La escritora chilena Ariel Florencia Richards (Santiago de Chile, 1981) pasó brevemente por España para presentar su libro Inacabada (Alfaguara), una novela con mucho de autobiográfico sobre una madre y una hija que viajan juntas a Nueva York, pero que en su conversación nunca se dicen lo importante. Juana (el alter ego de Ariel en la ficción) quiere hablar de su tránsito de género, un tema que su madre prefiere escamotear; M (la madre será siempre nombrada así, como una inicial) a veces incluso se equivoca y la llama con el que una vez fuera su nombre (su deadname) o evita referirse a su género femenino, un silencio tan somatizado que hasta le provocará la rotura de una muela y un dolor indecible en la boca.
“Parte de mi proceso de tránsito supuso entender que a mi madre se le estaba muriendo un hijo. Empatizo con ese duelo, no la juzgo, pero para mí el tránsito ha sido y es algo gozoso. No es un martirio. Yo estuve esperando durante 37 años las hormonas femeninas y, en el momento en que pude bloquear la producción natural de testosterona y entraron en mi cuerpo, sentí como una especie de ensanchamiento espiritual. Hasta el ardor, que fue también dolor, de la emergencia del botón mamario me lo tomé como una fiesta”, explica Ariel Florencia Richards.
La novela está llena de metáforas como esa muela rota de puro bruxismo, o como el agua, omnipresente, y que habla de la fluidez del ser y también de un nacimiento; pero la que funciona de forma más directa es la del propio título Inacabada, que hace referencia a ese proceso de construcción, demolición y reconstrucción sin fin que es el “hacerse” (“Todas somos personas inacabadas”, dirá Ariel durante la conversación), pero también al campo de estudio de la protagonista de este relato, ya que Juana se dedica a investigar obras de arte inacabadas.
“Me interesa todo ese espacio gris del cual no somos conscientes cuando vamos a un museo o a una galería en donde se supone que vemos obras 'acabadas'. Me interesa el bosquejo. Estoy cursando un doctorado en artes visuales y me he dado cuenta que en la academia existe un vicio que es compartir solamente los resultados, como si hubieran emergido de un día para otro, cuando en realidad el error, el no saber y el tener miedo es algo constitutivo de cualquier investigación. En la literatura todos esos estadios intermedios se borran, pero en las artes plásticas dejan un vestigio físico, existe el esquema, el boceto, el taller”, explica la autora.
En Inacabada, Juana nos cuenta que el retrato que hizo Alice Neel del joven James Hunter quedó inacabado porque fue reclutado para la guerra del Vietnam y nos descubre el concepto “faciebat” un término que en latín se podría traducir como “siendo hecha por” con el que Miguel Ángel firmó su Piedad, “ese enorme abrazo de mármol de una madre al cuerpo quebrado de su hijo, que de algún modo y a pesar de su perfección no se ha terminado todavía porque él quiso firmarla con ese ‘faciebat’ en un presente continuo que llega hasta nosotros y sigue”.
Ariel Florencia Richards, que en su tesis doctoral investiga las relaciones en performance, género y memoria, comenzó su tránsito a los 37 años. Para entonces ya llevaba una larga carrera como periodista cultural. En 2009 publicó un poemario titulado Trasatlántico, y un año después su primera novela, Las olas son las mismas, publicada en Chile por la editorial Libros de la mujer rota, y seis años más tarde en España por Paripé Books que incluyó en la portada, pero tachado, su “deadname” junto al de Ariel Florencia Richards.
Parte de mi proceso de tránsito supuso entender que a mi madre se le estaba muriendo un hijo. Empatizo con ese duelo, no la juzgo, pero para mí el tránsito ha sido y es algo gozoso
¿Ha cambiado la forma en que es mirada ahora como mujer intelectual que cuando se identificaba como hombre gay? “Totalmente. Por ejemplo, la primera vez que di una charla cuando había empezado mi tránsito yo me sentía súper orgullosa por mi discurso, y de repente, me bajo del escenario y lo primero que me dice todo el mundo es que estuve preciosa, que iba guapa. Y yo alucinando. Porque, perdón, ‘¿qué te pareció lo que dije?’. Antes nadie me hubiera dicho: ‘Oye, qué guapo estuviste’. Hubiéramos entrado en el terreno de la discusión crítica de inmediato, y eso fue algo que me pareció brutal, al igual de una serie de privilegios que tuve como hombre y que daba por naturalizados, como que en tu casa se te da siempre el plato más grande, o que seas el primero en hablar o quien tiene la palabra final”.
