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Durante seiscientos años, los únicos que pudieron acercarse al Cantar de Mío Cid fueron los pocos transeúntes de diferentes conventos y casas de eruditos donde se hallaba. La que fue considerada por el estudioso Ramón Menéndez Pidal como “el acta fundacional de la literatura española” se guardaba bajo siete llaves. Ahora, sin embargo, por primera vez estará expuesta a cualquier ciudadano en la Biblioteca Nacional. Eso sí, solo durante quince días a partir de este miércoles.
El motivo de este periodo tan restringido es que el pergamino, que cuenta con 64 páginas, “se encuentra en un delicado estado de conservación y en muchas de sus hojas hay manchas de color pardo oscuro debido a los reactivos utilizados desde el siglo XVI”, explica Javier Docampo, jefe del Departamento de Manuscritos, Incunables y Raros de la Biblioteca Nacional. Por ello, su lugar de exposición es una vitrina que permanece a 21 grados y con un 45% de humedad constante. Todo cuidado es poco para esta obra recogida en el Códice de Vivar.
Este legajo, el único poema épico castellano conservado casi en toda su totalidad y que narra los últimos años de vida del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar –desde su destierro en 1081 a 1099–, ha pasado por diferentes vicisitudes a lo largo de la historia. Sus orígenes como cantar de gesta, la literatura oral del Medievo, se datan entre finales del siglo XII y principios del XIII, cuando el Cid histórico se convirtió en héroe de leyenda literaria.
La primera copia la hizo Per Abbat en 1207, pero desapareció. La que ha llegado hasta la Biblioteca Nacional y se expone en la actualidad fue realizada en el siglo XIV. Esta copia pasó por archivos y conventos como el de las Clarisas y diferentes manos privadas hasta que en 1863 llegó a Pedro José Pidal, que era historiador y ministro del presidente Ramón María Narváez. Desde entonces y durante décadas permaneció en posesión de la familia Pidal, pese a recibir numerosas ofertas por parte de museos como el Británico y la Biblioteca de Washington.
En 1913, el códice fue tasado con un precio de 250.000 pesetas y fue trasladado a una caja fuerte del Banco Madrid. Con el inicio de la Guerra Civil, y al igual que sucedió con varios cuadros del Museo del Prado, fue trasladado a Ginebra. No regresó a España hasta el final de la contienda. Finalmente, en 1960 fue comprado a la familia por la Fundación March por 10 millones de pesetas y donado pocos meses después a la Biblioteca Nacional, que lo ha tenido bajo resguardo durante casi seis décadas.
La exposición del Cantar de Mío Cid se acompaña con la muestra Dos españoles en la historia: el Cid y Ramón Menéndez Pidal, un homenaje al mayor estudioso del poema épico y del que se cumple este año el 150 aniversario de su nacimiento. Menéndez Pidal (A Coruña, 1869 – Madrid, 1968) tuvo conocimiento del manuscrito ya desde su infancia, puesto que en ese momento estaba en posesión de su tío segundo Alejo Vidal.
El filólogo, reconocido cazador de romances –las canciones populares que han pasado de boca en boca desde hace siglos– también estudió otros cantares medievales que se exponen en la muestra, como El Debate de Elena y María, cuyo origen se remonta a 1280 y que narra una conversación entre dos mujeres y la relación que ambas tenían con un clérigo y un caballero. En el poema tratan de dilucidar cuál de los dos era mejor partido.
Este cantar, que como comenta el comisario de la exposición, Enrique Jerez, “seguramente estaba destinado a la lectura privada de las mujeres”, perteneció durante siglos a la Casa Ducal de Alba, y es la primera vez que también se ofrece al público. Otro de los poemas expuestos es el de Roncesvalles, del siglo XIV, cien versos que recogen la leyenda de Roncesvalles, aunque en este caso lo que se expone es una reproducción, ya que el original se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia. Por último, los visitantes pueden observar el Poema de Yusuf, un códice aljamiado –en letra árabe– escrito en aragonés.
La muestra abunda en la vida de Menéndez Pidal, su pasión por el Mío Cid y también por los paseos por la montaña, como un senderista a comienzos del siglo XX, tradición que le venía de sus padres, de origen asturiano. De hecho, su viaje de novios con María Goyri –con quien formó un gran equipo investigador y a ella también le pertenece casi todo lo que sabemos hoy del Cantar y del romancero medieval– fue por la Ruta del Cid.
Otra de las anécdotas es el paseo que dio junto a un joven Federico García Lorca y su hija Jimena –hasta ahí llegaba su obsesión por el Cid– por los barrios gitanos de Granada en busca de romances populares. “Y solo tres años después Lorca escribiría el Romancero Gitano, por lo que esta experiencia pudo ser determinante”, señala Jerez.
Su estudio de la lengua española queda reflejado en sus diversos libros sobre esta materia –aunque no terminó su obra magna, La historia del español, pese a vivir casi cien años– y en aquellos que dedicó a la historiografía, de los que se ofrece también una muestra.
La parte más popular está dedicada al reflejo del Cid en películas y obras de teatro. Se puede ver el cartel de la película de Anthony Mann protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren en 1961 y que llegó ser portada en The New York Times, junto a una foto en la que sale el propio Menéndez Pidal asesorando a Heston mientras este manipula el halcón que había donado Félix Rodríguez de la Fuente para la película.
La exposición se cierra con la figura del Cid histórico, de quien se conserva su firma tras la conquista de Valencia en 1094. Por último, se incluyen algunas declaraciones políticas del filólogo, como la carta que le envió al dictador Miguel Primo de Rivera en la que se quejaba del trato hacia la universidad pública que fue publicada en el periódico El Sol. Además se aprecia un texto, también en este periódico, en el que se posicionaba en contra de la reivindicaciones federalistas de Catalunya, País Vasco y Galicia durante la II República, si bien el filólogo había defendido a la República en un manifiesto de apoyo en 1931.
De hecho, se exilió durante la Guerra Civil –pesaba sobre él un expediente de depuración– y con la llegada de la dictadura de Franco, como se cuenta también en la muestra, tuvo opiniones críticas: en 1956 pidió la libertad para los universitarios encarcelados tras las protestas y en 1962 publicó el libro En torno a la lengua vasca, en la que defendía la protección del euskera, y firmó un manifiesto para pedir los bienes incautados por la dictadura a la Institución Libre de Enseñanza.
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