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“La dominación masculina en política es más perversa ahora porque se impone usando los debates feministas”

Antonio J. Rodríguez (Oviedo, 1987) asegura que su Candidato Simón Soria se inspira en todos y a la vez en ninguno de los políticos que acaban de arrancar sus caravanas a la caza del voto español. Como ya hizo Rodrigo Sorogoyen en El Reino, así se cuida de disparar a uno u otro partido de cara a las elecciones generales, pero a su vez aprovecha el impulso de la campaña para lanzar su propia promoción.

Una estrategia tan buena que parece diseñada por el asesor de imagen del Partido de la Democracia, la formación ficticia que vertebra el nuevo libro, editado por Random House, del periodista y escritor asturiano.

Lo cierto es que Soria es un tipo de animal político al que no estamos acostumbrados en nuestro país, pero al que todos se querrían parecer para arañar votos. Intelectual, atractivo, ambicioso, runner, vegano, arrogante y profundamente liberal. Sea lo que sea eso, porque, según él, “los liberales podemos hacer los que nos dé la gana”. Es el wannabe de los candidatos que aún se mueven por Instagram como un elefante por una cacharrería y que se creen la regeneración de los partidos de la vieja guardia.

La ficción política de Candidato desafía el estómago del lector desvelando los trucos menos éticos de las campañas electorales. A su vez, alivia con una trama romántica, sexual y escandalosamente snob entre el político treinteañero y la cineasta palestina Rania al-Jatib, dos personajes tan odiosos como impecables que nos provocan una contradicción insoportable. Al final, ¿estamos seguros de que no les votaríamos?

¿Por qué decidió plantear la novela desde la ideología liberal? Un concepto tan poliédrico y poco asentado en la política nacional.

La novela surge de un cierto momento Lost in Translation, en el sentido de que cada personaje del libro entiende el concepto liberal a su manera. Ya sabemos que es un término que se presta a muchas aristas en el debate del ensayo político.

Mientras que en el mundo anglosajón se asocia a un pensamiento más progresista, o lo que aquí llamaríamos de izquierdas, en España ocurre lo contrario. Se trata de un término que ha sido secuestrado por un tipo de político y por un tipo de partido que suele ser profundamente reaccionario. Así que la tensión narrativa del libro surgió de esas dos maneras de entender el liberalismo.

“La gente que conozco que se dice liberal son dinosaurios opusinos”, dice el Candidato. ¿Es difícil instaurar una definición progresista del liberalismo en España?Candidato

Yo creo que sí. Cada vez que alguien ha intentado acercarse a la parte anglosajona del término, ha fracasado por distintas razones. Y ante la perspectiva de que no es una idea popular para obtener votos a gran escala, la derecha la ha descartado y la ha usado para virar a posiciones progresivamente más conservadoras.

Del otro lado, como el concepto ha sido secuestrado por un tipo de candidato o de partido nada progresista, lo que se ha hecho es directamente tirar la toalla en la batalla por su redefinición.

La novela es un chorreo incensante de ideas políticamente incorrectas. ¿Son necesarias para generar pensamiento crítico o solo sirven para inflamar el debate y ser trending topic?trending topic

Creo que una de las funciones que cumple este tipo de escenas o de diálogos es la de provocar intelectualmente al lector. Es decir, en el libro se plantean escenarios con una lectura política detrás y, a partir de ahí, hay suficiente material como para que el lector saque sus propias conclusiones.

Suelo mencionar a Virginie Despentes porque su libro Vernon Subutex tiene mucho de esto. Es decir, ¿la autora de Teoría King Kong, uno de los manifiestos feministas contemporáneos por antonomasia, puede hacer una novela donde los personajes repliquen buena parte del discurso actual de la ultraderecha? Yo creo que sí y que es lo más interesantes de trabajar con las mismas ideas en formatos diferentes.

La estrategia del Candidato es “parecer un partido de izquierdas (feministas, ecologistas y pro LGTBI)Candidato mientras cuelan medidas económicas conservadoras. Eso nos suena. ¿Cómo nos prepara el libro para el momento político actual?