¿Y su vida amorosa como mujer es distinta a la que tenía como hombre gay? “Te diría que está también inacabada –risas– porque he sido más cauta a la hora de exponerme a una relación amorosa. He tenido encuentros sexuales y sexo afectivos muy ricos, pero ahora los hombres me dan un poco de miedo, sobre todo porque las mujeres transgénero podemos ser objetualizadas y fetichizadas muy rápidamente, y eso tiene una consecuencia de desgaste emocional muy fuerte”.
En los espacios mayoritariamente femeninos se siente “cuidada”. “En los espacios privados de mirada o de presencia masculina, como en el baño de mujeres, no hay una voz dominante, no hay una mujer alfa, es más bien un espacio de asistencia, de cuidado y de horizontalidad. También me sentí así en las marchas del 8 de marzo. Nunca fui a una marcha del orgullo porque es un concepto que cuestiono, además nunca me he sentido cómoda en las multitudes. Pero cuando empecé mi transición me sentía muy curiosa acerca de las marchas feministas, que en Santiago son bastante silenciosas. En las del 2018 y 2019, que fueron súper masivas, había también una parte más carnavalesca, pero sobre todo se sintió un espacio de mucho cuidado, como una procesión amorosa entre mujeres”.
Todas las personas transgénero nos debemos a las que vinieron antes que nosotras. Dicho eso, yo creo en otro tipo de cruces y genealogías. Otras cicatrices que nos unen
Sin embargo, en estos últimos, la cuestión del género se ha ido agriando dentro del debate feminista hasta el punto de cuestionar las identidades trans y dividir las manifestaciones del 8 de marzo. “Soy muy consciente de que las mujeres transgénero generamos segregaciones dentro de los movimientos feministas, que es algo que me produce mucha tristeza, pero que no puedo evitar. Yo me considero una pensadora y una escritora feminista, y mi intención no es incomodar a nadie con mi existencia, que por otro lado no entiendo cómo puede amenazar los avances obtenidos por el feminismo”, afirma Ariel Florencia Richards.
No le agota ejercer tan a menudo la pedagogía acerca de lo trans, porque “hasta hace poco tampoco sabía nada” y en la medida que aprende algo, lo comparte. “Yo también tuve que aprender. O sea, a los 37 años no sabía si decir transgénero o transexual, no sabía qué era un tratamiento hormonal, no sabía qué pronombre estaba bien o estaba mal. Me ponía súper nerviosa cuando hablaba con chicas trans para no ofenderlas. Pero si me equivocaba no tenía ánimo ninguno de ofender, que es lo que le ocurre a la mayoría de personas. Así que, ¿cómo voy a ponerme en un lugar intransigente con el aprendizaje de los demás? Y aparte, ¿quién soy yo para agotarme?”, añade.
Semanas después de esta charla, se hizo pública la noticia del suicidio de la artista multidisciplinar y activista trans Roberta Marrero, y emergió la necesidad de continuar aquel diálogo inacabado con más conciencia que nunca de su estadio de bosquejo. Ariel Florencia Richards contesta de inmediato al mensaje: “Sobre Roberta no tengo mucho más que expresar que una profunda tristeza por la noticia de su muerte y mi tremenda admiración por su vida. Y sobre lo que me preguntas acerca de si me siento parte de la estirpe travesti de la calle y la marginalidad: no. No podría. No es mi realidad, nunca la ha sido. Esto no quiere decir que mi identidad se haya construido o se siga construyendo sola, en ningún caso”.
“Todas las personas transgénero nos debemos a las que vinieron antes que nosotras. Dicho eso, yo creo en otro tipo de cruces y genealogías. Otras cicatrices que nos unen independiente de la identidad sexual y de género. Por ejemplo, con Roberta ahora me une la genealogía de las suicidas que en mi familia sí es una tradición. Una de la que no puedo renegar. Y el dolor que siento por su muerte lo siento desde el lugar de una hija cuyo padre también dejó una nota antes de elegir morir”, zanja.