Antes de la que la factoría Disney en 1942 edulcorara la historia del cervatillo, la novela Bambi fue publicada para lectores adultos en 1923 y años posteriores prohibida en Alemania y en Austria por los nazis. Felix Salten (Budapest, 1869-1945), seudónimo de Siegmund Salzmann, fue su autor. Bambi, que viene de bambino (niño en italiano), fue acusada de ser una alegoría y denuncia del antisemitismo.
El autor judío había escrito anteriormente una popular novela erótica (que también prohibieron los nazis por pornográfica) llamada Josefine Mutzenbacher, autobiografía ficticia de una prostituta en Viena, publicada en España para la mítica colección de Tusquets' La sonrisa vertical'. Ahora la editorial Edelvives acaba de publicar Bambi, novela acompañada por las majestuosas ilustraciones del famoso Benjamin Lacombe (París, 1982).
Lacombe nos cuenta: “La primera vez que conocí a Bambi fue, como es lógico, viendo la película de Disney, un recuerdo que rememoro con dureza por la pérdida de la madre, algo que alimentó gran parte de mis miedos de infancia. Fue con el paso de los años cuando, mientras buscaba una novela que hablara sobre el infierno del antisemitismo, di con el texto de Salten”. Salten llevó a su particular bosque las experiencias de miedo y terror, así como los temores de los círculos judíos vieneses en la voz de los ciervos.
“El tufo del humano se le metía en la nariz, le aturdía los sentidos, le paralizaba el corazón”, señala la historia. Los ciervos viven atemorizados y en estado de terror continuo por la posible aparición del cazador, ellos viven en paz sin dañar a nadie, mientras al humano que nombran como “él” no es nunca indulgente y acaba acribillándolos con la escopeta en cuanto se tercia.
El filósofo y experto en ética Maxime Rovere cuenta en el prólogo del libro: “Tras el fin de la I Guerra Mundial, los soldados regresan del frente y las familias son sometidas a tratados de paz humillantes que ahogan la economía de los vencidos: muchos atribuyen la derrota y la terrible crisis económica a los judíos, acusando a esta comunidad de apropiarse del dinero de su trabajo. Así crece desde el siglo XIX en Austria una oleada de antisemitismo que se irá extendiendo. Para describir esta situación, Salten aúna con habilidad su propia vida, los asuntos políticos de la edad adulta y el comportamiento de los animales”.
Como animales sin guarida
El reputado ilustrador de este nuevo Bambi también cree que el autor Felix Salten hablaba de él mismo y de sus miedos. “Los elementos simbólicos son discretos, pero numerosos: Bambi y los suyos, como mariposas en búsqueda de un lugar donde vivir en paz en medio de un bosque donde acechan miles de peligros. Asemejados a la juventud judía perseguida por el nazismo, los animales sin guarida se presentan como los judíos apátridas, que no se sienten cómodos en ninguna parte, que no encuentran su lugar. El yiddish se cuela entre algunos de los diálogos, en tanto que el padre recita frases dignas del mismísimo Theodor Herzl”.
Lacombe nos cuenta que el escritor Karl Kraus publicó en 1930 un artículo en el que hablaba de la novela: “Menciona las referencias en yiddish y habla de los cazadores de judíos. Los nazis usaron este artículo contra el libro y prohibieron su distribución. La prohibición de 1936 sostiene que Bambi se reduce a una simple y mera alegoría política sobre el trato a los judíos en Europa. A ello le siguieron las quemas de libros que hicieron que desapareciera por completo en toda Europa a partir de 1936”. El éxito de la película terminó por enterrar el texto original, sustituyéndolo por una historia reescrita, desposeída de toda dimensión simbólica y política.
Es posible que el conflicto de los hombres con los bambis esté más vivo que nunca: “Resultan evidentes los distintos rebrotes de antisemitismo y racismo (contra los inmigrantes, por ejemplo) que estamos viendo últimamente, también de un repliegue identitario o un nacionalismo cerrado. Me conmueve profundamente el hecho de que se pueda leer la historia de Bambi como una evocación de la condición de los judíos de la Europa de entonces, algo que sigue de plena actualidad en este momento”. Se dice todo, pero de un modo muy sutil. El libro es, por encima de todo, un libro de sensaciones. El propio lector siente en sus propias carnes lo que supone sentirse oprimido por el mero hecho de sus raíces, en este caso, de ser un corzo u otro animal posible presa del hombre. Es por eso que Benjamin Lacombe dedica el libro a todos aquellos que han tenido que huir, a los exiliados o a los perseguidos.
En el libro no hay rastro de los carismáticos amigos del Bambi de Disney, no aparecen ni el conejo Tambor ni la mofeta Flor; y una vez fallecida la madre no le acoge el padre, que en principio es distante y no lo acepta cuando es bebé. El texto puede leerse como un tratado naturalista, como un homenaje a la Tierra y a sus seres, como un reclamo poético de lo que esconden los bosques: “Hacía tiempo que las candelillas se habían desprendido de los sauces. Todo iba reverdeciendo, pero las hojas jóvenes de los árboles y arbustos todavía eran demasiado pequeñas. En su frescura sonriente, a la luz delicada del alba, parecían niños que acababan de despertarse”. En esta impresionante edición, Lacombe adorna y acompaña el texto con florituras y animalillos que hacen incluso de separador de columnas. “He querido plasmar el peligro y el miedo al que se enfrentan los perseguidos. Por ello, he recurrido a nuevas técnicas gráficas: imágenes sincopadas al carboncillo, calados en las páginas y pliegues que dejan entrever luces y sombras, o papeles rasgados”.
El ilustrador recurre al óleo y gouache para las imágenes donde quiere resaltar los detalles que hacen referencia a la riqueza rebosante de la naturaleza, el juego de las estaciones y de la luz para dar paso bruscamente a páginas repletas de carboncillo, donde los esbozos dan una sensación de rapidez, de urgencia, huída y miedo ante el peligro. El lector aprenderá de berreas y cornamentas, que las urracas chasquean y que los arrendajos graznan. Y aparecerán en su imaginario nuevos seres como la marta, el cárabo, las cornejas, el cernícalo o los carboneros. Todo un descubrimiento.