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ENTREVISTA
Escritor y actor

Carlos Bardem: “A los Bardem no nos callan, no nos asustan y no nos pueden boicotear”

Carlos Bardem, autor de 'El asesino inconformista'

Mónica Zas Marcos

27 de julio de 2022 22:32 h

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Fortunato es un asesino a sueldo, pero no uno cualquiera. Es culto, con un férreo compromiso ideológico y carece de escrúpulos para matar debido al perfil de sus víctimas: políticos corruptos que están a punto de “cantar” frente al tribunal y que “los suyos” quieren borrar del mapa. No puede dejar rastro, por eso aprovecha sus malos hábitos y adicciones para fulminarlos con un pinchazo bien cargado de cocaína entre los dedos del pie u otros químicos que apunten a una noche de desfase.

Ni los negocios de Fortunato tienen un halo de thriller elegante, más bien de vendetta cañí, ni El asesino inconformista (Plaza y Janés) es una novela negra al uso, aunque Carlos Bardem haya ganado con ella el premio Dashiell Hammett 2022 al mejor libro policiaco escrito en español, recibido ex aequo en la Semana Negra de Gijón. Después de los cinco años de minuciosa investigación sobre el papel colonialista de España para Mongo Blanco, su anterior obra, el actor y escritor ha querido empaparse de una trama actual, presente cada día en la prensa y los telediarios.

Fortunato se mueve, habla y piensa como los personajes de Dostoyevski, House of Cards o Kubrick pero, como dice Bardem, en un escenario más parecido a 13 Rue del Percebe. Representar la política española sin tamizar, con olor a tocino, a vino malo y toda su mala leche, es una decisión literaria y personal. El actor es una de las figuras más activas y comprometidas de nuestro país, con todo el riesgo que eso conlleva.

¿Cómo llegó a la idea 'kamikaze' de meterse en la piel de un sicario de corruptos?

Es un privilegio del escritor rellenar los espacios en blanco y a mí me divertía fabular sobre quién podría ser el encargado de facilitar o ejecutar tanta muerte natural, accidente y suicidio como hay documentados en las tramas de corrupción de este país. Estas muertes naturales, como cuando te tomas un gin-tonic y te mueres un día antes de declarar en la Audiencia Nacional, siempre son las menos naturales de las muertes. Me inventé un personaje que pudiera explicarlo. Y esta es solo una de las tramas, por supuesto.

Me acaban de dar el premio a la mejor novela negra en castellano, pero es una novela negra muy atípica. Aquí sabes quién es el asesino en el primer párrafo de la primera página. Los policías no lo persiguen. En todo caso, colaboran en crear una zona de sombra alrededor del ejecutor de estos encargos. Es interesante construir un antihéroe que lleve al lector hasta el final del libro y que consiga que empatice con él de alguna manera. Llevo muchas presentaciones y, cuando digo que la novela va de un asesino de políticos corruptos, todo el mundo sonríe. Esto debería preocuparnos mucho porque hay un sentimiento generalizado de que son impunes y de que, si la justicia los alcanza, los alcanza mal y tarde.

En su día tuvo que empatizar con un personaje despreciable, el negrero de Mongo Blanco, protagonista de su anterior novela. Por lo que cuenta, con Fortunato pasa lo contrario: corre el riesgo empatizar demasiado y convertirlo en un Robin Hood contra la corrupción. ¿Cómo maneja ese equilibrio?

Virginia Woolf decía una cosa que me encanta, que es que algunas novelas te buscan las costuras. Yo creo que las buenas novelas son las que pretenden ser algo más que entretenimiento. Yo pretendo que lo que escribo sea siempre un motor de reflexión para quien lo lee. Nos tiene que incomodar de alguna manera. Sería interesante preguntarle a la gente por qué empatiza tanto con un personaje así. A mí no me gusta dar respuestas, sino sembrar dudas. Y un personaje como Fortunato es una impugnación a la totalidad de un sistema que permite que este asesino exista, trabaje y viva muy bien en un mundo de precariedad. Desde la sátira, el lector se pregunta: “¿Este señor puede existir?”. Yo creo que sí. ¿Seguramente los de verdad no sean tan atractivos a la vista de las grabaciones que salen todos los días? Pues sí, son muy casposos. Más 13 Rue del Percebe que los Oscar. Pero bueno, Fortunato no lo es y quizá por eso es un personaje que gusta tanto.

