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Entrevista

El asombro por las palabras del periodista científico Antonio Martínez Ron: “Condicionan la realidad”

El periodista científico y ensayista Antonio Martínez Ron, responsable de contenidos de este tipo de información en elDiario.es, llevaba años recopilando palabras relacionadas con la ciencia que le resultaban llamativas. Un día decidió colocarlas en una línea del tiempo y se dio cuenta de que, contempladas así, componían una historia paralela a la historia de los descubrimientos. Y es que los científicos no solo han realizado hallazgos, también han tenido que ponerles nombre.

El resultado de su 'experimento' es Diccionario del asombro (Crítica), el libro en el que cuenta la historia de la ciencia a través de las palabras. Desde, como el propio autor explica a este periódico, “el punto de vista de cómo los investigadores etiquetaron el asombro”. Huracán, índigo y robot son solo algunos de los términos de los que ha narrado su origen el escritor de otros volúmenes como El ojo desnudo, ¿qué ven los astronautas cuando cierran los ojos? y Papá, ¿dónde se enchufa el sol?

Su Diccionario del asombro valora la faceta de los científicos como poetas. ¿Estaba poco valorada?

Cuando pensamos en el legado que deja la ciencia, llegamos a cosas muy materiales: las vacunas, el aire acondicionado... Pero hay un patrimonio inmaterial en forma de centenares de palabras como clon, internet, wifi o célula que utilizamos con total naturalidad y fueron creadas por científicos. A menudo caemos en el tópico de pensar que la ciencia y las humanidades son dos ámbitos totalmente separados. En este libro hay una demostración de que la mezcla y la convivencia es continua.

Al pensar en cómo nombrar un fenómeno nuevo, muchos científicos recurrían a expertos en lenguas clásicas con los que se retroalimentaban para encontrar el término más adecuado. William Whewell, uno de los científicos que más pensó en lo importante que era nombrar bien los nuevos fenómenos, los llamaba “los tesoros mentales que deben ser transmitidos a las nuevas generaciones”.

Al ver la línea del tiempo, sorprende comprobar que hay palabras que parece que existían desde hace mucho más tiempo.

Hay muchas palabras que crees que son antiguas y su origen está a la vuelta de la esquina. Por ejemplo 'apoptosis', que sirve para denominar a la muerte celular programada, y que viene de la década de 1970. El experto en lenguas clásicas al que se consultó la recomendó porque era la que usaban los griegos para hablar de la caída de los pétalos de las flores.

Otro término que me gusta mucho es 'nostalgia', que surgió dentro del ámbito del conocimiento médico. En el siglo XVIII, un médico inglés tomó de Homero 'nostos', que es el lugar al que vuelve Ulises en el viaje de La Odisea. Cogió esa raíz, ese hogar, para bautizar un mal que en personas cuya salud empeoraba cuando se separaban del lugar en el que habían nacido. Unida con 'algia', que quiere decir dolor, compuso 'nostalgia'. No tiene más de 200 o 300 años.

¿Ha encontrado algún modus operandi en cuanto a cómo se han ido eligiendo las palabras?

Se inspiran en multitud de temas. Están los epónimos, que es ponerle el nombre del descubridor a un fenómeno; como la enfermedad del alzhéimer o el párkinson. En los elementos químicos hay homenajes a países como el polonio o el francio.

Hay muchísima mitología a la hora de nombrar los objetos celestes. Cuando solo se conocía hasta Saturno, William Herschel descubrió un nuevo planeta y decidió que se tenía que llamar Rey Jorge porque este era su patrocinador. Un disparate. Causó revuelo en la comunidad astronómica internacional y le dijeron que era mejor mantener la saga de dioses del Olimpo. Lo llamaron Urano.

¿Cuánto de carga ideológica hay en las palabras que nombran la ciencia?

Todo está cargado de política. Hay una visión eurocentrista y anglocentrista incluso. Este libro me ha permitido mirar la historia de la ciencia desde un filtro diferente. Al contemplar el panorama general, ves muy claramente cómo hasta el siglo XIX hay una clarísima influencia a la hora de nombrar fenómenos nuevos de la cultura grecolatina. Pero ya en el siglo XX, sobre todo en la época de las nuevas tecnologías relacionadas con la información, y coincidiendo con que el inglés se convirtió en lengua franca; este empezó a ser el idioma con el que se nombraban todos los nuevos fenómenos, como internet y wifi.

