Virginia trabaja de camarera en un bar, aunque pasa la mayor parte del tiempo en la habitación de un hospital. Su padre está en coma y no se sabe cuándo y cómo podría mejora o empeorar. Ella le hace compañía, pero no por afecto sino por rutina. Ella no se entiende del todo con nadie de su familia.
Su madre lleva años medicándose por una depresión y su hermana nunca le ha prestado atención. Siempre estaban todos demasiado ocupados. Y nunca la han apoyado en nada. Se siente desplazada, pero pasa los días haciendo compañía a un cuerpo, el de su progenitor, tumbado en una cama sin poder si quiera parpadear.
A Virginia le obsesionan las enfermedades, la fragilidad del cuerpo. Y sobre eso reflexiona ampliamente la historia que protagoniza: Dicen los síntomas, la nueva novela de Bárbara Blasco, que mereció el Premio Tusquets Editores de novela en 2020. Un libro particular, escrito con cierta ferocidad, cierta urgencia. Una novela que dialoga, sorpresivamente, con un tiempo pandémico en el que lo más frágil de la vida se nos presenta con un realismo y una cercanía manifiesta.
Tras Suerte (Ediciones contrabando) y La memoria del alambre (Che Books), ¿por qué decidió presentar esta novela al Premio Tusquets? ¿Cree que los premios siguen siendo esenciales para autores más desconocidos?
Durante mucho tiempo he estado bastante acomplejada. Me decía a mí misma que lo que había escrito era una mierda, y no lo presentaba a ningún sitio. Pero con esta novela estaba bastante segura de mí misma, y pensaba que no perdía nada por intentarlo. Así que lo más fácil eran los concursos. A día de hoy sigue siendo más fácil que te lean el manuscrito en un concurso que si lo envías por tu cuenta a una editorial.
Con los concursos por lo menos te aseguras que alguien te lee. Y mi idea era “bueno, si no gano el dinero del premio, por lo menos que lo lea alguien de una editorial como Tusquets”. Porque no solo se publican los libros ganadores. En muchas ocasiones, de los manuscritos enviados, alguien del jurado destaca uno y se termina publicando. Es el caso de Arena, de Miguel Ángel Oeste (Tusquets), que se acaba de publicar y se presentó al premio.
Dicen los síntomas aborda temas complejos como la enfermedad, la vida en hospitales y la cercanía con la muerte. ¿Cree que su libro se ha leído de otra forma dada la situación de pandemia que vivimos?
Es muy probable pero no sé en qué medida. Es decir no sé si ha producido más interés o más rechazo [Ríe]. Hoy en redes he leído a una chica que me ha dicho que se ha puesto a escribir tras leer mi libro. Eso es alucinante. Yo escribo porque han escrito otros y eso motiva a que alguien, tras leerme, le apetezca ponerse a escribir. Es algo increíble, como formar parte de un diálogo que no cesa.
No escribí pensando que publicaría este libro durante una grave crisis sanitaria. No lo pensé, ni me lo imaginé. Cuando escribo pienso solo en un público lector... que soy yo misma. Es decir, escribo lo que me gustaría leer y lo hago sobre los temas que me interesan.
Aunque sí es verdad que tuve en cuenta que si iba a hablar de enfermedad, de muerte y de hospitales, no podía hacerlo desde la intensidad máxima, desde lo tremendista. Tenía que tener algo de ironía, algo de humor.
En un pequeño ensayo de Marta Sanz llamado No tan incendiario (Periférica), la escritora sostenía que la literatura actual busca agradar. Y que en el proceso de agradar al lector, paulatinamente se escribía menos sobre lo desagradable en términos desagradables. ¿Coincide con ella?
Pues no lo sé, pero creo que algo de razón tiene. La de agradar es una corriente que está ahí y tiene que ver también con el debate sobre lo políticamente correcto. Me da la sensación de que cada vez aceptamos menos los matices o las contradicciones que tiene el ser humano. Es terrible, porque precisamente la literatura está para trabajar eso.
Pero por otra parte, también veo que hay gente joven como Cristina Morales que no está, precisamente, interesada en agradar a nadie y dice lo que le viene en gana. Supongo que es imposible no escribir desde la sociedad en la que estamos. Pero no creo que haya que dejarse llevar por corrientes. La escritura es un acto de libertad para mí: lo que no puedo decir diariamente, socialmente, porque tiene consecuencias o simplemente no me apetece, lo escribo.
La escritura es un acto de libertad para mí: lo que no puedo decir socialmente, porque tiene consecuencias, lo escribo
Virginia está en el hospital porque su padre está en coma. La muerte y cómo nos enfrentamos a ella sobrevuela todo el relato. ¿Cree que seguimos teniendo miedo a hablar de la muerte, a normalizarla?