El libro dialoga con buena parte de los temas que configuran la agenda pública de nuestros días: feminismo, racismo, religión, medios de comunicación, etc. Pero, al mismo tiempo, una de las cosas más interesantes del personaje principal es que representa un cruce entre las dos grandes escuelas de la política contemporánea global.

Por un lado, estamos asistiendo al surgimiento de una serie de políticos que conocen muy bien las redes sociales, que son muy telegénicos y que saben perfectamente cómo construir el relato del candidato ideal. Pienso en un Trudeau o en un Macron. Y, paralelamente, estamos ante su antítesis: ese candidato que basa su su campaña en provocar escándalos y aún así le funciona bien. Serían los Trump, Bolsonaro, Berlusconi y demás. El Candidato actuaría como una especie de reflejo de todas esas tendencias.

Todos los que menciona son extranjeros, pero la novela se ambienta en España. ¿No hay ningún candidato patrio actual que se reconozca en Simón Soria?

Una cosa que me ha resultado graciosa y no sé si hasta cierto punto previsible, ya que también era la intención, es que cada lector proyecta lo que quiere ver. Hay un punto de pizarra en blanco en el personaje que admite muchas lecturas. Una de las primeras que recibí es que parecía una sátira de Albert Rivera, cuando tampoco era esa mi intención. Pero bueno, una cosa es lo que tengo en la cabeza cuando escribo y otra, totalmente legítima, lo que cada cual entiende con el libro delante.

¿No se va a mojar?

(Ríe) De verdad, si hubiese querido escribir sobre un candidato en particular, lo habría hecho. Si elijo la ficción es por tener un material dúctil que permita interpelar a distintos perfiles o fenómenos de la política contemporánea. Ni siquiera te diré inmediata, porque hay muchos momentos que evocan a leitmotivs recurrentes.

Por ejemplo, toda la trama de los sex tapes y los escándalos sexuales es algo que desde los noventa y el caso Lewinsky aparece eventualmente. Hay muchos ingredientes de la realidad que inspiran esta lectura, pero creo que también debería funcionar por sí sola.

Pero no es casualidad que el libro salga justo al comienzo de nuestra campaña electoral y, por tanto, se preste a analogías. Por ejemplo, Silva dice que “las campañas no son más que guerras de carismas”. ¿Quién ganaría esa batalla ahora mismo?

Me interesa particularmente este momento porque parece que vivimos en un estado de campaña electoral permanente, que es algo casi antagónico a hacer política. Si ejercerla es tomar decisiones, hacer campañas es un momento comercial. Y estamos asistiendo a un spot publicitario larguísimo con muchos giros y plot twists dentro de las intenciones de voto.

Una de estas cosas es lo que ha ocurrido alrededor de Pedro Sánchez, una figura que hace dos años parecía absolutamente liquidada. Recuerdo todos estos artículos, no solo en España sino en toda Europa, sobre la destrucción de los partidos socialistas y de su pasokización, y de pronto nos encontramos en un momento completamente distinto. También hay una sensación de que él no se ha movido mucho de sitio, sino que han sido los demás los que, por buscar ensanchar su espectro electoral, han ido corriendo en distintas direcciones. Y, en esa carrera, han ido perdiendo credibilidad.

Candidato es un tipo narcisista, intelectual, que corre, es vegetariano, cuida su imagen y narra su vida privada en las redes sociales. ¿Nos está importando más el envoltorio del líder político que su mensaje?Candidato

Estamos en un momento inflacionista en cuanto a producción de contenido político. Un tuit es noticia, una foto en Instagram es noticia y ellos juegan con eso. Pero creo que también hay una conciencia cada vez más creciente de que todo esto es casi un relato de ficción y lo estamos empezando a leer como tal.

Antes nos indignábamos más ante el hecho de que un candidato no cumpliese lo que había dicho en campaña. Ahora, sin embargo, hay una sensación general de que lo que se dice en campaña queda en campaña. De que son dos mundos distintos en el ejercicio de poder.

Dicho esto, el concepto de campaña electoral no ha cambiado. Es un momento de venta de una idea, de un producto o de un candidato particular. La diferencia con otros momentos pasados es que tenemos muchos más canales de información, más producción de discurso a través de estos canales y una oferta política mayor. No es como cuando había que elegir entre dos partidos que daban sensación de turnismo. La guerra electoral se ha recrudecido y somos conscientes de lo que es una campaña, que no deja de ser un momento comercial.