En el ámbito de la astronomía ha habido un esfuerzo consciente en los últimos años de intentar nombrar los objetos celestes atendiendo a otras tradiciones culturales, desde la mitología hawaiana a la nórdica. Y no estar todo el rato utilizando una visión de la ciencia absolutamente eurocentrista. Queda muchísimo por hacer porque la visión de que todo se hizo aquí sigue teniendo ese peso histórico, aunque realmente no responde muchas veces a la realidad.

Hay una visión eurocentrista y anglocentrista en las palabras que nombran la ciencia

Eurocentrista… aunque en España hemos aportado poco.

No hemos sido una potencia científica, aunque tuvimos algunos momentos muy brillantes. Los más importantes fueron durante la Ilustración, en el reinado de Carlos III y a principios del siglo XX con la figura de Ramón y Cajal; que tuvo influencia universal en el campo de la neurociencia. Aun así, hay muchos términos generados en español. Algunos de ellos los he recogido en un apéndice titulado Ciencia con eñe, como el reciente 'escutoide': una nueva forma geométrica descubierta por investigadores sevillanos que ha dado la vuelta al mundo y se ha convertido en un fenómeno pop.

También es sangrante la falta de mujeres…

Están Lise Meitner, Jocelyn Bell, Barbara McClintock... Al final del libro hay un apéndice sobre los supernombradores, en el que están los científicos que más nombres pusieron, y no hay ninguna mujer. Lo cual refleja muy bien el desequilibrio. Es obvio que no hubo tantas científicas como científicos, pero las que hubo fueron denostadas, ignoradas, olvidadas y dejadas a un lado durante mucho tiempo.

¿Tiene alguna palabra favorita?

La principal es 'asombro' porque me identifico mucho con ella. Su raíz puede interpretarse como proyectar una sombra sobre algo, o sacar algo de la sombra. Esa metáfora me gusta mucho porque me recuerda a lo que sucede durante un eclipse; que es uno de los fenómenos que produce esa sensación. En el sentido psicológico/científico, está descrita como la emoción que nos produce un fenómeno que nos hace sentir pequeñitos ante el cosmos. Es una sensación a la que uno se hace adicto porque de lo más emocionante que nos puede pasar es comprender la vastedad de lo que nos rodea, lo interesante que puede llegar a ser y lo que somos comparado con ello.

¿Cuán bien o mal considera que se transmite en la formación el interés por la ciencia?

Siempre ha habido personas que se han aproximado al conocimiento desde una perspectiva aburrida y tediosa de la realidad, en la que todo tiene un tono gris y la sorpresa está incluso mal vista. Y luego casos de justamente lo contrario. Tenemos ejemplos fantásticos que han sido los más deslumbrantes y en los que el asombro ha sido un componente esencial.

Gente como Carl Sagan, que ha contado siempre el mundo desde una perspectiva de la humildad. Que es justo lo contrario de esta especie de soberbia que tienen algunos presuntos sabios que parecen verlo todo desde un pedestal desde el que nada les parece asombroso porque ya se lo saben. Cuando en realidad lo único que puede despertar la variedad de este universo es sorpresa tras sorpresa. Y cuanto más sabemos, más sorpresas encontramos porque más grande es la ignorancia o más conscientes somos de ella.

Se dice que “de lo que no se habla, no existe”. ¿Ocurre esto también en la ciencia?

Decía Carlos Linneo, que fue el nombrador por excelencia, que si se pierde el nombre de las cosas se pierde también el conocimiento. Ha pasado muchas veces a lo largo de la historia, los que estudian lingüística lo saben muy bien, que aquello que no recibe nombre se queda fuera del foco. La manera en que tu lengua nombra los fenómenos hace que estén más presentes y los entiendas de una forma o de otra.

Vamos poniendo etiquetas en la realidad que condicionan cómo vemos esa realidad. Lo que no recibe un nombre no es intercambiable en la conversación ni en el debate. Se queda fuera de plano y no aparece, lo cual no quiere decir que no existiera. La neurona existía antes de que se le pusiera nombre. Es muy interesante ver a qué elegimos ponérselo.

Lo que no recibe nombre se queda fuera de foco, en ciencia también

Hay palabras que tienen traducción de una lengua a otra, pero a otras no. ¿Qué consecuencias tiene esto?

La ciencia ha sido una pelea constante contra la Torre de Babel de no entenderse e intentar hacer cosas universales. Y aun así, sigue habiendo muchos términos científicos que son intraducibles porque se describieron en un momento determinado en un ámbito que hace muy difícil su traducción. Por ejemplo, hay un nombre de un color, 'eigengrau', que fue el que le pusieron los filósofos naturales del siglo XIX en Alemania al color que vemos cuando cerramos los ojos. No tiene traducción.

