.
La memoria es también uno de los pilares de sus creaciones: “Funciona más como una película que un álbum de fotos. No es patológico pero sí que es algo que uso, por ejemplo, para conciliar el sueño. Fue muy efectivo para escribir Los años”.
Atacada, pero no en peligro
“Siempre he dicho lo que pienso”, asegura una Ernaux que torna su gesto a serio para pronunciarse políticamente. “Sé que hablo desde Francia, un país democrático. Me atacan por lo que pienso pero nunca me he sentido en peligro”, comparte. “Tengo mi concepción de la historia pero no puedo estar segura de tener razón. Es el futuro quien dirá si sí, aunque sé que no me dejo engañar demasiado”, defiende sobre su criterio. Lo más reciente ha sido el resultado de las elecciones europeas en Francia, donde arrasó la ultraderecha de Marine Le Pen. Un batacazo electoral para Emmanuel Macron que reaccionó disolviendo la Asamblea Nacional y convocando elecciones.
Siempre he dicho lo que pienso. Me atacan por lo que pienso pero nunca me he sentido en peligro
“No ha sido una sorpresa en absoluto. Es la confirmación de lo que venía aumentando desde hace décadas en Francia y que se ha acelerado. Desde que llegó Macron incluso desde la Quinta República de 1958, dando plenos poderes al presidente, fuera el que fuera”, valora. Pese a que considera que esta victoria en Francia no es aislada y “podría tener gran influencia en el resto de Europa”, Ernaux afirma que tiene “esperanza en que todas las izquierdas unidas consigan vencer a la extrema derecha, pero no está fácil”.
La entrevista concluye con el Cine Doré madrileño, sede de la Filmoteca Nacional, rodeado por una nueva cola, esta vez para entrar en la sala donde un par de horas después Ernaux hablará sobre su obra. Sigue haciendo calor, sigue palpándose la emoción en el ambiente. Mientras tanto, ella sigue sonriendo. Y lo hará aún más cuando comparta con los 300 asistentes sus generosas impresiones sobre su literatura, la cotidianidad, el lenguaje y su vida. O lo que es lo mismo, nuestras vidas.