Yo creo que sí, que todo viene del miedo. Me apetecía mucho hablar de realidad y de ficción. De cómo fabricamos y vivimos ficciones para afrontar verdades. La religión, por ejemplo, es una ficción generada para hablar de la muerte y dar una explicación al mundo material. Solo que también es una forma de acceder a la realidad.
El ser humano genera ficciones que le alejan o reconstruyen la realidad. Pero a través de la ficción uno se puede acercar a determinada verdad, de forma simbólica. Es lo que le ocurre a mis personajes: la madre de Virginia construye la ficción de que la muerte de su marido no es inminente. Virginia construye una ficción para explicar por qué su familia la rechaza.
¿Cree que al estar tan cerca de la muerte como en una pandemia, se han acentuado las construcciones de ficciones? Pienso en cómo cunde el pensamiento mágico, se leen las fake news o se difunden bulos sobre que las vacunas llevan microchips para controlarnos. Y la gente decide creérselo o no.
¡Hoy en día hasta te pueden decir que la nieve no existe, que es plástico! Es como que ya no nos fiamos de lo que vemos, sentimos o tocamos. Y llevamos tiempo así. Parece que la ciencia cada día está más desprestigiada. Las fronteras entre realidad y ficción son difusas. Pero tenemos que reconstruir esto de alguna forma. No digo que exista una verdad absoluta, pero sí que tendremos que ser capaces de distinguir que hay cosas que son más verdad que otras.
Antes ha comentado la idea de la literatura como diálogo infinito. Lo cierto es que Dicen los síntomas está lleno de otros libros, que aparecen citados en sus páginas. ¿Quería participar de ese diálogo alentando al lector hacia otras lecturas?
Una de mis primeras influencias desde que empecé a escribir fue Vila-Matas. Su obra me cambió la vida. Me inspira muchísimo, y él concibe la literatura como un continuum que se va reescribiendo.
Aunque no sé si en este caso no es tanto eso como una forma que tengo, inconscientemente, de combatir mis complejos. Constantemente me tengo que enfrentar a una inseguridad que me dice que lo que escribo no es suficientemente bueno o intelectual o qué sé yo. Y también es cierto que me iba bien para el personaje protagonista, que está muy sola, no tiene casi amigos y no conecta con su familia, así que se refugia en los libros.
El ser humano genera ficciones que le alejan o reconstruyen la realidad. Hay quien es capaz de decirte que la nieve es de plástico.
Virginia, como muchos, se refugia en la lectura para afrontar su realidad. Hablando de eso: los índices de lectura han crecido durante el confinamiento. La cultura, en general, ha tenido una presencia importante en 2020 y muchos de los que habían perdido el hábito de leer, lo han recuperado. ¿Hará 2020 que revaloricemos la cultura?
Y parece que sigue la racha, que se están vendiendo más libros. Yo espero que sí, que la cultura gane un espacio importante en nuestra vida. O por lo menos iniciativas como 'Todos tus libros' se abran paso. Yo soy muy fan de 'Todos tus libros', no compro en Amazon, ni tampoco compro los libros en El Corte Inglés o la Fnac. Creo en las librerías de proximidad y esto las puede ayudar. No sé... creo que todo tiene ventajas si uno las busca. Hasta la muerte puede ser ventajosa si dejas de pagar la hipoteca. Lo que estaría realmente bien tras 2020 es que nos tomáramos en serio el trabajo intelectual, del cariz que sea.
Otro de los temas que aborda el libro, y que guían las acciones de Virginia, es la maternidad. Su protagonista quiere quedarse embarazada. ¿No es contradictorio que ella, que está obsesionada con la muerte y reflexiona tanto sobre enfermedades y síntomas, quiera generar una vida nueva?
No, no lo creo. A mí siempre me han dicho que en los hospitales se folla un montón. Es como que cuando estás cerca de la muerte, a la gente le entran muchísimas ganas de vivir. Como una reacción: el sexo como afirmación de que estás vivo y puedes sentir.
Además me interesaba reflexionar sobre los vínculos familiares que se establecen sólo por compartir genes. En una familia que no la acepta, ante un padre que siempre la ha negado, ella se quiere afirmar. No le basta con decir “me han negado”, o “siempre he estado acomplejada”, “no me habéis aceptado”. El embarazo es una forma de rebelarse contra eso, de negarle al padre el derecho a joderle la vida. Una forma de decir: “Mientras tú te mueres, yo estoy llena de vida”.
Virginia se acuesta con desconocidos a los que interroga sobre antecedentes médicos para ver si son óptimos para que la embaracen. Hasta que conoce al extraño, compañero de habitación de su padre en coma.
Claro, es entonces cuando sucede algo que no busca. Me parece una actitud sana desmitificar el sexo igual que la muerte. Pero me resisto a desmitificar el amor. Y sé que esto es cursi pero me da igual: para mí es lo que le da sentido a todo. Amar lo que haces, amar a otras personas… amar, simplemente. Porque, si no... ¿Qué sentido tiene todo?