La ciencia ficción japonesa es algo más que las películas de Godzilla y, sobre todo, nació mucho antes que ese dinosaurio radiactivo. Esta es una de las ideas subyacentes en el libro Destellos de Luna. Pioneros de la ciencia ficción japonesa (Satori Ediciones), obra del ensayista y traductor Daniel Aguilar, que ha recopilado centenares de referencias literarias y audiovisuales desde mediados del siglo XIX hasta la década de los sesenta del siglo pasado.
Aunque su empeño es más descriptivo que analítico, Aguilar no renuncia a hacer lecturas históricas que conectan las tendencias narrativas con sus contextos. Al fin y al cabo, el interés por la investigación armamentística, potenciado por el expansionismo militar y el estallido de la II Guerra Mundial, inspiró multitud de cuentos y novelas especulativas. La experimentación con energía nuclear o la carrera espacial también tuvieron un impacto evidente en la cultura popular, a través de historias de mutaciones, apocalipsis atómicos y batallas intergalácticas.
Algunas de las tendencias de la narrativa fantástica japonesa pueden asimilarse con exitosas obras occidentales, como las películas El hombre invisible o Ultimátum a la Tierra. No faltan las aventuras exóticas, de tintes colonialistas y supremacistas, que versaban sobre mundos perdidos y civilizaciones consideradas inferiores. Pero Aguilar también detecta fenómenos más locales, como la inclusión de fuertes dosis de violencia sexual e iconografía sadomasoquista incluso en relatos juveniles. O una especial tendencia al belicismo castrense.
Militarismo y censura
El avión invisible, Takachiho, el nuevo buque de guerra, El mortífero rayo de las ondas misteriosas, El misterioso buque de guerra volador, El buque de guerra submarino... Muchos de los títulos mencionados en el ensayo dan fe de la vertiente confrontativa y la fascinación por el armamento de la ciencia ficción japonesa de la primera mitad de siglo.
Algunos de sus autores eran, además, militares (Gaishi Nagaoka) o escritores con buenas conexiones con ese estamento (Junzo Unno, Ujiro Ran). Las campañas de colonización de China o la península de Corea creaban una atmósfera de movilización patriótico-guerrera permanente.
De manera reiterada, se publicaron historias en las que Japón vencía a enemigos superiores a través del ingenio, en forma de armas secretas y avances científicos. Según Aguilar, presentar estas victorias bélicas bajo los ropajes de la ciencia ficción resultó, a la larga, conflictivo. Podía interpretarse que la victoria misma era una fantasía, así que la censura tomó cartas en el asunto. Ya anteriormente se había decidido evitar la mención a países específicos como rivales, dado el clima bélico (en Asia) y prebélico (en las relaciones con Occidente), o prohibir las historias de crímenes.
Los mencionados Juzo Unno (reivindicado a lo largo del volumen, que incluye versiones castellanas de tres de sus relatos) y Ujiro Ran siguieron escribiendo, a pesar del clima de censura. Un clásico del relato truculento y de la intriga, Rampo Edogawa, abandonó temporalmente la literatura. Eso sí, volvió rápidamente con una novela con la que parecía presentar sus disculpas: en Un sueño grandioso, un científico local inventa un avión supersónico. De nuevo, la tecnología era la carta ganadora. De alguna manera, esta estrategia se haría realidad en la posguerra, cuando Japón se convirtió en un peso pesado del sector electrónico mundial.
Después de la derrota
El final de la II Guerra Mundial frustró el expansionismo militar nipón. Desprovisto de armamento, Japón comenzó a presentarse como una potencia diplomática y multilateralista. Aguilar lee en estos términos películas como Ejército defensor de la tierra o La gran guerra del espacio, que reservan al país un papel privilegiado en la comunidad internacional.
Eran propuestas de un belicismo humanista: una amenaza extraterrestre hostil permite conciliar el espectáculo de combates y la llamada a la unidad de los seres humanos... porque el enemigo es de otra especie y la fuerza empleada es defensiva.
A la vez, la monster movie Godzilla sirvió para visualizar las heridas de la guerra, con alguna pincelada de resentimiento hacia el antiguo enemigo y ocupante estadounidense. Pero el cine de monstruos abandonó rápidamente aquellas características que lo conectaban con lo real. Las escenas de pánico y dolor desaparecieron de las ficciones, progresivamente tomadas por una violencia inocua protagonizada por robots y extraterrestres. Títulos como Mothra, Gamera o El hijo de Godzilla, además, evidencian que el género se reorientó hacia un público más y más joven.
En paralelo a esta infantilización del denominado kaiju eiga, la ciencia ficción adulta miraba hacia lo posapocalíptico. El contexto internacional dificultaba que se cerrase la cicatriz de los ataques atómicos. En un momento en que la Guerra Fría inspiraban cintas de supervivientes de un holocausto nuclear (Five, The world, the flesh and the devil, La hora final, Last woman on Earth, Panic in year zero...), se produjeron películas como La tercera guerra mundial y La gran guerra mundial. En paralelo, el reputado novelista Kobo Abe consolidó su propuesta fantástica con títulos como El rostro ajeno e Idéntico al ser humano, antes de que nuevas generaciones de escritores tomasen el relevo. Pero esa es otra historia.