Estas muertes naturales, como cuando te tomas un gintonic y te mueres un día antes de declarar en la Audiencia Nacional, siempre son las menos naturales de las muertes

Hay descripciones que suenan a personajes reales –como la política de “humor chisposo, bravucón, campechano” a la que sus compinches empezaron a ver como “una borracha despechada”– y otras veces que los menciona con nombres y apellidos, como a Villarejo. ¿Qué líneas rojas se impuso para no meterse en un buen lío?

Pues, tal y como está la judicatura de este país, tuve cuidado con ciertas cosas (ríe). El nombre de esa “mujer de la que usted me habla” no aparece en ningún sitio (ríe). Sobre la muerte de esta política, no me quise meter en grandes berenjenales, pero creo que se reconoce perfectamente a quién me refiero. La única línea roja que me planteé es que, si era reconocible, también fuera divertido y posible de alguna manera dentro de la ficción.

Esta novela cogió mucha velocidad en el confinamiento, viendo telediarios y leyendo las noticias. Evidentemente, estas muertes existen. La cosa es quién las ejecuta y de qué manera. Me puse a buscar, aunque la trama estaba tan pegada a la actualidad que no necesité grandes investigaciones. Lo que no sabía era cómo matar a alguien de una manera no violenta. Yo he interpretado a muchos malvados en el cine, me han matado y he matado mucho, pero siempre de forma violenta. No sabía cómo hacerlo utilizando productos de farmacia. Y, para mi pasmo, me metí en Google y me salieron un montón de cosas. Como te digo, la novela nace de ese deseo de escribir algo muy pegado a la actualidad, algo divertido y con una carga de mala leche hacia esta realidad que sufrimos en este país.

Se encuentran trazas de casos de corrupción reales como los de “la mujer de la que usted me habla”, Brugal o Pitufeo, pero también Kitchen. ¿Se inspiró en alguna investigación en concreto?

Más que inspirarme en casos concretos, recogí el aroma de toda esta cloaca. Retraté, a través del asesino, este mundo subterráneo que está bien documentado y relatado. Creo que, solamente en relación a la Gürtel, van como 14 personas muertas en circunstancias muy oportunas, accidentes un poco absurdos o suicidados, más que suicidios. Tomé todo ese mundo y agité la coctelera.

Cifuentes, Rubalcaba o Ferreras ayudaron a Sorogoyen a escribir el guion de El reino. ¿Ha tenido algún asesor que se pueda confesar?

No, y además no quiero ir de profeta, pero hace mucho tiempo que no hubiera contado con gente como Ferreras o Cifuentes para nada de nada. Es otro fenómeno pasmoso ver cómo estos personajes se pasean por los canales de televisión sentando cátedra y dando lecciones de moral. Yo creo que también es una de las razones del éxito de la novela y de su vigencia. Ha habido de repente una caída de caretas, pero me asombra que nos rasguemos las vestiduras, porque yo no soy un periodista especializado y sabía esto desde hace mucho. Me recuerda a esa escena mítica de Casablanca, cuando llega el capitán y dice 'qué escándalo, aquí se juega', y por otro lado salen sus ganancias. Ahora todo el mundo se echa las manos a la cabeza, pero ya era vox populi. En esta pestilencia que vivimos es donde se mueve perfectamente un personaje como Fortunato, el asesino inconformista.

Ha habido de repente una caída de caretas, pero me asombra que nos rasguemos las vestiduras, porque era vox populi

Aunque se supieran cosas, hace poco los españoles no conocíamos de primera mano el funcionamiento de las escuchas o las cloacas, y ahora son la trama central de mucho entretenimiento: desde El reino y las obras del Teatro del Barrio, hasta sátiras como Vamos Juan o noires como El asesino inconformista. ¿Hemos normalizado el arte de lo inmoral?

Mencionas dos cosas que son distintas. No hay que normalizarlo, pero el arte se tiene que ocupar de esto. Cuando la realidad te la cuentan como una ficción, es deber de la ficción contarte la realidad. Ahí está el criterio de cada uno para saber leer entre líneas o directamente para apagar la televisión y agarrar un libro. Pero creo que es obligación de quienes hacemos literatura o cine que el arte nunca sea ajeno al mundo en el que se desarrolla y se produce. Tenemos que hablar de lo que vivimos, ya sea ambientándolo hoy en día o en la época de los romanos. No solo es deseable, sino que es bueno.

Por eso, insisto, a mí me interesa poco o nada como creador, lector o espectador el mero entretenimiento. Aquello que no plantea ninguna sombra o ninguna crítica al discurso oficial, al relato ficcionado e interesado de la realidad que nos llega. Creo que el arte debe tener esa voluntad de sembrar discursos críticos, dudas y de llevar a la gente a reflexionar sobre lo que están oyendo constantemente, que no es más que una narrativa al servicio de determinados intereses.