Si se planteara hacer una actualización del Diccionario del asombro dentro de 20 o 30 años, ¿tendría que ampliar muchas palabras?

Muchísimas. Una de las sensaciones más estimulantes de hacer el diccionario es que sabes que está vivo y regenerando todo el tiempo. Que la lengua está en constante transformación. Igual que hay palabras que caen en el olvido, las hay que aparecen. La discusión es permanente. La fiesta de las palabras no se acaba nunca.

Además de escribir libros es periodista científico, ¿cuál es la mejor manera de informar sobre ciencia?

Hay que ser versátil. Aporta mucho aprender a contar cada historia como cada una lo necesite. No hay una fórmula mágica ni un molde. Eso es lo fascinante. Porque si te gusta escribir, la ciencia te permite abordar tal cantidad y riqueza de nuevas historias, tan diferentes, que cada vez que escribes sobre un tema nuevo, es un desafío apasionante como el que surge cuando un escritor va a escribir una relato. Necesitas un punto de creatividad para poder contarlo como requiere.

¿Se está contando bien?

Ese es un punto importante no solo en información científica, también en otras como la económica o incluso en deportes. Tienes que tener en cuenta el conocimiento de los lectores generales sobre esa materia. Si vas a hablar de física cuántica, en algún punto de la narración tienes que aclarar de qué estás hablando exactamente por si alguien viene muy despistado. Incluso en política también hay que hacer divulgación porque no todo el mundo conoce cómo funcionan los mecanismos del Congreso. La divulgación y el periodismo son casi inseparables, tienes que explicar de qué estás hablando y hacerlo de manera comprensible y amena en la medida de lo posible.

Periodismo político, económico, cultural… ¿En qué medida está valorado el científico?

El periodismo científico es un ejemplo muy interesante por la cantidad de hipocresía que pone de manifiesto. Los directores de muchos medios de comunicación sacan la bandera de la ciencia cuando hace falta en momentos clave como la pandemia o cuando se hace un gran descubrimiento espacial. Pero luego, muchos de ellos no tienen sección de ciencia. Para ser coherente, si la ciencia es tan importante, deberías dotarla de más medios.

Por fortuna, no estamos tan mal como hace unos años donde prácticamente era difícil encontrar periodistas especializados en ciencia, pero sigue siendo una asignatura pendiente. Noto que en general todo el mundo coincide en que la ciencia es muy importante, pero a la hora de materializarlo, siempre pasa algo que hace que lo otro lo sea más. Es una pelea que deberíamos luchar entre todos porque el que haya más periodistas científicos es mejor para todos.

Que la ciencia esté más presente en nuestras vidas y le demos más importancia en los titulares de grandes medios es fundamental porque vivimos en un tiempo en el que el ámbito científico es muy relevante. Estamos todo el tiempo viviendo transformaciones sociales de todo tipo que tienen su raíz en estos descubrimientos.

También hay que hacer divulgación en el periodismo político

¿La pandemia ha venido bien o mal a la hora de informar y el interés puesto sobre la ciencia?

No lo tengo demasiado claro [ríe]. En general diría que bien, en cuanto a que hubo una constatación clara de que la gente confiaba en la ciencia. Así lo confirman los números de vacunación, a pesar de que en algún momento tuvimos la sensación, por el espejo deformante que son las redes sociales, de que los antivacunas eran legión. Pero no. Esa es una lección que podemos aprender para el resto de nuestras vidas y que nos hace ser optimistas. Aunque también hubo cosas muy negativas. Hubo mucha desinformación, oportunismo, sensacionalismo.

Por cerrar con las palabras, ¿quería reivindicar las palabras como regalos?

Clarísimamente. El lenguaje es de lo más valioso que tenemos los seres humanos. Las palabras son tesoros. En el ámbito de la ciencia las palabras tienen detrás muy buenas historias. Entender cómo se formaron es muy útil para entender cómo se entendió ese descubrimiento. Saber cómo se eligió la palabra tiene mucha más información de fondo de lo que a priori podríamos pensar.

¿Y son poder?

Sí. Las palabras cambian la realidad. Ponerle nombre a unas cosas sí y a otras no, y el nombre que les pongas, hace mucho. Hay estudios muy interesantes en medicina sobre hasta qué punto ponerle nombre a una enfermedad puede estar condicionando a quiénes se someten a análisis o terminan teniendo el diagnóstico de esa enfermedad. No es una cosa trivial. Puede llegar incluso a influir en la salud.