Dice un personaje: “El problema de la izquierda es que sus estándares éticos y la brillantez y convicción de sus discursos hacen que sea muy fácil encontrar las grietas en sus palabras”. ¿Se castiga menos la contradicción en la derecha?

Observando distintas campañas, aquí y fuera de España, tengo la sensación de que utilizamos baremos éticos y morales muy diferentes en función del candidato o del partido político. Es decir, le exigimos más integridad moral a un candidato de izquierdas que a un candidato reaccionario conservador.

Por ejemplo, la campaña de Trump de 2017 es un caso bastante significativo. Había unas expectativas tan bajas y el personaje era tan despreciable a ojos de la opinión pública, que lo único que podía hacer era subir, como finalmente ocurrió. Una o dos semanas antes de las elecciones salieron a la luz sus declaraciones sobre las mujeres y el “grab them by the pussy”, tras lo que algunos analistas y votantes aseguraron que estaba destruido como candidato. Y no: ocurrió justo lo contrario. En cambio, a un candidato de izquierdas se le fiscaliza hasta si se ha bebido una Coca-Cola.

La estrategia de la derecha y la extrema derecha es justo la contraria. Su campaña se basa simplemente en decir barbaridades y buscar escándalos, y les funciona.

Claramente. Son cosas que a uno le cuesta digerir y que sin embargo les funciona en distintas circunstancias y en distintos países. La mayoría son candidatos cuyos estándares morales y políticos de partida son tan bajos que nunca te decepcionan. Como no tienen un programa ético mínimo y el cinismo gobierna su campaña, no tienen sobre qué decepcionar porque tampoco prometen nada.

Otro personaje incómodo e inusual es el de Rania: joven cineasta palestina, feminista, cómoda para el estado de Israel y simpatizante de los partidos de extrema derecha europeos. ¿En quién se inspiró para este cóctel revulsivo?

Rania es un personaje que está bastante presente en ciertas organizaciones de la política europea. A España aún no ha llegado, pero Francia o los Países Bajos han dado perfiles públicos interesantes como el suyo. Es decir, este tipo de feminismo laico que en muchas ocasiones procede de países islámicos o de mayoría musulmana y que dirigen un ataque directo a la religión en cualquiera de sus dimensiones: la pública y la privada.

Me parecía interesante porque, efectivamente, es un personaje incómodo en muchos espectros políticos. Lo es para parte de la izquierda que desarrolla un discurso más multicultural, pero también lo es para partidos de derecha conservadores y que no quieren integrar un discurso feminista.

El candidato asevera en un momento que “la inteligencia del partido se debe a los hombres”. Aunque coquetea con los discursos igualitarios, el libro tiene un marcado carácter masculino e incluso machista.

Uno de los temas que más me preocupaba del libro es que creo que hay presencia de debates feministas, pero es un libro que no pasa el test de Bechdel. Pero tiene una cierta lógica que así sea dado que se trata de un perfil de doscientas y pico páginas alrededor de un hombre.

Al final, ¿es la estrategia de muchos partidos que se consideran feministas y siguen encabezados por hombres que perpetúan políticas masculinizadas?

Justo. Me interesaba reflejar que en la actualidad, donde hay una gran conversación alrededor de conceptos la igualdad de género o feminismo, la dominación masculina ha mutado. Simón representa un tipo de masculinidad cada vez más presente en estos nuevos candidatos políticos. Una masculinidad que, a pesar de o gracias a toda este fenómeno alrededor del feminismo, consigue seguir imponiéndose.

Ya no se trata de las actitudes machistas de hace unas décadas, donde la dominación masculina se producía por una herencia de estructuras históricas incuestionables, sino que está ocurriendo el proceso a la inversa. Conscientes de la importancia de estos conceptos, algunos candidatos hombres encuentran una oportunidad para seguir liderando en este nuevo contexto. Es una dominación masculina si cabe más perversa que la anterior, porque es consciente de todas las ideas que hay alrededor de mujeres y las usa.