Dice Fortunato que en lo más profundo del alma de España hay grasa de torrezno, malas digestiones, peor vino y mala leche. ¿Por eso se presta tanto al humor o la sátira, como Vamos Juan o esta novela? ¿Cómo conciencian estos formatos sin caer en la trivialización?

El humor es un arma muy poderosa de subversión. Lo que peor llevan los manipuladores, los corruptos y los fascistas es que te rías de ellos. Debe ser una reacción natural ante la simpleza de sus argumentos. Normalmente, reírse de ellos también demuestra que no les tienes miedo. Hay que reírse de todos estos tipos que se ponen una chaqueta o una corbata y utilizan palabros que no saben ni lo que significan, con una pose de afectada seriedad, para vendernos estafas reales, políticas y económicas. Por supuesto, hay que hacerles una crítica rigurosa con datos. Eso debería ser la labor del verdadero periodismo, confrontar este tipo de discursos. Pero luego siempre está la opción de reírte en su cara. A veces, ridiculizar estas cosas es muy útil.  

Por otro lado, esta novela es divertida, pero sobre todo cruel. La sátira es cruel. La función que tiene es ponernos un espejo delante a nosotros mismos, como individuos, y cuestionarnos qué estamos dispuestos a aceptar como ciudadanos. Pero también se lo pone al país que produce estas situaciones o al sistema que facilita la existencia de esta impunidad.  

Lo que peor llevan los manipuladores, los corruptos y los fascistas es que te rías de ellos.

Hemos hablado del arte que se mete con la política. Pero el Gobierno de Andalucía acaba de nombrar como consejero de Cultura a una persona que calificó a su familia de "impresentables, vividores y asquerosos". ¿Qué pasa cuando la política se mete así con la cultura?

Significa, primero, que el señor es un inculto y posiblemente un tipo bastante maleducado. Y segundo, el poder que tiene la manipulación. Volvemos al papel necesario de un periodismo sano para luchar contra ciertos relatos que hacen que mucha gente vote en contra de sus intereses. O que vote a personajes de este tipo. Este tipo no está ahí porque se haya bajado de un platillo volante, sino porque lo que él representa ha ganado unas elecciones. También hay que hacer una crítica hacia la ciudadanía, que es permeable a estas manipulaciones. Insisto en la necesidad de un periodismo riguroso, confrontativo y serio que desmonte a estos personajes.

Y a nivel personal, ¿cómo se lleva que una familia de artistas reciba este tipo de odio desde las altas esferas?

Es el precio, supongo, de no callarse. Hay una cosa que les molesta profundamente de los Bardem, y es que no nos callan, no nos asustan y no nos pueden boicotear, por más que quieran. Es el caso de mi hermano, que ha hecho su carrera en Hollywood y el mío, que tengo la suerte de que me va bien como actor y trabajo mucho en España y fuera de España. Con lo cual, no tengo por qué callarme. Eso es lo que más les irrita y los confunde. Están acostumbrados a maltratar, a difamar, a soltar cualquier barbaridad y que la gente calle o agache la cabeza. Mucha gente lo hace por necesidad y otra por precariedad. Pero les escuece que nosotros nos escapemos.

Antonio de la Torre dice que siempre da miedo posicionarse políticamente. Aunque hay más actores y artistas que se pronuncian sobre nuestros dirigentes, pocos son objeto de la fijación que despiertan desde la derecha Javier o usted. ¿Por qué cree que es? ¿Ha sufrido represalias desde la industria por culpa de esto?

Si ha pasado, yo no lo sé. Quizá porque en mi otra profesión, que es la de actor, estamos muy acostumbrados a convivir con el no. Entonces, cuando me dan un papel me alegro mucho y cuando no me lo dan, será porque han visto a otro mejor para ese rol. No me voy a convertir en un mártir. No tengo constancia, pero no me extrañaría que hubiera pasado.

Quiero decir, habría que preguntarles a los señores que nos odian tanto, por qué lo hacen. Y que nos den unas razones lo suficientemente objetivas como para poder sostener una discusión al respecto. Aunque debo decir que por la calle lo que recibo es mucho cariño. A veces confundimos Twitter con el mundo real y la realidad, afortunadamente, es mucho más amplia. También hay una cosa que creo –y lo digo a título personal, porque no soy el portavoz de mi familia ni de mi hermano– y es que dice mucho del valor de una persona quiénes son sus amigos, pero también quiénes son sus enemigos.

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